parecian de trapo, y su cerebro, pura gelatina. Una oleada de nauseas la invadio, desde la boca del estomago hasta la cabeza. Al tratar de incorporarse, comprendio que aquel extrano fuego que parecia carcomerle la piel como acido era el sol. Un amargo sabor afloro a sus labios. El espejismo de lo que semejaba ser una pequena cala entre las rocas flotaba a su alrededor como un tiovivo. No se habia sentido peor en su vida.

Se tendio de nuevo y advirtio la presencia de Ismael a su lado. De no ser por su respiracion entrecortada, Irene hubiese jurado que estaba muerto. Se froto los ojos y poso una de sus manos llagadas sobre el cuello de su companero. Pulso. Irene acaricio el rostro de Ismael y poco despues el muchacho abrio los ojos. El sol lo cego por un instante.

– Estas horrible… -murmuro el, sonriendo trabajosamente,

– Pues tu no te has visto -replico la muchacha. Como dos naufragos a los que el vendaval hubiese escupido en la playa, se levantaron tambaleandose y buscaron la proteccion de la sombra bajo los restos de un tronco caido entre los acantilados. La gaviota que habia estado velando su sueno volvio a posarse sobre la arena, su curiosidad insatisfecha.

– ?Que hora debe de ser? -pregunto Irene, combatiendo el martilleo que le golpeaba las sienes a cada palabra.

Ismael le mostro su reloj. La esfera estaba llena de agua, y el segundero, desprendido, emulaba una anguila petrificada en una pecera. El muchacho se protegio los ojos con ambas manos y observo el sol.

– Ha pasado ya el mediodia.

– ?Cuanto tiempo hemos estado durmiendo? -pregunto ella.

– No el suficiente -replico Ismael-. Podria dormir una semana seguida.

– No hay tiempo para dormir ahora -urgio Irene.

El asintio y estudio los acantilados en busca de una salida practicable.

– No va a ser facil. Yo solo se llegar hasta la laguna por mar… -empezo.

– ?Que hay tras los acantilados?

– El bosque que atravesamos anoche.

– ? y a que estamos esperando?

Ismael examino de nuevo los acantilados. Una selva de perfiles afilados en la piedra se alzaba frente a ellos. Escalar aquellas rocas iba a llevar tiempo, por no hablar de las numerosas posibilidades que tenian de sufrir un grave encuentro con la ley de la gravedad y romperse la crisma. La imagen de un huevo estallando sobre el suelo desfilo por su mente. «Perfecto final», penso.

– ?Sabes trepar? -pregunto Ismael.

Irene se encogio de hombros. El chico observo sus pies desnudos cubiertos de arena. Brazos y piernas de piel blanca sin proteccion alguna.

– Hacia gimnasia en la escuela y era de las mejores subiendo la cuerda -dijo ella-. Supongo que es lo mismo.

Ismael suspiro. Sus problemas no habian acabado.

Por espacio de unos segundos, Simone Sauvelle volvio a tener ocho anos. Volvio a ver aquellas luces de cobre y plata que trazaban caprichosas acuarelas de humo. Volvio a sentir el intenso aroma de la cera quemada, de las voces susurrando en la penumbra, y la danza invisible de cientos de cirios ardiendo en aquel palacio de misterios y encantamientos que habia embrujado los recuerdos de su infancia: la antigua catedral de Saint Etienne. El hechizo, sin embargo, no duro mas que eso, unos segundos.

Poco despues, a medida que sus ojos cansados recorrian la tenebrosa tiniebla que la rodeaba, Simone comprendio que aquellas velas no eran las de capilla alguna, que las manchas de luz que danzaban en los muros eran viejas fotografias y que aquellas voces, susurros lejanos, solo existian en su mente. Supo instintivamente que no estaba en la Casa del Cabo, ni en ningun lugar que pudiese recordar. Su memoria le devolvio un eco confuso de las ultimas horas. Recordaba haber conversado con Lazarus en el porche. Recordaba haberse preparado un vaso de leche caliente antes de acostarse, y recordaba las ultimas palabras que habia leido en el libro que presidia su mesilla de noche.

Despues de apagar la luz, evoco vagamente haber sonado con los gritos de un nino y una absurda sensacion de haberse despertado en plena madrugada para contemplar como las sombras parecian caminar en la oscuridad. Mas alla, su memoria se extinguia como los bordes de un dibujo inacabado. Sus manos palparon un tejido de algodon y advirtio asi que todavia vestia su camison de dormir. Se incorporo y lentamente se acerco al mural que reflejaba la luz de decenas de velas blancas, pulcramente alineadas en los brazos de candelabros surcados por lagrimas de cera.

