cargo de el y lo alojo en su residencia mientras se recuperaba. Cuando Lodin supero lo peor del trance, el consul le pregunto si habia reconocido a alguno de los atacantes. Lodin respondio que no. Todo habia ocurrido tan rapido, los hombres iban enmascarados, no tenia ni idea de lo que habria sido de Elgstrand.
El consul se preguntaba por que razon le habrian perdonado la vida a Lodin. Los piratas chinos de los rios no solian perdonarle la vida a ninguna de sus victimas, pero en esa ocasion habian hecho una misteriosa excepcion.
El consul se puso enseguida en contacto con las autoridades de la ciudad y protesto por lo sucedido. El mandarin decidio intervenir. Sus pesquisas lo llevaron a un pueblo al noroeste del rio. Puesto que los bandidos no estaban, el mandarin castigo a sus familiares: los colgo a todos sin juicio e incendio el pueblo entero.
Las consecuencias del suceso resultaron terribles para el trabajo de evangelizacion. Lodin cayo en una profunda depresion y no se atrevia a abandonar el consulado britanico. Le llevo mucho tiempo recobrar la salud y poder regresar a Suecia, donde los responsables de la mision adoptaron la dificil decision de, por el momento, no enviar mas misioneros. Todos sabian que lo que le habia sucedido al hermano Elgstrand formaba parte del martirio, que constituia una posibilidad y un riesgo para los misioneros que trabajaban en zonas peligrosas. Si Lodin se hubiese recuperado totalmente como para poder trabajar, las cosas habrian sido distintas; pero un hombre que no hacia mas que llorar y que no se atrevia a salir a la calle no era, desde luego, una piedra sobre la que asentar la continuacion de los trabajos misioneros.
Asi pues, la mision se cerro. Y a los diecinueve chinos convertidos les recomendaron que se dirigiesen a la mision alemana o la americana, que tambien trabajaban cerca del rio Min.
Y los informes de Elgstrand sobre la mision, que ya no interesaban a nadie, quedaron archivados.
Unos anos despues de que Lodin llegase a Suecia, un chino muy bien vestido llego a Canton en compania de sus sirvientes. Era San, que regresaba a la ciudad tras haber llevado una vida discreta en Wuhan.
Por el camino, se detuvo en Fuzhou. Mientras sus criados esperaban en una fonda, San se dirigio al lugar junto al rio en que estaban enterrados su hermano y Qi. Encendio incienso y estuvo largo rato sentado en la hermosa colina. Hablo con los muertos en voz baja sobre la vida que por entonces llevaba. No obtuvo respuesta alguna, pero estaba seguro de que ellos lo habian escuchado.
En Canton alquilo una pequena casa a las afueras de la ciudad, lejos de los barrios extranjeros y de aquellos en que vivian los chinos normales y pobres. Llevaba una existencia sencilla y apartada. Cuando alguien preguntaba a sus sirvientes quien era su amo, estos respondian que vivia de sus rentas y que dedicaba su tiempo al estudio. San saludaba siempre respetuosamente, pero se abstenia de mezclarse demasiado con los demas.
En su casa brillaba siempre la luz de los candiles hasta muy tarde. San seguia escribiendo sobre lo que le habia sucedido desde el dia en que sus padres se quitaron la vida. No omitia ningun detalle. No necesitaba invertir sus dias en trabajar, puesto que lo que contenia el maletin de Elgstrand era mas que suficiente para la vida que llevaba.
La idea de que se tratase del dinero de la mision le producia una satisfaccion enorme. Era una venganza por haberse visto defraudado por los cristianos durante tanto tiempo, pues quisieron hacerle creer que existia un dios justo que trataba igual a todos los hombres.
Pasaron muchos anos antes de que San encontrara a otra mujer. Un dia, durante una de sus visitas regulares a la ciudad, vio a una joven que caminaba por la calle con su padre. Empezo a seguirlos y, cuando vio donde vivian, le encargo a su sirviente de mas confianza que se informase de quien era el padre. El criado averiguo que era uno de los servidores del mandarin de la ciudad, aunque de bajo rango. San comprendio que el hombre lo consideraria un pretendiente adecuado para su hija. Lo abordo poco a poco, se presento y lo invito a una de las casas de te mas celebres de Canton. Poco despues, San fue invitado a la casa del funcionario y pudo finalmente conocer a la joven, que se llamaba Tie. La muchacha resulto de su agrado y, cuando empezo a mostrarse menos timida, San comprobo que tampoco era necia.
