– Por entonces yo estaba ingresado en el hospital. Un sobrino mio se hizo cargo del hotel entretanto.
– ?Podrias llamarlo por telefono?
– Pues no, porque esta de crucero por el Artico.
El hombre se puso a escrutar el registro con ojos miopes.
– Vaya, aqui tenemos a un huesped chino -dijo de pronto-. Un tal senor Wang Min Hao, de Pekin. Se alojo aqui una noche. Entre el doce y el trece de enero. ?Es la persona que buscas?
– Si -respondio Birgitta incapaz de ocultar su excitacion-. Es el.
El hombre le dio la vuelta al registro para que ella pudiese leerlo. Birgitta Roslin saco del bolso un trozo de papel y anoto los datos que figuraban en el libro. Nombre, numero de pasaporte y algo que, supuso, seria una direccion de Pekin.
– Gracias -le dijo al hombre-. Has sido de gran ayuda. ?Se dejo algo olvidado en el hotel?
– Me llamo Sture Hermansson. Mi mujer y yo hemos llevado este hotel desde 1946. Ahora esta muerta. Y yo no tardare en morir. Este es el ultimo ano que tengo el hotel abierto. Van a derribar el edificio.
– Es una lastima.
Sture Hermansson lanzo un grunido displicente.
– ?Que es una lastima? La casa esta hecha una ruina. Y yo tambien. Es normal que muera la gente mayor. En fin, lo cierto es que creo que el chino ese se dejo algo aqui.
Sture Hermansson entro en la habitacion que habia detras del mostrador. Birgitta Roslin aguardaba impaciente.
Ya empezaba a preguntarse si no se habria muerto alli dentro, cuando por fin volvio a salir con una revista en la mano.
– Cuando volvi del hospital, esto estaba en una papelera. Tengo una rusa que viene a limpiar. Como solo dispongo de ocho habitaciones, se las arregla sola, pero no es muy concienzuda. Asi que, cuando volvi del hospital, lo repase todo. Y halle la revista en la habitacion del chino.
Sture Hermansson le paso la revista, llena de caracteres chinos y de fotografias con exteriores y personas chinas. Intuyo que se trataba de una publicacion de presentacion de alguna empresa, no una revista propiamente. En la contraportada habian garabateado con boligrafo algo en caracteres chinos.
– Puedes llevartela si quieres -le dijo Sture Hermansson-. Yo no se chino.
Birgitta se la guardo en el bolso, dispuesta a marcharse.
– Gracias por tu ayuda.
Sture Hermansson le sonrio.
– De nada. ?Te ha servido?
– Bastante.
Ya se dirigia a la salida cuando oyo a su espalda la voz de Sture Hermansson.
– ?Ah! Quiza tenga algo mas para ti. Aunque parece que tienes prisa y tal vez no puedas esperar.
Birgitta Roslin volvio al mostrador. Sture Hermansson sonrio y senalo un punto detras de su cabeza. Birgitta Roslin no sabia que queria mostrarle. Alli no habia mas que un reloj y un almanaque de un taller de coches que prometia un servicio rapido y eficaz en todos los modelos de Ford.
– No entiendo a que te refieres.
– En ese caso, tienes peor vista que yo -aseguro Sture Hermansson.
Saco una varilla que tenia debajo del mostrador.
– Este reloj se atrasa -le explico-. Y utilizo la varilla para colocar bien las agujas. No es bueno subirse a una escalera con estos temblores.
Dicho esto senalo con la varilla hacia la pared, junto al reloj. Birgitta solo veia una valvula, y seguia sin comprender lo que pretendia mostrarle. De pronto, cayo en la cuenta de que no era una valvula, sino una abertura en la pared, tras la que se ocultaba una camara.
– Quiza podamos averiguar como es ese hombre -declaro Sture Hermansson claramente satisfecho.
– ?Es una camara de vigilancia?
– Exacto. Que instale yo mismo. Resulta carisimo contratar a una empresa para que instale su equipo en un hotel tan pequeno. ?A quien se le ocurriria la absurda idea de venir a robarme a mi? Seria tan necio como robarle a alguno de los tristes sujetos que se dedican a emborracharse en los parques de la ciudad.
