– Media tarde. Has dormido casi ocho horas.

Me poso la mano en la frente y la dejo alli unos segundos.

– Al menos ya no tienes fiebre.

Abri los ojos y sonrei. Marina me observaba seria, palida.

– Delirabas. Hablabas en suenos…

– ?Que decia?

– Tonterias.

Me lleve los dedos a la garganta. La sentia dolorida.

– No te toques -dijo Marina, apartandome la mano. Tienes una buena herida en el cuello. Y cortes en los hombros y la espalda. ?Quien te ha hecho eso?

– No lo se…

Marina suspiro, impaciente.

– Me tenias muerta de miedo.

– No sabia que hacer. Me acerque a una cabina para llamar a Florian, pero me dijeron en el bar que tu acababas de llamar y que el inspector habia salido sin decir adonde iba. Volvi a llamar poco antes del amanecer y aun no habia vuelto…

– Florian esta muerto. -adverti que la voz se me rompia al pronunciar el nombre del pobre inspector. Ayer por la noche volvi al cementerio otra vez -empece.

– Tu estas loco -me interrumpio Marina.

Probablemente tenia razon. Sin mediar palabra, me ofrecio un tercer vaso de agua. Lo apure hasta la ultima gota. Luego, lentamente, le explique lo que habia sucedido la noche anterior. Al finalizar mi relato Marina se limito a mirarme en silencio. Me parecio que le preocupaba algo mas, algo que no tenia nada que ver con todo cuanto le habia explicado. Me insto a que comiese lo que me habia traido, con hambre o sin ella. Me ofrecio pan con chocolate y no me quito ojo de encima hasta que no di pruebas de engullir casi media pastilla y un panecillo del tamano de un taxi. El latigazo de azucar en la sangre no se hizo esperar y pronto me senti revivir.

– Mientras dormias yo tambien he estado jugando a los detectives -dijo Marina, senalando un grueso tomo encuadernado en piel sobre la mesita.

Lei el titulo en el lomo. -?Te interesa la entomologia?

– Bichos -aclaro Marina. He encontrado a nuestra amiga la mariposa negra.

– Teufel…

– Una criatura adorable. Vive en tuneles y sotanos, alejada de la luz. Tiene un ciclo de vida de catorce dias. Antes de morir, entierra su cuerpo en los escombros y, a los tres dias, una nueva larva nace de el.

– ?Resucita?

– Podriamos llamarlo asi.

– ?Y de que se alimenta? -pregunte. En los tuneles no hay flores, ni polen…

– Se come a sus crias -preciso Marina. Esta todo ahi. Vidas ejemplares de nuestros primos los insectos.

Marina se acerco a la ventana y descorrio las cortinas. El sol invadio la habitacion. Pero ella se quedo alli, pensativa. Casi podia oir girar los engranajes de su cerebro.

– ?Que sentido tendria atacarte para recuperar el album de fotografias y luego abandonarlas?

– Probablemente quien me ataco buscaba algo que habia en ese album.

– Pero fuera lo que fuese, ya no estaba alli… -completo Marina.

– El doctor Shelley… -dije, recordando subitamente.

Marina me miro, sin comprender.

– Cuando fuimos a verle, le mostramos la imagen en que aparecia el en su consulta dije.

– ?Y se la quedo!…

– No solo eso. Cuando nos ibamos, le vi echarla al fuego.

– ?Por que destruiria Shelley esa fotografia?

– Quiza mostraba algo que no queria que nadie viese… -apunte, saltando de la cama.

– ?Adonde crees que vas?

– A ver a Luis Claret -replique. El es quien conoce la clave de todo este asunto.

– Tu no sales de esta casa en veinticuatro horas -objeto Marina, apoyandose contra la puerta. El inspector Florian dio su vida para que tuvieses la oportunidad de escapar.

– En veinticuatro horas, lo que se esconde en esos tuneles habra venido a buscarnos si no hacemos algo para detenerlo -dije. Lo minimo que se merece Florian es que le hagamos justicia.

– Shelley dijo que a la muerte poco le importa la justicia -me recordo Marina. Quiza tenia razon.

– Quizas -admiti. Pero a nosotros si nos importa.

Cuando llegamos a los limites del Raval, la niebla inundaba los callejones, tenida por las luces de tugurios y tascas harapientas. Habiamos dejado atras el amigable bullicio de las Ramblas y nos adentrabamos en el pozo mas miserable de toda la ciudad. No habia ni rastro de turistas o curiosos. Miradas furtivas nos seguian desde portales malolientes y ventanas cortadas sobre fachadas que se deshacian como arcilla. El eco de televisores y radios se elevaba entre los canones de pobreza, sin llegar jamas a rebasar los tejados.

La voz del Raval nunca llega al cielo.

Pronto, entre los resquicios de edificios cubiertos por decadas de mugre, se adivino la silueta oscura y monumental de las ruinas del Gran Teatro Real. En la punta, como una veleta, se recortaba la silueta de una mariposa de alas negras. Nos detuvimos a contemplar aquella vision fantastica. El edificio mas delirante erigido en Barcelona se descomponia como un cadaver en un pantano.

Marina senalo hacia las ventanas iluminadas en el tercer piso del anexo al teatro. Reconoci la entrada de las caballerizas. Aquella era la vivienda de Claret.

Nos dirigimos hacia el portal. El interior de la escalera todavia estaba encharcado por el aguacero de la noche pasada. Empezamos a ascender los peldanos gastados y oscuros.

– ?Y si no quiere recibirnos? -me pregunto Marina, turbada.

– Probablemente nos espera -se me ocurrio.

Al llegar al segundo piso observe que Marina respiraba pesadamente y con dificultad. Me detuve y vi que su rostro palidecia.

– ?Estas bien?

– Un poco cansada -respondio con una sonrisa que no me convencio. Andas demasiado deprisa para mi.

La tome de la mano y la guie hasta el tercer piso, peldano a peldano.

Nos detuvimos frente a la puerta de Claret. Marina respiro profundamente. Le temblaba el pecho al hacerlo.

– Estoy bien, de verdad -dijo, adivinando mis temores. Anda, llama. No me has traido hasta aqui para visitar el vecindario, espero.

Golpee la puerta con los nudillos. Era madera vieja, solida y gruesa como un muro. Llame de nuevo. Pasos lentos se acercaron al umbral. La puerta se abrio y Luis Claret, el hombre que me habia salvado la vida, nos recibio.

– Pasad se limito a decir, volviendose hacia el interior del piso.

Cerramos la puerta a nuestra espalda. El piso era oscuro y frio. La pintura pendia del techo como la piel de un reptil. Lamparas sin bombillas criaban nidos de aranas. El mosaico de baldosas a nuestros pies estaba quebrado. Por aqui llego la voz de Claret desde el interior del piso.

Seguimos su rastro hasta una sala apenas iluminada por un brasero. Claret estaba sentado frente a los carbones encendidos, mirando las brasas en silencio. Las paredes estaban cubiertas de viejos retratos, gentes y rostros de otras epocas. Claret alzo la mirada hacia nosotros. Tenia los ojos claros y penetrantes, el pelo plateado y la piel de pergamino. Decenas de lineas marcaban el tiempo en su rostro, pero a pesar de su edad avanzada desprendia un aire de fortaleza que muchos hombres treinta anos mas jovenes habrian querido para si. Un galan de

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