Un ano mas tarde, en mayo de 1881, San y Tie se casaron. En marzo de 1882 tuvieron un hijo al que llamaron Guo Si. San no se cansaba de contemplar al bebe, y por primera vez en muchos anos sintio la alegria de vivir.
Su ira, no obstante, no se habia atenuado. Cada vez dedicaba mas tiempo a colaborar con las sociedades secretas que trabajaban para ahuyentar del pais a los blancos. La pobreza y el sufrimiento de su pais jamas encontrarian alivio mientras los blancos controlasen los ingresos del comercio y obligasen a los chinos a consumir opio, aquel odioso medio para embriagarse.
Paso el tiempo. San envejecia, su familia aumentaba. Por las noches solia retirarse a leer el ya extenso diario que habia seguido escribiendo. Ahora solo esperaba que sus hijos creciesen lo suficiente como para comprender y, tal vez, poder leer el libro en el que el llevaba tantos anos trabajando.
Ante la puerta de su hogar veia el fantasma de la pobreza deambulando por las calles de Canton. «Aun no es el momento», se decia. «Pero, un dia, todo esto desaparecera de repente, como si el rio se lo llevara consigo al desbordarse.»
San continuo llevando una vida sencilla, dedicando la mayor parte de su tiempo a sus hijos.
Sin embargo, cuando salia a pasear por la ciudad, siempre lo hacia armado con un afilado cuchillo que llevaba oculto entre su ropa, buscaba a Zi.
18
A Ya Ru le gustaba estar solo en su despacho por la noche. El alto edificio del centro de Pekin, cuya planta superior le pertenecia y en la que habia enormes ventanas panoramicas con vistas a la ciudad, se encontraba a aquellas horas practicamente vacio. Solo estaban los vigilantes de la planta baja y el personal de la limpieza. En una habitacion contigua aguardaba su secretaria, la senora Shen, que se quedaba todo el tiempo que el quisiera, a veces incluso hasta la madrugada, si era necesario.
Justo aquel dia de diciembre de 2005, Ya Ru cumplia treinta y ocho anos. Estaba de acuerdo con aquel pensador occidental segun el cual un hombre a esa edad se encontraba en la mitad de su vida. A muchos de sus amigos les preocupaba sentir la vejez como un frio soplo en la nuca a medida que se aproximaban a la cuarentena. Para Ya Ru, en cambio, no existia tal temor. Ya de joven, mientras estudiaba en una de las universidades de Shanghai, decidio no perder el tiempo y la energia preocupandose por aquello que, despues de todo, no tenia remedio. El paso del tiempo constituia una fuerza mayor, inconmensurable y misteriosa, frente a la cual el ser humano perdia la batalla sin remision. El unico modo en que el hombre podia oponer resistencia era intentar estirar el tiempo, aprovecharlo, nunca pretender detener su avance.
Ya Ru rozo el frio cristal con la nariz. Siempre mantenia baja la temperatura en la gran suite donde se encontraba su despacho, amueblado en un elegante estilo y en colores rojo y negro. La temperatura debia mantenerse constante, en diecisiete grados, ya fuese en la estacion mas fria del ano o cuando el calor y las tormentas de arena invadian Pekin. Para el era perfecto. Siempre habia profesado la fria reflexion. Hacer negocios o adoptar decisiones politicas era una especie de estado de guerra en el que solo importaban el calculo frio y racional. Por algo lo llamaban Tie Qian Lian, el Hombre Frio.
Tambien habia quienes pensaban que era peligroso. Y era cierto que, en algunas ocasiones, hacia tiempo, habia perdido los nervios y habia maltratado fisicamente a la gente; pero eso habia terminado. No le afectaba lo mas minimo el hecho de infundir temor. Mucho mas importante para el era haber dejado de perder el control sobre la ira que a veces lo inundaba.
De vez en cuando, por la manana muy temprano, Ya Ru dejaba el apartamento por una puerta trasera para mezclarse con la gente del parque cercano, casi todos mayores que el, y se ejercitaba en el Tai Chi. Entonces se sentia como una parte insignificante de la gran masa anonima del pueblo chino. Nadie lo conocia ni sabia como se llamaba. Era como someterse a una catarsis, pensaba. Despues, cuando regresaba a su casa y volvia a adoptar su identidad, siempre se sentia mas fuerte.
Era cerca de medianoche, estaba esperando dos visitas. Le divertia convocar en su despacho a medianoche o al alba a la gente que queria pedirle algo o a aquellos con quienes, por alguna razon, debia reunirse. El hecho de administrar el tiempo correctamente le daba una suerte de ventaja. En una fria habitacion y a primeras horas de la manana le resultaba mas facil conseguir lo que pretendia.