De las horas del desastre, de la lucha ultima, terrible e inutil de los regimientos de Nassau y Principe Heredero guarda mi memoria escaso rastro, y doy por ello gracias al cielo. Los sucesos de la ultima noche se han concentrado en mi recuerdo en un sombrio y confuso cuadro de fuego, sangre, tumulto, torbellinos de nieve y nubes de polvora. Al capitan Eglofstein no volvi a verlo, y a Brockendorf solo una vez mas, en suenos. Fue muchos anos despues, en Alemania; una noche lluviosa me desperte bruscamente, sobresaltado: habia visto a Brockendorf, lo habia visto claramente en suenos salir de una casa en llamas perseguido por cuatro espanoles. No llevaba ni guerrera ni camisa, y vi los negros mechones de pelo de su robusto pecho. Llevaba arrollado en una mano su capote, con el que paraba los golpes, mientras manejaba el sable con la otra. Daba tres o cuatro golpes a su alrededor, y luego dejaba caer el sable y se desplomaba al suelo. Un hombrecillo gordo y barbudo, que llevaba una linterna, se inclinaba sobre el y le arrebataba el capote.

Y mientras el barbudo, con su botin en las manos, lo examinaba y lo sopesaba, alguien lanzaba un disparo, un disparo totalmente silencioso, y el hombrecillo barbudo se desplomaba y quedaba tendido en el suelo bajo el capote de Brockendorf. La luna llena salia lentamente de detras de las nubes y el viento cubria de nieve los dos cadaveres.

?Fue todo aquello solo la enganosa vision de una pesadilla tardia que me arranco de un sueno inquieto? ?O presencie realmente la muerte de Brockendorf y el tumulto del momento borro de mi memoria aquel cuadro, uno de tantos, haciendomelo olvidar por completo hasta que, muchos anos mas tarde, un sueno torturante lo sacara de las profundidades del olvido? No podria decirlo.

Lo que es seguro es que vi caer al coronel con mis propios ojos, y tambien a Donop y a muchos mas, pues la tercera senal y, con ella, el ataque del Tonel, significaron el desastre y yo llegue demasiado tarde para prevenir de lo que se avecinaba.

Salte a la orilla y me abri paso entre los arbustos de sauce y ya alli me cruce con los granaderos en fuga que habian abandonado las lineas de defensa. Los guerrilleros los acosaban y no les dejaban tomar aliento. Me vi arrastrado por aquella masa en desorden; todos corrian tanto como podian, algunos caian y quedaban tendidos en el suelo, y asi llegamos a las primeras casas de la ciudad. Deje atras al teniente primero von Froben, que estaba gravemente herido y avanzaba, tambaleandose como un borracho, a lo largo de la pared de una casa. Por fin consegui hacer que se detuvieran algunos de los soldados que huian y por un rato conseguimos plantar cara a los guerrilleros. Pero luego, de repente, alguien dijo que ya teniamos al enemigo a nuestras espaldas, que mas alla se oian disparos. Y ya fue imposible contener la situacion; mis hombres se incorporaron de un salto y salieron corriendo calle abajo, y yo con ellos.

Por todas partes reinaban el caos y la confusion, todo el mundo empujaba, gritaba y se atrepellaba. Desde las ventanas volaban hacia nuestras cabezas toda clase de objetos: ladrillos, tinajas, lenos, herramientas metalicas, tejas, asadores, peroles de estano, cazuelas y botellas vacias. En un zaguan, sobre los peldanos de una escalera que llevaba a un sotano, habia una mujer joven, encinta, que disparaba hacia la calle con un pistolon que cargaba una y otra vez. Uno se detuvo a mi lado y la apunto. Despues de aquello ya no vi nada, la luna llena habia desaparecido tras las nubes, corriamos en medio de la oscuridad y por todas partes se oian gritos de aliento y exclamaciones desesperadas:

– ?Mi caballo! ?Donde esta mi caballo?

– ?No tengas miedo! ?Tu deja que se acerquen!

– ?A donde? ?A donde vamos? No veo mas que nieve.

– ?Dragones! ?Hijos de Francia! ?Resistid una vez mas, cargad con las culatas!

– ?Mi mochila!

– ?Arriba! ?Arriba! ?Haz un esfuerzo, tenemos que seguir!

– ?Armas al hombro! ?Apunten! ?Fuego!

– Aqui estoy. ?Aqui!

– Estoy herido, no puedo mas.

– ?Que vienen!

– ?Adelante! ?Adelante!

En plena oscuridad recibi un golpe por la espalda que me derrumbo. Por un instante no senti otra cosa que la nieve humeda en la cara y un punzante dolor en la nuca. No se que me paso a continuacion. Aunque no perdi el conocimiento ni siquiera por un segundo, hay en mi recuerdo una amplia y oscura laguna.

