abalanzo sobre el que tenia mas cerca: un viejo con ropajes bastos que solo llevaba una lanza de caza. Le lanzo una estocada a Cato con las dos manos que el optio esquivo con rapidez, desviando la punta hacia el barro y provocando con ello que el impetu de la arremetida desequilibrara al britano, que quedo entonces en una posicion perfecta para asestarle un rapido golpe en la espalda. El hombre dio un profundo gemido al quedarse sin aire en los pulmones, cayo boca abajo sobre el cieno y Cato se deslizo por encima de el hacia los dos guardias que quedaban. No eran mas que muchachos, y una sola mirada a aquel mugriento romano que iba a por ellos con los labios inconscientemente crispados en un grunido fue mas que suficiente.

Aferraron sus lanzas, se dieron la vuelta, echaron a correr dejando atras las hileras de botes que supuestamente tenian que proteger y desaparecieron en la noche. Por primera vez Cato pudo ver bien las embarcaciones; eran pequenas, con el armazon de madera cubierto de piel, y cada una de ellas podria llevar a tres o cuatro hombres. Tenian aspecto de ser ligeras y endebles, pero en ese momento eran la unica posibilidad que tenia la sexta centuria de escapar a la aniquilacion.

Cato se dio la vuelta, jadeando, y vio que sus hombres salian del barro mas profundo que habia a su espalda. A poca distancia de ellos, los guerreros britanos seguian avanzando, con el barro casi hasta la rodilla, y se abrian paso con dificultad por la cienaga que su presa habia dejado revuelta. El hombre que llevaba la antorcha hacia lo que podia para mantenerla en alto y el parpadeante resplandor iluminaba los rostros de los britanos con un brillo rojizo aterrador. Al vadear el barrizal, uno de los romanos se habia hundido mas que sus companeros y sus perseguidores le estaban alcanzando rapidamente.

– Haced unos cortes con los cuchillos en los costados de esos botes -les grito Cato a sus hombres-. ?Pero reservad diez para nosotros!

Los legionarios pasaron apinados junto a el, la emprendieron con la piel de los botes mas proximos y siguieron acometiendo su tarea con rapidez a lo largo de la orilla. Cato retrocedio hacia el ultimo romano que aun estaba abriendose paso a duras penas por el barro del rio y al que entonces ya pudo identificar bajo la claridad proporcionada por la luna y el resplandor de la antorcha.

– ?Pirax! ?Date prisa, companero! Estan justo detras de ti. El veterano echo un rapido vistazo por encima del hombro al tiempo que hacia un gran esfuerzo para sacar la pierna del barro, pero la succion era demasiado fuerte y sus ultimas reservas de energia casi se habian agotado. Lo intento de nuevo, acompanando sus esfuerzos con maldiciones y, con un fuerte ruido de ventosa, pudo soltar el pie y lo planto delante lo mas lejos que pudo, concentro en el el peso de su cuerpo y trato de liberar su otra pierna. Pero el esfuerzo requerido para avanzar un paso mas era demasiado para el y se quedo quieto unos instantes, con una expresion de terror y frustracion grabada en el rostro. Su mirada se cruzo con la de Cato.

– ?Vamos, Pirax! ?Muevete! -le grito Cato, desesperado-. ?Es una orden, soldado!

Pirax se lo quedo mirando fijamente un momento antes de que su cara se relajara y sonriera con desconsuelo.

– Lo siento, optio. Creo que tendras que ordenarme que ataque.

– Pirax…

El legionario se apuntalo lo mas firmemente que pudo en el barro y se dio la vuelta para enfrentarse a los britanos que se encontraban a unos cuantos pasos de distancia pero que se esforzaban con furia por avanzar y caer sobre el. Consternado, Cato observo, a poca distancia y sin ninguna posibilidad de intervenir, como Pirax luchaba su ultima batalla, atrapado en el cieno hediondo y lanzando gritos de desafio hasta el final. Bajo el tinte anaranjado de la antorcha, Cato vio que el primer britano lanzaba la espada contra la cabeza de Pirax. Pirax paro el golpe con su escudo antes de dar una estocada con su propia espada. Pero la diferencia de alcance de las armas hizo que no pudiera golpear a su oponente.

– ?Venga, cabrones! -grito Pirax-. ?Venid a cogerme! Dos lanceros se situaron en posicion de tiro y lanzaron sus armas contra el legionario atrapado, apuntando a los espacios que quedaban entre el escudo y su cuerpo. Al tercer intento, uno de ellos dio en el blanco y Pirax solto un grito cuando la punta se le hundio en la cadera. Bajo la guardia, dejo caer el escudo a un lado y, al instante, el segundo lancero le alcanzo en la axila. Pirax se quedo completamente quieto durante un momento, entonces se le cayo la espada de la mano y se desplomo en el barro. Miro hacia Cato por ultima vez, con la cabeza caida y la sangre saliendo de su boca.

