Macro…

Cato habia tratado de evitar cualquier pensamiento sobre el destino del centurion. Probablemente Macro estaba muerto. Pirax estaba muerto. Muchos de sus companeros de la sexta centuria estaban muertos. Pero la idea de Macro yaciendo yerto e inmovil alli en el pantano era imposible de aceptar. Aunque una parte logica y fria de su mente le reiteraba que Macro no podia haber escapado a la muerte, Cato se encontro imaginando toda clase de maneras en las que podia haber sobrevivido. Ahora mismo podria estar por ahi, herido o inconsciente, indefenso, esperando a que sus companeros llegaran y lo encontraran. Incluso podian haberlo hecho prisionero. Pero entonces la imagen de los batavos masacrados se le aparecio de repente. No habria prisioneros, no perdonarian la vida a los heridos.-

El optio se incorporo y apoyo los brazos en las rodillas. Miro a los restantes miembros de la centuria que dormian a su alrededor. De los ochenta hombres que habian desembarcado con la flota invasora, solo quedaban treinta y seis. Habia otra docena de heridos que podia esperarse que volvieran al servicio en el transcurso de las proximas semanas.

Eso significaba que la centuria habia perdido a mas de treinta soldados en los ultimos diez dias.

De momento Cato ejercia de centurion, hasta que el personal del cuartel general uniera la centuria con otra, o recibieran reemplazos para recuperar sus efectivos. En cualquier caso, Cato no iba a estar al mando mas de unos pocos dias. Daba gracias por ello, aunque sentia desprecio por si mismo por sentirse aliviado ante la perspectiva de renunciar a su autoridad. Si bien creia haber llegado a la madurez durante aquel ultimo ano, todavia le quedaban unos vestigios de ansiedad por no haber desarrollado las cualidades especiales que facultaban a un hombre para el mando. El seria un pobre sustituto de Macro y sabia que los soldados compartirian esa opinion. Hasta que volviera a sus responsabilidades de optio trataria por todos los medios de dirigirlos lo mejor que pudiera, siguiendo los energicos y agigantados pasos de Macro.

Aquella misma noche, mas temprano, cuando Cato y su pequena flotilla salieron del rio, habian alarmado a los centinelas, que no esperaban que llegara ningun romano por alli. Como preveia esa reaccion, Cato habia respondido con rapidez y claridad cuando el centinela les dio el alto. Despues de que los desalinados soldados hubieran subido con dificultad desde la embarrada ribera hasta el campamento, por fin a salvo, a Cato lo habian llevado a la tienda del cuartel general para que diera su informe.

Una acumulacion considerable de lamparas y pequenas fogatas senalaba la localizacion del cuartel general de la segunda legion mientras que a su alrededor se extendian las largas hileras oscuras de soldados que descansaban. A Cato lo hicieron entrar en una gran tienda dentro de la cual los administrativos se hallaban enfrascados en su papeleo sobre largas mesas de caballete. Uno de ellos le hizo una sena y Cato dio un paso adelante.

– ?Unidad? -El administrativo levanto la vista de su pergamino, con la pluma suspendida sobre el tintero.

– Sexta centuria. Cuarta cohorte. -?Ah! Los de Macro. -El administrativo mojo su pluma y empezo a escribir-. ?Y el donde esta?

– No lo se. Todavia debe de estar en algun lugar del pantano.

– ?Que ocurrio? Cato trato de explicarlo de una manera que dejara abierta la cuestion del destino de Macro, pero el administrativo sacudio la cabeza con tristeza mientras contemplaba al joven que tenia de pie ante el. _?Tu eres su optio?

Cato asintio con la cabeza. -Bueno, pues ya no lo eres mas. Vas a ser el centurion hasta nuevo aviso. ?Cuales son tus efectivos?

– Quedamos treinta y tantos, creo -respondio Cato. -El numero exacto, por favor -dijo el administrativo. Entonces levanto la vista y vio que el joven soldado ya no podia mas, estaba ahi de pie con los ojos enrojecidos y la cabeza baja. El administrativo continuo en un tono mas amable-. Senor, necesito el numero exacto, por favor.

Aquel discreto recordatorio de su nueva responsabilidad hizo que Cato se pusiera derecho y centrara su mente.

– Treinta y seis. Me quedan treinta y seis hombres. Mientras el administrativo tomaba nota de los detalles, se abrio uno de los faldones de la parte de atras de la tienda y entro el legado. Le tendio un pequeno trozo de pergamino a un oficial del Estado Mayor y se estaba dando la vuelta para irse cuando vio a Cato y se detuvo. _?Optio! -dijo mientras se acercaba a el-. ?Como va todo? ?Acabas de reincorporarte?

