marcadamente con la serenidad del rio de aquellas primeras horas de la manana. La corriente se habia llevado la sangre que habia tenido el agua de rojo y a los cadaveres desparramados por aquella ribera se los habian llevado para incinerarlos. Quedaban pocos indicios de la feroz lucha mas alla de los recuerdos de aquellos que habian combatido en ella y habian sobrevivido. Con una vaga sensacion de la deprimente irrealidad de todo aquello, Vitelio hizo girar a su montura, le clavo los talones en las ijadas y subio al trote por la pendiente preparada por los zapadores. Paso junto a los soldados de la cuarta cohorte, ajeno a las miradas hostiles que le dirigian los dos hombres que marchaban a la cabeza de la sexta centuria.

– Creia que ya no volveriamos a ver mas a ese hijo de puta -refunfuno Macro-. Me pregunto que hace otra vez en la legion.

Cato no estaba demasiado preocupado por el regreso del tribuno a la segunda legion, Tenia la cabeza en otras cosas.

Aquella manana las quemaduras parecian dolerle mas que nunca y echaba de menos la inactividad del dia anterior. Ya se le habian reventado algunas ampollas con el roce del equipo y la carne viva era un martirio cuando tocaba el aspero material de su tunica. Apreto los dientes y se concentro en seguir la retaguardia de la centuria que iba delante.

Quedo impresionado por la escena que aparecio ante sus ojos cuando la sexta centuria atraveso los restos de las fortificaciones britanas. La zona cerrada estaba ennegrecida por el fuego y, mientras que los cadaveres de los romanos habian sido incinerados con todo respeto, no se les habia dado semejante trato a los nativos muertos que yacian amontonados en pilas de materia en descomposicion que el sol pudria. El aire en calma estaba cargado del hedor demasiado empalagoso de los cadaveres, y sus miembros rigidos, los ojos en blanco y las abiertas bocas caidas llenaron al joven optio de una repugnancia que le provoco nauseas. Cato notaba la bilis que le subia por la garganta y acelero el paso, al igual que lo habian hecho todos los soldados que habian atravesado las fortificaciones antes que el. Habia montones de prisioneros a los que mantenian ocupados cavando fosas para enterrar a sus camaradas caidos bajo la mirada vigilante de los hombres de la vigesima legion destacados para servicios de guardia de los prisioneros. Debian de estar agradecidos por la ocasion que se les daba de mantenerse al margen del combate que se iba a producir, reflexiono Cato, y por un momento envidio su suerte antes de que una nueva bocanada de olor a carne podrida le llenara las ventanas de la nariz y le provocara arcadas.

– ?Tranquilo, muchacho! -lo consolo Macro-. No es mas que un olor. Intenta no pensar en lo que lo produce. Muy pronto estaremos fuera de este lugar.

Cato se sorprendio de que a Macro pudiera dejarlo tan indiferente el sepulcral caos que los rodeaba. Pero entonces vio que su centurion tragaba saliva nerviosamente y se dio cuenta de que incluso aquel endurecido veterano no dejaba de estar afectado por las asquerosas consecuencias de la batalla. La columna se apresuro a cruzar el devastado campamento en silencio, roto unicamente por el tintineo de los equipos y las toses nerviosas de aquellos mas afectados por el infame hedor. Una vez en la rampa del otro lado y de nuevo en campo abierto, Cato respiro profundamente para expeler hasta el Ultimo apice de aire fetido de sus pulmones.

– ?Mejor? -pregunto Macro. Cato asintio con la cabeza. -?Siempre es asi? -Mas o menos. A no ser que luchemos en invierno. En aquellos momentos el campamento britano quedaba tras ellos y el aire estaba repleto de frescas fragancias campestres que hacian desaparecer el recuerdo del olor de los muertos. Aun asi, las senales de la escaramuza entre los britanos y sus perseguidores llenaban el camino hasta alli donde alcanzaba la vista en direccion al Tamesis. Armas usadas, caballos muertos, carros de guerra volcados y cuerpos desmadejados yacian esparcidos por el suelo pisoteado. El aire zumbaba con el sonido de las moscas que se arremolinaban en pequenas nubes moteadas sobre los muertos. Una neblina gris pendia sobre el sendero y se levantaba al paso de las legiones que marchaban para unirse a las cohortes auxiliares y a la caballeria en su persecucion del enemigo.

