cohortes de los batavos habian efectuado muy mal la persecucion de los britanos. En vez de concentrarse en despejar la linea de marcha a traves del proximo rio, las cohortes auxiliares habian caido victimas de la sed de sangre tan tipica de su raza. Asi, se habian dispersado por un ancho frente para dar caza a todos los britanos que se les pusieran delante, como si todo el asunto no fuera mas que una gran caceria de venados.
Bajo la cresta de la colina, la densa maleza se sumergia para perderse en otro mas de los pantanos que parecian abarcar una parte demasiado grande de aquel paisaje. Desperdigados entre las matas de aulaga se hallaban las cimeras de los cascos y el extrano estandarte mientras los batavos, cuya sed de sangre al parecer no habian saciado todavia, se abrian paso a traves de las aulagas y avanzaban como podian a lo largo de estrechos senderos, en persecucion de los desafortunados britanos. El pantano se extendia, monotono y apagado, antes de dejar paso a la ancha y brillante vastedad del gran Tamesis que serpenteaba adentrandose en el corazon de la isla. El camino por el que marchaba la segunda legion descendia directamente por la ladera y seguia adelante hacia un rudimentario paso elevado que terminaba en un pequeno embarcadero. En la otra orilla del rio habia otro embarcadero similar.
Vespasiano se dio una cachetada de frustracion en el muslo al ver la naturaleza de la tarea que tenian por delante. Su caballo, entrenado para la batalla, hizo caso omiso del ruido y se puso a pacer con satisfaccion en la suculenta hierba que crecia al lado del camino. Irritado por la ignorante complacencia de la bestia, Vespasiano tiro de las riendas e hizo girar al animal para que volviera a ponerse de cara a la linea de la legion. Los hombres estaban quietos y en silencio, a la espera de recibir la orden de ponerse en marcha. Una oscura masa ondulante a unos kilometros de distancia revelaba el avance de la decimocuarta legion, que se acercaba al Tamesis por un camino mas o menos paralelo situado a unos pocos kilometros rio arriba.
Segun Adminio, tendria que haber un puente delante de la decimocuarta, pero Vespasiano no veia ni rastro de el. Carataco debia de haberlo destruido. Si no habia mas puentes o vados, la legion tendria que marchar rio arriba en busca de una via alternativa hacia el otro lado y extender al mismo tiempo las endebles lineas de abastecimiento hasta el deposito que habia en la costa. Otra posibilidad seria que Plautio se arriesgara a realizar un desembarco en el otro lado. En direccion este, alli donde el Tamesis se ensanchaba hacia el lejano horizonte 'se veian las definidas formas de los barcos mientras la flota se esforzaba por mantener el contacto con las legiones que avanzaban. A pesar de que Adminio afirmaba que los britanos no poseian una flota con la que enfrentarse a los romanos, el general Plautio no iba a correr ningun riesgo. Las elegantes siluetas de los trirremes guiaban a los bajos transportes de baos anchos que trataban por todos los medios de mantener la formacion. Solo cuando aquellos barcos hubieran vuelto a unirse al ejercito podria empezar el asalto del rio.
Pero, por el momento, todas aquellas consideraciones eran puramente teoricas. Las ordenes que les tenian entonces eran muy simples: la segunda debia desplegarse en abanico y despejar aquel tramo de la ribera sur de cualquier formacion enemiga que quedara. ordenes simples. Lo bastante simples como para haber sido escritas por un hombre que no habia visto con sus propios ojos el terreno que pisaban. Vespasiano sabia que la legion no seria capaz de mantener la linea de batalla mientras sorteaba los matorrales de aulagas. Peor todavia era el pantano que se tragaria a los soldados a menos que tuvieran la fortuna de dar con los caminos que usaban los nativos. Para cuando cayera la noche Vespasiano esperaba encontrarse a su legion totalmente dispersa y empantanada, estancada en aquella cienaga inmunda hasta que la luz del dia les ofreciera a los hombres la oportunidad de volver a formar.
– ?Dad la senal! -les grito a los trompetas del cuartel general. A continuacion tuvo lugar un coro de escupitajos cuando los hombres se aclararon la boca y fruncieron los labios contra su instrumento. Un gesto con la cabeza apenas perceptible por parte del primer corneta fue seguido al instante por las notas discordantes que mandaban ejecutar una orden. Con una muy ejercitada precision la primera cohorte marcho junto a su legado. El centurion jefe senalo el lugar donde tenian que desviarse, bramo la orden de cambio de formacion y las filas de vanguardia avanzaron hacia la derecha, perpendiculares al camino. Inmediatamente se toparon con el primer grupo de matas de aulaga, la cohorte rompio la formacion para sortear el obstaculo y el ritmo regular de la marcha se convirtio en un arrastrar de pies a trompicones mientras que las cohortes que iban detras trataban de no amontonarse en la retaguardia de la cohorte que iba delante. Vespasiano cruzo la mirada con Sexto, el cano prefecto de campamento de la segunda legion, e hizo una mueca. El soldado profesional mas antiguo de la legion inclino la cabeza para dar a entender que estaba completamente de acuerdo sobre la idiotez de la mayoria de las ordenes que emanaban del cuartel general del ejercito.
