pensamientos se hallaban realmente en el cielo, ocupados con esas aves que sin mover las alas, logran mantenerse en las alturas planeando a favor del viento, y ese misterio le llenaba de asombro y veneracion desde hacia tiempo. Pero entonces la dama Lucrezia le saco de su ensimismamiento dandole una palmadita en el hombro.

– Messere Leonardo, no podia desear nada mejor que encontrarme con vos -le dijo la amante del duque-, y si teneis la bondad de escucharme…

– Senora, estoy a vuestra entera disposicion -dijo Leonardo liberando del juego de sus pensamientos a las garzas que planeaban en las nubes.

– Me dicen -comenzo la bella Lucrezia Crivelli-, de todas partes me llega el rumor, que os interesais por la arquitectura, la anatomia e incluso por el arte de la guerra, en lugar de centraros, como es el deseo de su excelencia en…

Leonardo no le dejo terminar.

– Es cierto -le aseguro-, con todo lo que habeis nombrado podria satisfacer a su alteza mejor que nadie. Y si el duque me hiciese la merced de recibirme, le revelaria algunos de los secretos que se refieren a la construccion de maquinas de guerra. Podria mostrarle dibujos de mis vehiculos inexpugnables, que al penetrar en las filas enemigas siembran la muerte y la destruccion, y ni siquiera el mayor numero de hombres armados podra resistirles.

– ?Os ruego que no me hableis de esos vehiculos! -exclamo la dama Lucrezia-. ?Es la idea del tumulto y del derramamiento de sangre lo que os aparta ya desde hace tanto tiempo del pacifico arte de pintar?

– Debo tambien -prosiguio Leonardo, apasionandose-, recordar a su alteza que el Adda necesita ser dotado de un nuevo cauce para que pueda transportar barcos, activar molinos, almazaras y otros ingenios, e irrigar campos, prados y jardines. He calculado en que lugares deben construirse estanques y diques, esclusas y presas para regular el caudal de agua. Y esa obra mejorara el campo y reportara a su alteza unas rentas anuales de sesenta mil ducados-?Arqueais las cejas, noble dama, sacudis la cabeza? ?Os parece exagerada la suma que he nombrado? ?Pensais que he cometido un error en mis calculos?

– Hablais, messere Leonardo, de muchas cosas -dijo Lucrezia-. Pero evitais tratar del asunto que le importa a su excelencia tanto como a mi. Me refiero al cuadro cuya realizacion os ha sido encomendada. Hablo de nuestro salvador y sus apostoles. Me dicen que mirais vuestro pincel con recelo y que solo lo cogeis con fastidio y desgana. Y de esto y no de almazaras ni de vehiculos de guerra quisiera que hablaseis.

Messere Leonardo vio que no habia conseguido eludir las preguntas que le resultaban enojosas sobre esa Cena. Sin embargo, no perdio el talante sosegado que le caracterizaba.

– Dejad que os diga, noble dama -explico-, que todo mi ser esta centrado en ese trabajo; y lo que la gente, con su escaso conocimiento de estos asuntos, os ha contado esta tan alejado de la verdad como la oscuridad de la luz;. Y he rogado al venerable padre, le he rogado como se suplica a Cristo, que tenga paciencia y deje por fin de acusarme, atormentarme y apremiarme todos los dias.

– Yo pensaba que os complaceria llevar a termino una obra tan piadosa. ?O acaso os sentis tan debilitado y agotado por el trabajo que habeis dedicado a ese cuadro que…

– ?Noble dama! -la interrumpio Leonardo-. Habeis de saber que una obra que me atrae, conmueve y acapara tan poderosamente no puede cansarme. Pues asi me ha hecho la naturaleza.

– ?Y por que -pregunto la amante del duque- no procedeis con ese hombre viejo como procede un buen hijo con su padre? Pues obedeciendole a el tambien obedeceis a su excelencia.

– Esa obra -dijo Leonardo- espera su hora. Sera realizada en honor de Dios y para gloria de esta ciudad y nadie conseguira que yo permita que se convierta en mi deshonor.

– ?De modo que es cierto lo que dicen muchos -se asombro Lucrezia-, que teneis miedo a cometer errores y a escuchar censuras? ?Y que vos, a quien llaman el primer maestro de estos tiempos, os obsesionais en querer ver defectos en vuestro trabajo donde otros ven maravillas?

– Lo que me reprochais, noble dama -repuso Leonardo-, ignoro si por cortesia o bondad, no es exacto. Sin embargo, me gustaria ser al menos en parte, ese en quien me convertis. La verdad es que estoy unido a esta obra como el amante a la amada. Y como sabeis, a menudo la amada rechaza malhumorada y arisca a quien solicita su amor con pasion.

– Esas son ocurrencias que no vienen al caso -dijo la amante del duque que atribuia a si misma todo lo que tenia que ver con los asuntos del amor-. Messere Leonardo, vos sabeis cuanto os aprecio. Pero podria ocurrir que el insistente afan con que eludis la ejecucion de esa obra despierte en su excelencia enojo y pesadumbre y entonces no gozariais por mucho tiempo del favor y la gracia de su excelencia…

Cuando messere Leonardo escucho esas palabras, le llevaron consigo sus pensamientos errantes y se vio en un pais extranjero, muy remoto, sin amigos ni companeros, sin hogar, solo y en la mayor indigencia dedicado a las artes y las ciencias.

– Quizas -dijo- estoy destinado a vivir en adelante en la pobreza. Sin embargo, debo agradecer a la diversidad de la bondadosa naturaleza que a dondequiera que yo vaya encuentre cosas nuevas que estudiar y eso, noble dama, es la tarea que me ha asignado el movedor de todo lo que reposa. Y si tuviera que pasar mi vida en otro pais y entre personas de lengua extranjera, no dejaria de pensar en la gloria y el provecho de este ducado, que Dios guarde bajo su proteccion.

Y se inclino sobre la mano de Lucrezia como si ya hubiese llegado el momento de despedirse para siempre.

En ese instante el criado Giamino se dirigio hacia ella con una profunda reverencia y le anuncio que el duque deseaba verla, pues el presidente de la cancilleria secreta habia terminado su informe. Messere Leonardo se volvio para irse, pero Giamino le retuvo con un gesto timido.

– Perdonadme, senor,… tambien tengo para vos una noticia y no me resulta facil darosla pues no es de las que se desean oir. Pero supongo que no querreis que, por no afligiros, se os oculte algo que puede ser de importancia.

– Asi que tienes que comunicarme -opino Leonardo- que me he atraido el descontento del duque y que emplea palabras violentas y amargas para censurarme.

El muchacho sacudio energicamente la cabeza.

– No, senor -dijo-, el senor duque no ha hablado nunca de semejante manera de vos, creedme, solo pronuncia vuestro nombre con el maximo respeto. Y lo que tengo que comunicaros no os afecta a vos, sino a uno de vuestros amigos. Messere di Lancia le llama Mancino y dice que se le ha visto a menudo en vuestra compania, yo ignoro su nombre cristiano.

– Nadie lo conoce -dijo Leonardo-. ?Y que ocurre con ese Mancino?

– Esta manana -conto Giamino-, le han encontrado mortalmente herido, en el jardin de la casa del Pozo, tendido en un charco de sangre; dice messere Di Lancia, que al parecer le habian partido la frente de un hachazo. Y habeis de saber, senor, que se trata precisamente de la casa de aquel Boccetta al que vos conoceis, y el senor duque ha ordenado su detencion y que se abra una investigacion y quizas esta vez se le…

– ?Y donde -pregunto Leonardo- se encuentra Mancino?

– Perdonad que no os lo haya dicho antes -se disculpo Giamino-. Le han trasladado al hospital de las hiladoras de seda y alli, dice messere Di Lancia, espera al sacerdote y el santo viatico.

En la tercera planta, arriba, bajo las vigas del tejado del hospital, en una habitacion donde no habia camas sino simples lechos de paja sobre los que se habian extendido sabanas bastas y gastadas, encontro messere Leonardo a Mancino. Yacia este con los ojos cerrados, sus mejillas arrugadas estaban enrojecidas por la fiebre, sus manos, en un movimiento incesante e inquieto, habia arrojado al suelo la manta, su cabeza y su frente estaban cubiertas de vendajes. Dos de sus amigos, el pintor D'Oggiono y el organista Martegli, se hallaban de pie junto a su lecho y el organista, que mantenia la cabeza agachada para no chocarse contra las vigas del techo, sostenia una jarra de vino entre las manos.

– No duerme, acaba de pedir que le demos de beber -dijo D'Oggiono-. Pero solo le podemos dar vino mezclado con agua a partes iguales y eso no le gusta demasiado.

– No se encuentra nada bien -susurro el organista al oido de Leonardo inclinandose aun mas-. El sacerdote estuvo aqui, oyo su confesion y le dio la santa comunion. Segun el cirujano, se podria haber salvado si la ayuda hubiese llegado a tiempo. Las gentes que le hallaron, imploraron a todos los santos y trajeron objetos sagrados de la iglesia, pero a nadie se le ocurrio llamar a un cirujano. Aqui en el hospital, le limpiaron por fin la herida y le cortaron la hemorragia. Al parecer tuvo un encontronazo con Boccetta pues le encontraron a poca distancia de la casa de ese sujeto.

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