Cato sintio que el primer calor del dia caia sobre el. Sabia que, mas tarde, bajo el creciente bochorno, las condiciones serian intolerables bajo el peso del voluminoso e incomodo equipo, el cual estaba disenado para la efectividad en la batalla sin tener demasiado en cuenta la comodidad del que lo llevaba durante la marcha. Las quemaduras al descubierto ya le estaban causando un tormento mas alla de lo imaginable. Pero sabia que el dolor todavia le duraria unos dias mas y, como no se podia hacer nada al respecto, tendria que limitarse a soportarlo, reflexiono Cato con una mueca.

Mientras el sol iba subiendo poco a poco hacia un claro cielo azul, las sombras de los legionarios que avanzaban pesadamente se acortaban, como si fueran ellos mismos los que se estuvieran atrofiando bajo el calor cada vez mayor, y las alegres conversaciones del amanecer se redujeron a algun que otro comentario en voz baja. Cerca del mediodia la legion se aproximo a la cresta de una colina baja y el legado ordeno un alto en la marcha. Escudos y espadas se dejaron al lado del camino antes de que todos los legionarios se dejaran caer al suelo y, agradecidos, bebieran a sorbos de las cantimploras de cuero que habian sido llenadas antes de despuntar el dia.

La sexta centuria se encontro cerca de un pequeno circulo de cadaveres, romanos algunos, britanos la mayoria, silencioso testimonio de una enconada escaramuza que habia tenido lugar el dia anterior. Ese dia ningun sonido de combate perturbaba la apagada conversacion de los hombres de la segunda legion, ni siquiera una trompeta o cuerno distantes. Era como si la batalla de los dos dias anteriores se hubiera retirado al igual que una fugaz marca y hubiese dejado esparcidos por la tierra sus rotos y malditos restos de naufragios. Cato sintio un subito deseo, tenido de panico, de saber mas sobre como estaban las cosas entre las legiones y sus enemigos. Acallo el impulso de preguntarle a Macro como se estaba desarrollando la situacion puesto que el centurion sabia tan poco como el y lo unico que podia ofrecer eran las conjeturas de un veterano. Por lo que Cato pudo deducir, la legion habia marchado durante unos trece o catorce kilometros mas alla del Medway y eso significaba que todavia quedaba por delante una distancia similar antes de llegar al Tamesis. ?Y entonces que? ?Habria otro sangriento asalto a un rio? ?o es que esta vez los britanos se estaban retirando demasiado deprisa para poder formar una defensa organizada?

Las colinas cubiertas de hierba daban paso a densos matorrales de aulagas que abarrotaban ambos lados del camino y a traves de los cuales serpenteaban unas pequenas sendas que desaparecian de la vista. Si aquella era la naturaleza del terreno que habia por delante, reflexiono Cato, entonces la siguiente batalla iba a ser algo muy distinto, un cumulo de escaramuzas mientras los dos bandos se abrian camino con dificultad a traves del enmaranado sotobosque. El tipo de batalla que un general poco podia hacer para controlar.

– No es el mejor campo de batalla para nosotros los romanos, ?eh? -Macro habia visto que su optio echaba miradas inquietas hacia los matorrales de aulagas.

– No, senor. -Yo que tu no me preocuparia, Cato. Es probable que esto sea un obstaculo para los britanos igual que lo es para nosotros.

– Supongo que si, senor. Pero yo diria que ellos conocen el camino por los senderos locales. Eso podria causarnos problemas.

– Tal vez -asintio Macro sin demasiada preocupacion-. Pero dudo que importe demasiado ahora que tienen un rio y un terraplen entre ellos y nosotros.

Cato deseo poder compartir la ecuanimidad de su superior sobre la situacion, pero la claustrofobia tactica del soldado al final de la cadena de mando se apodero de su imaginacion.

Un estridente toque de varias trompetas sono bruscamente y al instante Macro se puso en pie.

– ?Arriba! ?Arriba cabrones holgazanes! ?Coged vuestro equipo y formad en el camino!

Las ordenes se repitieron a lo largo de la linea y, momentos despues, los hombres de la segunda habian formado una larga y densa columna con todos los escudos y jabalinas dispuestos para entrar en accion.

Alli donde el sendero se elevaba por delante de la centuria, Cato vio al grupo de mando sobre la cresta de la colina.

Un mensajero a caballo se estaba dirigiendo al legado y agitaba el brazo en direccion al terreno situado al otro lado de las lomas. Con un rapido saludo el mensajero dio la vuelta a su caballo y se perdio de vista al galope. Entonces el legado se volvio hacia sus oficiales de Estado Mayor y dio las ordenes necesarias.

– ?Y ahora que? -refunfuno Macro.

CAPITULO XX

Vespasiano decidio que se estaba perdiendo rapidamente el control sobre el avance hacia el Tamesis. Las

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