pero la Monjita seguia sin venir.

– En Bebenhausen, un pueblo de Suabia -empezo a contar Eglofstein, dando patadas al suelo para calentarse- estuve una vez acuartelado con la mitad de mi compania en una abadia. Nunca he vuelto a vivir tan buenos tiempos. Para beber teniamos arac y vino del Rhin, y habia tal cantidad de ambos que nos podriamos haber lavado todos las manos cada dia con ellos. Por la noche dormiamos sobre las casullas. Pero pasamos muchisimo frio. Fue un invierno duro, y habia tales heladas que los grajos caian muertos desde el aire y las campanas de las iglesias se resquebrajaban. Una noche hasta quemamos en la chimenea dos sitiales del coro.

– Pues le tendriais que pagar una buena cuenta al senor abad cuando os fuisteis.

– ?Pagar? -se rio Eglofstein-. ?Dile al buey que reclame su piel cuando ya se han roto las botas! ?Pagar! ?Quien gobernaba en Alemania por aquel entonces? Su gracia el principe elector, su alteza serenisima el Landgrave, su excelencia el magistrado, su ilustrisima el senor obispo. Todos querian mandar, las cancillerias y los ministerios emitian todos los dias decretos y admoniciones que nadie obedecia. Ahora, desde luego, es diferente, ahora solo gobierna uno, Bonaparte. Y todos nuestros principes y condes y priores y prelados tienen que bailar al son que el les toca, y, si hace falta, hacer cabriolas como perros hambrientos… Ahi viene. Por fin. Ahi viene.

– Esta vez si que es ella. Conozco sus pasos -exclamo Donop.

Corrimos los cuatro a asomarnos a la ventana, y vimos a la Monjita deslizarse por la calle, fugaz como la sombra de la luna.

– Es una buena chica -murmuro Brockendorf, conmovido al ver que la Monjita cumplia su palabra-. Que Dios me castigue, es una buena chica.

– ?Apartaos de la ventana! -ordeno Eglofstein en voz baja, lleno de emocion-. Apagad las luces, que el coronel no note nada.

Soplamos las velas y nos quedamos aguardando en la oscuridad. Enfrente, en su habitacion, el coronel andaba de aqui para alla con paso lento, como un cura que meditara el sermon del domingo siguiente.

Brockendorf, apoyado en la mesa, estaba que reventaba de alegria y de maligna satisfaccion, y se burlaba de nuestro enamorado coronel.

– ?Eh! ?Amargado! ?Aun estas despierto? Esta noche tu amada te esta haciendo esperar, ?eh?

– ?Mas bajo! ?Mas bajo! -le exhorto Eglofstein-. Si da la condenada casualidad de que el coronel te oye…

Pero Brockendorf habria preferido arrancarse la lengua a tragarse sus chanzas.

– ?Que me oiga, que mas da! -exclamo-. Me da pena el viejo imbecil. Manana le enviare otra en lugar de la Monjita. Le enviare a la vieja atocinada que viene todos los dias a barrerme la habitacion. Que se consuele con ella. Es verdad que tiene el cuerpo de una ballena y la cara como una cascara de nuez, pero para el cualquier pingajo es lo bastante bueno.

Enfrente, en su habitacion, el coronel se detuvo de pronto y miro hacia la puerta. Brockendorf empezo de nuevo a reir inmoderadamente, pues le parecia muy divertido que pudieramos ver al coronel esperando con tanta confianza a su amante, que ya le habiamos escamoteado. Se ofrecio a suministrarle, a cambio de la Monjita, a todas las viejas que habia visto en La Bisbal.

– Acuestate ya, amargado, es un buen consejo. Estas esperando para nada, hoy la Monjita no vendra a verte. Lo que si te puedo mandar es a la vieja bruja desdentada que vende nabos y habichuelas en la calle, enfrente de mi ventana, esa seria la indicada para ti. O aquella vieja flaca como un palo de escoba que lava platos en la cocina del meson, o…

Enmudecio.

