Perutz trata la historia y la ficcion con libertad y soberania segun sus propositos; en cambio, el orden narrativo de su novela esta construido hasta el minimo detalle. Las premoniciones de los personajes de la novela, que por un lado caracterizan a los propios personajes y por otro, establecen nexos entre acontecimientos muy distantes del proceso narrativo, desempenan para Perutz un papel especial a la hora de crear una riqueza de relaciones en el desarrollo narrativo. Pocos narradores alemanes de este siglo han hecho de este recurso narrativo un uso tan rico y diferenciado.
Ya al principio de la novela, Perutz se sirve de una forma bastante convencional de premonicion del final cuando describe las visiones angustiosas del Ludovico Sforza: «La soledad, aunque solo durase algunos minutos, le inquietaba y agobiaba; se sentia entonces como si ya hubiese sido abandonado por todos, y un presentimiento sombrio hacia que el mas amplio recinto se le estrechase hasta convertirse en un calabozo». En el ultimo capitulo de la novela, el lector averigua que el duque ha perdido en efecto «su ducado, sus bienes, a sus amigos y finalmente tambien su libertad» y que «pasaba sus ultimos anos en una prision situada en lo alto de una roca en la ciudad de Loches».
Una forma de la premonicion referida al pasado es empleada por Perutz en el primer encuentro entre Behaim y Mancino. Behaim tiene la impresion «de haberse cruzado ya con ese hombre […] alguna vez en uno de sus viajes»; cuando Mancino se acerca a el con una «expresion fria y distante» piensa Behaim de pronto: «Altivo como uno que es conducido a la horca […], y al instante se dio cuenta de lo disparatada que era esa ocurrencia, pues nadie caminaba altivo hacia la horca, mas bien digno de lastima, desesperado, reclamando compasion o quizas tambien indiferente, si se habia resignado con su destino». Este «recuerdo vago» solo se convierte mucho mas tarde en una imagen precisa cuando, conversando con Mancino, Behaim recuerda un episodio ocurrido anos atras en el sur de Francia: «entonces vi subir por la carretera un cortejo, dos alabarderos a la derecha y dos a la izquierda, que conducian a la horca a un hombre que caminaba entre ellos y ese hombre erais vos. Pero no teniais aspecto de delincuente, caminabais orgulloso, con la cabeza alta como si estuvieseis invitado a un banquete ducal». Solo el segundo recuerdo «fructifero» convierte el primer recuerdo «censurado» en una premonicion y esa premonicion se refiere al pasado de Mancino en el que Behaim quiere poner un orden que para Mancino es inaccesible y carente de importancia.
La premonicion mas clara y enfatica de la novela la tiene el propio Mancino en el cuarto capitulo cuando predice a Behaim que volvera a ver a su «Anita»: «Y recordad lo que os digo: temo que las cosas tendran un final desastroso para la muchacha. En ese caso tambien lo tendra para vos, os lo advierto. Y quizas tambien para mi».
Esta triple profecia se cumple en la novela: para el futuro «Judas» Behaim, para Niccola que pierde a su amado, y para Mancino que pierde su vida. Que Mancino formule tan ambiguamente el pronostico que se refiere a si mismo, guarda sin duda relacion con el estribillo de su balada: «Lo conozco todo, menos a mi».
El caso mas interesante de una premonicion se encuentra en la conversacion entre Behaim y el pintor D'Oggiono que en el capitulo cuarto aparece pintando unas bodas de Cana. Behaim piensa en un reencuentro con su «Anita» y reflexiona sobre lo que le dira cuando llegue esa ocasion. En ese momento, D'Oggiono, que esta terminando la imagen del Salvador, cita las palabras de Jesus, «?Mujer, que tengo yo que ver contigo!» (Jun.2, 4). «Behaim miro atonito a D'Oggiono que habia pronunciado esas palabras en voz alta, parecia como si por obra de magia D'Oggiono hubiese leido la pregunta en su frente y la hubiese contestado siguiendo una intuicion» -se siente aliviado cuando el pintor aclara la situacion. En el capitulo decimotercero Behaim explica al maestro Leonardo y a sus discipulos como ha conseguido cobrar la deuda de Boccetta valiendose de una artimana. Cuenta como tomo de Niccola el dinero de su padre, como la despidio y como ella le llamo una «mala persona»: «Pero yo pense en las palabras que vos -se dirigio a D'Oggiono y senalo el arca con la representacion de las Bodas de Cana- dejais pronunciar al Salvador en esa boda: '?Mujer, que tengo yo que ver contigo!'. Y le mostre la puerta».