Las llamas susurraban al unisono; aquel sonido eran las voces que le habia parecido oir. La lumbre aurea de todas aquellas luces ardientes le dilato las pupilas y una rara lucidez penetro en su mente. Los recuerdos parecieron volver uno a uno, como las primeras gotas de una lluvia al alba. Con ellos, cayo el primer golpe de panico.

Recordo el frio contacto de unas manos invisibles arrastrandola en las tinieblas. Recordo una voz que le susurraba al oido mientras cada musculo de su cuerpo quedaba petrificado, incapaz de reaccionar. Recordo una forma forjada en sombras que la llevaba a traves del bosque. Recordo como habia murmurado su nombre aquella sombra espectral y como ella, paralizada por el terror, habia comprendido que nada de todo aquello era una pesadilla. Simone cerro los ojos y se llevo las manos a la boca, ahogando un grito.

Su primer pensamiento fue para sus hijos. ?Que habia sido de Irene y de Dorian? ?Seguian en la casa? ?Los habia alcanzado aquella aparicion indescriptible? Una fuerza desgarradora marco a fuego cada uno de estos interrogantes en su alma. Corrio hacia lo que parecia una puerta y forcejeo con la cerradura en vano, gritando y aullando hasta que la fatiga y la desesperacion pudieron mas que ella. Paulatinamente, una fria serenidad la devolvio a la realidad.

Estaba presa. Quien la habia secuestrado en mitad de la noche la habia encerrado en aquel lugar y, probablemente, tambien habia capturado a sus hijos. Pensar que podria haberlos danado o herido estaba fuera de consideracion en aquel momento. Si esperaba poder hacer algo por ellos, debia anular cualquier nuevo espasmo de panico y mantener el control de cada uno de sus pensamientos. Simone apreto los punos con fuerza mientras se repetia estas palabras. Respiro profundamente con los ojos cerrados, sintiendo como su corazon recuperaba un pulso normal.

Poco despues abrio de nuevo los ojos y observo la habitacion con detenimiento. Cuanto antes comprendiese lo que estaba sucediendo, antes podria salir de alli y acudir en ayuda de Irene y Dorian.

Lo primero que sus ojos registraron fueron los muebles, pequenos y austeros. Muebles de nino, de construccion sencilla, rayana en la pobreza. Estaba en la habitacion de un nino, pero su instinto le decia que hacia mucho tiempo que ningun nino la ocupaba. La presencia que impregnaba aquel lugar, tangible, fuera lo que fuese, desprendia vejez, decrepitud. Simone se acerco al lecho y se sento sobre el, contemplando la habitacion desde alli. No habia inocencia en aquella alcoba. Cuanto podia presentir era oscuridad. Maldad.

El lento veneno del miedo empezo a correr por sus venas, pero Simone ignoro sus senales de aviso y, tomando uno de los candelabros, se aproximo a la pared. Infinidad de recortes y fotografias formaban un mural que se perdia en la penumbra. Advirtio la rara pulcritud con que todas aquellas imagenes habian sido adheridas a la pared. Un siniestro museo de recuerdos se desplegaba ante sus ojos, y cada uno de aquellos recortes parecia proclamar en silencio la existencia de algun significado para todo ello. Una voz que trataba de hacerse oir desde el pasado. Simone acerco la vela a un palmo escaso de la pared y dejo que el torrente de fotografias y grabados, de palabras y dibujos, la inundase.

Sus ojos captaron al vuelo un nombre familiar en una de las decenas de noticias: Daniel Hoffmann. El nombre desperto su memoria con un relampago. El misterioso personaje de Berlin cuya correspondencia debia separar, segun sus instrucciones. El extrano individuo cuyas cartas, tal como Simone habia averiguado accidentalmente, iban a parar a las llamas. Sin embargo, habia algo en todo aquello que no cuadraba. El hombre del que hablaban aquellas noticias no vivia en Berlin y, a juzgar por las fechas de publicacion de los periodicos, deberia contar ahora con una edad improbablemente avanzada. Confundida, Simone se sumergio en el texto de la resena.

El Hoffmann de los recortes era un hombre rico, fenomenalmente rico. Centimetros mas alla, la primera pagina de Le Figaro publicaba la noticia de un incendio en la factoria de juguetes. Hoffmann habia muerto en la tragedia. Las llamas consumian el edificio y una multitud se agolpaba, paralizada por el espectaculo infernal. Entre ellos, un nino de ojos asustados miraba a la camara, perdido.

La misma mirada aparecia en otro recorte. Esta vez, la noticia explicaba la tenebrosa historia de un muchacho que habia permanecido siete dias encerrado en un sotano, abandonado en la oscuridad. Agentes de la policia lo

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