asfixiado de buena gana a su centurion mucho antes de que la luna apareciera entre las nubes, dispersas por el cielo nocturno.
CAPITULO XXII
– ?Optio! -siseo una voz.
Cato parpadeo y abrio los ojos. Una figura oscura se alzaba contra el cielo salpicado de estrellas. Una mano lo tenia agarrado del brazo ampollado al tiempo que lo sacudia y Cato estuvo a punto de soltar un aullido de dolor, pero consiguio contenerlo a tiempo. Se puso en pie de golpe, totalmente despierto.
– ?Que pasa? -susurro Cato-. ?Que ocurre? -El centinela informa de que hay movimiento. -La figura senalo hacia el extremo del claro, cerca del camino por el que habian entrado al anochecer-. ?Deberiamos despertar al centurion?
Cato dirigio la mirada hacia el origen de los ronquidos. -Creo que sera lo mejor. No sea que nos oigan antes de que nosotros podamos verlos a ellos.
Mientras que Cato se abrochaba el casco y recogia su equipo a toda prisa, el legionario desperto a Macro haciendo el menor ruido posible. No fue una tarea facil debido al profundo sueno del centurion, e incluso cuando Macro volvio en si parecia estar saliendo de un ensueno realmente impactante.
– ?Porque esa maldita tienda es mia, mia! -refunfuno el centurion-. ?Por eso! -?Senor! ?Shhh!
– ?Qu-que? ?Que pasa? -Macro se irguio y de inmediato, con un acto reflejo, alargo la mano para agarrar su espada-. ?Informe!
– ?Tenemos compania, senor! -dijo Cato en voz baja mientras se acercaba con sigilo al centurion-. El centinela dice oir movimiento.
En un instante Macro ya estaba en pie y con la otra mano se abrochaba de forma automatica la correa del casco.
– Que los muchachos formen en el claro, pero mantenlos lo mas callados posible. Tal vez queramos evitar el encuentro.
– Si, senor. Cato se dirigio con cautela hacia los legionarios que dormian mientras Macro levantaba su escudo sin hacer ruido y se abria paso junto a la hilera de cadaveres, agradecido porque el zumbido de las moscas hubiera disminuido con la llegada de la noche. Casi sobrepaso al centinela en medio de la oscuridad, pues el hombre se encontraba alerta a un lado del camino, completamente quieto, haciendo un gran esfuerzo para detectar los sonidos que provenian de mas abajo del estrecho sendero.
– ?Senor! -susurro el centinela en una voz tan baja que, de no haber estado escuchando tan atentamente, Macro no lo hubiera oido. El repentino sonido lo hizo estremecerse al pillarlo de sorpresa. Se recobro en un instante y sin mediar palabra se puso en cuclillas junto al centinela.
– ?Que pasa, muchacho? -Vera, senor, ahora no hay nada. Pero juro que oi algo hace solo un momento.
– ?Que fue lo que oiste exactamente?
– Voces, senor. Muy quedas, pero no muy distantes. Hablando en voz muy baja.
– ?Nuestras o suyas? El centinela se quedo un momento en silencio antes de responder.
– ?Sueltalo ya! -susurro Macro con enojo-. ?Nuestras o suyas?
– No… no estoy seguro, senor. Era algo que en general no podia entender del todo. Pero tambien oi algo que parecia latin.
El centurion dio un resoplido desdenoso. Se quedo agachado, aguzando el oido para detectar el mas leve sonido procedente del sendero que se perdia de vista en una curva, a unos nueve metros escasos de donde estaban. El rumor que provenia del claro era demasiado audible aun cuando los hombres trataban de formar lo mas silenciosamente posible. Pero, por fin, se quedaron quietos y Macro recupero la concentracion. No obstante, no se oia nada fuera de lo normal, solo el croar de las ranas de vez en cuando. Una forma oscura se acerco desde el claro. _?Pss! -bisbiseo Macro-. Por aqui, Cato.
– ?Hay senales de ellos, senor? -Una mierda. Parece que aqui nuestro chico se ha dejado llevar demasiado por su imaginacion.
Era un error bastante comun entre los centinelas, sobre todo en el servicio activo. La oscuridad aumentaba la dependencia de un hombre de uno solo de sus sentidos y la imaginacion empezaba a funcionar con el mas minimo ruido para el cual no hubiera una interpretacion inmediata.
