ultima hora de la tarde cuando, bajo la luz de la lampara, Cato cotejo sus listas con el recuento que habia mandado el cuartel general de la octava legion para asegurarse de que no se hubiera omitido ningun nombre. Dicho sea en su honor, Macro habia compensado las cifras de manera que cada legion obtenia unos reemplazos proporcionales a sus bajas. Pero los mejores soldados se destinaron a la segunda legion.

A la manana siguiente Cato se levanto al clarear el dia e hizo que cuatro hombres de su centuria reunieran a los reemplazos de cada legion y los alojaran en las unidades que les habian sido asignadas para que asi se acostumbraran a su nuevo destino lo antes posible. Macro se entretuvo yendo al cuartel general para ver que pasaba con los equipos de los reemplazos. De algun modo las solicitudes se habian traspapelado y un administrativo habia ido a buscarlas, dejando al centurion sentado en uno de los bancos alineados en la entrada del cuartel general. Mientras esperaba, Macro empezo a sentirse como un cliente rastrero que esperara a su patrocinador en Roma y se revolvio enojado en el banco hasta que al final no pudo aguantar mas. Al irrumpir en la tienda se encontro con que el administrativo estaba de vuelta en su escritorio y tenia las solicitudes a un lado.

– ?Las has encontrado entonces? Bien. Ahora vendre contigo mientras arreglamos las cosas.

– Estoy ocupado. Tendras que esperar. -No. No voy a esperar. Levantate, muchachito. -No puedes darme ordenes -respondio el administrativo con aire altanero-. Yo no pertenezco al ejercito. Formo parte del servicio imperial.

– ?Ah, si? Debe de ser un buen chorro. Ahora vamos, antes de que retrases mas la campana.

– ?Como te atreves? Si estuvieramos en Roma te denunciaria al prefecto de la guardia pretoriana.

– Pero no estamos en Roma -gruno Macro al tiempo que se inclinaba sobre el escritorio-. ?O si?

El administrativo vislumbro una amenaza de violencia inmediata en la cenuda expresion del centurion.

– De acuerdo entonces, «senor» -dijo, dandose por vencido-. Pero que sea rapido.

– Tan rapido como quieras. No me pagan por horas. Con Macro a la zaga, el administrativo corrio de un lado a otro del deposito y autorizo la provision de todas las armas y el equipo solicitados, asi como unos carros para transportarlo todo durante la marcha de vuelta al Tamesis.

– No puedo creer que no tengas ningun barco de transporte disponible. -lo provoco Macro.

– Me temo que no, senor. Todos los barcos disponibles se han enviado a Gesoriaco para el emperador y sus refuerzos.

Por eso nos han mandado a nosotros delante. Para echar una mano con el papeleo.

– Me preguntaba que haciais todos vosotros en el cuartel general.

– Cuando hace falta organizar algo como es debido, -el administrativo saco pecho-, hay que llamar a los expertos.

– ?No me digas! -dijo Macro con desden-. ?Que tranquilizador!

Tras la comida de mediodia Macro reunio a los nuevos reclutas de su centuria y los hizo formar frente a su tienda.

Eran todos buenos soldados: aptos, experimentados y con unas hojas de servicio ejemplares. Cuando condujera de nuevo a la sexta centuria contra los britanos, se abriria camino por el centro de las filas enemigas. Satisfecho con su seleccion, se volvio hacia Cato con una sonrisa.

– Muy bien, optio. Sera mejor que presentes a estos a la segunda legion.

– ?Yo? -Si, tu. Es una buena practica de mando. -?Pero, senor!

– Que sea algo inspirador. -Le dio un suave golpe con el codo-. Adelante. -Retrocedio y entro en su tienda donde, sentado en un taburete, empezo a afilar la hoja de su daga tranquilamente.

Cato se quedo solo frente a dos filas de hombres con el aspecto mas duro que habia visto nunca. Se aclaro la garganta con nerviosismo, puso la espalda rigida y se irguio cuanto pudo, con las manos entrelazadas detras mientras su mente se apresuraba a buscar las palabras adecuadas.

– Bueno, me gustaria daros la bienvenida a la segunda legion. Hasta ahora hemos tenido bastante exito en la campana y estoy seguro de que pronto estareis tan orgullosos de vuestra nueva legion como lo estabais de la octava. -Recorrio con la mirada las filas de rostros inexpresivos y la confianza en si mismo mermo.