Enfrente, en la habitacion, la puerta se abrio despacio y con precaucion. Y un instante despues, la Monjita, joven, hermosa, esbelta y sedienta de amor, se colgaba del cuello del coronel.

Ninguno de nosotros pronuncio una sola palabra. Sentimos como un culatazo en la frente. Como una punalada atravesandonos el corazon.

Al cabo de un momento, sin embargo, al ver que eramos nosotros los enganados y no el, estallo en nosotros el rencor alimentado durante anos, al que se sumaba el dolor, el desencanto y el orgullo pisoteado.

– ?Cobarde! -rugio Brockendorf-. ?Canalla! ?Capon! ?En Talavera estuviste escondido detras de una mula reventada, mientras nosotros nos lanzabamos al ataque bajo el fuego graneado!

– ?Te embolsaste los doce mil francos de la soldada y ocho mil francos para pan y carne en salazon, y nosotros a pasar hambre! ?Antes de la batalla el regimiento no tenia ni una onza de pan!

– ?Si no fuera porque tu primo es consejero de economia de guerra del principe de Hessen, Soult te habria arrancado aquella vez las charreteras de los hombros!

– ?Cuantos caballos de mas has vuelto a poner en cuenta, ladron? ?Estafador! ?Judas!

Gritamos, rabiosos, hasta enronquecemos, pero el coronel no oia nada. Solto la redecilla de seda que cubria los cabellos de la Monjita y tomo el rostro de la muchacha entre sus manos.

– ?No nos oye! -grito Brockendorf, ahogandose de rabia-. Pero ?que Dios me condene! ?Va a oirme, asi se despierten todos los demonios del infierno!

Golpeo con ambos punos las hojas de la ventana, haciendo caer estrepitosamente a la calle los vidrios rotos. Luego se asomo todo lo que pudo y, marcando el compas a punetazos, empezo a graznar con su profunda voz de bajo la cancion satirica dedicada al coronel que habian compuesto, tras la batalla de Talavera, un dragon y un granadero, y que los soldados cantaban cuando creian que no los oia ningun oficial:

«Bajo el fuego, el coronel le tiene apego a su piel. Cuando truenan los canones, el reza sus oraciones, y se pone a hacer pucheros…»

Se detuvo, jadeante y agotado. El coronel no le oia. Tenia a la Monjita sujeta entre sus brazos y la estrechaba contra si, y tuvimos que ver como ella le apretaba el rostro contra el pecho y dejaba caer su cabello cobrizo sobre los hombros del coronel.

Aquella vision centuplico nuestro odio y nos convirtio en perturbados peones de nuestra ira. Ciegos y sordos a todo lo demas, teniamos una sola idea: que el coronel habia de oirnos y que teniamos que arrancar a la Monjita de sus brazos.

– ?Cantad todos conmigo! Asi nos oira -exclamo Brockendorf. Y empezo nuevamente la cancion de Talavera, y los demas nos unimos a el, gritando con toda la fuerza de nuestros pulmones en el aire frio de la noche:

«…y se pone a hacer pucheros cuando escupen los morteros, y ?ay, que berridos que mete cuando oye hablar a un mosquete! Pero eso tiene remedio habiendo oro por medio, pues con la bolsa bien llena ya no siente tanta pena. Para sisar sin mesura nunca le falta bravura.»

Pero de repente, mientras cantabamos, la Monjita se desprendio del abrazo del coronel. Se dirigio hacia la imagen de la Virgen que habia en la pared y, poniendose de puntillas, la cubrio el rostro con su redecilla de seda, como si no quisiera que la Madre de Dios viera lo que iba a pasar a continuacion en el cuarto.

Y en el mismo instante, el coronel apago de un soplo las velas. Lo ultimo que vi fue la figura de infantil esbeltez ante la imagen de la Virgen y las mejillas desagradablemente hinchadas del coronel. Luego todo desaparecio: la mesa, la cama, los dos candelabros, la imagen velada, el tricornio que estaba encima de la silla… todo desaparecio

Вы читаете El Marques De Bolibar
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату