ordenes recibidas del general, pero los soldados culparian primero al legado.
No se podia hacer nada al respecto. Supondria una desmesurada muestra de debilidad personal explicarle a cualquiera de sus subordinados los limites de su autoridad, que el tambien estaba obligado a obedecer ordenes igual que ellos. El alto mando colocaba a un hombre en el centro de un dilema irresoluble. Para su general, el era el responsable de las acciones de sus hombres. Para sus soldados, el era el responsable de las ordenes que se veia forzado a darles. Ninguno de los dos lados iba a tolerar excusa alguna y cualquier intento por justificarse no haria otra cosa que provocar un desprecio e indignacion humillantes tanto en sus superiores como en sus subordinados.
– Yo me encargare de ello entonces, centurion. Puedes retirarte.
El centurion asintio con la cabeza, satisfecho, saludo y regreso a grandes zancadas junto a sus hombres. Vespasiano lo vio desaparecer en la penumbra mientras se reprochaba haber dejado que aquel hombre fuera testigo de su desconsuelo. Debia ser estoico con estas cosas. Por otro lado, existia un asunto mucho mas importante que considerar. Mucho mas importante que la autocompasion de un legado, se reprocho. La presencia de aquellas espadas y el anterior descubrimiento de proyectiles de honda oficiales del ejercito entre la municion que utilizaban los britanos constituian un inquietante cuadro. La presencia de aquella curiosa arma podria explicarse conjeturando el saqueo de los romanos muertos, pero lo que el centurion le habia contado demostraba algo mas. Alguien estaba abasteciendo al enemigo con armas que habian sido destinadas a las legiones. Alguien con dinero y con una red de agentes que se encargarian del transporte de cargamentos considerables. Pero, ?quien?
– Aqui mismo estara bien -le dijo Vitelio al decurion-. Descansaremos aqui un momento. Podeis dar de beber a los caballos.
La columna de prisioneros y su guardia montada habian llegado a un punto del camino donde este se adentraba en un bosquecillo junto a un estrecho arroyo.
– ?Aqui, senor? -El decurion echo un vistazo alrededor, al oscuro sotobosque que los rodeaba. Con el mayor tacto posible, anadio-: ?Cree usted que es prudente, senor? -Generalmente, ningun oficial en su sano juicio se plantearia detener una columna de prisioneros en un lugar tan favorable para una fuga. _?Crees tu que es prudente poner en duda mis ordenes?
– replico Vitelio de manera cortante.
El decurion se dio rapidamente la vuelta en su silla y se lleno de aire los pulmones.
– ?Columna… alto! Ordeno a los prisioneros que se sentaran y pidio a los miembros de la escolta que se ocuparan de los caballos con rapidez mientras Vitelio desmontaba y ataba a su animal al tocon de un arbol a la entrada de un sendero que corria junto al arroyo.
– ?Decurion! -?Senor? -El decurion volvio al riachuelo. -Traeme otra vez a ese jefe. Me parece que es hora de que vuelva a hablar tranquilamente con el.
– ?Senor? -Ya has sido advertido sobre el hecho de cuestionar mis ordenes, decurion -dijo Vitelio con frialdad-. Hazlo una vez mas y no lo olvidaras. Ahora traeme a ese hombre y ocupate de tus otras obligaciones.
Obligaron a ponerse en pie al britano, que iba ataviado con un charro atuendo, y lo llevaron a empujones junto al tribuno. Se quedo mirando fijamente al oficial romano con una expresion arrogante y desdenosa. Vitelio le devolvio la mirada y, de repente, le cruzo la cara al britano con el dorso de la mano. Al hombre se le fue la cabeza hacia un lado y, cuando giro el rostro, un oscuro hilo de sangre, negra bajo la luz de la luna, le goteaba de un corte en el labio.
– Romano -dijo entre dientes con un basto acento-, si consigo librarme de estas cadenas…
– No lo haras -dijo Vitelio con sorna--. Consideralas una prolongacion de tu cuerpo, para lo que te quede de vida. -Volvio a golpear al prisionero clavandole el puno en el estomago, con lo que lo dejo inclinado y respirando con dificultad. -Dudo mucho que ahora me vaya a causar ningun problema, decurion. Ahora puedes continuar dando de beber a los caballos hasta que regresemos.
– ?Regresar de…? Si, senor.
