– Le has dado rasgos nobles, y la Virgen tambien posee mucha gracia y dulzura. Pero ese camino que asciende por la colina con esos chopos que no son capaces de dar sombra, no termina de gustarme. Si te sientes inseguro en la representacion del paisaje, consulta a la naturaleza y la viveza de la vida.

– ?Que desastre! -exclamo D'Oggiono-. Lo se, y me averguenzo de haber malogrado por completo esas miserables bodas. He hecho una chapuza y de buena gana convertiria el arca en astillas y alimentaria con ellas mi fogon si no fuese Aporque el hombre ya viene a recogerla manana.

– Te ha salido perfectamente. Es un trabajo magistral -le tranquilizo Leonardo-. Y sobre tu manera de manejar la luz y la sombra solo se pueden decir cosas positivas.

Mientras tanto, el escultor Simoni contaba por tercera vez a su amigo, el organista Martegli, el giro tan sorprendente que habian tomado para el los acontecimientos el dia anterior.

– Hice una escapada, como suelo hacer varias veces al dia, desde mi taller a la iglesia de San Eusorgio y entonces la vi de rodillas, como una desesperada, delante de ese Cristo, que es un trabajo bastante mediocre, el chico que me sostiene el escoplo lo haria mejor. Dios sabe cuanto tiempo llevaba arrodillada alli, sollozando, el rostro afligido, las mejillas inundadas de lagrimas, y al verla asi encontre, ni yo mismo se como, el valor de hablarle. No me creeras, pero la lleve a casa, le dije que tenia un padre anciano que estaba enfermo en cama, necesitado de cuidados, y que ella haria una obra cristiana ocupandose de el por la noche, y ella me miro, no se si me habia reconocido, yo la he saludado a menudo, en resumen, podras creerlo o no, se fue conmigo, parecia que le daba igual lo que pudiese suceder con ella, y por la noche la oi llorar, pero esta manana cuando traje la leche y el pan para ella y mi padre, me dedico una sonrisa. Quizas, despues de lo que le ha tocado vivir, cuando pase el tiempo y se acostumbre a mi…, ?Tommaso! Si pudiese retenerla a mi lado, si se quedase… me consideraria el hombre mas feliz de la cristiandad. Si, mirame, no tengo aspecto de galan con mis piernas cortas y mi corpulencia, mi calva y las manos llenas de callos de trabajar con el escoplo y la gubia. Quizas abrigo esperanzas y proyectos vanos, y sin duda tienes toda la razon, Tommaso, en colocarme entre los que intentan convertir el cobre en oro. Pues ese extranjero sigue acaparando sus pensamientos.

– Me acuerdo de el -dijo el organista-. Y comprendo que tuviese que amarle. Es joven y apuesto, tiene rasgos orgullosos…

La puerta se abrio y el hombre de quien hablaban, Joachim Behaim, entro saludando en la habitacion. Iba vestido de viaje, llevaba botas de montar y tenia el aspecto de alguien que esta dispuesto a subir sobre un caballo para abandonar la ciudad.

Al ver a Leonardo se dirigio hacia el y le presento sus respetos.

– Hacia tiempo que deseaba conoceros y disfrutar de vuestra compania -dijo respetuosamente-. Me cruce no hace mucho con vos; fue en el viejo patio del castillo ducal el dia en que vendi a su alteza dos caballos, un bereber y un siciliano. Quizas os acordais de mi, senor.

– Si, os recuerdo perfectamente -dijo Leonardo aunque solo tenia ante sus ojos la imagen del bereber.

– Y desde entonces -continuo Behaim-, he oido citar vuestro nombre a menudo y con mucho elogio, y tambien he sabido cosas de vos que se salen de lo corriente.

Se inclino de nuevo y luego saludo a D'Oggiono y a los otros dos.

– Tambien yo -dijo Leonardo- estaba deseoso de veros sobre todo porque he de pediros un favor.

– Para mi seria una dicha poderos servir en algo -dijo Behaim con gran cortesia-, solo teneis que comunicarme vuestro deseo.

– Sois muy amable -dijo Leonardo-. Lo que os pido es que nos conteis como habeis conseguido recuperar vuestro dinero, los diecisiete ducados, de ese Boccetta a quien todo Milan conoce como ladron y estafador.

– Con lo cual he perdido vilmente mi apuesta y me toca pagar por mucho que me duela -apunto D'Oggiono.

– Siempre es mejor acudir a la fuente que al vaso de agua -declaro el escultor.

– Es un asunto de poca importancia, apenas digno de ser comentado -opino Behaim y, atrayendo hacia si una silla se sento como los demas-, y yo ya le habia advertido el primer dia a ese Boccetta que yo no era de los que se dejan quitar el dinero y que, hasta ahora, quien ha intentado jugarmela lo ha lamentado siempre, porque al final ha salido perdiendo.

– Estamos deseosos de escuchar vuestra historia -dijo Leonardo.

