– ?Por que haria una cosa asi?
– Nunca lo dijo -contesto Ismael.
– ?Por que crees tu que lo hizo?
– Por miedo.
Irene trago saliva y miro por encima de su hombro, esperando de un momento a otro encontrarse con el espectro de aquella mujer ahogada ascendiendo como un demonio de luz por la escalera de caracol, con las garras extendidas hacia ella, el rostro blanco como porcelana y dos circulos negros en torno a sus ojos encendidos.
– No hay nadie aqui, Irene. Solo tu y yo -dijo Ismael.
La muchacha asintio sin mucho convencimiento. -Solo gaviotas y cangrejos, ?eh?
– Exacto.
La escalera desembocaba en la plataforma del faro, una atalaya sobre el islote desde la que podia contemplarse toda Bahia Azul. Ambos salieron al exterior. La brisa fresca y la luz resplandeciente desvanecian cuantos ecos fantasmales evocaba el interior del faro. Irene respiro profundamente y se dejo embrujar por la vision que solo podia contemplarse desde aquel lugar.
– Gracias por traerme aqui -murmuro. Ismael asintio, desviando nerviosamente la mirada.
– ?Te apetece comer algo? Me muero de hambre -anuncio.
De esta guisa, ambos se sentaron al extremo de la plataforma del faro y, con las piernas colgando en el vacio, procedieron a dar buena cuenta de los manjares que ocultaba la cesta. Ninguno de ellos tenia realmente mucho apetito, pero comer mantenia las manos y la mente ocupadas.
A lo lejos, Bahia Azul dormia bajo el sol de la tarde, ajena a cuanto sucedia en aquel islote apartado del mundo.
Tres tazas de cafe y una eternidad mas tarde, Simone se encontraba todavia en compania de Lazarus, ignorando el paso del tiempo. Lo que habia empezado como una simple charla amistosa se habia transformado en una larga y profunda conversacion acerca de libros, viajes y antiguos recuerdos. Tras apenas unas horas, tenia la sensacion de conocer a Lazarus de toda la vida. Por primera vez en meses se descubrio a si misma desenterrando dolorosos recuerdos de los ultimos dias de la vida de Armand y experimentando una grata sensacion de alivio al hacedo. Lazarus escuchaba con atencion y respetuoso silencio. Sabia cuando desviar la conversacion o cuando dejar fluir los recuerdos libremente.
Le costaba pensar en Lazarus como en su patron. A sus ojos, el fabricante de juguetes se parecia mas a un amigo, un buen amigo. A medida que avanzaba la tarde, Simone comprendio, entre el remordimiento y una verguenza casi infantil, que en otras circunstancias, en otra vida, aquella rara comunion entre ambos tal vez podria haber sido la semilla de algo mas. La sombra de su viudedad y el recuerdo flotaban en su interior como el rastro de un temporal; del mismo modo en que la presencia invisible de la esposa enferma de Lazarus mojaba la atmosfera de Cravenmoore. Testigos invisibles en la oscuridad.
Le bastaron unas horas de simple conversacion para leer en la mirada del fabricante de juguetes que identicos pensamientos cruzaban su mente. Pero tambien leyo en ellos que el compromiso con su esposa seria eterno y que el futuro apenas deparaba para ambos mas que la perspectiva de una simple amistad. Una profunda amistad. Un puente invisible se alzo entre dos mundos que se sabian separados por oceanos de recuerdos.
Una luz aurea que anunciaba el crepusculo inundo el estudio de Lazarus y tendio una red de reflejos dorados entre ellos. Lazarus y Simone se observaron en silencio.
– ?Puedo hacerle una pregunta personal, Lazarus?
– Por supuesto.
– ?Por que razon se convirtio en un fabricante de juguetes? Mi difunto esposo era ingeniero, y de cierto talento. Pero su trabajo evidencia un talento revolucionario. Y no exagero; usted lo sabe mejor que yo. ?Por que juguetes?
Lazarus sonrio en silencio.
– No tiene por que contestarme -anadio Simone.
El se incorporo y camino lentamente hasta el umbral de la ventana. La luz de oro tino su silueta.