Vitelio agarro las correas de cuero que unian las esposas de hierro que llevaba el britano y tiro de el con brusquedad camino abajo, arrastrandolo salvajemente cuando tropezaba. Una vez dieron la vuelta a una curva y dejaron de ser vistos u oidos por la columna de prisioneros, Vitelio se detuvo y tiro del hombre para que se irguiera.
– Ahora ya puedes dejarte de teatro, tampoco te pegue tan fuerte.
– Lo suficiente, romano -gruno el britano-. Y si algun dia nos volvemos a encontrar, pagaras por ese golpe.
– Entonces tendre que asegurarme de que no nos volvamos a encontrar -replico Vitelio, y desenvaino su daga. Levanto la punta de forma que apenas la anchura de un dedo la separaba de la garganta del britano. El britano no demostro ningun miedo, simplemente un frio desprecio por un enemigo que era capaz de hacer algo tan impropio de un hombre como amenazar a un prisionero maniatado. Vitelio ignoro la expresion del otro. Entonces la hoja bajo y corto brevemente las correas hasta que se rompieron. Se distancio del liberado britano'.
– ?Estas seguro de que te acuerdas del mensaje? -Si. -Bien. Te mandare a alguien cuando este listo. Bueno pues. -Vitelio le dio la vuelta a la daga, la cogio por la hoja y se la tendio al otro hombre-. Hagamoslo bien.
El britano tomo el cuchillo, esbozo una lenta sonrisa y de pronto le dio una bofetada al tribuno con la mano que le quedaba libre. El tribuno cayo de rodillas con un grunido solo para que el britano lo volviera a levantar, le diera la vuelta y le pinchara con la punta de la hoja en la parte baja de la espalda.
– ?Eh, tranquilo! -susurro Vitelio. -Tiene que ser convincente, ?recuerdas?
Con un brazo que rodeaba firmemente la garganta del tribuno y el otro sosteniendo la daga contra la espalda de su antiguo captor, el britano lo empujo de vuelta por el sendero hacia la columna. Cuando el decurion se dio cuenta de la dificil situacion en la que se encontraba su superior, se puso en pie apresuradamente.
– ?A las armas! -?Deteneos! -consiguio decir Vitelio con voz ahogada--. ?O me matara!
El decurion agito los brazos hacia los soldados de caballeria que se acercaban a toda prisa dispuestos a arrojar sus lanzas.
– ?Alto! ?Tiene al tribuno! -?El caballo! -grito el jefe britano-. Traedme su caballo.
?Ahora! o morira.
Vitelio dio un grito cuando la punta de la daga le pincho la carne. Al oirlo, el decurion se dirigio a toda prisa hacia el caballo, lo desato y le ofrecio las riendas al britano.
Los demas britanos se habian puesto en pie al ver el enfrentamiento y se estaban adelantando en tropel para verlo mejor, algunos profiriendo gritos de animo.
– ?Que vuelvan a sentarse en el suelo! -bramo el decurion y, tras un momento de duda, los soldados de caballeria hicieron retroceder a sus prisioneros como si fueran ganado.
el jefe no desaprovecho la oportunidad. Con una patada y un empujon, arrojo a Vitelio encima del decurion, cogio las riendas y subio al caballo de un salto. Se inclino sobre el lomo del animal y con un feroz puntapie lo hizo volver a bajar por el sendero. Cuando el decurion volvio a tener los pies en el suelo, el britano ya habia dado la vuelta a la curva y se habia ido, y solo persistia el sonido de los cascos del caballo apagandose poco a poco. Los demas britanos dieron gritos de entusiasmo.
– ?Haced callar a esos! -rugio el decurion antes de girarse para ayudar a Vitelio a ponerse en pie. Parecia estar afectado y asustado pero, aparte de eso, ileso.
– Le ha ido de un pelo, senor. -?A el o a mi? -respondio Vitelio con amargura. El decurion era lo bastante inteligente como para no contestar.
– ?Quiere que vaya tras el, senor? -No. No tiene sentido. Probablemente el sepa abrirse camino en la oscuridad mejor que nosotros. Por otro lado, no podemos permitirnos el lujo de mandar a ningun miembro de la escolta a una persecucion desesperada. No, me temo que ha conseguido escapar.
– Tal vez se tropezara con algunos de los nuestros -dijo esperanzado el decurion.
– Lo dudo.
– Es una pena lo de su caballo, senor. -Si, era una de mis mejores monturas. De todos modos, no es necesario que te preocupes por mi, decurion. Tomare tu caballo hasta que lleguemos al campamento.
CAPITULO XXIV