en el mar. Por detras del buque insignia, toda una hilera de barcos de guerra entro en el canal, seguida de unos barcos de transporte y luego de la escolta de retaguardia de la armada, y para entonces el buque insignia ya se acercaba a la costa con toda la majestuosa elegancia de que fue capaz su altamente cualificada tripulacion. El buque insignia tenia tal calado que, de haber intentado dirigirse hacia el pantalan, hubiese encallado. En cambio, la embarcacion viro hasta situarse a unos cuatrocientos metros de la costa y se echaron las anclas a proa y popa. Los trirremes siguieron adelante rapidamente con rumbo al embarcadero con sus cubiertas atestadas de los uniformes blancos de la guardia pretoriana. Cuando los barcos de guerra echaron las amarras, los pretorianos desembarcaron en fila y formaron a lo largo de la pendiente en el exterior del deposito.

– ?Ves al emperador? -pregunto Macro-. Tus ojos son mas jovenes que los mios.

Cato escruto la cubierta del buque insignia, recorriendo con la mirada el remolino de tropas del sequito del emperador. Pero no habia ninguna senal de clara deferencia y Cato movio la cabeza en senal de negacion.

Los legionarios esperaban, nerviosos, un indicio de Claudio. Alguien inicio una cantinela que se impuso con rapidez con el grito de: «? Queremos al emperador! ?Queremos a Claudio!». Sonaba a lo largo de la empalizada y se propagaba por el canal hacia el buque insignia. A pesar de algunas falsas alarmas, seguia sin haber ni rastro del emperador y poco a poco el clima cambio de la expectacion a la frustracion y luego a la apatia mientras las cohortes pretorianas marchaban hacia el lado del deposito mas alejado del matadero de campana y empezaban a acampar para pasar la noche.

– ?Por que no desembarca el emperador? -pregunto Macro.

De su ninez en el palacio imperial Cato recordaba los largos protocolos de los que iban acompanados los desplazamientos oficiales del emperador y no le costo mucho imaginarse la razon de aquel retraso.

– Supongo que lo hara manana, cuando se le pueda brindar una ceremonia de bienvenida digna de su autoridad.

– ?Vaya! -Macro estaba decepcionado-. ?Entonces esta noche no hay nada que valga la pena ver?

– Lo dudo, senor. -Bueno, vale, supongo que habra algun trabajo que podamos hacer. Y todavia queda un poco de ese vino por beber. ?Vienes?

Cato ya conocia a Macro lo suficiente como para reconocer la diferencia entre una verdadera alternativa y una orden dictada con educacion.

– No, gracias, senor. Me gustaria quedarme a mirar un rato.

– Como quieras. A medida que iba anocheciendo, los soldados que habia en el parapeto empezaron a dispersarse poco a poco. Cato se inclino hacia adelante con el codo apoyado en el espacio que habia entre dos estacas y la barbilla sobre la palma de la mano Mientras observaba el despliegue de embarcaciones que en esos momentos llenaban el canal alrededor del barco insignia. Algunas de las naves transportaban soldados, otras llevaban a los miembros del servicio imperial y algunas otras a los ricamente ataviados integrantes del sequito imperial. Mas a lo lejos se hallaban anclados unos grandes barcos de transporte con unos curiosos bultos de color gris que asomaban por el borde de sus bodegas. Cuando los trirremes que habian descargado a los pretorianos se alejaron, los grandes transportes se colocaron junto al embarcadero y Cato pudo ver con mas claridad la carga que contenian.

– ?Elefantes! -exclamo. Compartieron su sorpresa los pocos hombres que quedaban a lo largo de la empalizada. Hacia mas de cien anos que los elefantes no se utilizaban en combate. Aunque ofrecian un espectaculo aterrador a aquellos que se enfrentaban a ellos en el campo de batalla, los soldados bien entrenados podian neutralizarlos rapidamente. Ademas, mal manejados, los elefantes podian constituir un mismo peligro tanto para el enemigo como para los soldados de su propio bando. Los ejercitos modernos casi no los utilizaban y los unicos elefantes que Cato habia visto alguna vez eran los de los recintos para las bestias que habia detras del Circo Maximo. A saber que hacian aquellos alli, en Britania. Seguramente, penso el, el emperador no tenia intencion de usarlos en combate. Debian de haberlos traido con algun proposito ceremonial, o para infundir el temor a los dioses en los corazones de los britanos.