– Corre, Cato… -dijo en un ahogo. Entonces los britanos se acercaron y, rodeandolo, empezaron a propinarle hachazos y cuchilladas al cuerpo de Pirax mientras que Cato se quedaba paralizado de horror. Cuando se recobro se dio la vuelta y corrio para salvar su vida, deslizandose por el traidor limo hacia el punado de botes que el resto de la centuria habia empujado al rio. Se dirigio hacia el mas proximo y se adentro en el bajio con un chapoteo mientras que el primero de los britanos que le perseguian emergia del barro mas profundo al tiempo que lanzaba su grito de guerra. Cato solto el escudo y alargo el brazo para asir el lado del bote. Se agarro con fuerza y con ello hizo que la endeble embarcacion se ladeara peligrosamente.

– ?Ten cuidado, optio! Vas a hacer que volquemos. Subio como pudo por el costado. Los tres hombres que ya estaban dentro del bote se inclinaron hacia el lado contrario para mantener el equilibrio y solo entro un poco de agua cuando Cato cayo rodando al fondo, haciendo que la embarcacion se meciera de forma alarmante. De pronto, otro par de manos se agarraron a un lado y el bote volvio a ladearse, revelando el crispado rostro de un guerrero britano con un brillo de triunfo en sus salvajes ojos abiertos de par en par. Se produjo el sonido de un roce que atraveso el aire y un destello de luz de luna sobre la hoja de Cato, seguidos por un debil crujido cuando la espada le corto la mano al britano justo por debajo de la muneca. El hombre bramo de dolor, la mano amputada cayo al rio y el cayo con ella.

– ?Salgamos de aqui! -grito Cato-. ?Moveos!

Los legionarios metieron los remos en el rio y, con torpeza, hicieron fuerza para alejar la nada familiar embarcacion de la orilla del rio. Cato se arrodillo en la popa y observo como, por detras de el, los britanos se metian en el rio, pero el espacio entre ellos se fue ensanchando y al final el enemigo abandono, gritando con airada frustracion. Algunos de los mas ingeniosos se dirigieron a los botes que quedaban antes de descubrir las rasgaduras y jirones que tenian a los lados y que los hacian inservibles. El espacio entre la pequena flotilla de Cato y la orilla del rio aumento gradualmente hasta que los britanos fueron unas pequenas figuras que pululaban bajo la luminosidad cada vez menos imponente de su antorcha, la cual proyectaba una rutilante estela de oscilantes reflejos en direccion a los romanos.

– ?Y ahora que, optio? -?Eh? -Cato se volvio, momentaneamente aturdido por su terrible huida.

– ?Hacia donde debemos dirigirnos, senor? Cato fruncio el ceno al oir aquel tratamiento tan formal antes de caer en la cuenta de que ahora estaba al mando de la centuria y que el era la persona de quien los hombres esperarian recibir las ordenes y obtener la salvacion.

– Rio abajo -murmuro, y luego alzo la cabeza hacia la otra embarcacion-. ?Poned rumbo rio abajo! Seguidnos.

A la luz de la luna, la fila de pequenas naves avanzaba a ritmo constante en la lenta corriente. Cuando la antorcha de la orilla del rio se perdio finalmente de vista en el primer recodo al que llegaron, Cato se dejo caer, se apoyo contra la popa del bote y echo la cabeza hacia atras para mirar cansinamente la cara de la luna. Entonces, cuando ya estaban fuera de peligro inmediato, su primer pensamiento fue para Macro. ?Que le habria ocurrido? El centurion se habia quedado a pelear para salvar a sus hombres sin dudarlo ni un momento, como si fuera la cosa mas natural del mundo. Habia conseguido que Cato y los demas tuvieran tiempo suficiente para escapar pero, ?le habria costado eso su propia vida? Cato dirigio la mirada rio arriba y se pregunto si cabia la posibilidad de que Macro tambien hubiera podido escapar. Pero, ?como? Se le hizo un nudo en la garganta. Se maldijo a si mismo y le costo trabajo contener sus emociones delante de los demas soldados que habia en la embarcacion.

– ?Ois eso? -dijo alguien-. Dejad de remar. -?Que Pasa? -Cato abandono sus meditaciones. -Me parecio oir trompetas, senor. -?Trompetas? -Si, senor… ?Ahora! ?Lo ha oido? Cato no oyo nada mas que el chapaleo del agua y el chapoteo de los remos de los botes que les seguian. Entonces, transportado rio arriba por el calido aire nocturno, llego el debil sonido de unas notas de instrumentos de viento. La melodia era totalmente inconfundible a oidos de cualquier legionario. Era la senal para que el ejercito romano se concentrara.

– Son nuestras trompetas -murmuro Cato. -?Habeis oido? -les grito el legionario a los otros botes-. ?Son los nuestros, companeros!

Los hombres de la centuria celebraron aquel sonido y se inclinaron sobre sus remos con energias renovadas. Cato sabia que en realidad debia ordenarles que cerraran la boca, mas por disciplina que por el peligro que podia representar otra embarcacion en el rio aquella noche, pero sintio que un enorme peso le oprimia el corazon. Macro estaba muerto. No pudo reprimir sus sentimientos y las lagrimas le rodaron por las mejillas y gotearon sobre su

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