de la oscuridad hacia el valle, donde estaban acampados los hombres del Tonel.

La Monjita no entendio nada de aquel dialogo; solo a la mencion del coronel levanto los ojos y me miro inquisitiva.

Segui remando.

– ?Llegaremos pronto? -pregunto.

– Si -fue mi respuesta.

Se intranquilizaba por momentos.

– Alla enfrente veo las hogueras de los serranos -dijo. (Los espanoles de las ciudades llaman serranos a los guerrilleros.) -?A donde me lleva?

Crei llegado el momento de decirle la verdad.

– La he traido hasta aqui, Monjita, para ponerla bajo la proteccion de un oficial enemigo.

Profirio un leve grito de sorpresa y sobresalto.

– ?Y el coronel?

– No volvera usted a verlo.

Se puso en pie y el bote empezo a tambalearse fuertemente.

– ?Usted me ha enganado! -exclamo asustada, y senti en la cara el roce de su aliento.

– Tenia que hacerlo. Habra de resignarse usted. La tengo por una persona sensata.

– ?Lleveme de vuelta o pedire socorro!

– Puede pedir socorro si quiere, pero no le servira de nada. Los centinelas ya no la dejaran entrar en la ciudad.

Con actitud desesperada, empezo a suplicar, a amenazar y a quejarse, pero yo me mantuve firme. Se me habia metido en la cabeza la idea de que llevandome a la Monjita estaba alejando de la ciudad en mi bote la desgracia del regimiento. Por ella habiamos dado la primera y la segunda senal del regimiento. Suya era la culpa de que hubieramos renido con Gunther, el cual se hallaba ahora muerto o moribundo en la habitacion de Eglofstein. Y si el coronel la volvia a ver, descubriria nuestro secreto, para su ruina y la de todos nosotros.

Dejo de suplicar y quejarse, viendo que era en vano. La oi rezar en voz baja. Rogaba a Dios con palabras apasionadas, y los sollozos se entremezclaban en su oracion.

Luego enmudecio y no volvi a oir palabra alguna, solo un leve suspiro y un largo gemido sin fin.

Entretanto habiamos alcanzado el segundo recodo del rio. En ambas orillas ardian altos montones de ramas secas, que hacian brillar en encendidos colores toda la superficie del rio. A lo largo de las orillas se deslizaban sombras. Luego una voz me llamo, se oyo un disparo y una bala fue a caer al agua muy cerca de mi bote.

Solte los remos, encendi apresuradamente el farol que se hallaba a mis pies sobre el fondo del bote y lo agite con la mano izquierda, mientras con la derecha hacia ondear mi panuelo blanco. La corriente llevo el bote hasta la orilla. De todos lados acudian los guerrilleros con linternas, faroles, teas y hachones. Habia ya mas de cien esperandome en la orilla, y entre ellos distingui, para mi satisfaccion, el capote escarlata y el penacho blanco de un oficial ingles de los fusileros de Northumberland.

Salte a la orilla con el panuelo blanco en la mano, me dirigi, sin hacer caso a los demas, a aquel oficial, y le explique, mientras una docena de arcabuces me apuntaban a la cabeza, el motivo de mi presencia alli.

Me escucho en silencio y luego se fue hacia donde estaba la Monjita, sin duda para ayudarla a descender del bote. Quise ir tras el, pero en el mismo instante senti que me cogian por el hombro. Di media vuelta y me encontre cara a cara con el Tonel.

Lo reconoci enseguida. Estaba apoyado en su baston y tenia las gruesas piernas envueltas en panos. En la faja roja llevaba metidos navajas, cartuchos, pistolas, unas cabezas de ajo y un trozo de pan. Y colgada al cuello tenia una ristra de pequenos trozos de galleta ensartados en un cordel, como si fuera un rosario.

– Ante todo es usted mi prisionero -rezongo-. Lo demas ya lo arreglaremos.

– He venido como parlamentario -proteste.

El Tonel rio divertido para si mismo.

– Patranas -afirmo-. A mi no me venga usted con cuentos. Haga el favor de entregar su sable.

Vacile, calculando la distancia que mediaba entre mi bote y yo. Pero antes de que tomara una decision, el oficial ingles se dirigio a mi y me dijo lentamente:

– Su comandante me envia extranos presentes. Esta joven esta muerta.