Mientras observaba uno de los transportes en los que estaban los elefantes, quitaron una seccion del lateral de la embarcacion y llevaron a pulso una ancha plataforma hasta el embarcadero. Los marineros bajaron una rampa muy desgastada hasta la bodega y sobre ella, asi como por encima del portalon, extendieron una mezcla de paja y tierra. A los animales debia de hacerles mucha falta el consuelo de aquellos olores familiares tras el vacilante movimiento durante el viaje por mar desde Gesoriaco. Cuando se hubo cerciorado de que todo estaba en su sitio, el capitan dio la orden de descargar a los elefantes. Al cabo de un momento, y en medio de un ansioso barritar, un conductor de elefantes consiguio que uno de ellos subiera por la rampa hasta cubierta. A pesar de que Cato ya los habia visto antes, la repentina aparicion de la inmensa mole gris de la bestia con sus siniestros colmillos lo intimido, y se quedo sin respiracion hasta que se tranquilizo al ver que alli donde estaba se encontraba a salvo. El conductor del elefante dio unos golpecitos con su vara en la parte posterior de la cabeza del animal y este subio pesadamente y con vacilacion hacia el portalon, haciendo que el transporte se inclinara un poco debido al desplazamiento del peso. El elefante se detuvo y levanto la trompa, pero el conductor le propino un varazo y el elefante cruzo hasta el embarcadero con unas evidentes expresiones de alivio por parte de la tripulacion.

El ultimo elefante piso tierra firme cuando la luz del sol se desvanecia y las lentas y pesadas bestias fueron conducidas hacia un recinto situado a cierta distancia de aquellos otros 'animales temerosos de los elefantes. Mientras Cato y los legionarios que quedaban los miraban alejarse con su curioso modo de andar, lento y oscilante, los transportes cedieron el espacio a mas embarcaciones todavia; entonces se trataba de los barcos de guerra elegantemente pintados que llevaban a los sirvientes del emperador y a su sequito. Por el portalon desfilo la elite de la sociedad romana: patricios vestidos con tunicas ?de rayas rojas y sus esposas envueltas en sedas exoticas y muy ‹bien peinadas. Tras ellos salieron los miembros de la nobleza menor, los hombres ataviados con caras tunicas y sus esposas con respetables estolas. Por ultimo sacaron el equipaje, que fue transportado por la pasarela por un monton de esclavos Supervisados con meticulosidad por el mayordomo de cada casa, que se aseguraba de que nada se rompia.

Mientras los miembros de cada una de las casas se reunian en diferentes grupos a lo largo del embarcadero, los administrativos del cuartel general del deposito corrian de un lado a otro en busca de los nombres que tenian en sus listas y acompanaban a sus invitados hasta la zona de tiendas preparada para ellos en un recinto fortificado anexo al deposito. De los recien llegados, pocos se dignaron a levantar la vista hacia los legionarios alineados en la empalizada. Por su parte, los legionarios observaban en silencio, maravillados ante la exuberante riqueza de la aristocracia romana, cuyo estilo de vida dependia de la sangre y el sudor derramados por los soldados de las legiones.

Mientras la mirada de Cato recorria sin rumbo la colorida multitud que habia en el embarcadero, un rostro entre el gentio se volvio bruscamente hacia el de una manera que le llamo la atencion de inmediato. Sintio que el corazon se le encogia en el pecho y noto una rapida aceleracion de su pulso. Su respiracion se calmo al tiempo que se empapaba de aquella larga cabellera negra, sujeta hacia atras con peinetas, de la fina linea de las cejas y del rostro en forma de corazon que terminaba con una suave punta en la barbilla. Llevaba una estola de color amarillo brillante que resaltaba las esbeltas curvas de su cuerpo. Era inconfundible y el se quedo estupefacto, ansioso por gritar su nombre pero sin atreverse a hacerlo. Ella se volvio hacia su ama y ambas siguieron con su conversacion.

Cato se aparto de golpe de la empalizada y bajo corriendo por el terraplen interior en direccion a la puerta principal del deposito; todo el cansancio de las ultimas semanas desaparecio de su cuerpo ante la perspectiva de volver a estrechar a Lavinia entre sus brazos.

CAPITULO XXXVI

– ?Lavinia! -grito Cato al tiempo que se abria paso entre el remolino de personajes del sequito del emperador, ajeno a las expresiones de asombro y las asperas maldiciones que le seguian. Por delante de el, a poca distancia, vio pasar fugazmente la estola amarilla a traves de un hueco entre la multitud y Cato siguio avanzando hacia ella, y volvio a gritar-: ?Lavinia!

Ella oyo que pronunciaban su nombre, giro la cabeza para ver de donde provenia la voz y su mirada se fue a posar en Cato al tiempo que este se deslizaba entre un senador y su esposa a unos seis metros de distancia.

– Cato? junto a Lavinia, su ama, Flavia, se volvio y siguio su mirada. El rostro de Flavia esbozo una sonrisa

Вы читаете Roma Vincit!
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату