chusma! Por mi alma que deberian dar un escarmiento a ese Leonardo, cuanto mal podra hacer todavia, si persiste en sus vilezas. ?Un pintor? Ese tiene de pintor lo que un ciruelo de vina. Por la cruz de Dios, ese Leonardo no debe tener mucho cerebro debajo de su gorra si no supo inventar otro Judas que no fuera yo. Se merece que le muelan a palos. ?No, que le muelan a palos no… a un ser asi deberian enviarle a galeras, encadenado!
Habia llegado a la plaza de la catedral cuando vino a su encuentro el escultor Simoni con un nino pequeno a su izquierda y Niccola a su derecha. Pero Joachim Behaim, todavia lleno de colera, los punos cerrados, la cabeza inclinada, paso junto a los tres jurando en lengua bohemia sin dirigirles una mirada.
El escultor se detuvo y solto la mano del nino.
– Era el -dijo sintiendo como le palpitaba el corazon y le brotaba un sudor frio-. ?Le has visto?
– Si -respondio Niccola-. Le he visto.
– Y tu… ?todavia le amas? -balbucio el escultor.
– ?Como puedes hacer una pregunta tan tonta! -dijo Niccola colocandole el brazo alrededor de los hombros-. Creeme, nunca le habria amado si hubiese sabido que lleva el rostro de Judas.
UN COMENTARIO FINAL DEL AUTOR
Algunos lectores de este libro se habran percatado quizas de que los versos que dejo pronunciar a Mancino se parecen mucho a los poemas del gran poeta frances Francois Villon que nacio en Paris en 1431, estudio bellas artes entre 1448 y 1452 en la Universidad de Paris, escribio numerosos poemas notables y tambien una novela en verso que se desarrolla en el barrio universitario parisino -desgraciadamente esta novela no ha llegado hasta nosotros- y hacia 1464 desaparecio misteriosamente del campo visual de sus contemporaneos de manera que nadie puede decir donde vivio despues de 1464 ni cuando murio.
Reconozco que los versos que pongo en boca de Mancino muestran una acusada semejanza de forma y fondo con los poemas de Francois Villon, no obstante no se me debe hacer el reproche de haber cometido un plagio. Pues me he tomado la libertad -que tal vez es una gran imprudencia- no solo de sugerir, sino de mostrar claramente en este libro, que Mancino no es otro que aquel Frangois Villon, estudiante, poeta, vagante y miembro de una banda de ladrones que, desaparecido en Francia, reaparece en el Milan de final de siglo, donde vive entre los artistas que habitan el circulo magico de la catedral -escultores, fundidores de bronce y maestros canteros- y despues encuentra un final, sin gloria ciertamente, pero, en mi opinion bastante caballeresco. Si, por lo tanto, el es Francois Villon, tiene todo el derecho de hacer pasar por suyos los versos de Francois Villon. Quizas algun que otro lector se niegue a seguirme por este camino y no este dispuesto a dejarse convencer de que Mancino y el poeta frances desaparecido son la misma persona. Yo, evidentemente, no se lo puedo prohibir. En tal caso Mancino, que se llama a si mismo borracho, jugador, buscavidas, pendenciero y putero, sera tachado ademas de plagiario, eso ya no importa. Pero cualquiera que sea la opcion del lector, ya tenga a Mancino por Francois Villon o por un descarado usurpador, los versos del epitafio que se dedico a si mismo y nos lego el vagante y poeta frances, pueden atribuirse por su contenido tambien a Mancino. Traducidos muy libremente dicen asi:
EPILOGO
1
ALFRED POLGAR
sobre las novelas de Leo Perutz
El comerciante de caballos Joachim Behaim, hijo de un mercader de la ciudad bohemia de Melnik, «un hombre de extraordinaria belleza, de unos cuarenta anos», y personaje central de la novela
La lucha entre Boccetta y Behaim no es la lucha a vida o muerte entre la burguesia mercantil y la nobleza - como la que estalla entre Kohlhaas y el senor feudal Von Tronka-, sino una lucha entre personajes de la tradicion literaria. La figura de Boccetta, facilmente identificable, personifica originalmente la mentalidad economica aferrada a las monedas caracteristica del avaro y usurero cuyo lema es: «Quien conserva el dinero, tiene el honor». Behaim, en cambio, es el tipo del comerciante capitalista moderno que adopta la divisa: «Se puede ganar dinero con cualquier mercancia». El mercader Behaim esta tan acostumbrado a medir las cosas de la vida por su valor de mercado, que recomienda al perplejo discipulo de Leonardo, D'Oggiono, que a la hora de vender sus bien pintadas figuras de Cristo, del publicano o de los apostoles pida por ellas precios fijos; Behaim ni siquiera ve a las criaturas femeninas como individuos, sino que les asigna el nombre generico de «Anitas». Hasta que se produce su encuentro con Niccola.
Desde ese encuentro
Niccola, la hija de Boccetta, ama a Behaim tan sinceramente que por ese amor no solo sacrifica su pureza, sino tambien la lealtad que debe a su padre. Behaim, que en la novela afirma repetidamente «yo me conozco», se enamora locamente de Niccola y confiesa: «No me reconozco, no, ya no soy el mismo». Sin embargo, finalmente sigue siendo el que era, pues tras tomar la decision de «contraer matrimonio» con Niccola, traiciona su amor por la deuda de diecisiete ducados. Como hace saber a Leonardo hacia el final de la novela, cuando descubre que Niccola es la hija de su deudor Boccetta, «ella ya no podia convertirse en mi esposa, ni seguir siendo mi amada. La habia amado demasiado y eso no lo permitia mi orgullo ni mi honor». Al principio de la novela, el muchacho Giamino definia con las mismas palabras el pecado de Judas ante el maestro Leonardo, y despues de que el moribundo Mancino llama la atencion de Leonardo sobre el «Judas» Behaim, el maestro puede terminar su