resistencia, pues los hay.

Mientras preparaban la cena, Karin le conto que iria a China la semana siguiente para participar en un gran congreso sobre los origenes de la dinastia Qin, cuyo primer emperador sento las bases de China como un reino unificado.

– ?Como te sentiste la primera vez que visitaste el pais de tus suenos juveniles?

– La primera vez que visite China tenia veintinueve anos. Entonces, Mao ya no estaba y las cosas empezaban a cambiar. Fue una gran decepcion, dura de asimilar. Pekin era una ciudad fria y humeda. Y los miles de bicicletas que circulaban por la ciudad chirriaban como grillos. Despues me di cuenta de que, pese a todo, el pais habia sufrido una gran transformacion. La gente iba vestida y calzada. No vi a nadie en la ciudad que muriese de hambre, ningun mendigo. Recuerdo que senti verguenza. Yo, que habia llegado en avion de un pais rico, no tenia ningun derecho a juzgar el desarrollo con desprecio o con arrogancia. Empece a acariciar la idea de volver a probar la fuerza de lo chino. Y fue entonces cuando decidi estudiar sinologia. Antes de aquel viaje, tenia otros planes.

– ?Cuales?

– No me creeras.

– ?Venga!

– Pensaba hacerme militar profesional.

– Pero ?por que?

– Tu te hiciste jueza. ?Por que se le ocurren a uno las cosas?

Despues de la cena volvieron a la terraza acristalada. Las luces de las lamparas se reflejaban sobre la blancura de la nieve. Karin le presto un jersey, pues empezaba a hacer frio. Habian bebido vino en la cena y Birgitta se sentia algo achispada.

– Vente conmigo a China -propuso Karin de pronto-. En realidad, hoy en dia no sale tan caro volar hasta alli. Seguro que me dan una habitacion de hotel bastante grande. Podemos compartirla. Ya lo hemos hecho en otras ocasiones. Cuando nos ibamos de acampada los veranos, tu, yo y otras tres personas mas compartiamos tienda. Casi dormiamos unos encima de otros.

– No puedo -respondio Birgitta-. Creo que ya me he recuperado y debo volver al trabajo.

– Vamos, vente conmigo. El trabajo puede esperar.

– Ganas no me faltan. Pero supongo que viajaras a China mas veces, ?no?

– Seguro que si. Aunque a nuestra edad, no hay por que esperar innecesariamente.

– Viviremos muchos anos. Llegaremos a ser muy, muy viejas.

Karin Wiman no replico y Birgitta cayo en la cuenta de que habia vuelto a meter la pata. El marido de Karin habia muerto a los cuarenta y un anos. Y ella era viuda desde entonces.

Karin intuyo lo que estaba pensando. Extendio la mano y la poso sobre la rodilla de Birgitta.

– No importa, no te preocupes.

Siguieron hablando hasta muy tarde. Era casi medianoche cuando se fueron a dormir. Birgitta se tumbo en la cama, telefono en mano. Staffan llegaria a casa a medianoche y le habia prometido llamarlo.

– ?Te he despertado?

– Casi. ?Lo habeis pasado bien?

– No hemos parado de hablar durante mas de doce horas.

– ?Vuelves manana?

– Me quedare durmiendo por la manana. Luego me ire a casa.

– Supongo que habras oido lo que ha pasado. Ya ha explicado como lo hizo.

– ?Quien?

– El hombre de Hudiksvall.

Birgitta se incorporo en la cama de un salto.

– No, no se nada. Cuentame.

– Lars-Erik Valfridsson, el detenido. En estos momentos, la policia esta buscando el arma del crimen. Al parecer, ha confesado que la enterro. Segun las noticias, una espada de samurai de fabricacion casera.

– ?Es verdad lo que dices?

– ?Por que iba a contarte una mentira?

– No, claro. Pero cuesta creerlo. ?Ha dado alguna explicacion del movil?

– No se ha oido otra version mas que la de la venganza.