La maniobra, que con tanta eficiencia podia ejecutarse en la plaza de armas, degenero hasta convertirse en una antiestetica marana de hombres que maldecian y que se abrieron camino como pudieron a traves del agreste terreno durante gran parte de una hora antes de que la segunda legion hubiera dado la vuelta y estuviera lista para avanzar ladera abajo hacia el lejano Tamesis. En cuanto las cohortes estuvieron en posicion, Vespasiano dio la orden de avance y la linea se puso en marcha, supervisada por los centuriones que blandian sus varas e imprecaban a los soldados para que mantuvieran una linea recta.
Una vez mas, las espesas zonas cubiertas de aulagas abrieron brechas en la linea y al cabo de muy poco la legion se desintegro en grupos de hombres que avanzaban como podian. Aqui y alla la linea se detenia cuando los hombres se tropezaban con los britanos, la mayoria heridos, y los desarmaban antes de enviarlos escoltados hacia la retaguardia. A aquellos cuyas heridas eran tan graves que no les permitian andar los liquidaban con una estocada en el corazon y los romanos seguian adelante trabajosamente. A menudo los britanos trataban de salir corriendo y los romanos, con gritos de excitacion, salian a trompicones tras ellos para aumentar el botin del fondo comun de la campana. En el terreno parcialmente despejado situado antes de la densa frondosidad de las aulagas, una variopinta multitud de prisioneros iba aumentando de volumen mientras que a un lado, a cierta distancia, un pequeno grupo de heridos crecia gracias al goteo de bajas que regresaban de los enfrentamientos que tenian lugar, ocultos a la vista, en los paramos que habia mas alla. Esos eran los unicos indicios de la manera en que se -estaba desarrollando la batalla.
Hacia media tarde, bajo la desesperada mirada del legado de la legion y sus oficiales de Estado Mayor, la segunda legion habia sido reducida a pequenos grupos que se abrian camino entre la maleza con poca o ninguna nocion de donde estaban sus companeros. Circulando entre ellos habia algun que otro punado de britanos que tambien trataba de llegar al rio con la esperanza de escapar y por la ladera subian los debiles gritos de guerra y el sonoro choque de las espadas. Vespasiano y los miembros de su Estado Mayor habian desmontado y estaban sentados a la sombra de un pequeno bosquecillo no muy lejos del camino, mientras observaban la caotica refriega con silenciosa frustracion. A ultima hora de la tarde, la mayor parte de los soldados de la legion no podia verse y solo la centuria de escolta del legado estaba formada en una delgada linea a unos cien pasos cuesta abajo. Mas adelante se hallaba el patetico grupo de prisioneros, rodeados por un entramado de espinosas matas de aulaga, cortadas y apiladas en circulo para formar una burda empalizada. Al otro lado del cercado de matorrales, una dispersa linea de legionarios montaba guardia. El tribuno Vitelio bajo a caballo para inspeccionar a los cautivos. Cuando hubo terminado de interrogar a su cabecilla, le dio un ultimo coscorron en la cabeza, subio de un salto a su montura y la espoleo para subir de nuevo la ladera.
– ?Has descubierto algo util? -pregunto Vespasiano. -Solo que algunos de los mejor educados de entre estos salvajes tienen nociones de latin, senor.
– ?Pero no hay vados ni puentes cerca? -No, senor.
– Valia la pena intentarlo, supongo. -Con un parpadeo, Vespasiano poso la mirada en la centuria de guardia del legado que se asaba al sol.
– Diles que se sienten -le dijo Vespasiano entre dientes al prefecto del campamento-. Dudo que los britanos nos den ninguna sorpresa ahora mismo. No hay motivo para que los hombres sigan de pie bajo este calor.
– Si, senor. Mientras Sexto daba la orden a gritos a la centuria de guardia, el tribuno Vitelio cruzo la mirada con la del legado y le hizo un gesto con la cabeza hacia atras, senalando el camino. Un mensajero subia al galope. Cuando diviso el grupo de mando del legado, dirigio su caballo por la cresta hacia ellos.
– ?Y ahora que pasa? -se pregunto Vespasiano. Sin aliento el mensajero bajo deslizandose de su caballo y fue corriendo hacia el legado, con el parte ya en la mano.
– De parte del general, senor -dijo jadeando al tiempo que alzaba la mano para saludar.
Vespasiano le respondio con un seco movimiento de la cabeza, tomo el pergamino y rompio el sello. Sus oficiales de Estado Mayor se quedaron alli sentados esperando con impaciencia a que su legado lo leyera. El mensaje era muy breve e inmediatamente Vespasiano se lo paso a Vitelio.
Vitelio fruncio el ceno mientras lo leia. -Segun esto, parece que ya deberiamos estar abajo en la orilla y preparandonos para asaltar el rio esta noche. La armada nos llevara al otro lado y nos proporcionara fuego de