mientras trabajo de marinero antes de perecer en las corrientes del golfo de Gavle. Y Birgitta recordaba la figurilla de Buda que le habia traido a su madre. Ahora estaba sobre una mesa en casa de David, que se la pidio en una ocasion. Durante sus anos de estudiante, su hijo contemplo el budismo como una posible salida de una crisis juvenil provocada por la sensacion de que nada tiene sentido. Salvo en aquella ocasion, jamas le habia oido a David manifestar interes alguno por la religion, pero seguia conservando la figurilla de madera. En realidad, Birgitta no sabia quien le habia contado que procedia de China y que la habia traido su padre. Quiza su tia, cuando ella aun era muy pequena.
De improviso, mientras caminaba por la calle, sintio muy proxima la figura de su padre, pese a que no creia que hubiese visitado Pekin, sino mas bien alguna de las grandes ciudades portuarias del pais durante una de las travesias en que no solo transitaba el Baltico.
«Somos como una diminuta e invisible procesion de roedores», se dijo. «Mi padre y yo, en esta gelida manana y en este Pekin gris y extrano.»
Le llevo mas de una hora llegar a la plaza de Tiananmen. Era la mas grande que habia visto en su vida. Se accedia a ella por un camino peatonal que discurria bajo Jiangumennei Daije. Rodeada de miles de personas, empezo a caminar por la plaza. Por todas partes se veia gente haciendo fotografias y blandiendo banderitas y vendedores de agua y de tarjetas postales.
Se detuvo y miro a su alrededor. El cielo estaba brumoso, faltaba algo… Tardo un rato en caer en la cuenta.
Pajarillos. O palomas. No habia ni rastro; sin embargo, si habia gente por todas partes, gente que advertia tan escasamente su presencia como notaria su repentina desaparicion.
Recordaba las imagenes de 1989, cuando los estudiantes manifestaron sus exigencias de mayor libertad de pensamiento y de expresion, y el desenlace, cuando los carros de combate entraron rodando en la plaza masacrando a muchos de los manifestantes. «Aqui hubo una vez un hombre con una bolsa de plastico blanca en la mano», se dijo. «Todo el mundo lo vio por television, conteniendo el aliento. Se coloco ante un carro de combate y se nego a retirarse. Como un pequeno e insignificante soldado de plomo, su figura concretaba toda la oposicion que un ser humano es capaz de concitar. Cuando intentaban pasar a su lado, el hombre se cambiaba de sitio. Birgitta no sabia que sucedio al final, pues jamas vio esa imagen. Si sabia, en cambio, que cuantos habian muerto aplastados por los carros de combate o por los disparos de los soldados eran personas de carne y hueso.
En su relacion con China, esos sucesos eran el otro punto de partida. Desde su epoca de rebelde, en la que, en nombre de Mao Zedong, sostenia la absurda opinion de que la revolucion ya habia empezado en Suecia entre los estudiantes en la primavera del 68, hasta la imagen del joven ante el carro de combate se comprendia una gran parte de su vida, que abarcaba un largo espacio de tiempo de mas de veinte anos durante los que paso de ser una joven idealista a madre de cuatro hijos y, despues, jueza. Siempre habia tenido presente la idea de China. Al principio, como un sueno; despues, como algo que no entendia en absoluto, por su magnitud y sus contradicciones. Con sus hijos tuvo la oportunidad de vivir una concepcion del todo distinta de China. Alli estaban para ellos las grandes posibilidades de futuro, igual que el sueno de America habia marcado la generacion de sus padres y la suya propia. David la sorprendio no hacia mucho al contarle que, cuando tuviese ninos, pensaba buscarles una ninera china, para que aprendieran el idioma desde pequenos.
Paseo por Tiananmen, observando a la gente haciendose fotos, a los policias, siempre presentes. Al fondo se alzaba el edificio desde el que Mao proclamo la republica en 1949. Empezo a sentir frio y emprendio el camino de regreso al hotel. Karin le habia prometido no asistir a uno de los almuerzos organizados y comer con ella.
Habia un restaurante en la ultima planta del rascacielos en el que se alojaban. Les dieron una mesa con vistas, desde donde podian admirar la inmensa ciudad. Birgitta le hablo de su paseo hasta la gran plaza y compartio con ella parte de sus reflexiones.
– ?Como podiamos creer en aquello?
– ?En que?
– En que Suecia estaba al borde de una guerra civil que conduciria a la revolucion.
