– ?Tengo sed! -dijo Mancino en voz baja y abriendo los ojos bebio un trago de la jarra que le llevo a los labios el organista. Entonces descubrio a Leonardo, alzo la mano Para saludarle y una sonrisa ilumino su semblante.
– ?Leonardo mio, se bienvenido! -dijo-. Grande es la alegria que me das y grande es el honor que me dispensas, Pero seria mejor que dirigieses tu espiritu a asuntos que tienen mayor importancia que mi estado actual. Justo cuando habia concluido mi visita y me disponia a saltar por la ventana, ese Boccetta que es aun mas necio que canalla, ha probado su hacha en mi persona y en su insensatez me ha rajado la frente. No tiene importancia, nadie se muere de eso, pero considere oportuno ponerme durante unas horas en manos de un cirujano.
De nuevo pidio que le diesen de beber, tomo un trago y torcio la boca. Luego senalo a un hombre que yacia en la paja cerca de el.
– Ese esta muy grave. Su muia le tiro al suelo y le dio tantas coces que nadie puede ponerle ya de pie segun dice el cirujano. Yo en cambio tuve mas suerte.
La fiebre le ataco y sus pensamientos se volvieron confusos.
– No, no teneis que pelearos por mi alma, vosotros tres, alli arriba, Dios padre, hijo y Espiritu Santo, dejadla donde esta, y tu Santisima Trinidad espera tambien con paciencia, sabes que no me escapare, siempre he sido un buen cristiano, yo no era de los que van a la iglesia a robar velas. Y tu, patron del Cordero, que el verdugo te cuelgue por no haberme servido otro vino que el que has bautizado tres veces en tu bodega y has estropeado para todo buen cristiano.
Durante un rato permanecio con los ojos cerrados, callado y respirando violentamente. Despues, cuando su respiracion se calmo, abrio los ojos. La fiebre le habia abandonado y por sus palabras se veia que era consciente de su situacion.
– El guia de nuestros destinos sabe que no eres nada de todo eso sino un poeta -dijo Leonardo rodeando la mano de Mancino con la suya-. ?Pero dime, que es lo que te llevo a enzarzarte con ese Boccetta?
– Nada sucede sin causa. Conocela y comprenderas lo sucedido… ?no son esas tus palabras, Leonardo mio? Yo te las he oido pronunciar a menudo -respondio Mancino-. ?No esta el mundo lleno de amargura y deslealtad? Resulta que vino una mujer suplicando y llorando y no sabia que hacer en su desesperacion, y si alguien pudiese morir de verguenza y dolor, ella me habria precedido. Asi que cogi el dinero de sus manos y, entrando por la ventana, fui a devolverselo a Boccetta pero lo hice como un torpe y con tanto alboroto que debio de despertar y creer que habia venido a robar. Y si andas detras de la cabeza de Judas, Leonardo mio, conozco a uno que es como tu le ves. ?No busques mas! Creo que he encontrado al Judas. Solo que este no ha metido treinta monedas de plata en su bolsa, sino diecisiete ducados.
Cerro los ojos y respiro dificultosamente.
– Si le he comprendido bien -dijo el pintor D'Oggiono-, esta hablando de ese aleman que reclamaba diecisiete ducados de Boccetta. Se aposto conmigo un ducado a que obtendria su dinero de Boccetta, por las malas o por las buenas, pues el no era de los que se dejaban estafar diecisiete ducados. Y hoy me hizo saber que habia ganado su apuesta de la manera mas honrosa, que tenia en el bolsillo los diecisiete ducados de Boccetta y que manana, a primera hora, pasaria por mi casa a recoger el que yo habia perdido. Asi que debo recorrer hoy mismo tres o cuatro casas donde me deben dinero e intentar reunir un ducado, pues no tengo mas que dos carlini en mi bolsa.
– Me gustaria ver a ese aleman a quien Mancino llama un Judas -dijo Leonardo-. Y que nos cuente como se las ha arreglado para obtener su dinero de Boccetta.
– ?Tengo sed! -gimio Mancino.
– Podeis preguntarselo al propio Boccetta -dijo el organista que, acercando la jarra de vino a los labios de Mancino, senalo la puerta con su otra mano.
– ?Por la cruz de Cristo! ?Es el! -exclamo D'Oggiono.
