larga hilera de camillas a bordo del barco de transporte. Muchos de los heridos tenian munones vendados alli donde antes habia habido piernas y brazos, mientras que un soldado con la cabeza envuelta con una tela ensangrentada pronunciaba a gritos palabras sin sentido que dirigia a todos los que le rodeaban. Cato se quedo mirando a aquel hombre y se estremecio.
– Habra mas como el antes de que se termine esta campana -dijo Macro en voz baja. _Creo que yo preferiria morirme.
Macro observo al hombre, que de pronto empezo a retorcerse de forma violenta, amenazando con caerse de la pasarela y arrastrar con el a los que llevaban la camilla, con lo que todos irian a parar al agua que habia debajo de ellos.
– Yo tambien, muchacho. Macro grito la orden de marcha al tiempo que recogia su arnes, y los soldados se dirigieron colina arriba y cruzaron la puerta principal del deposito. En el cuartel general, un administrativo civil de voz melosa acepto a reganadientes las solicitudes de equipo nuevo que el intendente de la segunda le habia entregado a Macro. El administrativo hizo un rapido recuento de la centuria y les asigno algunas tiendas en la esquina mas alejada.
– ?Y nuestros viveres? -Puedes coger unas galletas de los almacenes de la octava.
~?Galletas! No quiero galletas. Mis hombres y yo queremos un poco de carne fresca y pan. Encargate de ello.
El administrativo dejo la pluma, se echo hacia atras y se cruzo de brazos.
– La carne fresca y el pan no estan disponibles. Son para los soldados del frente. Y ahora, centurion, si no te importa, tengo trabajo de verdad con el que seguir.
– ?Esto ya es el colmo, maldita sea! -exploto Macro al tiempo que dejaba caer su mochila y alargaba la mano para agarrar de la tunica al administrativo. Con un fuerte tiron arrastro al administrativo hacia el otro lado de la mesa; sus papeles se desparramaron y el tintero se volco.
– Y ahora escuchame, mierdecilla -le dijo Macro con los dientes apretados,. ?Ves a estos soldados? Son todo lo que queda de mi centuria. El resto murio en el frente. ?Te enteras? ?Y donde demonios estabas tu cuando los mataron? -Resoplo y lentamente desenrosco los punos de la tunica del administrativo-. Bien, solo voy a decirlo una vez. Quiero carne fresca y pan para mis hombres. Quiero que nos lo lleven a las tiendas. Si no esta alli antes del toque de guardia nocturno, volvere aqui y te destripare personalmente. ?Lo has entendido?
El administrativo agito la cabeza en senal de afirmacion, con los ojos de par en par a causa del terror.
– No te oigo. Habla alto, y con energia. -Si, centurion. -?Si que? -Si, me encargare de la comida de tus soldados y… ?os apeteceria un poco de vino?
Por detras de Macro los hombres dieron gritos de aprobacion, Macro se permitio esbozar apenas una sonrisa y asintio con la cabeza.
– Es muy considerado por tu parte. Creo que podriamos llevarnos bien despues de todo.
Se volvio hacia sus hombres, que profirieron una irregular ovacion antes de que los condujera a las tiendas. Cato le dedico una sonrisa de triunfo al administrativo y, acto seguido, se dio la vuelta y se reunio con su centurion.
Mientras disfrutaba un poco con las aclamaciones de sus soldados, Macro reconocio que debia vigilar su genio. Arremeter contra un mero administrativo de ninguna manera aumentaba su autoridad. El cansancio y los restos de su resaca eran los responsables, y tomo nota mentalmente de ser prudente con el vino aquella noche. Entonces recordo que el vino era gratis; seria una groseria a la vez que una estupidez dejar pasar una oportunidad como aquella. Decidio que lo compensaria bebiendo menos vino otra noche.
No paso mucho tiempo antes de que Macro estuviera mordisqueando con satisfaccion un tierno pedazo de carne de vacuno, asado vuelta y vuelta sobre las brasas de una hoguera. Cato estaba sentado enfrente. Se limpio cuidadosamente los jugos de la carne que rodeaban sus labios y volvio a meterse el trapo en el cinturon.
– Los reemplazos que nos van a dar manana, senor.
– ?Que pasa con ellos?
– ?Como lo haremos? -Segun la vieja costumbre del ejercito. -Macro trago un bocado antes de continuar-. Nosotros escogemos primero. Los mejores nos los quedaremos para nuestra centuria. Cuando tengamos de nuevo todos los efectivos, los mejores de entre los que queden iran a las otras centurias de la cohorte, luego a las otras cohortes y los que queden se los daremos a las demas legiones.