– Si, senor.

– Ha sido una noche dura, ?verdad? -Si, senor, una noche muy dura. Habia algo en el tono del muchacho que iba mas alla del cansancio y, al observarlo con mas detenimiento, Vespasiano vio que Cato luchaba por controlar sus emociones. Y por soportar el dolor, penso Vespasiano cuando vio las terribles ampollas que recorrian el brazo del muchacho.

– Ha sido un dia muy duro para todos nosotros, optio. Pero todavia estamos aqui.

– Mi centurion no…

– ?Macro? ?Macro ha muerto? -No lo se, senor -respondio Cato lentamente-. Eso creo.

– Es una lastima., Una verdadera lastima. -Vespasiano se movio intranquilo ante la noticia, debatiendose entre expresar su genuino pesar y mantener la imagen de imperturbabilidad que tanto se esforzaba en proyectar-. Era un buen hombre, un buen soldado. Con el tiempo hubiera sido un buen centurion jefe. Lo siento. Tu lo admirabas, ?verdad?

– Si, senor. -Cato sintio que se le hacia un nudo en la garganta.

– Encargate de que tus hombres coman algo y descansen. Ahora vete.

El joven saludo y estaba a punto de darse la vuelta para irse cuando Vespasiano anadio en voz baja:

– No dejes que el dolor nuble tu criterio, hijo. Tenemos unos dias muy dificiles por delante y no quiero que desperdicies tu vida en una busqueda de venganza. Ahora tus hombres cuentan contigo.

CAPITULO XXV

– ?Estas seguro de eso?

Vitelio asintio con la cabeza. -?Y le informaste con detalle sobre nuestra situacion? -Si, senor. Se lo conte todo. Vespasiano volvio a leer el mensaje de Aulo Plautio, no fuera el caso de que hubiera pasado por alto algun matiz que le permitiera tener argumentos para rescindir la orden. Pero no habia nada. Por una vez, los administrativos del cuartel general de Plautio habian suprimido toda ambiguedad y habian redactado un conjunto de ordenes con esa clase de escueta elegancia que se podria comparar favorablemente con las cronicas de Cesar. En un breve parrafo se le ordenaba a la segunda legion subir a bordo de unos transportes suministrados por la armada y desembarcar en la otra orilla del Tamesis. Un barco de guerra fue todo lo que se considero necesario para proporcionar apoyo a la operacion. La segunda legion tenia que hacerse con el control de la orilla del rio y establecer una cabeza de puente. Si tenian exito, a Vespasiano se le mandarian refuerzos de la novena legion.

– ?Es una locura! -se quejo el legado, y arrojo el informe sobre su escritorio portatil-. Una completa locura. No estamos en condiciones de llevarlo a cabo. Hay algunos hombres que todavia estan ahi fuera en el pantano y los que han regresado al aguila… ?De que diablos cree Plautio que estamos hechos?

– ?Quiere que vuelva e intente hacerle cambiar de opinion, senor?

Vespasiano levanto la mirada de pronto. Estaba a punto de lanzar un ataque contra el tribuno por aprovechar cualquier oportunidad para quitarle autoridad cuando se dio cuenta de que Vitelio estaba encorvado a causa del cansancio. El tribuno parecia agotado y no daba la sensacion de estar en condiciones de ejercitar su astucia habitual. Aquel hombre necesitaba un descanso y, en cualquier caso, no serviria de nada mandarlo de vuelta para discutir el asunto con el general. Las ordenes habian sido dictadas y Vespasiano tenia la obligacion de cumplirlas con los recursos que tuviera disponibles. Cualquier intento de recurrir a evasivas o de retrasarse danaria su reputacion. Podia imaginar perfectamente las criticas de los senadores de Roma si se enteraban de que se habia resistido a mandar a sus tropas al otro lado del rio. Aquellos que tuvieran experiencia en campana intercambiarian miradas de complicidad y cuchichearian misteriosamente sobre su falta de determinacion; incluso podrian llegar al extremo de atribuirla calladamente a su cobardia. Vespasiano se puso rojo de ira solo con pensarlo.

Habria un sentimiento de amargura entre los soldados cuando se les explicara el ataque propuesto. Tras la batalla en el Medway, los mortiferos juegos del gato y el raton del dia anterior en el pantano y ahora aquel ataque desesperado contra una nueva ribera defendida, seguro que se despertarian los recuerdos del reciente motin en

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