– Uno cree cuando sabe poco. Como nosotras entonces. Y, ademas, nos alimentamos de las mentiras que nos contaban quienes nos enganaron. ?Recuerdas a aquel espanol?
Birgitta se acordaba de el perfectamente. Uno de los lideres del movimiento rebelde era un espanol muy carismatico que habia estado en China en 1967 y que habia visto la marcha de la Guardia Roja. Nadie se habria atrevido a rebatir el relato de un testigo presencial como el.
– ?Que fue de el?
Karin Wiman meneo la cabeza.
– No lo se. Cuando el movimiento quedo aplastado, desaparecio. Oi que termino en Tenerife vendiendo sanitarios. Puede que ya haya muerto o que se hiciera religioso, que es lo que en realidad era entonces. Creia en Mao como se cree en Dios. Quien sabe, quiza sento la cabeza en su trabajo politico. Podria decirse que brillo durante unos pocos meses y altero gravemente las vidas de muchas personas movidas por su buena voluntad.
– Yo tenia siempre tanto miedo… A no dar la talla, a no saber lo suficiente, a dar opiniones poco meditadas, a verme obligada a la autocritica.
– Como todos. Menos el espanol, quiza, pues el era el infalible. Era el hijo que Dios envio a la Tierra con el libro de Mao en la mano.
– Pero tu te enterabas mas que yo. Tu recapacitaste despues y entraste en un partido de izquierdas, un partido con los pies en la tierra.
– Bueno, no era tan sencillo. Alli tenian otro catecismo. Aun dominaba la vision de la Union Sovietica como una especie de ideal social. Y no tarde mucho en sentirme extrana alli tambien.
– Ya, puede, pero fue mejor que retirarse del todo, como hice yo.
– Nos separamos, simplemente. Aunque no se por que.
– Supongo que no teniamos nada de que hablar. Se nos escapo el aire. Durante unos anos, yo me senti como una cascara vacia.
Karin alzo la mano.
– Alto, no empecemos a despreciarnos a nosotras mismas. Despues de todo, nuestro pasado es el que tenemos y no todo lo que hicimos fue negativo.
Degustaron una serie de platos chinos y terminaron con un te. Birgitta saco el folleto con los caracteres escritos a mano que Karin habia interpretado como el nombre del hospital Longfu.
– Pensaba invertir la tarde en visitar ese hospital -le dijo.
– ?Por que?
– Siempre esta bien ponerse un objetivo cuando uno deambula por una ciudad extrana. En realidad, no importa cual. Si vas sin un plan, los pies terminan agotandose. No tengo a nadie a quien visitar y nada que de verdad desee ver; pero puede que encuentre un letrero con estos caracteres. Entonces te dire que tenias razon.
Se despidieron al salir del ascensor. Karin iba con prisa para llegar a tiempo a su seminario. Birgitta se quedo un rato en su habitacion de la decima novena planta y se echo a descansar un momento.
Ya durante el paseo matinal habia experimentado un desasosiego que no era capaz de abarcar. Rodeada de todas aquellas personas que se apretujaban por las calles, o sola en el anonimo hotel de la gran ciudad de Pekin, se sentia como si su identidad empezase a difuminarse. ?Quien la echaria de menos alli si se perdiese? ?Quien se percataria siquiera de su existencia? ?Como podia vivir la gente cuando se sabia sustituible?
Esa misma sensacion la habia vivido con anterioridad, de muy joven. Cesar de repente, perder el hilo de su identidad.
Se levanto impaciente y se coloco junto a la ventana. Alla abajo, la ciudad, la gente, con sus suenos, desconocidos para ella.
Echo mano de la ropa de abrigo que habia dejado por la habitacion, salio y cerro la puerta. Una gran excitacion se apodero de ella y la precipito a una desesperacion cada vez mas dificil de domenar. Necesitaba moverse, sentir la ciudad. Karin le habia prometido llevarla a ver una representacion de la opera de Pekin.
Segun habia comprobado en el plano, el hospital Longfu estaba lejos; pero tenia tiempo, nadie requeria su presencia en ningun lugar. Siguio las calles rectas y al parecer interminables hasta que llego al hospital, despues de dejar atras un gran museo de arte.
Longfu se componia de dos edificios. Conto hasta siete plantas, todo en gris y blanco. Las ventanas de la primera planta tenian rejas. Las persianas estaban echadas. En las ventanas habia macetas viejas llenas de hojas mustias. Los arboles que rodeaban el hospital estaban desnudos y el seco cesped quemado. Su primera impresion