– Es una larga historia -empezo-. Cuando apenas era un nino, mi familia vivia en el antiguo distrito de Les Gobelins, en Paris. Probablemente usted conoce el area, un barrio pobre y plagado de viejos edificios oscuros e insalubres. Una ciudadela fantasmal y gris, de calles angostas y miserables. En aquellos dias, si cabe, la situacion estaba incluso mucho mas deteriorada de lo que usted pueda recordar. Nosotros ocupabamos un diminuto piso en un viejo inmueble de la rue des Gobelins. Parte de la fachada estaba apuntalada ante la amenaza de desprendimientos, pero ninguna de las familias que lo ocupaban estaba en condiciones de mudarse a otra zona mas deseable del barrio. Como conseguiamos meternos alli mis otros tres hermanos y yo, mis padres y el tio Luc aun me parece un misterio. Pero me estoy desviando del tema…
»Yo era un muchacho solitario. Siempre lo fui. La mayoria de los chicos de la calle parecian interesados en cosas que a mi me aburrian y, en cambio, las cosas que a mi me interesaban no despertaban el interes de nadie a quien conociese. Yo habia aprendido a leer: un milagro; y la mayoria de mis amigos eran libros. Esto hubiese constituido motivo de preocupacion para mi madre de no ser porque habia otros problemas mas acuciantes en casa. Mi madre siempre creyo que la idea de una infancia saludable era la de corretear por las calles aprendiendo a imitar los usos y juicios de cuantos nos rodeaban.
»Mi padre se limitaba a esperar que mis hermanos y yo cumpliesemos la edad suficiente para que pudiesemos aportar un sueldo a la familia.
»Otros no eran tan afortunados. En nuestra escalera vivia un muchacho de mi edad llamado Jean Neville. Jean y su madre, viuda, estaban recluidos en un minimo apartamento en la planta baja, junto al vestibulo. El padre del muchacho habia muerto anos atras a consecuencia de una enfermedad quimica contraida en la fabrica de azulejos donde habia trabajado toda la vida. Algo comun, al parecer. Supe todo esto porque, con el tiempo, yo fui el unico amigo que el pequeno Jean tuvo en el barrio. Su madre, Anne, no lo dejaba salir del edificio o del patio interior. Su casa era su carcel.
»Ocho anos atras, Anne Neville habia dado a luz dos ninos mellizos en el viejo hospital de Saint Christian, en Montparnasse. Jean y Joseph. Joseph nacio muerto. Durante los restantes ocho anos de su vida, Jean aprendio a crecer en la oscuridad de la culpa por haber matado a su hermano al nacer. O eso creia. Anne se encargo de recordarle cada uno de los dias de su existencia que su hermano habia nacido sin vida por su culpa; que, si no fuese por el, un muchacho maravilloso ocuparia ahora su lugar. Nada de cuanto hacia o decia conseguia ganar el afecto de su madre.
»Anne Neville, por supuesto, dispensaba a su hijo las muestras de carino habituales en publico. Pero en la soledad de aquel apartamento, la realidad era otra. Anne se lo recordaba dia a dia: Jean era un vago. Un holgazan. Sus resultados en la escuela eran lamentables. Sus cualidades, mas que dudosas. Sus movimientos, torpes. Su existencia, en resumen, una maldicion. Joseph, por su parte, hubiese sido un muchacho adorable, estudioso, carinoso…, todo aquello que el nunca podria ser.
»El pequeno Jean no tardo en comprender que era el quien deberia haber muerto en aquella tenebrosa habitacion de hospital ocho anos atras. Estaba ocupando el lugar de otro… Todos los juguetes que Anne habia estado guardando durante anos para su futuro hijo fueron a parar al fuego de las calderas a la semana siguiente de volver del hospital. Jean jamas tuvo un juguete. Estaban prohibidos para el. No los merecia.
»Una noche en que el muchacho se desperto gritando en suenos, su madre acudio a su lecho y le pregunto que le sucedia. Jean, aterrorizado, confeso que habia sonado que una sombra, un espiritu maligno lo perseguia a lo largo de un tunel interminable. La respuesta de Anne fue clara. Aquel signo era una senal. La sombra con la que habia estado sonando era el reflejo de su hermano muerto, que clamaba venganza. Debia hacer un nuevo esfuerzo por ser un mejor hijo, por obedecer en todo a su madre, por no cuestionar ni una sola de sus palabras o acciones. De lo contrario, la sombra cobraria vida y acudiria para llevarlo a los infiernos. Con estas palabras, Anne cogio a su hijo y lo llevo al sotano de la casa, donde lo dejo a solas en la oscuridad durante doce horas para que meditase sobre lo que le habia contado. Ese fue el primero de sus encierros.
»Un ano despues, cuando una tarde el pequeno Jean me conto todo esto, una sensacion de horror me invadio. Deseaba ayudar al muchacho, reconfortarlo y compensar en algo la miseria en la que vivia. El unico modo en que se me ocurrio hacerla fue reunir las monedas que habia guardado durante meses en mi hucha y acudir a la tienda de juguetes de monsieur Giradot. Mi presupuesto no daba para mucho, y solo consegui un viejo titere, un angel de carton que podia ser manipulado con unos hilos. Lo envolvi en papel brillante y, al dia siguiente, espere a que Anne Neville hubiese salido a hacer sus compras. Llame a la puerta de la casa y dije que era yo, Lazarus. Jean abrio y le