se interponia en su camino y no debia vivir.
Siguio a Niccola procurando no perderla de vista y, mientras caminaba, preparo el plan que queria llevar a efecto ese mismo dia. Detras de la Porta Vercelli, la vio titubear un instante para luego tomar el camino que conducia a la iglesia de San Eusorgio. Recordo que ella tenia la costumbre de arrodillarse todos los dias en esa iglesia delante de un Cristo que ocupaba una hornacina del transepto, para confiarle con palabras susurradas apresuradamente lo que esperaba de el. Y a veces, cuando llegaba con un poco de retraso a su buhardilla, se disculpaba diciendo que habia estado con el Cristo de San Eusorgio y que le habia tenido que contar mas cosas que de costumbre.
– ?Ve, ve a hablar con el! -dijo Behaim cuando la vio desaparecer en la penumbra de la nave-. Dios no permitira que el te escuche. Dios esta de mi lado, el me indico este camino cuando le invoque, el me hara justicia.
Y sin perder tiempo regreso a su albergue para esperar a Niccola.
Cuando ella entro en la buhardilla, le encontro ocupado en llenar su bolsa de viaje y tan absorbido por esa actividad que no parecio darse cuenta de su llegada. Sus trajes y su ropa interior, sus cinturones, zapatos, camisas y panuelos de colores estaban en parte ordenados y apilados, en parte esparcidos desordenadamente sobre la mesa, las sillas y la cama.
Ella se asusto, pues en un primer momento no supo si eso significaba algo bueno o algo malo, un principio o un fin, una despedida definitiva o el inicio de una convivencia duradera.
– ?Te marchas? -pregunto angustiada-. ?Te vas de Milan?
– Me prometiste -respondio el sin levantar la mirada- que me seguirias a dondequiera que yo fuese. Nuestro camino conduce a Lecco y atraviesa el Adda. Desde alli no hay mas de una hora hasta Venecia, si disponemos de buenas monturas.
– A Venecia -dijo ella con un hilo de voz, pues como nunca habia ido mas alla de los pueblos de alrededor, ese viaje le parecio una aventura enorme y temeraria-. ?Habias dudado que fuese a ir contigo? -pregunto apretandose contra el-. ?No he puesto todo en tus manos, mi vida y mi alma? Solo quiero que me digas el dia y la hora de la partida para que este lista. ?Ha de ser hoy mismo? Y en Venecia, ?es cierto que durante el dia no entiende uno sus propias palabras por el estrepito que arman los moledores de pimienta en las bovedas? Y dime, ?habra en tu saco de viaje sitio para las cosas que quiero llevar conmigo? Pues, has de saber amado mio, que no soy completamente pobre. Poseo seis platos de estano, dos grandes y cuatro pequenos, ademas una ensaladera y dos candelabros, los tres de plata y con el escudo de los Lucardesi. Y tambien tengo una jarra de agua de cobre, pero es pesada y poco manejable, y quizas no merece la pena llevarla en este viaje a Venecia.
– Esos objetos no me serviran de mucho -dijo Behaim y alzo la cabeza mostrando a la muchacha un semblante sombrio-. Me preguntas por el dia y la hora y no te los puedo decir. Mis negocios me reclaman en Venecia, pero han surgido dificultades, las cosas no se ha desarrollado como yo esperaba, en una palabra, estoy preocupado.
Y con gesto de desanimo, alzo los brazos y los volvio a dejar caer.
Niccola le miro desconcertada e inquieta.
– Si tienes preocupaciones, amado mio, dejame que las comparta contigo -le pidio-. No se si podre serte util. Pero se que no hay nada en el mundo que no haria por ti.
El solto una risa corta.
– ?Ah, tu! -dijo-. ?Como podrias ayudarme! Pero puesto que te urge saber lo que me preocupa, no te ocultare que mis asuntos no van demasiado bien. He dejado de percibir un dinero, una suma considerable que necesito urgentemente; si, Dios sabe que nunca he tenido tanta necesidad de dinero como ahora y no se como conseguirlo. Puedes imaginar que un viaje como este…
– Amado mio, creeme, yo no necesito mucho -exclamo Niccola asustada-. Con un poco de pan y un huevo o quizas algunas frutas…
Encogiendose de hombros Behaim interrumpio su objecion.
– No se trata de lo que vamos a comer -le explico-. Un viaje como este supone otros gastos muy considerables. Y cuando haya pagado lo que debo en esta casa, no se si llegaremos hasta Lecco con lo que me quede y si podre pagar alli nuestra posada.