En la primera utilizacion, la cita del evangelio de San Juan no contiene ninguna premonicion -Behaim comete un error de asociacion al interpretarla como respuesta a una pregunta que ni siquiera ha formulado en voz alta. Solo cuando recuerda mas tarde la cita y la repite ante Niccola, convierte la primera utilizacion en la premonicion del final de un amor que todavia no ha comenzado.
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DANTE, Purgatorio, 11 canto, v. 91
En el capitulo duodecimo del
El tema de la vanidad de las cosas se acentua eficazmente por medio de la estructura cronologica de la novela que arranca en el ano 1498 con los sombrios presentimientos del duque Ludovico Sforza y cuya accion principal tiene lugar ese ano; su ultimo capitulo se desarrolla, sin embargo en 1506, cuando las visiones angustiosas del duque ya se han hecho realidad. Al final de la novela, cuando Behaim regresa a Milan, es como si llegase a otra ciudad y otra epoca; aparte de Niccola y su marido, el escultor Simoni, Behaim no encuentra a ninguno de los antiguos personajes de la novela, y a aquellos dos, no los reconoce. Con este final los acontecimientos lejanos acaecidos en la suntuosa corte de Ludovico Moro adquieren el caracter de perdida irrecuperable. Pero ya durante esa etapa brillante hay indicios inconfundibles del caracter efimero de la buena vida de Milan, como pone de manifiesto la vision del exilio de Leonardo: «[…] y se vio en un pais extranjero, muy remoto, sin amigos ni companeros, sin hogar, solo y en la mayor indigencia dedicado a las artes y las ciencias». Pero el problema de la falta de patria afecta tambien a otras figuras de la novela. Sin duda el prototipo del apatrida es Mancino, el poeta sin memoria que una veces fantasea «que es el hijo de un duque o de algun otro noble», que otras se queja «de no haber sido nunca mas que un pobre vagabundo, de haber soportado mucha hambre, frio y otras calamidades y de haber pasado rozando la horca en varias ocasiones». Incluso el avaro Boccetta es un hombre, «que pertenecio antano a la nobleza de la ciudad de Florencia». El poderoso duque Ludovico Moro, cuya corte es el escenario de los capitulos primero y duodecimo, termina, lejos de la patria, en una prision francesa; el mentor del principe ducal es «un griego que se habia convertido en apatrida tras la caida de Constantinopla», y hasta Behaim reconoce en la unica etapa simpatica de su vida, es decir, cuando esta enamorado, el caracter apatrida de su inquieta existencia: «?Dios mio, que vida que he llevado todos estos anos! De un lado para otro, a caballo, en barco, a tierras griegas, turcas, moscovitas, luego otra vez a Venecia, a los almacenes. Y de nuevo a los mercados, a las cortes, siempre detras del maldito dinero».
Leo Perutz no escribio en su vida ningun texto autobiografico, y su insistencia estricta en la autonomia del arte no le permitio nunca incluir elementos autobiograficos en sus textos literarios. No obstante, cabe suponer que los temas de la transitorie-dad y de la falta de patria guardan una cierta relacion con la epoca y las condiciones en que fue creada la novela. Ya en la Viena de la segunda mitad de 1937, habia comenzado Perutz a documentarse de manera intensiva antes de ponerse a escribir