– ?Digo a la centuria que dejen de estar alerta, senor? Macro estaba a punto de responder cuando un repentino crujido, como el de un arbusto que se hubiera enganchado y soltado rapidamente, les helo la sangre en las venas.
Ya no habia dudas sobre lo que habia dicho el centinela, y se quedaron en cuclillas sin moverse bajo el calido aire nocturno, con los musculos en tension y listos para entrar en accion.
Un tenue resplandor anaranjado vacilo al otro lado del recodo del camino y las chispas atravesaron los espacios entre el follaje cuando alguien que llevaba una antorcha se acerco por el sendero.
– ?Es de los nuestros? -pregunto Cato. -?Calla! -susurro Macro. -?Quien anda ahi? -exclamo de pronto una voz que venia de la luz. Cato sintio que lo invadia una oleada de alivio y casi se rio ante el brusco descenso de la tension. Hizo ademan de ir a ponerse en pie pero Macro lo agarro de la muneca.
– ?No te muevas!
– Pero, senor, ya lo ha oido. Es uno de los nuestros. -?Cierra la boca y no te muevas! -exclamo Macro entre dientes.
– ?Quien anda ahi? -repitio la voz. Hubo una pausa, seguida de lo que podria haber sido un rapido intercambio de palabras en voz baja. Luego la voz continuo diciendo-: Soy batavo. ?Tercera cohorte de caballeria! ?Si sois romanos, identificaos!
No se podia negar que el acento de aquel latin sonaba como el de los batavos, y Macro sabia que la tercera montada estaba en la zona. Pero aun asi, habia algo en el tono de voz de aquel hombre que le impedia arriesgarse a dar una respuesta.
Se hizo otro breve silencio antes de que la voz volviera a oirse, en esa ocasion con un dejo tembloroso.
– ?Por todos los dioses! ?Si sois romanos, responded! -?Senor! -protesto Cato. -?Callate!
Con un subito crujido, el brillo de la antorcha se intensifico y las llamas se alzaron por encima de los arbustos de aulaga. Un grito inhumano atraveso la densa y calurosa atmosfera que se cernia sobre el pantano.
– ?Que diablos? -El centinela se echo hacia atras del susto. Macro iba a agarrarlo cuando de pronto una figura en llamas aparecio por el recodo del camino y se fue corriendo hacia el claro mientras chillaba e iluminaba el suelo a su alrededor con un refulgente y parpadeante brillo. El aire apestaba a brea y a carne quemada y la figura tropezo y rodo por el suelo sin dejar de gritar.
Macro agarro al centinela y a su optio y los empujo en direccion al resto de la centuria.
– ?Corred! Justo por detras de ellos la noche se inundo de unos gritos de guerra salvajes, seguidos por el agudo estruendo de un cuerno de guerra. Mas abajo, tras los pasos de su prisionero batavo, los britanos irrumpieron en el camino, con un aspecto espantoso bajo la resplandeciente luz de la antorcha que sostenia en alto el hombre que encabezaba su ataque. Antes de echar a correr tras su centurion, Cato solo tuvo tiempo de echar un vistazo, pero fue suficiente para ver que, felizmente, el batavo yacia inmovil en el suelo. Atravesaron precipitadamente la linea de legionarios que esperaban mas alla de la luz rojiza de la antorcha que se les venia encima y se dieron la vuelta para enfrentarse a los britanos, dispuestos a luchar al instante. Pero sus perseguidores habian hecho un alto momentaneo para arremeterla a hachazos y cuchilladas contra la hilera de cadaveres colocados a lo largo del camino.
– ?Pero que demonios hacen? -se pregunto Macro. -?Creen que somos nosotros, senor! ?Piensan que nos han pillado durmiendo.
Con un feroz grito de consternacion, los britanos se percataron de su error y se volvieron hacia los legionarios alineados en medio del pequeno claro.
– ?Lanzad las jabalinas a discrecion! -rugio Macro. Los oscuros astiles describieron un arco con una baja trayectoria y fueron directos a los primeros britanos. Ocultas por la noche, las jabalinas se hundieron en los cuerpos de sus victimas antes incluso de que estas fueran conscientes del peligro; varios atacantes cayeron y fueron pisoteados por sus companeros en su impaciencia por abalanzarse sobre los romanos. Apenas hubo tiempo para