Tendrian que alcanzarnos cuando crucemos el Tamesis. Gracias a nuestras bajas a la segunda le han prometido la mayor parte de los reemplazos. ?Estas al dia con los comunicados de efectivos de la centuria?

– Acabo de mandarlos al cuartel general, senor. -Bien. Esperemos que esos malditos administrativos se dignen a hacernos llegar nuestro cupo. No es que esos cabrones haraganes de la octava sean gran cosa. Han pasado demasiado tiempo acuartelados y casi todos estaran mas blandos que una fruta podrida. Puedes estar seguro de ello. De todos modos, un cabron haragan vivo es de mas utilidad que uno muerto.

Cato no pudo hacer otra cosa que asentir con la cabeza ante aquellas palabras de tan impecable sabiduria. Especialmente porque todos los hombres que habian muerto generaban ahora una cantidad de papeleo desagradablemente enorme.

– Asi pues, ?como andamos? -?Senor? Macro alzo los ojos al cielo. -?Cual es nuestro contingente actual? -?Ah! Cuarenta y ocho efectivos, incluyendonos a nosotros y al portaestandarte, senor. Tenemos a doce en el hospital, tres de los cuales tienen miembros amputados.

Macro les dedico a aquellos tres ultimos un minuto de su pensamiento, muy consciente del destino que les esperaba a aquellos que eran dados de baja de las legiones.

– De esos tres, ?hay alguno que sea veterano?

– Dos, senor. El tercero, Cayo Maximo, se unio a la legion hace tan solo dos anos. Recibio un golpe de espada en la rodilla que casi se la cerceno. El cirujano tuvo que amputar.

– Eso es duro. Muy duro -murmuro Macro, con el rostro practicamente oculto por las crecientes sombras de la noche-. Dos veinticincoavas partes de su gratificacion es todo lo que le van a dar. No es mucho para que un hombre pueda sobrevivir.

– Es romano, senor. Tendra derecho al reparto de grano. -?Al reparto de grano! -dijo Macro con desprecio-. Es una perspectiva condenadamente humillante para un ex legionario. No, no puedo dejar que dependa de eso. Debe recibir algo de dinero para abrir un comercio. Un zapatero remendon no echaria en falta una pierna o dos. El puede hacer eso, o dedicarse a otro negocio similar. Haremos una colecta para Maximo. Haz las rondas antes de que todo el mundo se acueste esta noche. Y devuelvele el dinero de los fondos funerarios. Dudo que los muchachos protesten por eso. Encargate de ello.

– Si, senor. ?Algo mas, senor? -No. Puedes transmitir la orden sobre el avance de manana mientras anotas las contribuciones para Maximo. Hazles saber a los chicos que estaremos en pie antes del amanecer.

Desayunados, reunidos y listos para ponernos en marcha…Y ahora ponte a trabajar.

Mientras observaba la oscura figura del optio al bajar por la linea de tiendas, el pensamiento de Macro volvio a Cayo Maximo. Apenas era mayor que Cato, pero ni con mucho tan inteligente. En realidad era bastante tonto. Un joven grandote y desgarbado de los barrios bajos de la Suburbia en Roma. Alto, lento y pesado, con unas grandes orejas entre las cuales una exasperante sonrisa torcida dividia su cara. Desde el momento en que Macro se habia hecho cargo de la centuria, habia visto a Maximo como una baja previsible, y habia sacudido la cabeza con lastima ante los intentos del chico por formar parte de la legion. A Macro no le produjo ninguna satisfaccion que se hubiera demostrado que estaba en lo cierto, y era doloroso imaginarse al joven y burro invalido tratando de sobrevivir en una metropolis abarrotada de ladrones y granujas de la peor calana. Pero la espada que habia sesgado de golpe la carrera del muchacho (por no mencionar su pierna), podia haber caido con la misma facilidad sobre cualquier otro soldado de la centuria, reflexiono Macro. Tambien sobre el o el joven Cato.

El centurion doblo su tunica y la coloco entre los correajes y la armadura para que asi el rocio no la empapara. Cuando se hubo asegurado de que sus armas estaban al alcance de la mano, Macro se cubrio con su capa de lana y se tumbo sobre la hierba mirando hacia la negrura salpicada de estrellas. A su alrededor, la oscuridad estaba llena de los sonidos de un ejercito que se acostaba para pasar la noche. El distante estruendo de un cuerno desde el cuartel general anuncio un cambio de guardia, y entonces, en la creciente quietud de las hileras de hombres que dormian apaciblemente, al centurion le vencio el sueno.

CAPITULO XVIII

– ?Por que?

