Tomaron los sables y los capotes y se apresuraron a salir. Pero unos segundos mas tarde volvio Eglofstein solo.
– No tengo mucho tiempo -exclamo atropelladamente-. Tiene que desaparecer, ?me oyen? No nos conviene que la encuentre cuando vuelva.
– ?Encontrar a quien? -pregunto Donop.
– A la Monjita.
– ?A la Monjita? ?O sea que hablaba de la Monjita?
– ?Por los clavos de Cristo! ?De quien si no? ?Cree usted que uno solo de nosotros habria salido vivo de este cuarto si el hubiera adivinado la verdad? Ni por un momento se le ha ocurrido pensar que su mujer pudiera haberlo enganado.
– Pero ?y el ranunculo azul? -exclamo Donop.
– Pero bueno, ?es que aun no lo has entendido? -grito Eglofstein impaciente-. Ya me he dado cuenta de que os habiais quedado de piedra. Yo lo he comprendido inmediatamente. Le ha tatuado a la Monjita el ranunculo azul para hacer la ilusion mas completa. ?Esta mas claro que el agua!
– ?A caballo! -oi la voz del coronel desde abajo. Y luego el tintineo de los sables, las espuelas y las bridas.
– Tiene que desaparecer, ?lo entiendes ya? Si la vuelve a ver se enterara de la verdad.
– ?Y adonde nos la llevamos?
– Eso es cosa vuestra. Fuera de la casa. Fuera de la ciudad. No me queda mas tiempo.
Salio. Durante un minuto hubo silencio. Luego oi el centuplicado chacoloteo de los cascos alejandose en direccion a la plaza del mercado.
La ultima senal
Encontramos a la Monjita en las escaleras; estaba apoyada en el pasamanos, sin moverse, y mirando al vacio. Cuando nos acercamos se sobresalto. Tenia los ojos banados en lagrimas.
Por su rostro atormentado adivinamos enseguida que se habia cruzado con el coronel en el momento en que este salia de la casa. Quiza fueran unas palabras llenas de sarcasmo lo que la habia sumido en semejante desconsuelo, o una mirada hostil, o un gesto despreciativo con el que el la hubiera apartado de su camino, o quiza simplemente la expresion de su rostro. Estaba desconcertada y desolada, y no era capaz de explicarse el cambio que habia sufrido su amante.
Donop se le acerco y le explico que tenia que salir de la casa y que tenia orden de llevarla a un lugar donde estaria mas segura, pues se temia con fundamento un nuevo bombardeo de la ciudad a la noche siguiente.
La Monjita no oyo ni una sola palabra de todo lo que le decia.
– ?Que ha pasado? -exclamo-. Estaba furioso, nunca lo habia visto asi. ?A donde se ha ido y cuando volvera?
Donop trato de persuadirla de que confiara en el y viniera con nosotros, pues quedarse en aquella casa seria absurdo y peligroso.
La Monjita se lo quedo mirando sin entenderlo.
Su desconsuelo se transformo de repente en ira.
– Seguro que le ha contado usted al coronel que ha visto al hijo del sastre en casa de mi padre. Ha sido usted o alguno de sus amigos. Se ha portado usted mal, caballero, pues ahora el coronel piensa de mi lo peor.
La miramos asombrados, pues no sabiamos nada de aquel hijo del sastre. Pero ella siguio:
– Es verdad que tuve un novio, y el coronel lo sabia, pero me deshice de el ya hace mas de medio ano. Si me lo encontre ayer en el taller de mi padre, no fue por culpa mia. El se habia ofrecido para posar como Jose de Arimatea por un real y medio, pero en realidad lo hizo solamente para verme. Esta manana, cuando he salido a la ventana, lo he visto en la calle, delante de casa, y me ha hecho senas, pero yo no le he prestado atencion. Eso es todo, ?que hay de malo en ello? Llevenme junto al coronel, y yo le convencere de que no he hecho nada malo.
– El coronel esta en las avanzadas -dijo Donop sonrojandose-. Y estara fuera toda la noche y quiza tambien el dia de manana.
– ?Llevenme junto a el! -suplico la Monjita -. Diganme como puedo llegar a donde esta y Dios se lo pagara con mil bendiciones.
Donop me lanzo una mirada; ambos nos avergonzabamos, el uno ante el otro, de la inicua tarea que nos habia caido en suerte, y que nos obligaba a mentir y a reafirmar a la Monjita en su error. Pero teniamos que actuar asi, no podiamos hacer otra cosa, no teniamos eleccion. No podiamos permitir que el coronel volviese a ver a la Monjita.
– Esta bien -dijo Donop-. Se hara como usted desea. Pero tenga en cuenta que el camino es largo y nos conducira a la proximidad del enemigo.
– ?Ire a donde usted quiera! -exclamo la Monjita ilusionada-. Hasta el fondo del rio, si hace falta.
Pero de repente parecio despertarse en ella la desconfianza; debio de recordar en aquel instante como la habiamos apremiado el dia antes para que pasase la noche con nosotros. Nos echo una mirada larga y escrutadora, primero a mi y luego a Donop, temiendo tal vez que aun no hubieramos desistido de nuestras intenciones.
– Esperenme aqui -dijo entonces-. Voy arriba a coger de entre mis cosas lo que necesito para la noche. Estare aqui enseguida.
Al cabo de un rato regreso con un atadillo en las manos. Yo se lo cogi para llevarselo. Me lo entrego tras una cierta vacilacion.
Era liviano, casi no sentia su peso. Lo sostenia entre mis manos sin saber que llevaba dentro el desastre, la fatalidad inevitable, la ruina del regimiento, la ultima senal.
Acorde con Donop que seria yo el encargado de llevar a la Monjita a traves de nuestras lineas hasta la vanguardia del enemigo. En todas las bandas de la guerrilla habia oficiales ingleses del estado mayor de Wellington y Rowland Hill que servian a los caudillos como consejeros en todas las cuestiones de estrategia. Bajo la ensena de parlamentario, exigiria hablar con alguno de ellos, y confiaria a su custodia a la Monjita, como persona de alta condicion para la cual el comandante de la ciudad asediada suplicaba la proteccion del enemigo.
Tome la decision de subir remando en un bote rio arriba, pues, segun lo que habia visto aquella manana durante mi servicio de escolta, aquel camino me parecia el mas seguro. Ademas, si se daba el caso de que los guerrilleros se negaran a respetar la bandera de parlamentario, me quedaba al menos la esperanza de ponerme fuera del alcance del fuego enemigo aprovechando la fuerza de la corriente y el amparo de los arbustos de la orilla.
Subimos al bote cerca de la muralla, en aquella parte de la orilla donde en otros tiempos solia haber tantas lavanderas. Tome los remos y la Monjita, con su atadillo, se sento a mi espalda sobre el fondo del bote.
Oi disparos por la zona de la plaza del mercado. Era mala senal. Se habia entablado la lucha contra los revoltosos, y debia de estar resultando dificil controlarlos, pues de otro modo el coronel no habria dado la orden de disparar. Empezaba a oscurecer y Donop se despidio de mi con un apreton de manos. En su rostro se leian la duda y la preocupacion, asi como el temor de que no volveriamos a vernos, pues mi empresa estaba llena de peligros, y su desenlace era muy incierto.
Un viento humedo me golpeo la cara mientras hundia despacio y silenciosamente los remos y a mi alrededor se alzaba en el aire el olor del agua. El rio arrastraba grandes pedazos de hielo que chocaban contra el casco del bote, y tambien arbustos desarraigados y manojos de juncos. A veces tenia que bajar la cabeza para evitar chocar contra los sauces de la orilla, que extendian sus ramas desnudas mucho mas alla de la ribera. A lo lejos el curso del rio se confundia con los oscuros contornos de los arbustos en una gran sombra nocturna.
Al llegar al primer recodo del rio, nuestro centinela me dio el alto. Arrime el bote a la orilla y lo detuve. Aparecio el teniente primero von Froben, que me reconocio y me pregunto lleno de asombro por el fin y el rumbo de mi viaje. Le dije lo que me parecio conveniente.
Supe por el que nuestras lineas estaban escasamente protegidas, ya que la mayor parte de la tropa se habia dirigido a la ciudad, pues la revuelta habia adquirido un caracter peligroso y el coronel se hallaba cercado por la masa de revoltosos en el centro de la ciudad.
– Ojala los guerrilleros nos dejen en paz esta noche -anadio von Froben en tono preocupado, mirando a traves