– En otras palabras, que tienes fotografiados a todos los que se alojan en el hotel, ?no es eso?
– Los filmo. Ni siquiera se si es legal, pero debajo del mostrador puse un boton para empezar a grabar, y asi los filmo. -Hermansson la miro divertido-. Ahora, por ejemplo, acabo de filmarte a ti -explico-. Ademas, te has colocado de modo que la pelicula quedara estupenda.
Birgitta Roslin lo acompano detras del mostrador hasta una habitacion donde, evidentemente, tenia tanto el despacho como el dormitorio. A traves de una puerta entreabierta vio una antigua cocina en la que una mujer fregaba los platos.
– Es Natascha -explico Sture Hermansson-. En realidad, se llama de otra manera, pero yo pienso que Natascha es el nombre mas apropiado para una rusa.
De repente, miro a Birgitta visiblemente preocupado.
– No seras policia, ?verdad?
– No, en absoluto.
– No creo que tenga los papeles en regla, pero supongo que lo mismo sucede con gran parte de la poblacion inmigrante, si no me equivoco.
– No, no creo -objeto Birgitta Roslin-. Pero no te inquietes, no soy policia.
Sture Hermansson empezo a rebuscar entre las cintas de video, marcadas con la fecha.
– Esperemos que mi sobrino no se olvidase de apretar el boton… No he comprobado las grabaciones de primeros de enero, pues entonces apenas teniamos huespedes.
Tras un intenso trajin, que impaciento a Birgitta hasta el punto de desear arrancarle las cintas de las manos, el hombre encontro la que buscaba y encendio el televisor. La mujer a la que llamaba Natascha paso por la habitacion como una muda sombra.
Sture Hermansson pulso el boton de reproduccion. Birgitta Roslin se acerco a la pantalla con vivo interes. La claridad de la imagen era sorprendente. Al otro lado del mostrador se veia a un hombre con un gran gorro de piel.
– Lundgren, de Jarvso -explico Sture Hermansson-. Viene aqui una vez al mes para estar en paz y beber tranquilamente en su habitacion. Cuando se emborracha, entona salmos. Despues, vuelve a casa. Un hombre amable, comerciante de chatarra. Se aloja en mi hotel desde hace casi treinta anos. Le hago descuento.
La pantalla parpadeo, y cuando volvio a verse con claridad, mostro a dos mujeres de edad madura.
– Las amigas de Natascha -explico Sture en tono sombrio-. Vienen de vez en cuando. Prefiero no imaginarme que hacen en la ciudad, pero en el hotel no les permito recibir visitas. Sin embargo, sospecho que lo hacen de todos modos, mientras yo duermo.
– ?Ellas tambien tienen descuento?
– A todo el mundo le hago descuento. No tengo precios fijos. El hotel lleva con perdidas desde finales de los anos sesenta. En realidad, vivo de una pequena cartera de acciones que tengo. Confio en la madera y en la industria pesada. Es el consejo que siempre les doy a mis amigos de confianza.
– ?Cual?
– Acciones de fabricas suecas. Son insuperables.
En la pantalla volvio a verse a alguien y Birgitta Roslin dio un respingo. Se distinguia al hombre perfectamente. Un hombre chino que llevaba un abrigo oscuro. Por un instante, el sujeto alzo la vista hacia la camara. Fue como si mirase a Birgitta a los ojos. «Joven», se dijo. «Poco mas de treinta anos, si la grabacion no engana. Toma la llave y desaparece del campo de vision.»
La pantalla quedo a oscuras.
– No veo muy bien -confeso Sture Hermansson-. ?Es la persona que buscas?
– Si, eso creo; pero ?podria comprobar en el registro si se inscribio despues de nuestras amigas las rusas?
El hombre se levanto y entro en la pequena recepcion. Entretanto, Birgitta Roslin volvio a pasar varias veces el fragmento de grabacion del hombre chino. Detuvo la imagen en el instante en que el miraba a la camara. «Adivino que la camara estaba ahi, filmandolo», se dijo Birgitta Roslin. «Luego bajo la vista y volvio la cara. Incluso cambio
