Birgitta Roslin penso que la pregunta que deseaba hacerle era, en realidad, imposible de responder. Pese a todo, la formulo.
– ?Tu sueles recordar a tus clientes?
– Tu has estado aqui antes -afirmo la camarera-. Si, recuerdo a los clientes.
– ?Recuerdas si habia alguien aqui sentado en Ano Nuevo?
La camarera meneo la cabeza.
– Esta es una buena mesa. Siempre hay alguien aqui sentado. Hoy estas tu, manana sera otro.
Birgitta Roslin comprendio lo absurdo de unas preguntas tan vagas e imprecisas. Tenia que concretar. Tras vacilar unos minutos, cayo en la cuenta de como podia formularla.
– En Ano Nuevo -repitio-. Un cliente al que no habias visto nunca antes.
– ?Nunca?
– Nunca, ni antes ni tampoco despues.
Vio que la camarera se esforzaba por hacer memoria.
Los ultimos clientes ya salian del restaurante cuando el telefono que habia junto a la caja empezo a sonar. La camarera atendio la llamada y tomo nota de un pedido para llevar. Despues, volvio a la mesa. Entretanto, alguien que trabajaba en la cocina habia puesto un disco de musica china.
– Bonita musica -dijo la camarera sonriendo-. Musica china. ?Te gusta?
– Bonita, si -convino Birgitta Roslin-. Muy bonita.
La camarera dudaba, hasta que al fin asintio, al principio algo insegura, despues, cada vez mas convencida.
– Un hombre chino -dijo.
– ?Que se sento aqui?
– En la misma silla que tu. Vino a cenar.
– ?Cuando?
La joven reflexiono un instante.
– En enero. Pero no en Ano Nuevo, sino despues.
– ?Cuanto despues?
– Nueve o diez dias, quiza.
Birgitta Roslin se mordio el labio. «Podria cuadrar», se dijo. «La tragica noche de Hesjovallen fue la del doce al trece de enero.»
– ?Pudo ser unos dias despues?
La camarera fue a buscar el libro de pedidos en que anotaban las reservas.
– El doce de enero -afirmo-. Se sento ahi. No habia reservado mesa, pero recuerdo a otros clientes que estuvieron la misma noche.
– ?Que aspecto tenia?
– Chino. Delgado.
– ?Que dijo?
La camarera respondio tan rapido que a Birgitta le sorprendio.
– Nada. Solo senalo lo que queria.
– Pero ?era chino?
– Intente hablar con el en chino, pero me dijo «Calla», y siguio senalando. Pense que querria estar en paz. Comio. Tomo sopa, rollitos de primavera,
– ?Bebio algo?
– Agua y te.
– ?Y no dijo nada durante toda la cena?
– Queria estar tranquilo.
– ?Que ocurrio despues?
– Pago. Con moneda sueca. Y se fue.
– ?Y no volvio por aqui?
– No.
– ?Fue el quien se llevo la cinta roja?
La camarera se echo a reir.
– ?Por que iba a hacer algo asi?
– ?Significan esas cintas algo especial?
– Son simples cintas rojas, ?que iban a significar?
– ?Sucedio algo mas?
– ?Como que?
– Me refiero a despues de que se marchase.
– Haces unas preguntas muy raras. ?Eres de Hacienda? Ese hombre no trabaja aqui. Y nosotros pagamos los impuestos. Todos los que trabajan aqui tienen sus papeles en regla.
– No, es solo curiosidad. De modo que no volviste a verlo mas, ?no?
La camarera senalo la ventana del restaurante.
– Se fue hacia la derecha. Estaba nevando. Y desaparecio para siempre. No lo he vuelto a ver mas. ?Para que quieres saberlo?
– Puede que lo conozca -respondio Birgitta Roslin.
Pago y salio a la calle. El hombre que habia estado sentado a aquella mesa se dirigio a la derecha al salir. Ella hizo lo mismo. En el cruce, miro a su alrededor. Habia unas tiendas y un aparcamiento a un lado. La perpendicular que iba en otra direccion desembocaba en un callejon sin salida. Habia un pequeno hotel con el cartel luminoso resquebrajado. Volvio a mirar a su alrededor y poso nuevamente la mirada en el cartel luminoso del hotel. Una idea empezo a forjarse en su mente.
Regreso al restaurante chino. La camarera estaba sentada fumandose un cigarro y se sobresalto cuando ella abrio la puerta. Apago el cigarrillo de inmediato.
– Tengo otra pregunta que hacerte -dijo Birgitta Roslin-. El hombre que ocupo esa mesa, ?llevaba ropa de abrigo?
La camarera reflexiono unos minutos.
– Pues no, lo cierto es que no -respondio-. ?Como lo sabias?
– No lo sabia. Sigue fumandote el cigarro. Gracias por tu ayuda.
La puerta del hotel estaba estropeada. Alguien habia intentado forzarla y la reparacion era provisional. Subio media planta, hasta una recepcion que no se componia mas que de un mostrador abatible. Estaba vacia. Llamo, pero nadie acudio. Vio que habia una campanilla, tiro y se sobresalto cuando, de repente, descubrio que habia alguien a su espalda. Un hombre casi esqueletico, como un enfermo terminal. Llevaba unas gafas de lentes muy gruesas y olia a alcohol.
– ?Desea una habitacion?
Birgitta Roslin detecto un leve residuo dialectal en su forma de hablar, como de Gotemburgo.
– No, solo queria hacer un par de preguntas; sobre un amigo mio que estuvo aqui alojado.
El hombre fue arrastrando las zapatillas de casa hasta que aparecio detras del mostrador. Con mano temblorosa, logro sacar el libro de registro. Birgitta jamas se habria imaginado que aun existiesen hoteles como aquel. Tenia la sensacion de haber viajado hacia atras en el tiempo, como en una pelicula de la decada de 1940.
– ?Como se llama el huesped?
– Solo se que es chino.
El hombre apoyo lentamente el registro sobre el mostrador mientras la miraba sin dejar de mover la cabeza. Birgitta Roslin supuso que tendria Parkinson.
– Por lo general, uno sabe el nombre de sus amigos. Aunque sean chinos.
– Bueno, es amigo de un amigo. Un chino.
– Si, de eso ya me he enterado. ?Cuando se supone que se alojo aqui?
«?Cuantos huespedes chinos has tenido?», penso Birgitta. «Si se alojo aqui, debes recordarlo.»
– A principios de enero.