Donop, que hasta entonces no habia dejado de hablar a los demas, tomo entonces la palabra:

– Casi parece, Monjita, como si estuviera usted enamorada de ese viejo.

– ?Y si lo estuviera? -exclamo vehemente. Pero nos parecio como si no quisiera confesarse a si misma que solo daba la preferencia al coronel a causa de su rango, su riqueza y su generosidad.

– ?Y si lo estuviera? -repitio desafiante, irguiendo la cabeza.

– Lo que usted siente por ese viejo no puede ser amor -dijo Donop con calma-. El sentimiento del amor verdadero es otro, y usted todavia no lo conoce. El amor necesita del secreto. Esta noche yo la esperare temblando de impaciencia, loco de deseo, contando los minutos que me separan de usted. Y cuando se deslice hacia mi secretamente, con el corazon lleno de temor, por el camino descubrira en su interior el sentimiento del amor como algo nuevo y singular, nunca antes experimentado.

Habia oscurecido por completo, y yo no podia distinguir ya con claridad el rostro de la Monjita. Pero la oi reir en voz alta, con ganas, y en tono burlon.

– ?Me ha convencido usted! Estoy ansiosa por conocer un sentimiento que usted me describe como nuevo y hasta ahora desconocido para mi. Pero para mi desgracia he prometido fidelidad a mi amante.

Lo repentino de aquel cambio de parecer y el sonido burlon de su voz debieran haber despertado en nosotros la desconfianza. Pero estabamos todos demasiado impacientes y demasiado enamorados para darnos cuenta de ello.

– Esa promesa no tiene usted que cumplirla -se apresuro a asegurarle Donop-. Pues se la ha hecho a un hombre al que no ama.

Mientras tanto, en el taller contiguo, don Ramon habia encendido una vela, y una estrecha franja de luz entro en nuestra estancia a traves de la puerta entreabierta.

– Si es verdad eso que dice usted de que no hay obligacion de cumplir la palabra dada a un hombre al que no se ama, entonces ya no tengo mas reparos y les prometo gustosamente que acudire.

En su voz resonaban la arrogancia y la burla, pero su rostro, que yo veia al escaso resplandor de la llama, mostraba su habitual expresion pensativa y seria.

– ?A eso lo llamo yo hablar razonablemente! -exclamo Brockendorf satisfecho-. ?Y cuando, hermosisima Monjita, podemos esperarla?

– Ire despues del rosario, que, segun creo, acabara a las nueve.

– ?Y cual de nosotros sera el afortunado? -apremio Eglofstein, lleno de ansiedad y ya celoso de Brockendorf, de Donop y de mi.

La Monjita nos miro a la cara uno tras otro, deteniendose en particular en la mia. Y en ese instante tuve la sensacion de que sus dieciocho anos se habian encontrado por fin con los mios.

Pero ella meneo la cabeza.

– Si les he entendido bien -dijo, y de nuevo me parecio detectar cierto tono burlon en sus palabras-, si les he entendido bien, ese sentimiento nuevo y singular cuyo goce me han prometido no hara presa en mi hasta que me encamine hacia ustedes. Asi que me resulta todavia imposible saber a los brazos de quien me conducira.

Abrio la puerta y dijo a los del taller que por aquel dia ya habian trabajado bastante, y que la cena estaba en la mesa.

Don Ramon y los otros dos se hallaban ante el Descendimiento, contemplando al resplandor de la vela el cuadro terminado. Pero don Ramon no parecia muy satisfecho de su trabajo:

– Este Jose de Arimatea queda bastante pobre, tanto en la actitud del cuerpo como en la expresion de la cara.

– Muy bien podria haberle dado usted mejor apariencia -afirmo el joven, ofendido, mientras se estiraba las mangas demasiado cortas.

– Pero tiene una postura muy natural -dijo la piadosa mujer de Jerusalen, intentando consolar al modelo y al pintor.

Brockendorf no quiso dejar de dar su opinion el tambien:

– Hay muchas caras en el cuadro y todas son diferentes -constato.

– Eso es debido a que yo siempre pinto del natural -dijo don Ramon-. Hay malos pintores que toman por modelo pinturas ya hechas por otros maestros. Si quiere usted comprar este cuadro, no cuesta mas que cuarenta reales. Como acaba de observar usted, se trata de un cuadro abundante en personajes. Tambien le puedo vender por el mismo precio dos cuadros mas pequenos, como a usted le plazca.