En la habitacion habian entrado dos alguaciles que llevaban preso a Boccetta, este se hallaba entre ellos con su miserable abrigo y sus zapatos desgastados; tenia las manos atadas a la espalda, pero mostraba una actitud altanera como si fuese un gran senor que se deja acompanar y servir en sus salidas por dos de sus hombres.
– Ya estais aqui, senor, hemos satisfecho vuestro deseo -dijo uno de los alguaciles-. Pero ahora daos prisa en soltar vuestro discursito, sed breve y no nos hagais perder el tiempo.
Boccetta reconocio a messere Leonardo y le saludo como saluda un gentilhombre a otro. Luego vio a Mancino y, seguido de cerca por los alguaciles, se acerco a su lecho de paja.
– ?Me reconoceis? -le pregunto-. He venido por la gloria de vuestra alma, no me ha importado el camino ni el esfuerzo, por caridad cristiana, por devolveros al camino de la rectitud. Habeis de saber que cuando huiais esparcisteis los ducados robados por el suelo como si fuesen lentejas o judias; tuve que arrastrarme por todos los rincones para recogerlos. Pero me faltan diecisiete ducados, pese a mis busquedas no pude encontrarlos, han desaparecido, y lo malo es que no me pertenecen a mi sino a un piadoso servidor de la Iglesia, a un honorable sacerdote que los dejo a mi custodia, es por lo tanto un dinero santo y consagrado. Indicadme el lugar donde los habeis enterrado o escondido, os lo pido por la salud de vuestra alma.
– ?La manta! -pidio Mancino, tiritando de fiebre, a D'Oggiono. Y despues, cuando hubieron extendido la manta sobre su cuerpo, respondio a Boccetta-. Buscadlos -dijo-, buscadlos afanosamente. No os dejeis desalentar, gatead de un lado a otro, esforzaos, deslomaos hasta encontrarlos. Pues ya sabeis que quien tiene el dinero, tiene el honor.
– ?No me lo quieres decir? -grito Boccetta livido de rabia tratando en vano de soltar sus manos-. Ve pues al infierno y que mil demonios se diviertan alli contigo, ojala te pudiese yo…
– ?Libradle de esa plaga, por Dios! -grito D'Oggiono a los dos alguaciles-. ?Para que habeis traido aqui a ese andrajoso, tendria que estar en manos del verdugo!
– Durante todo el camino -dijo uno de los alguaciles-, no ha dejado de darnos la tabarra insistiendo en que le trajesemos aqui para que este pobre hombre pudiese obtener su perdon.
– ?Como me habeis llamado, joven? -se dirigio Boccetta a D'Oggiono-. ?Andrajoso? ?Y que deberia estar en manos del verdugo? ?Eso habeis dicho? Pues me da igual, soy un hombre al que no impresionan los insultos, pero a vos os costara un buen dinero, joven, pues tendreis que pagar por ello cuando vuelva a estar libre y sea dueno de mis actos. ?Messere Leonardo, vos lo habeis oido y me servireis de testigo!
– Llevaosle -ordeno Leonardo a los alguaciles-, pues la justicia que el ofende y escarnece a diario, por fin le ha sentado la mano.
–
13
Mientras se esperaba a Joachim Behaim en la habitacion de D'Oggiono, Leonardo examinaba el arca de madera cuyos lados estaban adornados con la representacion de las bodas de Cana y se mostro satisfecho de esa obra que el joven artista habia terminado el dia anterior.
– Veo -dijo- que en este trabajo penoso y agotador tambien has tenido presente lo que es guia y gobierno de toda pintura: la perspectiva. El dibujo tambien es bueno y acertada tu manera de aplicar los colores. Es igualmente digno de elogio que hayas concebido las figuras de tal modo que de su actitud se pueda facilmente deducir su estado de animo. Aqui este mercenario quiere beber y nada mas, solo ha venido a la boda a llenarse de vino. Y este padre de la novia es un hombre honrado, cualquiera puede ver que de su boca solo saldran palabras sinceras y que cumplira lo que ha prometido al novio. Y en cuanto al maestro del banquete, se ve en su cara cuanto le importa que todos los invitados esten bien atendidos.
– ?Y ese Cristo? -pregunto D'Oggiono que no se cansaba de oir elogios.