Y como si le disgustase haberle dicho todo eso, anadio:
– Ahora conoces la situacion. ?Pero me sirve de algo?
Niccola suspiro, miro ante si y reflexiono.
– ?Es mucho lo que has dejado de percibir? -pregunto angustiada-. ?Es una suma importante?
– Cuarenta ducados, si, es facil decirlo -respondio Behaim-. Suena insignificante. Pero es increible la cantidad de dinero que supone cuando hay que conseguirla y no se sabe como.
Y se paso la mano por la frente como uno que se siente agobiado por las preocupaciones.
– Cuarenta ducados -dijo Niccola y durante un rato permanecio callada. Penso en el dinero de su padre, ese dinero que el queria mas que a las ninas de sus ojos y que trataba por todos los medios de mantener oculto, pero ella no ignoraba en que rincones y agujeros, detras de que sillares de la pared y debajo de que losas del suelo estaba escondido. Leyo preocupacion y pesadumbre en el rostro de su amado, pero no le resulto facil tomar su decision.
– Cuarenta ducados -repitio-. Cuarenta ducados. Quizas… seria posible, querido, podria ser que yo supiese procurartelos.
– ?Tu? -exclamo Behaim y en su voz sono una excitacion alegre-. ?Hablas en serio? ?De verdad? ?Podrias… ?Por mi alma, en ese caso me libraria de todas las preocupaciones! Pero no puede ser cierto. No puedo creerlo. No hablas en serio.
Ella seguia con sus pensamientos en la casa de su padre.
No cometo ninguna injusticia, se dijo. Debo tomar lo que me corresponde, que Dios me juzgue. Me voy de casa, pero de una dote, por modesta que sea, no querra ni oir hablar. Ni siquiera me dara provisiones para el viaje. ?Cuarenta ducados! Es evidente que no tardara en darse cuenta. Recuerda cada trozo de lena que hay en la casa.
Pero ese pensamiento no le asusto. Se veia ya viajando a Venecia.
– Hablo en serio -dijo-. ?No me crees? ?Tu no te imaginas lo que seria capaz de hacer por ti!
– Si hablas en serio, si es cierto que puedes conseguir el dinero, ?no pierdas el tiempo! -le dijo Behaim-. ?No me hagas esperar! ?Date prisa!
12
Ludovico Moro, duque de Milan, yacia en su lecho de enfermo en aquella pieza del castillo ducal llamada sala de los Pastores y del Fauno por las escenas representadas en dos tapices flamencos que adornaban sus paredes. Unos pinchazos que sentia en la region del diafragma le inquietaban y una hinchazon de las rodillas le causaba intensos dolores, pero los esfuerzos del medico que habia sido llamado apresuradamente y que gozaba de su confianza, solo le habian procurado hasta ese momento un escaso alivio. Al pie de su lecho se encontraba, sosteniendo en las manos un volumen abierto del Purgatorio, el chambelan ducal Antonio Benincasa a quien se habia concedido ese dia el honor de recitar al sufriente duque los versos de Dante; acababa de declamar con armoniosa voz el canto undecimo donde el pintor Oderisi lamenta la transitoriedad de la gloria terrenal. En un nicho de la sala estaba sentado, sumido en el estudio de sus papeles, el presidente de la cancilleria secreta, Tommaso di Lancia, que habia venido para informar al duque acerca de todo lo que habia acontecido durante los ultimos dias en la ciudad de Milan. A su servicio tenia a varias docenas de personas de los mas diversos estratos que debian averiguar y referirle a diario lo bueno o malo que se decia en la ciudad, lo que se planeaba o comenzaba, quien habia llegado a la ciudad o la habia abandonado y cualquier otro hecho notable. Pues era preciso atajar los afanes de la corte francesa que ponia todo su empeno en mermar la fama, el poder y las posesiones del duque y que no parecia escatimar dinero ni promesas de todo genero para conseguir sus propositos. Y se sabia de muchos que poseian rango y prestigio que no dudarian en derribar, en el momento preciso, las puertas de la ciudad para erigir en su lugar arcos de triunfo con los que honrar y glorificar al rey de Francia en su entrada en Milan.
Maese Zabatto, el medico, se encontraba junto a su tripode de cobre calentando sobre unas brasas la mixtura que pensaba administrar al duque. El criado Giamino, un muchacho, estaba preparado para servir el vino al enfermo