almacenes…»
– Mas claro, Jochberg, no entiendo ni una palabra -exclamo Eglofstein.
– «…hornos, almacenes para viveres -grite con desesperacion-, un arsenal para municiones y, finalmente, locales para albergar la impedimenta de un cuerpo de ejercito? Procure averiguar, coronel, si la ciudad, en lo que se refiere a los puntos mencionados…»
– La escritura de las lineas siguientes esta borrosa, mi capitan.
– Deje esa carta y tome la siguiente.
Desplegue la carta, pero se me cayo al suelo. Y mientras me agachaba para recogerla, oi de nuevo la voz de Gunther, que sonaba llena de reproche:
– Tanto como te suplique, querida, que vinieras temprano. ?Es que no te dejaba salir de casa? Desde luego, le obedeces en todo…
?Era ella! ?Era Francoise-Marie! Un estremecimiento recorrio el rostro del coronel, y Eglofstein se puso palido como la cera. Recogi la carta del suelo y lei con tanta vehemencia, con tanto ardor, con tanta desesperacion, que Donop, que entraba en aquel momento en la habitacion, se quedo parado, con la boca abierta, sin saber que significaba aquello.
– «Coronel: El regimiento de cazadores numero 25, que pertenece a mi division, cuenta en su deposito de caballeria con ciento cincuenta hombres sin caballos. A usted, en esa region, le resultaria facil adquirir caballos a precios modicos para dotar de monturas a esos hombres. El regimiento no posee mas que quinientos caballos. Ocupese usted de conseguir un centenar mas, para que por fin…»
– Eso ya se hizo -exclamo Donop desde la puerta-. Yo mismo…
– ?Callese! -exclamo enfurecido Eglofstein-. ?Jochberg! Continue. La siguiente.
– «Carta del 18 de diciembre. Firmada personalmente por el mariscal Soult. Coronel: Los informes que me llegan de Vizcaya me impiden retirar de alli ni un solo hombre. El enemigo tiene la intencion manifiesta de…»
Me interrumpi un instante para tomar aliento. Y en ese mismo instante oi a Gunther pronunciar mi nombre.
– ?Oyeme! -mascullo-. ?Ha sido Jochberg quien te ha ensenado esa novedad tan deliciosa? ?O ha sido Donop? Contesta.
– «…la intencion manifiesta -grite- de poner sitio a la ciudad; desde hace dos meses esta instalando grandes almacenes de aprovisionamiento en los alrededores y los aumenta incesantemente.
»Carta del jefe del estado mayor del 22 de diciembre. Coronel: Comprendo tan bien como el que mas hasta que punto seria beneficioso para la gloria y los intereses del Emperador luchar contra Lord Wellington en lugar de hacerlo contra los bandidos. Con todo, no puedo recomendar al mariscal la puesta en practica de sus propuestas. Pues ignoro…»
– ?Que es lo que escribe el coronel Desnuettes? -me interrumpio el coronel con repentina atencion-. ?Escribe «no puedo recomendar»?
– «No puedo recomendar al mariscal la puesta en practica de sus propuestas» -repeti-. Eso es lo que pone. Y continua: «Pues ignoro que se esta tramando este invierno en Asturias contra nosotros. Ademas no dispongo de suficientes efectivos de infanteria bien preparados para poder aprobar que usted…».
– ?Alto! -bramo indignado el coronel-. ?Que acaba de leer usted? ?«Para poder aprobar»? ?Que se ha creido ese Desnuettes? ?A el quien le manda que apruebe ni que recomiende nada? El y yo tenemos la misma graduacion. ?Eglofstein! ?Ha sido contestada ya esta carta insolente?
– Todavia no, mi coronel.
– Tome usted la pluma. Escriba lo que voy a dictarle y despache la carta en la primera oportunidad. ?Que se habra creido ese Desnuettes?
Empezo a andar furioso de un lado al otro de la habitacion, a grandes pasos.
– ?Escriba! -dijo por fin-. «Coronel: En el futuro haga usted el favor de limitarse a trasmitir al mariscal mis propuestas sin recomendacion alguna, y a darme cuenta de…» ?No! Todo esto no es lo bastante fuerte.
Se habia detenido y movia los labios, mudo y pensativo. Yo tenia que esperar. No podia seguir leyendo, estaba desorientado, no sabia que hacer. Y en ese instante de silencio, Gunther, desde sus suenos terribles, dijo en voz bien alta, lentamente y con total claridad:
– ?Ven! Dejame besarte el ranunculo azul.
No recuerdo lo que sucedio en mi interior en aquel instante. ?Acaso perdi el conocimiento? ?O es que me pasaron por el cerebro cien visiones de terror que olvide de inmediato? Solo se que cuando volvi en mi senti aun el sobresalto de los ultimos segundos en el temblor de mis manos y en el escalofrio helado que me recorrio la espalda. Despues recobre la presencia de animo y me dije: ha llegado el momento que nos ha hecho temblar durante todo un ano, ahora si que ha llegado… ?Valor! Hay que afrontarlo. Y mire al coronel.
Se habia quedado tieso e inmovil, tenia los labios ligeramente torcidos, como si le doliera la cabeza. Se quedo asi unos instantes; luego, con un movimiento brusco, se dirigio a Eglofstein. Iba a producirse el estallido…
Muy tranquilo y sin mostrar irritacion, casi despreocupado, dijo:
– ?Por donde ibamos? Escriba, Eglofstein: «Coronel: En lo venidero, hara usted bien en limitarse…».
?Estaba sonando? ?No era posible! Le habiamos robado la mujer, ahora lo sabia, y sin embargo seguia dictando su carta como si nada hubiera pasado. Nos quedamos todos mirandolo boquiabiertos; Eglofstein tenia la pluma en la mano, pero no escribia. Y Gunther, desde su cama, dijo por segunda vez:
– ?El ranunculo azul! ?Me oyes? ?Te lo ha besado tambien Donop? ?Y Eglofstein? ?Y Jochberg?
En la cara del coronel no se movio ni un musculo, seguia en la posicion tensa del que escucha. En sus labios apretados habia un fino pliegue de dolor o sarcasmo. Luego, repentinamente, se movio hacia la ventana. Desde la calle me llegaba ahora un ruido lejano, un leve murmullo, y el coronel parecia prestar atencion solo a aquel ruido.
Entonces Eglofstein se puso en pie impulsado por una repentina decision. Dejo caer la pluma y se planto frente al coronel tieso como un palo.
– Mi coronel, me confieso culpable. Se sobreentiende que me pongo a su disposicion. Espero sus ordenes, mi coronel.
El coronel levanto la cabeza y lo miro.
– ?Mis ordenes? Me parece que el momento es demasiado grave como para privar al regimiento de uno solo siquiera de sus oficiales a causa de una frusleria.
– ?A causa de una frusleria? -balbucio Eglofstein, mirando al coronel fijamente a los ojos.
Un encogimiento de hombros. Un gesto indolente de la mano.
– Queria enterarme de la verdad y ahora ya la conozco. No me sorprende. Asunto concluido.
Yo no alcanzaba a comprender, estaba pasmado de asombro. Habia esperado un estallido de furor, un furioso deseo de aniquilarnos a todos, y en cambio las palabras que oi sonaban frias, indiferentes y casi juiciosas.
Callamos todos, y el coronel continuo:
– Nunca me he enganado respecto al hecho de que todo ese parecido al que mis sentidos sucumbieron era de naturaleza meramente externa. Si, la cara, el porte, el color del cabello, en fin, todo eso, lo encontre reunido. Pero de ese misero espejismo que me ofrecia la fortuna ciega jamas he esperado fidelidad.
Afuera el alboroto habia aumentado y se acercaba a donde estabamos; y podian ya distinguir voces aisladas. Gunther seguia mascullando, pero ya nadie prestaba atencion a sus palabras.
– ?Por que me miran todos tan asombrados? -dijo el coronel-. ?Es que de veras esperaban que por culpa de una criatura que, como veo, ha otorgado sus favores a casi todos ustedes, fuera yo a hacer el papel del celoso don Pantalon? ?Esperaban una gran escena por semejante nimiedad? En estos momentos resulta usted francamente ridiculo, Eglofstein. Mejor sera que salga usted a ver que pasa fuera.
Eglofstein se acerco a la ventana, abrio los dos batientes y se asomo. Escuche una confusa barahunda. Despues se hizo el silencio. Una corriente de aire atraveso la estancia, haciendo volar los papeles que habia encima de la mesa.
Al cabo de unos instantes volvio Eglofstein.
– La muchedumbre ha roto el cordon de la plaza del mercado -notifico-. El teniente Lohwasser ha sido derribado y maltratado.
– ?Y nosotros aqui, discutiendo de mujeres y de amorios! -exclamo el coronel-. ?Venga conmigo, Eglofstein!