Vuelvo a hallarme en manos de dos granaderos que me sostenian y me hacian avanzar. Sentia sed y violentos dolores en el brazo izquierdo, asi como en la cabeza y en los dos hombros. Recuerdo que abri fuego dos veces con mi pistola, pero no se contra quien.

Eramos siete. Solo dos de nosotros conservabamos aun nuestras armas, y casi todos estabamos heridos.

Ante nosotros, bien iluminada y abarrotada de gente, estaba la plaza del mercado.

Lanzamos gritos de jubilo y nos abrazamos, creyendonos salvados y guarecidos al ver alli tres companias de granaderos, formadas en cuadro, en posicion de defensa, y en medio de ellas al coronel a caballo.

Parece ser que, tan pronto como comenzo la lucha, el regimiento se habia visto escindido en tres partes. Una de ellas se batio aun durante un rato en las cercanias de la casa del prelado. Otra se defendia detras de los setos y los arboles del jardin del hospital, que en el curso de la noche seria tomado al asalto por los guerrilleros, en union de un grupo de revoltosos. Las tres companias que se hallaban en la plaza del mercado estaban todavia en buenas condiciones y se decia que habia que intentar abrirse paso para ganar el rio.

Conservo en mi memoria solo unos pocos momentos de la lucha que tuvo lugar a continuacion. Recuerdo junto a mi a Donop dandome animos y ofreciendome un trago de su botella. Mas tarde me veo arrodillado detras de un carro de aprovisionamiento, disparando con una carabina hacia la compacta masa de atacantes. A mi lado, un granadero bebia caldo frio en un tazon de barro.

Desde mi puesto veia las ventanas de mi casa. Estaban iluminadas; vi sombras de extranos deslizandose de aqui para alla por el cuarto, y, mientras disparaba, me acorde de que habia dejado en mi mesa varios libros, novelas de amor francesas y un volumen de gacetillas alemanas.

Zumbidos, truenos, silbidos, descargas de mosquetes, griterio estridente, voces de mando, todo ello entremezclado con el incesante «?Carajo! ?Carajo!» de los espanoles. Por mi lado pasaron llevando a Castel- Borckenstein inconsciente y con las botas cubiertas de sangre; detras iba su asistente, que agitaba con gesto de furia su fusil descargado contra los espanoles. Mas alla, ante la puerta del meson de La Sangre de Cristo, san Antonio, a la luz de las antorchas, alzaba sus manos petreas atestiguando, entre el ruido y el alboroto de la lucha, que la concepcion de Maria habia sido inmaculada.

Inmediatamente despues de la caida de Castel-Borckenstein, llego la orden de retirada. Media compania avanzo en filas cerradas hacia la calle de San Ambrosio. Tras ellos cabalgaba el coronel.

De repente lo vi tambalearse en la silla. Dos hombres se precipitaron a su lado para sostenerlo. Segun parecia, no podia hablar, y movia las manos con vehemencia hacia los guerrilleros. A su alrededor se formo un tropel y poco despues deje de verlo. Dos o tres veces oi a Donop pedir a gritos una camilla.

Y entonces desaparecio todo rostro de orden. Arrastrado por la corriente, fui a parar a la Calle de los Jeronimos. Estaba llena de gente que corria y chillaba, tratando todos de llegar antes que los demas a la orilla del rio y al puente. Al cabo de poco la mayoria dio media vuelta y regreso hacia atras, por motivos que ignoro. Donop seguia a mi lado. Mientras corria apretaba contra una herida de sable que tenia en la mejilla un trozo de tejido arrancado del forro de su guerrera. Asi quedo su imagen en mi recuerdo hasta hoy.

Me acuerdo oscuramente de un breve combate cuerpo a cuerpo en las cercanias de la herreria destruida por el fuego. Tambien se grabo en mi memoria un chorro de agua hirviendo que cayo justo a mis pies. Algunas gotas me alcanzaron una mano.

Cuando llegamos al rio, encontramos el puente ocupado por la guerrilla. Algunos intentaron vadear o nadar hasta la otra orilla. Con el agua hasta los hombros, se debatian contra la corriente, pero el frio los paralizaba y uno tras otro fueron desapareciendo en las aguas. Desde el puente de piedra, los guerrilleros hacian fuego incesantemente contra nuestras filas con bombas de metralla.

Arrimados a las casas, regresamos corriendo por donde habiamos venido. Ya ninguno de nosotros pensaba en salvacion o fuga. En nuestros corazones ya no habia ni esperanza ni desesperacion, solo la muda decision de resistir hasta el fin. No buscabamos una escapatoria al desastre, sino solo un lugar donde pudieramos luchar y morir cuerpo a cuerpo, hombre contra hombre, puno contra puno.

Вы читаете El Marques De Bolibar
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату