cuando lo pidiese, para alisar sus almohadas, para traerle compresas frescas y cumplir todas las demas ordenes suyas y del medico.
Fuera, en las galerias y los pasillos, habia grupos de chambelanes y consejeros de Estado, dignatarios, funcionarios de la corte, secretarios de las cancillerias y oficiales de ta guardia del palacio, cada uno de ellos a la espera de ser namado a la habitacion del duque, que podia desear encomendar a uno cierta mision, recabar informes de otro, debatir con un tercero una apremiante cuestion del dia y discutir con un cuarto sobre un pasaje oscuro del Purgatorio. De algun lugar llegaban en breves intervalos los acordes de un instrumento de cuerda: el Hinojo, uno de los musicos de la corte, que esperaba como los otros, pasaba el tiempo manteniendo consigo mismo una conversacion hecha de melodias interrumpidas que tan pronto sugerian una pregunta, tan pronto parecian dar una respuesta.
Messere Leonardo, que habia venido para cobrar en la tesoreria una cierta suma que le habia sido acordada, se cruzo en la escalera principal con el chambelan Matteo Bossi que estaba al cuidado de la mesa ducal. De el averiguo que el duque enfermo se habia puesto en manos del maestro Zabatto y expreso con palabras elocuentes su disgusto por la eleccion de ese medico cuyos conocimientos y capacidades tenia en muy poca estima; el chambelan le escucho tosiendo y carraspeando, pues padecia una afeccion respiratoria y solo los continuos carraspeos le procuraban un poco de aliento.
– Que ese individuo tenga la audacia de llamarse medico y doctor en anatomia -dijo furioso messere Leonardo-. ?Pero que es lo que sabe? ?Que conocimientos posee? ?Acaso puede explicarme por que el deseo de dormir, al igual que el aburrimiento, nos obliga a realizar ese curioso acto que llamamos bostezo? ?Puede decirme a que se debe que la preocupacion, la pena y el dolor fisico traten de proporcionarnos un cierto alivio haciendo brotar de nuestros ojos un liquido salino en forma de gotas? ?Y por que el miedo hace temblar el cuerpo humano en la misma medida que el frio? Preguntadselo y no podra daros una respuesta. No sera capaz de indicaros el numero de musculos que se encargan de conservar la movilidad de la lengua para que pueda hablar y alabar a su creador. No podra deciros el rango y el lugar que ocupa el bazo o el higado en el funcionamiento del cuerpo humano. ?Puede explicarme de que naturaleza es ese maravilloso instrumento, ideado y formado por el supremo artifice… de que naturaleza es el corazon? Es incapaz. Solo sabe hacer pastillas y sangrias y quizas poner en su sitio una pierna descoyuntada. Pero para ser medico tendria que tratar de entender antes lo que es el hombre y lo que es la vida.
El chambelan se adhirio a las palabras del enojado Leonardo exponiendo sus propias experiencias:
– Tengo que daros la razon messere Leonardo, pues a mi tampoco me ha sabido ayudar. Pero, a decir verdad, los otros medicos que consulte tambien estaban
Suspiro, estrecho efusivamente la mano de Leonardo y tajo por la escalera tosiendo y carraspeando.
Arriba, en la galeria, un grupo de los que esperaban, intentaba acortar el tiempo discutiendo, y despues de haber tratado varios temas, se centraron en la cuestion, tantas veces debatida, de que bienes de la tierra eran capaces de dar a quien que los poseyese el sentimiento de poderse llamar un hombre feliz. El secretario Ferreiro, que estaba encargado de la redaccion de los despachos ducales y que estaba tan absorbido por esa tarea que no solia encontrar tiempo para limpiarse la tinta de los dedos, fue el primero en responder a la cuestion.
– Perros, halcones, caza, una buena cuadra… poseer eso seria la felicidad. -Sono alisando el legajo que tenia en las manos.
– Mis deseos no apuntan tan alto -dijo un joven oficial del la guardia del palacio-. Yo me consideraria dichoso si esta noche pudiese ganar una o dos piezas de oro jugando a la taba.
El consejero de Estado Tiraboschi, que poseia dos vinedos productivos y tenia fama de gran ahorrador, expreso su punto de vista:
– Si pudiese todos los dias invitar a mi mesa a tres o cuatro amigos para mantener con ellos conversaciones ingeniosas sobre las artes, las ciencias y el gobierno de los estados, lo consideraria un regalo y una gran dicha. Pero para eso -suspiro- hace falta una mesa bien provista y unos criados aleccionados para servirnos y, por desgracia, carezco de los recursos necesarios para tales lujos.
