del desayuno, la dejo sobre la mesa y volvio a salir por la puerta sin decir palabra. Mientras Elgstrand se ponia la chaqueta, se coloco junto a la puerta entreabierta y admiro la explanada recien limpia. Era un dia humedo, caluroso, con un cielo cubierto de nubes que anunciaban lluvia. El viaje por el rio exigiria ropa apropiada y paraguas. Saludo con la mano a Lodin, que limpiaba sus gafas ante la puerta de su dormitorio.

«Sin el, habria sido muy dificil», se dijo Elgstrand. «Es ingenuo y no destaca por su inteligencia, pero es bueno y trabajador. En cierta medida, lleva consigo la sencilla felicidad de la que habla la Biblia.»

Elgstrand bendijo brevemente los alimentos y se sento a desayunar. Al mismo tiempo, se preguntaba si ya estaria listo el grupo de remeros que habia de llevarlos hasta el barco y traerlos de vuelta a la mision.

En ese instante echo de menos a San. Desde que llegaron a la mision, San se habia ocupado de todos aquellos menesteres y todo estaba bien organizado. Desde la noche en que, de repente, desaparecio, Elgstrand no habia logrado encontrar a nadie capaz de ocupar el lugar de San a su total satisfaccion.

Se sirvio el te mientras, una vez mas, se preguntaba que lo habria movido a marcharse. La unica explicacion plausible era que la sirvienta Qi, de la que se habia enamorado, se hubiese fugado con el. Elgstrand lamentaba profundamente haber tenido a San en tan alto concepto. El que los chinos normales siempre lo enganasen o lo decepcionasen era algo que podia soportar. Eran falsos por naturaleza; pero que San, del que tan buena opinion tenia, hubiese actuado del mismo modo fue el mayor desengano que vivio desde que llego a Fuzhou. Fue preguntando a todos sus conocidos, pero nadie sabia que habia podido suceder aquella noche de tormenta en que varios de los ideogramas del templo del dios verdadero cayeron derribados por el viento. Los ideogramas habian vuelto a su lugar, pero no San.

Elgstrand se dedico durante las horas siguientes a escribir las cartas y terminar un informe para los miembros de la mision en Suecia. Siempre lo angustiaba tener que explicar como avanzaba el trabajo de la mision. Hacia la una de la tarde cerro el ultimo sobre y echo otro vistazo al tiempo. Persistia el riesgo de lluvia.

Cuando Elgstrand subio en la barcaza creyo reconocer de otras veces a algunos de los remeros; pero no estaba seguro. Lodin y el ocuparon un lugar en el centro de la barcaza. Un hombre llamado Xin le hizo una reverencia y le dijo que ya podian zarpar. Los misioneros se dedicaron durante el viaje a conversar sobre los diversos problemas de la mision. Hablaron tambien de que necesitarian ser mas. El sueno de Elgstrand era construir una red de misiones a lo largo de todo el rio Min. Si mostraban que podian crecer, resultaria atractivo para todos aquellos que dudaban pero sentian curiosidad por ese dios tan extrano que habia sacrificado a su hijo en la cruz.

Claro que, ?de donde sacarian el dinero? Ni Lodin ni Elgstrand tenian respuesta a esa pregunta.

Cuando llegaron a donde se encontraba el barco ingles, Elgstrand descubrio con asombro que lo reconocia. Los misioneros subieron por la escala y alli estaba el capitan Dunn, al que Elgstrand ya habia visto en otras ocasiones. Le presento a Lodin y los tres se dirigieron al camarote del capitan. Dunn saco una botella de conac y unas copas y no se rindio hasta que consiguio que los dos misioneros se tomasen un par de copas cada uno.

– Aun siguen aqui -comento-. Me sorprende. ?Como resisten?

– Gracias a nuestra vocacion -respondio Elgstrand.

– ?Como van las cosas?

– ?A proposito de que?

– Las conversiones. ?Consiguen hacer que los chinos crean en Dios o siguen quemando incienso ante sus idolos?

– Convertir a una persona lleva su tiempo.

– Y ?cuanto se tarda en convertir a todo un pueblo?

– Nosotros no calculamos asi. Podemos quedarnos toda la vida. Despues de nosotros vendran otros a tomar el relevo.

El capitan Dunn los observo inquisitivo. Elgstrand recordo que, en una visita anterior, el capitan le hablo mucho y mal del pueblo chino.

