fue que Longfu parecia mas una prision que un hospital. Entro en el jardin. Paso una ambulancia y, enseguida, una mas. Junto a la entrada principal vio los caracteres chinos plasmados en una columna. Los comparo con los escritos en el folleto y comprendio que habia llegado al lugar adecuado.

Un medico con bata blanca fumaba ante la entrada mientras hablaba a gritos por el movil. Lo tenia tan cerca que pudo verle los dedos amarillos por la nicotina. «Otro fragmento de la Historia», se dijo. «?Que me separa del mundo en el que vivia entonces? Fumabamos sin parar, en todas partes, sin pensar en que habia personas a las que les sentaba mal el humo; pero no teniamos telefono movil. No siempre sabiamos donde estaban los demas, los amigos, la familia. Mao fumaba y, por tanto, nosotros tambien. Librabamos una batalla sin fin por encontrar cabinas telefonicas que funcionasen, que no tuviesen la ranura atascada o los cables colgando. Aun recuerdo las historias de los envidiados elegidos que habian viajado a China como miembros de distintas delegaciones. China era un pais sin delincuencia. Si alguien se olvidaba el cepillo de dientes en un hotel de Pekin y partia hacia Canton, se lo enviaban. Y todos los telefonos funcionaban.»

Era como si en aquella epoca hubiese vivido con la nariz pegada a un cristal. En un museo viviente donde el futuro se formaba detras de dicho cristal pero, al mismo tiempo, ante sus ojos.

Volvio a la calle y paseo sin rumbo por entre los grandes edificios. Las aceras estaban llenas de ancianos que movian las fichas en sus tableros de juego. Hubo un tiempo en que ella aprendio a dominar uno de los juegos chinos mas comunes. ?Se acordaria Karin de las reglas? Decidio buscar un tablero con fichas para llevarselo a Suecia.

Cuando regreso al punto de partida, emprendio la vuelta al hotel. Apenas habia caminado unos metros cuando se detuvo. Habia notado algo que, no obstante, no registro. Se dio la vuelta despacio. Alli estaba el hospital, los tristes jardines, la calle, otros edificios. La sensacion se intensificaba por momentos, no eran figuraciones suyas. Algo le habia pasado inadvertido. Empezo a desandar el camino, de vuelta al hospital. El medico que fumaba y hablaba por el movil se habia marchado y en su lugar habia unas enfermeras que aspiraban ansiosas el humo de sus cigarrillos.

En la esquina del gran parque cayo en la cuenta de que era lo que habia llamado su atencion sin pensar. Al otro lado de la calle habia un rascacielos que parecia muy lujoso y de reciente construccion. Saco del bolsillo el folleto con el texto chino manuscrito. El edificio fotografiado en el folleto era el mismo ante el que ahora se encontraba, no le cabia la menor duda. En la ultima planta tenia una terraza como no habia visto antes. Sobresalia como la proa de un buque elevado a las alturas. Observo el edificio, cuyas fachadas eran de cristal oscuro. Ante la enorme puerta de entrada vigilaban unos guardias armados. Probablemente seria un bloque de oficinas, no de viviendas. Se coloco al abrigo de un arbol para protegerse del cortante y gelido viento. Unos hombres salieron por las altas puertas, que parecian de cobre, y se metieron deprisa en unos coches negros que los aguardaban. Se le ocurrio una idea muy tentadora. Rebusco en el bolsillo por ver si llevaba la fotografia de Wang Min Hao. Si el chino tenia algo que ver con aquel edificio, existia la posibilidad de que alguno de los vigilantes lo hubiese visto. Sin embargo, ?que iba a decirles si ellos le confirmaban que estaba alli? Birgitta seguia teniendo el presentimiento de que el chino estaba involucrado de algun modo con los asesinatos de Hesjovallen. Por mas que la policia siguiese creyendo en la culpabilidad de Lars-Erik Valfridsson.

Le costaba decidirse. Antes de mostrar la foto, debia inventar un motivo para preguntar por el. Y, por supuesto, dicho motivo no podia guardar ninguna relacion con los sucesos de Hesjovallen. Si le preguntaban para que lo buscaba, tenia que estar en condiciones de ofrecer una respuesta verosimil.