– Vengan los cuadros -dijo Brockendorf, a quien el feliz desenlace de la aventura le habia predispuesto muy en favor del pintor-. Y cuanto mas grandes, mejor.

Y se saco del bolsillo dos monedas de oro cuya posesion nos habia ocultado arteramente, pues tenia deudas de juego con todos nosotros. Don Ramon se embolso el oro y coloco la mano derecha sobre san Ajado, capitan y martir, y la izquierda sobre el subdiacono florentino Cenobio.

Entretanto habiamos convenido con la Monjita que iriamos los cuatro a esperarla aquella noche al convento de San Daniel. Y nos fuimos a comprar vino y provisiones para la cena. Estabamos todos de buen humor, pero Brockendorf, de tan contento, no sabia lo que hacia. Asusto a una vieja chistando como un ganso, le escondio la escalera del palomar al herrero de la Calle de los Jeronimos y se emperro en entrar en la tienda de la cacharrera, a quien no conocia de nada, para preguntarle por que la semana pasada habia enganado a su marido con el escribiente cojo del ayuntamiento.

La cancion de Talavera

El convento de San Daniel, al cual debia su nombre la Calle de los Carmelitas, nos servia de polvorin y de taller. Los frailes, miembros de la orden de los carmelitas descalzos, habian abandonado hacia tiempo el edificio para luchar contra nosotros entre las filas del Tonel y del Empecinado. En el refectorio y en el dormitorio, en las celdas de los monjes, en el claustro y en la gran sala capitular, en fin, por todas partes, nuestros granaderos y los del regimiento Principe Heredero trabajaban durante el dia en el llenado y la fabricacion de bombas incendiarias y granadas. En la cripta, en la que Brockendorf tenia previsto pasar la noche (a cada uno de nosotros nos tocaba este servicio una vez por semana) estaban dispersos por el suelo los sacos de polvora vacios, los clavos, hachas, martillos, soldadores, tapas de cajones, haces de paja, calderas y las coloreadas pipas de barro de los granaderos. Trazos de tiza en el suelo senalaban los limites de cada cuadrilla. En las paredes se veian frescos medio desvaidos que representaban a Sanson cegado por los filisteos y la muerte del gigante Goliat; mediante la adicion de un bigote y una perilla, uno de los granaderos habia transformado al pastorcillo David en el solemne tambor mayor de nuestro regimiento. Sobre la puerta pendia, en un marco de madera tallada y dorada, el retrato de un fraile, un hombre apuesto que llevaba colgada una cruz pectoral.

Los dos braseros que habia encima de la mesa despedian espesas nubes de humo y nos dejaban la eleccion entre asfixiarnos o morirnos de frio. Habiamos concluido la cena, y el asistente de Brockendorf, que tenia fama de ser el mejor furriel de todo el ejercito, retiro de la mesa los restos de nuestra comida.

Enfrente del convento, separada de el solo por la estrecha Calle de los Carmelitas, se encontraba la mansion del marques de Bolibar, y a traves de los vidrios rotos del ventanal de la iglesia veiamos el interior del bien iluminado dormitorio del coronel. Estaba sentado en su cama, completamente vestido; el cirujano del batallon de Hessen lo afeitaba a la luz de dos candelabros situados sobre la mesa. Encima de una silla estaban su tricornio y un par de pistolas.

La vision de nuestro coronel nos lleno de desbordante alegria, pues sabiamos que aquella noche el esperaria en vano a la Monjita, que pensaba venir a vernos a nosotros y no a el. Todos odiabamos al coronel y al mismo tiempo lo temiamos. Y Brockendorf desahogo la indignacion de su pecho:

– Ahi esta ese amargado, con su cabeza gotosa y su corazon atrofiado. ?Llegara pronto la Monjita, mi coronel? ?Esta ya en camino? Se hace usted demasiadas ilusiones, mi coronel. De la cuchara a la boca es cuando con mas facilidad se vierte la sopa.

– No grites tanto, Brockendorf; te va a oir.

– Ese no oye nada, ni ve nada, ni sabe nada -grito Brockendorf triunfante-. Cuando llegue la Monjita, apagamos las luces. Y en plena oscuridad le voy a poner a ese un doble escudo de Turquia encima de la cabeza gotosa, y ni se enterara.

Вы читаете El Marques De Bolibar
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату