apoyo. -Levanto la mirada-. Pero, senor. Con el brazo senalo ladera abajo hacia las aulagas y el pantano que se habian tragado a la segunda legion.
– Exactamente, tribuno. Ahora lee en voz alta el ultimo trozo.
Vitelio asi lo hizo.
– Con relacion a las primeras ordenes, debe tenerse en cuenta que las cohortes de batavos han tenido problemas con el terreno pantanoso y se os aconseja que limiteis vuestro avance solamente a los caminos y senderos ya creados…
Uno de los tribunos subalternos rechiflo con desden y burla y el resto se rio amargamente. Vespasiano levanto la mano para acallarlos antes de volverse de nuevo hacia Vitelio.
– Parece que los muchachos del cuartel general del ejercito no han caido del todo en la cuenta de las dificultades practicas que conllevan las ordenes que ellos dictan con tanta rapidez. Pero dada tu reciente experiencia en el Estado Mayor estoy seguro de que tu debes de saberlo todo sobre esto.
Los demas tribunos hicieron lo que pudieron por ocultar sus sonrisas y Vitelio se sonrojo.
– De todos modos, no podemos cumplir esta orden. Para cuando la legion vuelva a reunirse en el rio ya sera bien entrada la noche. Y la armada todavia se encuentra a unos cuantos kilometros rio abajo. No hay posibilidad de realizar un ataque hasta manana -concluyo Vespasiano-. Mas vale que el general lo sepa. Tribuno, tu sabes como funciona todo en el cuartel general y conoces cual es nuestra situacion aqui. Regresa con el mensajero a donde esta Aulo Plautio, hazle saber nuestra posicion y dile que no podre llevar a cabo el asalto hasta manana. Tambien podrias describirle el terreno con un poco de detalle para que asi entienda nuestra situacion. Ahora, vete.
– Si, senor. --Vitelio saludo y se dirigio a grandes zancadas hacia su caballo, enojado por la perspectiva de una larga y calurosa cabalgada y resentido por la sarcastica forma en que lo habia tratado el legado delante de los tribunos de menor rango.
Vespasiano miro divertido como el tribuno arrancaba las riendas de la mano del palafrenero y se arrojaba sobre el lomo de su caballo. Con un salvaje puntapie en las costillas del animal, salio al galope en direccion al cuartel general del ejercito. No habia podido resistirse a tomarle el pelo a Vitelio, pero todo el jubilo que podia haber sentido al bajarle los humos al petulante tribuno se evaporo rapidamente, y se maldijo a si mismo por permitirse una conducta que estaba muy por debajo de la dignidad de su rango. Afortunadamente, el prefecto del campamento no habia oido la conversacion; mientras aquel duro y antiguo veterano regresaba del lugar donde se hallaba la guardia del legado y subia por la ladera a grandes pasos, fruncio el ceno ante las divertidas expresiones que habia en los rostros de los jovenes tribunos.
– ?Hay nuevas ordenes, senor? -Leelo. -Vespasiano le tendio el pergamino. Sexto le echo un rapido vistazo al documento. -Hay un joven caballero en el Estado Mayor de Plautio que va a tener que soportar unas duras palabras cuando lo pille, senor.
– Me alegra oirlo. Mientras tanto necesitamos reagrupar la legion. No tiene sentido tocar retreta. A estas alturas se han adentrado tanto en el pantano que sera mas facil seguir adelante que volver atras.
– Muy cierto -murmuro Sexto al tiempo que se acariciaba la barbilla.
– Llevare al grupo de mando y a la centuria de guardia por el paso elevado hacia ese pantanal. -Vespasiano senalo cuesta abajo-. Una vez alli empezare a tocar a retreta. Entretanto, tu y los tribunos subalternos encontrad y reunid a todos los soldados que podais y explicadles lo que pasa. Necesitamos que el grueso principal de la legion este reunido en aquella cuesta que hay junto al embarcadero antes del amanecer si queremos tener suficientes hombres para atacar por la manana.
– Muy bien, senor -dijo Sexto. Se volvio hacia los tribunos subalternos que habian oido todas las ordenes del legado y a los que no les hacia ninguna gracia la incomodidad de su tarea-. ?Ya habeis oido al legado! Moved el culo y a vuestros caballos, senores. ?Venga, rapido!
Con unas demostraciones de reticencia casi intolerables, los jovenes tribunos subieron con gran esfuerzo a sus caballos, bajaron al trote por la ladera y se dispersaron por la miriada de senderos y caminos que entrecruzaban la densa masa de aulagas y terreno pantanoso. Vespasiano los siguio con la mirada hasta que se perdieron de vista. Entonces se volvio hacia su propia montura y llevo a la guardia del legado y al resto del grupo de mando hacia el camino que conducia al paso elevado.