Despues de la conversacion Birgitta se quedo sentada en la cama.

No habia pensado en Hesjovallen en todo el dia, mientras hablaba con Karin Wiman. En ese momento, los sucesos volvieron a poblar su conciencia.

Quien sabia… Tal vez la cinta roja tuviese una explicacion que nadie se esperaba.

Lars-Erik Valfridsson tambien podia haber visitado el restaurante chino…

Se tumbo en la cama y apago la luz. Al dia siguiente regresaria a casa. Le devolveria los diarios a Vivi Sundberg y se reincorporaria al trabajo.

Desde luego, lo que no pensaba hacer era ir a China con Karin. Aunque tal vez fuese eso exactamente lo que queria hacer…

22

A la manana siguiente, cuando Birgitta Roslin se levanto, Karin Wiman ya se habia marchado a Copenhague, pues tenia clase. Le habia dejado una nota en la mesa de la cocina.

«Birgitta. A veces pienso que tengo un sendero en la cabeza. Cada dia que pasa, me adentro unos metros en un paisaje desconocido en el que, un dia, dicho sendero morira. Sin embargo, el sendero serpentea tambien hacia atras. En ocasiones me doy la vuelta, como ayer, durante las horas que pasamos hablando, y entonces veo lo que he olvidado o lo que me he negado a recordar. A veces tengo la sensacion de que, en lugar de recordar las cosas, pretendemos olvidarlas. Quisiera que pudieramos mantener estas conversaciones mas a menudo. Al final, los amigos son lo unico que nos queda. Tal vez incluso la ultima fortaleza que hemos de defender. Karin.»

Birgitta Roslin se guardo la carta en el bolso, se tomo un cafe y se preparo para partir. Justo cuando iba a cerrar la puerta, vio los billetes de avion que habia sobre la mesa del vestibulo. Y comprobo que Karin viajaria con Finnair via Helsinki hasta Pekin.

Por un instante, volvio a sentir la tentacion de aceptar su oferta; pero no podia, por mas que quisiera. Sus superiores no verian con buenos ojos que se tomase unas vacaciones despues de haber estado de baja, en especial en aquellos momentos en que el juzgado se veia abrumado de casos sin resolver.

Para regresar a casa tomo el transbordador desde Helsingor. El viento soplo durante toda la travesia. Una vez ahi se detuvo ante un quiosco. Las primeras paginas de los diarios gritaban la confesion de Lars-Erik Valfridsson y Birgitta compro un punado de periodicos antes de continuar su camino a casa. Se topo en el pasillo con la tranquila y callada limpiadora polaca que le ayudaba en casa. Birgitta habia olvidado que aquel era su dia. Intercambiaron unas palabras en ingles cuando le pago las horas de trabajo. Una vez sola en la casa, se sento a leer la prensa. Como en las ocasiones anteriores, se quedo estupefacta ante la cantidad de paginas que los periodicos extraian de un material mas que escaso. Lo que Staffan le habia dicho en la breve conversacion telefonica de la noche anterior cubria con creces todo lo que los diarios trillaban y repetian una y otra vez.

La unica novedad era una fotografia del hombre que se suponia habia cometido el delito. En la imagen, que parecia una ampliacion de una foto de pasaporte o de permiso de conducir, se veia a un hombre de rostro sin caracter, boca fina, frente despejada y escaso cabello. Le costaba ver en el a alguien capaz de haber cometido la barbarie de Hesjovallen. «Un pastor de una iglesia libre», se dijo. «No creo que sea un hombre que lleve el infierno en la cabeza ni en las manos.» Sin embargo, sabia que su razonamiento era insostenible a la luz de la experiencia. De hecho, en los tribunales habia tenido ocasion de ver pasar delincuentes cuya apariencia no delataba su predisposicion al crimen.

No obstante, cuando dejo los diarios y puso el teletexto, su interes empezo a despertarse de verdad. Encabezaba la lista de contenidos la noticia de que la policia habia hallado la posible arma del crimen. En un lugar

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