Ramon-. Quedate como estas y no te muevas. Piensa que es por el bien de todos los catolicos.
Entretanto, parecia que Eglofstein habia ganado terreno con la Monjita. Le habia cogido una mano y se la retenia entre las suyas.
– Siento la ligera presion de su mano -dijo-. Ya no esta fria y yerta entre las mias. ?Puedo tomar esto como senal de que accedera usted a mi deseo?
La Monjita, sin levantar la vista, pregunto:
– ?Y que deseo es ese?
– Que esta noche pase usted una hora entre mis brazos -rogo Eglofstein en un susurro.
– No, eso no -dijo la Monjita, muy decidida, y retiro la mano.
Vi la cara de perplejidad de Eglofstein y perdi la paciencia al constatar que todas sus hermosas palabras no habian servido para nada.
– ?Escucheme, Monjita! -exclame-. Estoy enamorado de usted, ya lo sabe…
La Monjita se giro hacia mi con un repentino movimiento de cabeza, y senti como si su mirada me quemara la frente. Si me sonrio, amable o burlona, no lo se, pues no la mire a la cara.
– ?Que edad tiene usted? -me pregunto.
– Dieciocho anos.
– ?Y ya esta enamorado? ?Que Dios se apiade de usted!
La oi reir en voz baja, divertida, y senti que la ira y la verguenza se apoderaban de mi. Pues ella sin duda no era mayor que yo.
– La felicito por estar de tan buen humor -dije-. Pero conviene que sepa que estoy acostumbrado a tomar por la fuerza lo que se me niega a causa de mi juventud.
La Monjita dejo de reir inmediatamente.
– ?Joven! -fue su respuesta-. Eso no le proporcionaria a usted gloria alguna, pues, aunque no soy un hombre, se muy bien como defenderme. Pero ahora basta de todo esto.
Eglofstein me lanzo una mirada terrible.
– El teniente Jochberg ha querido hacer una broma -dijo, mientras me daba una patada en la espinilla por debajo de la mesa-. Callate, burro, que nos lo vas a estropear todo -me susurro-. Creame, Monjita, nunca llegaria a dejarse ir hasta el punto de emplear la fuerza contra una dama.
– Una confesion de amor -afirmo la Monjita – ha de ser tierna y carinosa, esa es la costumbre. Pero este caballero, a mi parecer, ha sido muy poco cortes.
– ?No dobles la espalda! -exhorto don Ramon a su Jose de Arimatea-. El personaje biblico al que representas no era jorobado.
– ?No, no soy tierno! -exclame-. No soy carinoso. Pues la amo de tal manera…
– ?Si no paras de tragar saliva, de toser, de bostezar y de rascarte, no voy a acabar nunca! -exclamo don Ramon enojado-. Quedate quieto de una vez tal como te he ensenado.
– … de tal manera, que solo encuentro palabras insensatas para decirle lo que le tengo que decir.
– Es usted muy joven -dijo la Monjita -. Y en el amor el noviciado es muy duro. Pero sin duda ya aprendera usted la manera de tratar a las mujeres cuando tenga algunos anos mas.
La mire y me di cuenta de que ya no sentia rabia, sino solo asombro, porque aquella mujer tenia la voz de Francoise-Marie y con esa voz me dirigia palabras tan frias, tan extranas, tan hostiles como aquellas.
Pero entonces el capitan Brockendorf tomo las riendas del asunto en mi lugar, firmemente decidido a resolverlo prontamente y conforme a sus deseos.
– ?Por que -le pregunto sin ambages- nos niega usted la pequena gentileza que tan facilmente, tan a menudo y de tan buena gana le concede al coronel?
– Sus palabras son una ofensa.
– ?Una ofensa? ?Oh, no, de ningun modo! En nuestro pais no es ofensa, sino costumbre, pedir a las mujeres esa clase de cosas.
– Pues en el mio -replico tajante la Monjita – es costumbre negarlas.
– Pero bueno, ?que diantre -exclamo Brockendorf, impaciente, pues la cosa no tomaba el curso deseado por el-, que diantre ve usted en nuestro coronel? No es ni joven ni guapo. Confieselo: no hay nada en el que pueda gustar a una muchacha joven. Es tiranico y esta amargado y lleno de manias. Ademas tiene la gota, y cada vez que entro en su dormitorio lo encuentro lleno de cajas de pildoras pequenas y grandes.
