– Tu no sabes nada -dijo la sombra.

Dorian observo que los ojos del espectro barrian la estancia y se detenian en la puerta que conducia al sotano. La puerta de madera envejecida se abrio de repente y el muchacho sintio como una presencia invisible lo empujaba hacia alli sin que pudiera hacer nada por remediado. Cayo escaleras abajo, hacia la oscuridad. La puerta se cerro de nuevo, al igual que una losa de piedra inamovible.

Dorian supo que en cuestion de segundos perderia la conciencia. Acababa de oir la risa de la sombra, como un chacal, mientras se llevaba a su madre hacia el bosque, entre la niebla.

A medida que la marea ganaba terreno en el interior de la cueva, Irene e Ismael sentian el cerco mortal estrechandose en torno a ellos, una trampa claustrofobica y letal. Irene ya habia olvidado el momento en que el agua les habia arrebatado su refugio temporal sobre la roca. Ya no habia punto de apoyo bajo sus pies. Estaban a merced de la marea y de su propia capacidad de resistencia. El frio la azotaba con un intenso dolor en los musculos, el dolor de cientos de alfileres clavandose en su interior. La sensibilidad en las manos empezaba a desvanecerse y la fatiga desplegaba garras de plomo que parecian asidos por los tobillos y tirar de ellos. Una voz interior les susurraba que se rindiesen y se uniesen al placido sueno que los esperaba bajo el agua. Ismael sostenia a flote a la chica y sentia su cuerpo temblar en sus brazos. Cuanto tiempo podia aguantar asi ni el mismo lo sabia. Cuanto faltaba para el alba y la retirada de la marea, menos aun.

– No dejes los brazos caidos. Muevete. No dejes de moverte -gimio.

Irene asintio, al borde de la inconsciencia. -Tengo sueno… -susurro la muchacha, casi delirando.

– No. No puedes dormirte ahora -ordeno Ismael.

Los ojos de Irene lo observaban entreabiertos sin verlo. El alzo el brazo y palpo el techo rocoso hasta el que los habia empujado la marea. Las corrientes internas los alejaban del orificio en la cuspide y los adentraban en las entranas de la cueva, velando la unica posible via de escape. Pese a todos sus esfuerzos por mantenerse bajo el orificio de entrada, no habia modo de sujetarse y evitar que la fuerza imparable de la corriente los alejase de alli a su capricho. Apenas les quedaba ya espacio para respirar. Y la marea, inexorable, seguia subiendo.

Por un momento, el rostro de Irene se precipito sobre el agua. Ismael la agarro y tiro de ella. La muchacha estaba completamente aturdida. Sabia de hombres mas fuertes y experimentados que habian perecido de igual modo, a merced del mar. El frio podia hacer eso con cualquiera. El manto letal entumecia primero los musculos y nublaba la mente, esperando pacientemente que la victima se rindiese a los brazos de la muerte.

Ismael agito a la chica y la encaro hacia si. Ella balbuceo palabras sin sentido. Sin pensado dos veces, Ismael la abofeteo con fuerza. Irene abrio los ojos y dejo escapar un alarido de panico. Durante unos segundos no supo donde estaba. En la oscuridad, rodeada de agua helada y sintiendo unos brazos extranos que la rodeaban, creyo despertar en la peor de sus pesadillas. Luego, todo volvio a su mente. Cravenmoore. El angel. La cueva. Ismael la abrazo y ella fue incapaz de contener el llanto; gemia como una nina asustada.

– No me dejes morir aqui -susurro.

El muchacho recibio sus palabras como una punalada envenenada.

– No vas a morir aqui. Te lo prometo. No voy a permitido. La marea bajara pronto y quiza la cueva no se cubra totalmente… Tenemos que aguantar un poco mas. Solo un poco mas y podremos salir de aqui.

Irene asintio y se abrazo con mas fuerza a el. Ojala Ismael hubiera tenido la misma fe en sus palabras que su companera.

Lazarus Jann ascendio lentamente los peldanos de la escalinata principal de Cravenmoore. El aura de una presencia extrana flotaba bajo el halo de la lampara ubicada en la cuspide. Podia percibido en el olor del aire, en el modo en que las particulas de polvo tejian una red de motas plateadas al ser atrapadas por la luz. Al llegar al segundo piso, sus ojos se posaron sobre la puerta del extremo del corredor, mas alla de los velos. La puerta estaba abierta. Sus manos empezaron a temblar.

– ?Alexandra?