– ?Senor? -Vitelio sonrio con inocencia al legado. -?Por que te han vuelto a destinar a la segunda legion? Pense que te habian ascendido al Estado Mayor del general 'de forma permanente. Una recompensa por tus heroicos esfuerzos. ?Que ha cambiado entonces? -Vespasiano lo observo con desconfianza-. ?Te ordenaron que volvieras aqui o lo solicitaste tu?

– Fue a peticion mia, senor -respondio el tribuno con soltura-. Le dije al general que queria estar donde estuviera la accion la proxima vez que la segunda entrara en combate.

El general dijo que admiraba mi coraje, que ojala hubiera mas como yo, me pregunto una vez si queria cambiar de opinion y luego me mando para aqui.

– Me lo imagino. Nadie en su sano juicio querria que un espia imperial acampara en su puerta.

– El no lo sabe, senor. -?No lo sabe? ?Como puede no saber lo que eres? -Porque nadie se lo ha dicho. Nuestro general da por sentado que mi ascenso se debe exclusivamente a mis contactos en palacio. Cuando le pedi que me enviaran de vuelta a la segunda tampoco le disgusto que me fuera. ?Puedo hablar con sinceridad, senor?

– Por supuesto. -No estoy seguro de poseer el temperamento adecuado para formar parte del Estado Mayor del general. Los hace trabajar demasiado y los expone a demasiados riesgos, no se si me entiende.

– Perfectamente -respondio Vespasiano-. He sabido que participaste en el ataque del rio con la novena.

Vitelio asintio con la cabeza, con el terror del ataque todavia fresco en su memoria; la taladrante certeza de que no sobreviviria a la salvaje descarga de flechas y proyectiles de honda que los desesperados defensores volcaban sobre los romanos.

– He oido que te desenvolviste muy bien. -Si, senor. De todos modos, hubiera preferido no estar alli abajo.

– Puede ser, pero tal vez haya todavia alguna esperanza para ti. Empieza a comportarte como un tribuno, olvidate del espionaje y puede que los dos sobrevivamos a la compania del otro.

– Eso estaria bien, senor. Pero estoy al servicio del emperador y lo seguire estando hasta que muera.

Vespasiano observo detenidamente a su tribuno superior. -Crei que unicamente estabas al servicio de tu ambicion.

– ?Hay algo que merezca mas la dedicacion de un hombre? -Vitelio sonrio-. Pero la ambicion tiene que actuar dentro de la frontera entre lo posible y los antojos del destino. Nadie conoce la voluntad de los dioses. Dada la posibilidad de su inminente deificacion, supongo que solo Claudio puede saber como van a resultar las cosas.

– ?Um! -La predileccion imperial por la inmortalidad era algo que habia preocupado a Vespasiano a lo largo de los anos. Le costaba creer que una mocion votada en la sala del senado pudiera determinar la categoria divina de un hombre. Especialmente de una criatura tan poco atractiva como el actual emperador. El hecho de ser declarado dios no habia protegido a Caligula de la ira de aquellos que lo habian asesinado. Era como si los hombres hicieran dioses a aquellos emperadores locos a los que mas tarde destruirian. Vespasiano levanto la vista y miro a los ojos a su tribuno.

– Mira, Vitelio, nos encontramos en mitad de una campana importante. Lo que menos necesito ahora es tener que preocuparme de que me espies a mi o a mis hombres a nuestras espaldas.

– ?Se le ocurre un momento mejor para espiar, senor? Cuando los hombres no piensan en otra cosa que en la batalla, tienden a refrenar menos sus lenguas. Eso me facilita mucho la tarea.

Vespasiano lo observo con manifiesto desden. -Hay veces en las que me das mucho asco, tribuno. -Si, senor. - Si te interpones entre mi legion y sus responsabilidades para con el resto del ejercito, juro que te matare.

– Si, senor. -Si en la expresion del tribuno habia alguna connotacion de suficiencia o bien de sumision a un superior, esta fue indescifrable para Vespasiano. Ninguno de los dos hablo, o se movio siquiera, mientras se observaban detenidamente el uno al otro. Al final, Vespasiano se echo hacia atras con cuidado en su silla.

– Estoy seguro de que los dos nos comprendemos. -?Oh! Estoy completamente seguro de que es asi, senor. ?Y puedo suponer que el acuerdo al que llegamos sobre la politica extracurricular de su esposa y mi busqueda del tesoro sigue en pie?

Vespasiano cruzo las manos, las apreto con fuerza y asintio con un movimiento de la cabeza.

– S«

Siempre que cumplas tu parte del trato.

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