– ?La felicidad? Que es, sino recibir el veneno de la vida servido en una copa de oro -dijo el griego Lascaris, que se habia convertido en apatrida tras la caida de Constantinopla y a quien habia sido confiada la educacion de los principes ducales.
– Solo existe un bien que considero verdaderamente valioso e incluso insustituible, y es el tiempo. El que puede disponer de el a su antojo es dichoso, es rico. Yo, senores, pertenezco a los mas pobres de entre los pobres.
Esta queja del consejero de Estado Della Teglia no reflejaba pesadumbre, sino satisfaccion, amor propio y orgullo, pues desde hacia anos el duque, que depositaba en el la maxima confianza, le enviaba a las grandes y pequenas cortes de Italia con misiones politicas y en cuanto concluia una le esperaba la siguiente.
– La felicidad, la verdadera felicidad es crear obras que no desaparecen en un dia, sino que perduran durante siglos -dijo con resignacion el repostero de la corte.
– Entonces, la verdadera felicidad solo se encontraria en el callejon de los caldereros -opino el joven Guarniera, uno de los pajes de camara del duque, aficionado a hacer los honores de las efimeras creaciones del repostero.
– Felicidad es poder vivir para la tarea que uno ha elegido en sus anos jovenes, y yo considero futiles todas las demas dichas -declaro el caballerizo Cencio, que se encargaba de proveer de arreos y monturas a los caballos de las caballerizas ducales-. Por lo tanto me contaria, sin duda, entre los felices si de vez en cuando pudiese escuchar una simple palabra de reconocimiento por lo que hago. Pero ya se sabe que…
Se callo, y encogiendose de hombros dejo que los demas dedujesen si dadas las circunstancias podia ser considerado feliz.
El poeta Bellincioli tomo la palabra.
– Tras muchos anos de esfuerzos, he conseguido, como saben mis amigos, reunir una coleccion de libros raros e importantes y adquirir tambien un cierto numero de cuadros escogidos, de los mejores maestros. Sin embargo, la posesion de estos tesoros no me ha convertido en un hombre feliz, solo me ha dado la satisfaccion de poderme decir que no he malgastado por completo mi vida. Y con eso tengo que contentarme. Pues a los espiritus pensantes no les ha sido concedido sentirse felices en este mundo.
Vio a Leonardo que se aproximaba al grupo, le saludo con la cabeza y, con la esperanza de que le oyese, prosiguio:
– Tambien me aflige que desde hace anos exista en mi coleccion un hueco; esta reservado para el Tratado de la Pintura de messere Leonardo que este gran maestro comenzo hace ya bastante tiempo, pero… ?quien puede decir cuando lo terminara?
Leonardo, sumido en sus pensamientos, no vio el saludo ni oyo las palabras de Bellincioli.
– No se da cuenta que se habla de el -dijo el consejero de Estado Della Teglia-. No esta con su mente en este mundo estrecho sino en las estrellas. Quizas se pregunta en este preciso instante como se mantiene la luna en su equilibrio.
– Muestra un semblante tan sombrio -dijo el chambelan Becchi que estaba al frente de la administracion domestica- que se diria que esta pensando sobre la manera de representar la caida de Sodoma o la desesperacion de los que no lograron escapar del diluvio.
– Se dice -retomo la palabra el joven oficial de la guardia del palacio- que ha inventado unos procedimientos sorprendentes con los que podria proporcionar, tanto a los sitiados como a los sitiadores de una fortaleza, una victoria rapida.
– No cabe duda de que esta ocupado con pensamientos profundos -dijo el griego Lascaris-. Quizas medita sobre la manera de pesar en quilates el espiritu de Dios que contiene el universo.
– O se pregunta si en algun lugar del mundo existe un ser como el -opino en tono burlon el consejero de Estado Tiraboschi.
– Todo el mundo sabe que no le amais -dijo el poeta Bellincioli-. Os parece un hombre extrano. Pero quien le conoce, por poco que sea, no puede evitar quererle.
El consejero de Estado Tiraboschi esbozo con sus labios finos una sonrisa de superioridad y la conversacion derivo hacia otros temas.
Messere Leonardo no habia tenido ojos ni oidos para los cortesanos, pues mientras atravesaba la galeria, sus