– Para ser breve, comenzare diciendo -conto Behaim- que aqui en Milan encontre a una muchacha que me gusto sobremanera. No es que quiera alabarme, pero tengo la costumbre y el don de conseguir sin mucho esfuerzo lo que deseo de las mujeres, y al poco tiempo la hice mia. Yo creia, senores, haber encontrado en ella a la mujer que habia buscado toda mi vida. Era bella, llena de encanto y esbelta, la reconocia de lejos por su orgulloso y gracioso caminar y ademas, era obediente y modesta, no le gustaba la ostentacion, me amaba devotamente y no tenia miradas para otros hombres.

Interrumpio su relato y se quedo mirando ante si pensativo; luego se paso la mano por la frente con gesto decidido como queriendo apartar de su mente la imagen que habian evocado sus palabras. Y luego prosiguio:

– Ella era la mujer que yo buscaba y, aqui en Milan, la habia encontrado. Pero una noche, hace solo unos dias, fui a la taberna del Cordero a beber un poco de vino y hablar con uno de los clientes asiduos y alli averigue -senalo a D'Oggiono y al escultor-, de esos dos averigue, que aquella a quien amaba era la hija de Boccetta.

Se levanto bruscamente y, empezo a caminar por la habitacion con gran excitacion. Luego se dejo caer en su silla y siguio hablando:

– Precisamente ese Boccetta tenia que ser su padre entre todos los miles de hombres que hay en Milan. ?Que me haya ocurrido eso a mi! Ya veis, caballeros, como maltrata a veces el destino a un hombre honrado.

– Quizas Judas Iscariote tambien se consideraba un hombre honrado -susurro el escultor al organista.

– No puedo describiros, caballeros, -prosiguio Behaim- los pensamientos que me asaltaron. Me averguenza decirlo, pero aun seguia amandola y, al darme cuenta de ello quede completamente consternado. Mi dolor era salvaje, impetuoso, inaguantable, no me dejaba comer ni dormir, y por fin decidi dominarme y no dejarle espacio dentro de mi.

– ?Y eso os resulto sencillo? -pregunto el escultor.

Durante unos instantes, Behaim guardo silencio.

– No, no fue sencillo -contesto-. Tuve que hacer un gran esfuerzo para vencer la fascinacion que ella seguia ejerciendo sobre mi. Pero recupere mi juicio y me convenci de que yo no debia vivir con ella. Pues vivir con ella no significa solo compartir la cama por la noche y, como suele decirse, dejar que el campanario encuentre su iglesia, no, significa comer y beber con ella, ir con ella a la iglesia, dormir y velar con ella, confiarle mis preocupaciones y compartir todas las alegrias con ella…, ?con ella, la hija de Boccetta! Y aunque hubiese llevado dentro el paraiso… no podia convertirse en mi esposa, ni seguir siendo mi amada. La habia amado demasiado y eso no lo permitia mi orgullo ni mi honor.

– Si -dijo Leonardo pensando en otro-. Eso no lo permitia su orgullo ni su honor.

– No se quien me asistio en este asunto -prosiguio Behaim-, quien me condujo al buen camino, tal vez mi angel bueno, o Dios mismo o nuestra amada madre. Pero cuando hube superado ese amor, todo fue sencillo.

Permanecio callado un rato, reflexionando. Luego continuo su relato:

– Ella vino a mi habitacion, como venia todos los dias, pensando en nuestros juegos amorosos, pero yo fingi estar abrumado por graves preocupaciones. Le dije que estaba falto de recursos, que necesitaba cuarenta ducados y no sabia de donde sacarlos y que el problema era grave. Ella se asusto un poco y cavilo un instante, despues dijo que no me preocupase por el dinero, ella podia proporcionarmelo, ella conocia una solucion, y entonces la tome por la palabra. Quiero que me comprendais, caballeros, yo no necesitaba el dinero, tengo en los almacenes de Venecia telas de seda y de lana por valor de ochocientos cequies que puedo vender con beneficio en cualquier momento.

– Yo creia -comento Leonardo- que viviais de comerciar con caballos.

– Se puede ganar dinero con cualquier mercancia -le explico Behaim-, hoy con caballos, manana con clavos de herradura, con semola igual que con perlas o especias de la India. Yo comercio con todo lo que da dinero, unas veces con unguentos, lociones y arrebol de Levante, otras con alfombras de Alejandria, y si acaso sabeis donde se puede comprar lino a buen precio, decidmelo pues este ano se espera una mala cosecha.

– Has oido, comercia con todo -susurro el escultor al organista-, especularia incluso con la sangre de Cristo si la tuviese.

– Pero volviendo al asunto que deseais oir -retomo Behaim la palabra-, al dia siguiente volvio y trajo el dinero y lo conto delante de mi, cuarenta ducados; creia que me habia prestado un gran servicio y estaba muy contenta. No

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