Aquella no era manera de llevar a cabo una batalla, reflexiono enojado. Apenas habia recuperado la segunda legion, su amor propio, cuando una maldita orden negligente precipitaba a los hombres hacia un desastre de mil demonios, dispersos y sin mando a traves de los condenados paramos de aquella condenada isla de mierda. Cuando consiguiera reagrupar a la legion, los hombres estarian exhaustos, sucios y hambrientos, con la carne y la ropa hechas jirones por los arbustos de aulaga. Seria un milagro si conseguia hacer que consideraran siquiera algo que fuera la mitad de peligroso que la orden del general de un ataque anfibio sobre la otra orilla del rio.
CAPITULO XXI
– ?Esto es una autentica pesadilla de mierda! -gruno el centurion Macro al tiempo que le daba un manotazo a un enorme mosquito que se estaba alimentando en su antebrazo. Apenas se habia convertido en una mancha roja y negra entre los oscuros pelos bajo el dobladillo de su manga cuando varios insectos mas, provenientes de la arremolinada nube que se cernia sobre el, decidieron arriesgarse y aterrizaron en el trozo de piel desnuda que tenian mas cerca. Macro los ahuyento con una mano mientras que con la otra intentaba darles a sus companeros voladores-. Si algun dia le pongo las manos encima al responsable de este jodido fiasco, no volvera a respirar.
– Me imagino que la orden vino del general, senor -respondio Cato con toda la suavidad de la que fue capaz.
– Bueno, en ese caso tendre que retomar el asunto en el infierno, donde estaremos en mayor igualdad de condiciones.
– Para entonces al general ya no le hara ninguna falta respirar, senor.
El centurion hizo una pausa en su guerra con los auxiliares nativos y se dio la vuelta hacia su optio.
– Pues podria darme el gusto ahora mismo con otra persona. Alguien que este un poco por debajo en la jerarquia. A menos que este sea el ultimo de tus utiles comentarios.
– Lo siento, senor -contesto Cato mansamente. La situacion era intolerable y la frivolidad no facilitaba las cosas.
Durante la ultima hora la sexta centuria habia estado siguiendo un tortuoso sendero a traves de los macizos de matorrales de aulagas, sin separarse de los trozos de terreno mas solidos del pantano que se extendia por todas partes. El sendero era lo bastante ancho para una persona y, con toda probabilidad, lo habian abierto las bestias salvajes. Habian perdido el contacto con el resto de la cohorte y el unico indicio de otra presencia humana eran los gritos distantes y los sonidos de escaramuzas a pequena escala que provenian de partes diferentes del pantano. Los unicos britanos que se habian encontrado eran un punado de desalinados de la infanteria ligera armados con escudos de mimbre y lanzas de caza. Superados en numero y aventajados por los legionarios, se habian rendido sin luchar y fueron escoltados hacia la retaguardia por ocho soldados de los que Macro mal podia permitirse prescindir, puesto que cada vez eran menos los que quedaban a sus ordenes. Cuando la escolta se fue, la centuria siguio adelante a duras penas.
Mientras el sol descendia hacia el horizonte, la quieta y calida atmosfera se cernio sobre la centuria como una manta asfixiante y el sudor manaba de cada poro. Macro habia dado la orden de detenerse para intentar averiguar en que posicion se encontraban respecto al rio y al resto de la legion. Si el sol estaba a su izquierda, entonces el rio tenia que encontrarse mas o menos frente a ellos, pero el camino parecia llevarles hacia el oeste. El rio ya tendria que estar cerca. Seria mas facil seguir adelante y encontrarlo que enfrentarse a la perspectiva de volver sobre sus pasos durante varias horas, en medio de la oscuridad de la noche que ya se aproximaba.
En tanto el consideraba las opciones que tenia, los hombres se sentaron en un hosco y sudoroso silencio, acosados por los miles de insectos que se agrupaban por encima de ellos. Finalmente, Cato ya no pudo soportar mas sus picaduras y avanzo arrastrandose por el sendero para espiar el camino que tenian por delante. Una mirada de advertencia de Macro le conmino a que permaneciera a la vista mientras se movia con sigilo a lo largo de la senda. A corta distancia mas adelante habia una curva pronunciada a la derecha. Cato se puso en cuclillas y atisbo por la esquina. Habia esperado ver otro trozo del camino pero, casi inmediatamente la senda volvia a girar a la izquierda y desaparecia de la vista. Consciente de la expresion del centurion, Cato se quedo donde estaba y aguzo