– El tiempo es algo que se nos escapa entre los dedos, por mas que intentemos retenerlo; pero ?y las distancias? Antes de que lograsemos descubrir el instrumento con el que medir nuestros desplazamientos en millas marinas solo teniamos una medida, lo que llamabamos la estimacion, que alcanzaba hasta donde podia divisar un marinero con buena vista, hasta la porcion de tierra avistada o hasta el barco mas cercano. «?Como mide usted las distancias, senor misionero? «?Como mide usted la distancia entre Dios y las personas a las que quiere convertir?

– La paciencia y el tiempo tambien son distancias.

– Lo admiro -confeso Dunn-. Aunque me pese. Pues la fe nunca le ha servido a un capitan para orientarse entre escollos y arrecifes. Para nosotros solo importa el conocimiento. Digamos que son distintos los vientos que hinchan nuestras velas.

– Hermosa imagen -intervino Lodin, que hasta el momento habia guardado un atento silencio.

El capitan Dunn se agacho y abrio un cofre de madera que habia junto a su hamaca. Saco de debajo un monton de cartas, algunas bastante gruesas, y, finalmente, el paquete con el dinero y las letras de cambio con que los misioneros podrian pagar a los comerciantes ingleses de Fuzhou.

Le dio a Elgstrand un papel en el que figuraba la suma de dinero.

– Le ruego que lo cuente y apruebe la cantidad.

– ?Es necesario? No creo que a un capitan de navio se le ocurriese robar del dinero reunido por personas pobres para ayudar a los herejes a ganarse una vida mejor.

– Lo que usted crea o no, tanto da. Para mi lo unico importante es que ustedes vean con sus propios ojos que han recibido la cantidad justa.

Elgstrand conto los billetes y, cuando hubo terminado, le firmo a Dunn un recibo que este guardo en el cofre antes de volver a cerrarlo con llave.

– Es mucho el dinero que se gastan en sus chinos -observo-. Deben de ser muy importantes para ustedes.

– Si, lo son.

Ya habia empezado a anochecer cuando Elgstrand y Lodin pudieron dejar el barco. El capitan Dunn los vio desde la falca subir a la barcaza que los llevaria a casa.

– Adios -les grito-. Quien sabe si volveremos a vernos en el rio una vez mas.

La barcaza empezo a surcar las aguas. Los remeros levantaban y bajaban los remos ritmicamente. Elgstrand miro a Lodin y rompio a reir.

– El capitan Dunn es un hombre curioso. Yo creo que, en el fondo, tiene buen corazon, pese a que da la impresion de ser una persona impertinente y blasfema.

– No creo que sea el unico en pensar asi -respondio Lodin.

Siguieron en silencio. Por lo general, la barcaza solia navegar cerca de la orilla, pero en esa ocasion los remeros prefirieron avanzar por mitad del rio. Lodin dormia. Elgstrand dormitaba. De repente se desperto: varios barcos surgieron de la oscuridad e hicieron chocar sus proas contra el casco. Todo sucedio tan rapido que Elgstrand apenas pudo darse cuenta de lo que estaba sucediendo. «Un accidente», se dijo. ?Por que los remeros no se mantenian cerca de la orilla como solian hacer?

Entonces vio que no era un accidente. Unos hombres enmascarados abordaban su barco. Lodin, que se acababa de despertar e intentaba levantarse, recibio un fuerte golpe en la cabeza y se desvanecio. Los remeros no intentaron defender a Elgstrand ni tampoco huir con la barcaza. Elgstrand comprendio que se trataba de un ataque bien planeado.

– ?En el nombre de Jesus! -grito-. Somos misioneros, no queremos causar ningun mal.

De repente, uno de los enmascarados se le coloco delante. Llevaba en la mano un objeto que parecia un hacha o un martillo. Sus miradas se cruzaron.

– Perdonad nuestras vidas -suplico Elgstrand.

El hombre se quito la mascara, A pesar de la oscuridad, Elgstrand supo enseguida que era San. Este alzo el hacha con rostro inexpresivo y la dejo caer sobre su cabeza, en el centro, entonces San arrojo el cuerpo del misionero por la borda y vio como se lo llevaba la corriente. Uno de sus hombres se disponia a degollar a Lodin cuando San alzo la mano para impedirselo.

– Dejalo vivir. Quiero que alguien quede vivo para contarlo.

San se llevo el maletin con el dinero y salto a otro de los botes. Lo mismo hicieron los remeros que habian llevado a Elgstrand y a Lodin, que se quedo solo e inconsciente a bordo de la barcaza.

El rio fluia despacio. No quedaba ni rastro de los bandidos.

Al dia siguiente hallaron el bote con el cuerpo aun inconsciente de Lodin. El consul britanico de Fuzhou se hizo

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