– ?Y yo que pensaba que eran ustedes amigos suyos! -dijo la Monjita, en voz baja y desconsolada.
– ?Amigos suyos? Con los amigos se comparte el ultimo trago de aguardiente, el ultimo mendrugo de pan. Pero no es mi amigo el que me esconde lo mejor que tiene y se lo guarda para el solo. Si eso es amistad, la cacerola vieja de mi patrona es un copon de oro.
– ?Y no teme usted que yo le repita todo lo que acaba de decir?
– ?Hagalo! -dijo Brockendorf brusco y con gesto sombrio-. No hace mas de tres meses que deje muerto a mi ultimo adversario en el campo del honor. Fue en Marsella, cerca de la Porte Maillot. Con pistolas. Y disparamos a seis pasos de distancia.
Se dirigio a nosotros:
– ?Os acordais del capitan general Lenormand, el que se sentaba a mi lado cuando yo tenia mi cubierto a la mesa del estado mayor del mariscal Soult, en Marsella?
Ninguno de nosotros sabia nada de aquel duelo. En Marsella no habia ninguna Porte Maillot y Lenormand era el apellido de un tendero de la esquina de la Rue aux Ours a quien Brockendorf debia sesenta francos en concepto de comestibles que le habia suministrado:
Era evidente que Brockendorf se habia sacado de la manga aquella historia para asustar a la Monjita. Nosotros simulamos que recordabamos perfectamente el episodio, y Eglofstein salio en su ayuda:
– Pero no se trataba de la amante de Lenormand, sino de su mujer. -Y, como enfrascado en sus pensamientos, anadio-: Cuando una francesa es hermosa, no lo es a medias.
Por unos instantes tuve vivamente ante mis ojos la imagen de la buena Madame Lenormand. Una figura flaca, ya entrada en anos y francamente contrahecha, que aparecia cada manana en nuestro cuartel para reclamar a Brockendorf los sesenta francos; solo faltaba los domingos, porque solia ir a la iglesia cargada con una bolsa de terciopelo rojo en la que llevaba su devocionario.
La Monjita levanto los ojos hacia Brockendorf con expresion de temor y suplica, y supimos que no hablaria, pues temia por la vida del coronel.
– Ademas, se va a casar conmigo -dijo.
Brockendorf adopto una expresion de asombro y empezo a reirse a mandibula batiente.
– ?Por los clavos de Cristo! ?Ya estan contratados los musicos? ?Estan amasando ya la tarta de bodas?
– ?Que dice usted? ?Casarse? -exclamo Eglofstein-. ?Se lo ha prometido?
– Si. Y le ha dado al senor cura cincuenta reales para los gastos del casamiento.
– ?Y usted se lo cree? Esta muy enganada. Aunque fuera su voluntad casarse con usted, no podria hacerlo, porque su familia, que es de la alta nobleza, jamas lo consentiria.
La Monjita miro por unos instantes, con gesto de consternacion, al capitan Eglofstein. Y luego se encogio de hombros, como queriendo decir que sabia bien lo que se podia creer y lo que no. En eso, de detras del Descendimiento salio don Ramon de Alacho con el pincel en alto goteando pintura azul, y dijo con voz cavernosa:
– De mi hija no tiene por que avergonzarse ningun conde ni ningun duque. Lleva en las venas sangre pura de cristianos viejos, tanto por la linea paterna como por la materna.
– Mire usted, don Ramon -dijo Brockendorf sesudamente-. No le niego que una vieja carta de nobleza tiene su peso. Pero si en la suya lo unico que dice es que son ustedes cristianos viejos… En nuestro pais, con un titulo como ese limpian las mesas los taberneros. Pues en Alemania hasta el mas triste zapatero remendon es cristiano viejo.
Jose de Arimatea alzo horrorizado y con gesto implorante las manos hacia el cielo, la piadosa mujer de Jerusalen sacudio la cabeza con hondo dolor y don Ramon de Alacho se volvio sin decir palabra a su caballete.
Empezaba a oscurecer. Pasaba el tiempo y crecia nuestra impaciencia. Brockendorf juro, entre maldiciones, y lo bastante alto para que lo oyera la Monjita, que ninguno de nosotros se moveria de alli antes de que el asunto hubiera quedado resuelto, aunque tuvieramos que esperar de pie hasta el amanecer.