– Eso no es muy justo, senor. -No, no lo es -asintio Macro-. No es justo en absoluto, pero ahora mismo es condenadamente estupendo. Ya va siendo hora de que nuestra centuria tenga un respiro, y aqui esta. Asi que vamos a alegrarnos y a sacar el mejor provecho del asunto, ?de acuerdo? _Si, senor.
La idea de compensar las bajas sufridas por su tristemente mermada centuria era de lo mas gratificante, y Macro apuro de un trago su abollada taza, la lleno de nuevo y la volvio a vaciar rapidamente. Entonces se detuvo para soltar un eructo desgarrador que hizo volver la cabeza a los que estaban cerca y se tumbo de espaldas en el suelo con los brazos cruzados bajo la cabeza. Sonrio, bostezo y cerro los ojos.
Al cabo de unos momentos, unos ronquidos familiares retumbaban entre las sombras al otro lado del resplandor de la hoguera y Cato maldijo su suerte por no haber podido dormirse primero. Los demas miembros de la centuria tambien habian comido hasta saciarse y habian bebido mas vino del que les convenia puesto que aquella noche, al menos, no tenian servicio de guardia. Casi todos estaban dormidos y durante un rato Cato se quedo sentado con los brazos en torno a las rodillas, cerca del fuego. En el vacilante centro de la hoguera, el anaranjado resplandor se ondulaba y fluia de un modo hipnotico y se encontro con que su mente, embotada por el vino, se dejaba llevar por un ensueno eliseo. Una vision de Lavinia se interpuso sin esfuerzo delante de las llamas y se permitio contemplar la belleza de aquella imagen antes de apoyar la cabeza en su capa doblada y abandonarse al sueno.
CAPITULO XXXV
– ?Nombre? -le espeto Macro al legionario que estaba frente al escritorio.
– Cayo Valerio Maximo, senor. -?Tribu? -Velina.
– ?Cuanto tiempo has servido con las aguilas? -Ocho anos, senor. Siete con la vigesima tercera Marcia antes de que fuera disuelta, y luego me mandaron a la octava.
– Ya veo. -Macro asintio con un grave movimiento de la cabeza. La vigesima tercera habia estado muy implicada en el motin de Escriboniano y habia pagado el precio maximo por su tardia lealtad hacia el nuevo emperador. Fuera como fuera, el hombre que estaba ante el era un veterano y parecia bastante fuerte. Y lo que era aun mas revelador, su equipo estaba en perfectas condiciones: correas y hebillas brillaban al sol y estaba equipado con una de esas nuevas armaduras laminadas que estaban teniendo mucho exito en el ejercito.
– Veamos tu espada, Maximo -gruno Macro. El legionario se llevo la mano al costado y con rapidez saco la espada de su vaina, le dio la vuelta y presento la empunadura al centurion. Macro cerro el puno sobre el mango de una manera respetuosa y alzo la hoja para inspeccionarla de cerca. El cuidado puesto en mantenimiento era evidente de inmediato y un ligero roce en el filo revelo un agradable afilado.
– ?Bien! Muy bien -Macro le devolvio el arma-. Al final del dia sabras la unidad a la que te han asignado. ?Puedes retirarte.
El legionario saludo, se dio la vuelta y se alejo, con demasiada rigidez para el gusto de Macro.
– ?Lo anoto para la segunda, senor? -pregunto Cato, que estaba sentado junto a Macro con cuatro pergaminos desenrollados ante el. Mojo la pluma con tinta y la sostuvo preparada sobre el pergamino de la segunda.
Macro sacudio la cabeza en senal de negacion. -No, no podemos quedarnos con el. Mirale la pierna izquierda.
Cato vio una vivida linea blanca que le iba del muslo a la pantorrilla y se dio cuenta de que la tirantez del tejido de cicatrizacion hacia que el hombre arrastrara ligeramente la pierna.
– Seria un lastre para si mismo y, lo que es mas importante, para nosotros en una marcha forzada. Anotalo para la vigesima. Solo esta en condiciones de realizar servicios de reserva.
Macro levanto la vista hacia la fila de legionarios que estaban a la espera de asignacion.
– ?El siguiente! A medida que iba pasando el dia, la larga hilera de reemplazos se fue reduciendo lentamente al tiempo que las listas de nombres en los pergaminos de Cato se hicieron mas largas. El proceso no se termino hasta