– ?Muerta? -grite, y de un salto me acerque al bote; pero el Tonel se me anticipo, se inclino sobre la Monjita y le ilumino la cara.

– Es cierto. Esta muerta -grazno-. ?Que quiere que hagamos con ella? ?La ha traido aqui para que recemos por ella un miserere, un oficio de difuntos, un de profundis, un requiescat, un santo rosario?

Yo guarde silencio, pero el lanzo de repente una salvaje exclamacion de asombro, que sono como el furioso bufido de un gato.

Se puso en pie y me miro un buen rato con ojos escudrinadores. Luego, con un tono de voz por completo diferente, dijo:

– Ah, ?era esto? ?Una nueva vaina para mi cuchillo viejo? Pues bien, ponga atencion.

Se saco una pistola de la faja. Creyendo que la apuntaria contra mi, eche mano al sable. Pero lo que hizo fue disparar dos veces seguidas al aire mientras lanzaba un estridente silbido.

Yo conocia aquella senal de los guerrilleros. Era el toque de rebato.

La rechoncha figura del Tonel seguia ocultandome el bote y la Monjita. Pero de pronto vi algo en su mano derecha. En su mano derecha vi el cuchillo, el punal del marques de Bolibar, la Virgen con Cristo muerto sobre las rodillas: la tercera senal.

El suelo se tambaleo bajo mis pies. Los hombres, las antorchas, los arboles que habia a mi alrededor empezaron a girar lentamente y a balancearse en torno a mi. Y lo unico que percibian mis ojos era el cuchillo y una gota de sangre que pendia de su filo, una gota de la sangre de la Monjita; mis ojos la siguieron mientras se deslizaba lenta, inevitable e inexorablemente por la hoja, como un mandato horrible que ha de cumplirse. Y de repente tuve a la Monjita ante mis ojos tal como la habia visto por primera vez; «ven aqui, ojos de fuego», senti resonar en mi cabeza… Alla estaba, junto al sillon, al resplandor de la chimenea… Y un dolor sin limites, y la angustia y la desesperacion por su muerte me abatieron. Pero en mi interior oi alzarse una voz, no la mia, sino la de un extrano, sonora, indignada y vehemente: «?La tercera senal! ?Y la has dado tu!»

– Comunique usted a quien lo ha enviado… -oi desde lejos, y surgiendo de mis tinieblas vi que me hallaba solo en la orilla, junto al Tonel y al capitan ingles-. Comunique usted a quien lo ha enviado -dijo el Tonel- que dentro de un cuarto de hora… Pero ?por los clavos de Cristo! ?Sois vos o no sois vos?, Esta vez, en verdad, no me fio de mis ojos.

Retrocedio un paso, levanto su farol a la altura de mi cara y empezo a reir.

– Tengo la sensacion de haber visto no hace mucho a este caballero, pero aquella vez el caballero llevaba zapatos de cordoban y medias de seda. ?Que le parece a usted, capitan?

El oficial ingles sonrio.

– Me alegro de haberos reconocido esta vez pese a vuestro disfraz, senor marques. Como ya tuve una vez el honor de aseguraros: vuestro rostro no es de los que se olvidan con facilidad.

– El senor marques ha cumplido bien su mision -gruno satisfecho el Tonel-. Si en la ciudad ha estallado la revuelta, ya podemos darla por nuestra. Atacaremos dentro de una hora.

Y al escuchar aquellas palabras, a mi, al teniente Jochberg de los granaderos de Hessen, me paso algo extrano: tuve la impresion de que yo era realmente aquel espanol, el marques de Bolibar, y durante unos instantes senti su orgullo y saboree su triunfo por haber dado la tercera senal y haber completado asi la obra.

Luego, aquella locura de un segundo desaparecio, volvi en mi, fui de nuevo yo. Angustiado y desesperado, me sentia traspasado por el terror: tenia que regresar inmediatamente, tenia que avisar, dar la alarma…

Salte al bote.

– ?A donde vais? -exclamo a mis espaldas el capitan ingles-. ?Quedaos aqui, vuestra mision ha terminado…!

– ?Todavia no! -grite, mientras mi bote empezaba a deslizarse rio abajo impulsado por la corriente.

El desastre

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