apreto los punos y respiro profundamente. Retrocedio unos pasos y tomo asiento en una de las sillas que rodeaban una mesa vacia.

– Gracias -murmuro Lazarus.

Ella dejo escapar una lagrima en silencio. -Antes que nada, quiero que sepa que siento profundamente que se haya visto envuelta en todo esto. Nunca pense que llegaria este momento -declaro el fabricante de juguetes.

– Nunca existio un nino llamado Jean Neville, ?no es asi? -pregunto Simone-. Ese nino fue usted. La historia que me conto… era una verdad a medias de su propia historia.

– Veo que ha estado leyendo mi coleccion de recortes. Probablemente eso la ha llevado a formarse algunas ideas interesantes, pero equivocadas.

– La unica idea que me he formado, senor Jann, es que es usted una persona enferma que necesita ayuda. No se como ha conseguido traerme hasta aqui, pero le aseguro que tan pronto salga de este lugar, mi primera visita va a ser la gendarmeria. El rapto es un delito…

Sus palabras le sonaron tan ridiculas como fuera de lugar.

– ?Debo intuir entonces que tiene intencion de renunciar a su empleo, madame Sauvelle?

Aquella rara punta de ironia dibujo una senal de alerta en el animo de Simone. Aquel comentario no se diria propio del Lazarus que conocia. Aunque, a decir verdad, si algo estaba claro es que no lo conocia en absoluto.

– Intuya lo que quiera -replico friamente.

– Bien. En ese caso, antes de que acuda a las autoridades, para lo cual tiene mi venia, permitame que complete las piezas de la historia que sin duda usted ha hilvanado ya en su mente.

Simone observo la mascara, palida y desprovista de cualquier expresion. Un rostro de porcelana del que emergia aquella voz fria y distante. Sus ojos apenas eran dos pozos de oscuridad.

– Como vera, apreciada Simone, la unica moraleja que se puede sacar de esta historia, o de cualquier otra, es que, en la vida real, a diferencia de la ficcion, nada es lo que parece…

– Prometame una cosa, Lazarus -lo interrumpio ella.

– Si esta en mi mano…

– Prometame que, si escucho su historia, me dejara marchar de aqui con mis hijos. Yo le juro que no acudire a las autoridades. Tan solo cogere a mi familia y abandonare este pueblo para siempre. No volvera a saber de mi - suplico Simone.

La mascara guardo unos segundos de silencio. -?Es eso lo que desea?

Ella asintio, conteniendo las lagrimas.

– Me decepciona, Simone. Crei que eramos amigos. Buenos amigos. -Por favor…

La mascara cerro el puno.

– Esta bien. Si lo que quiere es reunirse con sus hijos, lo hara. A su debido tiempo…

– ?Recuerda a su madre, madame Sauvelle? Todos los ninos tienen en su corazon un lugar reservado para la mujer que los trajo al mundo. Es como un punto de luz que nunca se apaga. Una estrella en el firmamento. Yo he pasado la mayor parte de mi vida intentando borrar ese punto. Olvidarlo por completo. Pero no es facil. No lo es. Espero que, antes de juzgarme y condenarme, tenga a bien escuchar mi historia. Sere breve. Las buenas historias necesitan de pocas palabras…

»Vine al mundo la noche del 26 de diciembre de 1882, en una vieja casa de la mas oscura y retorcida calle del distrito de Les Gobelins, en Paris. Un lugar tenebroso e insalubre, ciertamente. ?Ha leido a Victor Hugo, madame Sauvelle? Si lo ha hecho, sabra de que le hablo. Fue alli donde mi madre, con ayuda de su vecina Nicole, dio a luz a un pequeno bebe. Era un invierno tan frio que, al parecer, tarde minutos en prorrumpir en el llanto que se espera de todo bebe. Tanto es asi que, por un instante, mi madre estuvo convencida de que habia nacido muerto. Cuando comprobo que no era asi, la pobre infeliz lo interpreto como un milagro y decidio, divina ironia, bautizarme con el nombre de Lazarus.

»Evoco los anos de mi infancia como una sucesion de gritos en las calles y de largas enfermedades de mi madre. Uno de mis primeros recuerdos es el estar sentado sobre las rodillas de Nicole, la vecina, y escuchar como la buena mujer me contaba que mi madre estaba muy enferma, que no podia atender a mis llamadas y que debia ser bueno e ir a jugar con los otros ninos. Los otros ninos a los que se referia eran un grupo de chiquillos harapientos que mendigaban de sol a sol y aprendian antes de los siete anos que la supervivencia en el barrio pasaba por convertirse en criminal o en funcionario. No es necesario aclarar cual de las dos alternativas era la favorita.

»La unica luz de esperanza en aquellos dias en el barrio la representaba un personaje misterioso que ocupaba nuestros suenos. Su nombre era Daniel Hoffmann y era sinonimo de fantasia para todos nosotros, hasta el punto de que muchos dudaban de su existencia. Segun contaba la leyenda, Hoffmann recorria las calles de Paris con diferentes disfraces y simulando distintas identidades, repartiendo entre los ninos pobres juguetes que el mismo habia construido en su fabrica. Todos los chiquillos de Paris habian oido hablar de el y todos sonaban con que, algun dia, ellos serian los elegidos por la fortuna.

»Hoffmann era el emperador de la magia, de la imaginacion. Solo una cosa podia vencer a la fuerza de su fascinacion: la edad. A medida que los muchachos crecian y su espiritu quedaba desprovisto de la capacidad de imaginar, de jugar, el nombre de Daniel Hoffmann se borraba de su memoria; hasta que un dia, ya adultos, eran incapaces de identificado cuando lo oian de labios de sus propios hijos…

»Daniel Hoffmann fue el mayor fabricante de juguetes que jamas ha existido. Poseia una gran factoria en el distrito de Les Gobelins. Su fabrica de juguetes semejaba una gran catedral que se alzaba entre las tinieblas de aquel barrio fantasmal y plagado de peligros y miserias. Una torre afilada como una aguja se alzaba en el centro y se clavaba en las nubes. Desde ella, las campanas senalaban el alba y el crepusculo todos los dias del ano. El eco de aquellas campanas se oia en toda la ciudad. Todos los muchachos del barrio conociamos el edificio, pero los adultos eran incapaces de verlo y creian que su emplazamiento lo ocupaba un inmenso pantano impenetrable, una tierra baldia en el corazon de las tinieblas de Paris.

»Nadie habia visto jamas el verdadero rostro de Daniel Hoffmann. Se decia que el creador de los juguetes ocupaba una sala en lo mas alto de la torre y que apenas salia de alli; menos cuando se aventuraba, disfrazado, por las calles de Paris al anochecer y regalaba juguetes a los ninos desheredados de la ciudad. A cambio, tan solo pedia una cosa: el corazon de los muchachos, su promesa eterna de amor y obediencia. Cualquier chico del barrio le hubiese entregado su corazon sin dudado. Pero no todos escuchaban la llamada. Los rumores hablaban de cientos de diferentes disfraces que ocultaban su identidad. Habia quien se aventuraba a declarar que Daniel Hoffmann jamas empleaba dos veces un mismo atavio.

»Pero volvamos a mi madre. La enfermedad a la que Nicole se referia es para mi todavia un misterio. Imagino que algunas personas, como ciertos juguetes, a veces nacen con una tara de origen. De algun modo, eso nos convierte a todos en juguetes rotos, ?no le parece? El caso es que la dolencia que padecia mi madre se tradujo con el tiempo en una paulatina perdida de sus capacidades mentales. Cuando el cuerpo esta herido, la mente no tarda en desviarse del camino. Es ley de vida.

»Fue asi como aprendi a crecer con la soledad como unica compania y a sonar con que algun dia Daniel Hoffmann vendria en mi ayuda. Recuerdo que todas las noches, antes de acostarme, le pedia al angel de la guarda que me llevase hasta el. Todas las noches. Y fue asi tambien como, supongo que llevado de la fantasia de Hoffmann, empece a fabricar mis propios juguetes.

»Para ello empleaba despojos que encontraba en las basuras del barrio. Y construi mi primer tren, y un castillo de tres niveles. A eso le siguio un dragon de carton y, mas adelante, una maquina de volar, mucho antes de que los aeroplanos fuesen una vision habitual en el cielo. Pero mi juguete favorito era Gabriel. Gabriel era un angel. Un angel maravilloso que forje con mis propias manos para que me protegiese de la oscuridad y de los peligros del destino. Lo construi con los restos de una maquina de planchar y quincalleria que consegui de un telar abandonado, dos calles mas abajo de donde viviamos. Pero Gabriel, mi angel de la guarda, tuvo una vida corta.

»El dia en que mi madre descubrio todo mi arsenal de juguetes, Gabriel quedo condenado a muerte.

»Mi madre me llevo al sotano de la casa y alli, susurrando y sin dejar de mirar hacia todas partes, como si temiese que alguien estuviese acechando en la sombra, me conto que alguien le habia estado hablando en suenos. Su confidente le habia hecho la siguiente revelacion: los juguetes, todos los juguetes, eran una invencion del mismisimo Lucifer. Con ellos esperaba condenar las almas de los ninos del mundo. Aquella misma noche, Gabriel y todos mis juguetes fueron a parar al horno de la caldera.

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