Un joven se detuvo a su lado y le dijo algo que ella al principio no entendio, hasta que se dio cuenta de que se dirigia a ella en ingles.

– ?Te has perdido? ?Necesitas ayuda?

– No, solo estaba mirando el edificio. Es muy hermoso. ?Sabes quien es su propietario?

El hombre nego con la cabeza, un tanto sorprendido.

– Soy estudiante de veterinaria -le explico-. No se nada de grandes edificios. ?Necesitas ayuda? Intento mejorar mi ingles.

– Pues no lo hablas mal.

– Lo hablo fatal, pero si practico, mejorare.

Una cita del pequeno libro rojo de Mao cruzo su mente, pero se le escapo. Algo sobre practica, capacidad, sacrificios por el pueblo. Ya se tratase de criar cerdos o de aprender una lengua extranjera.

– Hablas demasiado rapido -le explico Birgitta-. Cuesta captar todas las palabras que dices. Intenta hablar mas despacio.

– ?Mejor asi?

– Bueno, ahora quiza vayas demasiado despacio.

El joven volvio a intentarlo. Birgitta comprendio que habia aprendido de forma mecanica, sin comprender de verdad el significado de las palabras.

– ?Y ahora?

– Ahora se te entiende mejor.

– ?Puedo ayudarte a encontrar el camino?

– No me he perdido. Solo estoy contemplando ese edificio tan hermoso.

– Si, es muy hermoso.

Birgitta senalo la terraza colgante.

– Me pregunto quien vivira alla arriba.

– Alguien con mucho dinero.

De repente, se le ocurrio una idea.

– Oye, me gustaria pedirte un favor. -Saco la fotografia de Wang Min Hao-. ?Podrias acercarte a los guardias y preguntarles si reconocen a este hombre? Si te preguntan por que quieres saberlo, diles que alguien va a encomendarte un mensaje para el.

– ?Que mensaje?

– Diles que tienes que ir a buscarlo y vuelve aqui. Te esperare ante la fachada principal del hospital.

Entonces, el joven le hizo la pregunta que ella se temia.

– ?Por que no vas y preguntas tu misma?

– Soy demasiado timida. Pienso que una mujer occidental y sola no debe andar preguntando por un hombre chino asi, sin mas.

– ?Lo conoces?

– Si.

Birgitta Roslin intento parecer tan equivoca como le fue posible al tiempo que empezaba a arrepentirse de su ocurrencia y se disponia a alejarse de alli.

– Ah, otra cosa -anadio-. Pregunta quien vive alla arriba, en la ultima planta. Parece una vivienda con una terraza enorme.

– Yo me llamo Huo -se presento el joven-. Voy a preguntar.

– Yo Birgitta. Lo unico que tienes que hacer es fingir curiosidad.

– ?De donde eres? ?De Estados Unidos?

– De Suecia. En chino creo que se dice Rui Dian.

– No se donde esta.

– Pues es casi imposible de explicar.

Cuando el joven miro a ambos lados de la calle para cruzar, ella se apresuro a volver a la entrada del hospital.

Ya no estaban las enfermeras. Un anciano con muletas salio por la puerta. De pronto, tuvo la sensacion de que se metia en una situacion peligrosa. Se tranquilizo al recordar la cantidad de gente que andaba por las calles. Un hombre que habia asesinado a tantas personas en un pueblecito sueco podia escapar; pero no alguien que arremete contra una turista occidental que visita el pais. A plena luz del dia. China no podia permitirse ese tipo de sucesos.

De pronto, el hombre de las muletas se cayo al suelo. Uno de los jovenes policias que vigilaban la puerta ni se inmuto. Birgitta vacilo un instante, pero al final acudio a socorrer al hombre, de cuyos labios surgio una avalancha de palabras que ella no comprendio; ni siquiera sabia si expresaban gratitud o enojo. El anciano despedia un fuerte olor a especias o a alcohol.

El hombre prosiguio su camino a traves del jardin en direccion a la calle. «Tendra un hogar en algun sitio», se dijo Birgitta. «Una familia, amigos. En su juventud, seguramente, estuvo con Mao y participo en la construccion de

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