El frio halito del viento alzo los visillos que pendian en la galeria en penumbra. Un oscuro presentimiento se abatio sobre el. Lazarus cerro los ojos y se llevo la mano al costado. Una punzada de dolor se le habia abierto en el pecho y se prolongaba hasta el brazo derecho, en un reguero de polvora encendida, pulverizando sus nervios con crueldad.

– ?Alexandra? -gimio de nuevo.

Lazarus corrio hasta la puerta de la habitacion y se detuvo en el umbral, observando los signos de lucha y las ventanas rotas, abandonadas a la fria neblina que cabalgaba desde el bosque. Apreto el puno hasta sentir como las unas se clavaban en la palma de su mano.

– Maldito seas…

Luego, limpiandose el sudor frio que le cubria la frente, se acerco hasta el lecho y, con infinita delicadeza, aparto las cortinas que pendian del palanquin.

– Lo siento, querida… -dijo al tiempo que se sentaba al borde de la cama-. Lo siento…

Un extrano sonido capto su atencion. La puerta de la habitacion se balanceaba lentamente a un lado ya otro. Lazarus se incorporo y se acerco cautelosamente al umbral.

– ?Quien anda ahi? -pregunto.

No obtuvo respuesta, pero la puerta se detuvo.

Lazarus se adelanto unos pasos hacia el corredor y oteo la oscuridad. Cuando sintio el siseo sobre el, ya era tarde. Un golpe seco en la nuca lo derribo al suelo, semiinconsciente. Sintio como unas manos lo asian por los hombros y lo arrastraban por el pasillo. Sus ojos consiguieron captar una vision fugaz:

Christian, el automata que guardaba la puerta principal. El rostro se volvio hacia el. Un brillo cruel relucia en sus ojos.

Poco despues, perdio el sentido.

Ismael presintio la llegada del alba en la retirada de las corrientes que habian estado empujandolos sin remedio hacia el interior de la caverna durante toda la noche. Las manos invisibles del mar fueron relajando su presa lentamente, permitiendole arrastrar a una inconsciente Irene hacia la parte mas alta de la caverna, donde el nivel del mar les concedia un escaso hueco de aire. Cuando la claridad que reverberaba sobre el fondo arenoso tendio un sendero de luz palida hacia la salida de la cueva y la marea se batio en retirada, Ismael dejo escapar un alarido de jubilo que nadie, ni siquiera su companera, pudo oir. El muchacho sabia que una vez que el nivel del mar iniciase el descenso, la propia cueva les mostraria el camino de salida hacia la laguna y el aire libre.

Hacia ya un par de horas, quiza, que Irene se sostenia a flote puramente con la ayuda de Ismael. La joven apenas lograba mantenerse despierta. Su cuerpo ya no temblaba; sencillamente, se mecia en la corriente como un objeto inanimado. Mientras esperaba pacientemente que la marea les dejase el paso libre, Ismael comprendio que, de no haber estado el alli, Irene habria muerto hacia horas.

Mientras la sostenia a flote y le susurraba palabras de animo que la muchacha no podia comprender, el chico recordo las historias que las gentes del mar contaban sobre los encuentros con la muerte y sobre como, cuando alguien salvaba la vida de un semejante en el mar, sus almas permanecian unidas eternamente por un vinculo invisible.

Poco a poco, la corriente se fue retirando e Ismael consiguio arrastrar a Irene hacia la laguna, dejando atras la boca de la gruta. Mientras el amanecer dibujaba una trenza de ambar sobre el horizonte, el chico la condujo hasta la orilla. Cuando la muchacha abrio los ojos, aturdida, descubrio el rostro sonriente de Ismael, que la observaba.

– Estamos vivos -murmuro el.

Irene dejo caer los parpados, agotada.

Ismael alzo la vista por ultima vez y contemplo la luz del alba sobre el bosque y los acantilados. Era el espectaculo mas maravilloso que habia presenciado en toda su vida. Luego, lentamente, se tendio junto a Irene en la arena blanca y se rindio a la fatiga. Nada podria haberlos despertado de aquel sueno. Nada.

11. EL ROSTRO BAJO LA MASCARA

Lo primero que Irene vio al despertar fueron dos ojos negros e impenetrables que la observaban con parsimonia. La muchacha se retiro de una sacudida y la gaviota, asustada, alzo el vuelo. La chica sintio los labios resecos y doloridos, una ardiente tirantez en la piel y las punzadas de escozor en todo el cuerpo. Sus musculos le

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