– Cre-creo que os vais a encontrar con que los muchachos de la segunda os reciben bastante bien; de alguna manera, somos como una gran familia. -Cato apreto los dientes, consciente de que se estaba revolcando en el fango de los topicos-. Si teneis algun problema del que querais hablar con alguien, la puerta de mi tienda esta siempre abierta.

Alguien dio un resoplido burlon. -Me llamo Cato y no dudo que muy pronto me aprendere vuestros nombres en nuestro camino de vuelta a la legion… Esto… ?Alguien quiere hacer alguna pregunta en este momento?

– ?Optio! -Un hombre de un extremo de la fila levanto la mano. Tenia unas facciones sorprendentemente duras y, Por suerte, Cato logro acordarse de su nombre.

– Ciceron, ?no es cierto? ?Que puedo hacer por ti? -Solo me preguntaba si el centurion nos esta tomando el pelo. ?De verdad eres nuestro optio?

– Si. ?Claro que lo soy! -Cato se sonrojo.

– ?Cuanto tiempo hace que estas en el ejercito, optio? Una serie de risitas recorrieron ligeramente la linea de soldados.

– El suficiente. Y ahora, ?algo mas? ?No? Bien, se pasa lista al despuntar el dia en orden de marcha completo. ?Podeis retiraros!

Mientras los reemplazos se alejaban con toda tranquilidad, Cato apreto los punos por detras de la espalda, enojado, avergonzado de su actuacion. Por detras de el, en el interior de la tienda, se oia el regular sonido aspero de la hoja de Macro sobre la piedra de afilar. No podia hacer frente a las inevitables burlas de su centurion. Por fin el ruido ceso.

– Cato, hijo. -?Senor? -Puede que seas uno de los muchachos mas inteligentes y valientes con los que he servido.

Cato se ruborizo.

– Bueno… gracias, senor. -Pero ese fue el peor discurso de bienvenida que he presenciado en toda mi vida. He oido alocuciones mas inspiradoras en las juergas de jubilacion de los administrativos de contaduria. Creia que tu lo sabias todo sobre este tipo de cosas.

– YO he leido sobre este tipo de cosas, senor. -Entiendo. Entonces sera mejor que complementes tu teoria con un poco mas de practica. -Eso le sono muy bien a Macro y sonrio ante la afortunada expresion. Se sentia mas que satisfecho de que su subordinado no hubiera podido hacerlo bien a pesar de su privilegiada educacion palatina. Tal como ocurria a menudo, la evidencia de un punto debil en el caracter de otro hombre le producia un calido y afectuoso sentimiento, y le sonrio a su optio.

– No importa, muchacho. Ya has demostrado muchas veces lo que vales.

Mientras Cato se esforzaba por encontrar una respuesta satisfactoria, percibio que una oleada de entusiasmo se extendia por el deposito. En el lado que daba al embarcadero, los hombres subian apresuradamente por el terraplen interior hacia la empalizada, donde se apinaban a lo largo de la ruta de los centinelas.

– ?Pero bueno! ?Que esta pasando? -Macro salio de la tienda y se quedo al lado de su optio.

– Debe de ser algo que llega del mar -sugirio Cato. Mientras miraban, se amontonaron mas hombres en la empalizada al tiempo que otros surgian de entre las tiendas para unirse a ellos. Entonces se oyeron unos gritos, apenas audibles por encima del creciente barullo del excitado parloteo. ~?El emperador! ?El emperador! ~?Vamos! -dijo Macro, y se dirigio a paso rapido hacia el otro extremo del deposito con Cato pisandole los talones. Pronto se mezclaron con la demas gente que se apresuraba hacia el canal. Tras muchos empujones y jadeos, consiguieron abrirse camino con dificultad hasta el camino de la guardia y avanzaron como pudieron hacia la empalizada.

– ?Abrid paso ahi! -bramo Macro-. ?Abrid paso! ?Que pasa un centurion!

Los soldados respetaron el rango a reganadientes y momentos despues Macro se encontraba apretujado contra las estacas de madera, con Cato a su lado, ambos mirando fijamente hacia el canal, observando el espectaculo que serenamente se iba acercando desde el mar. A unos cuantos kilometros de distancia, banada de lleno por el resplandor del sol de la tarde, la escuadra imperial avanzaba hacia ellos. El buque Insignia del emperador iba flanqueado por cuatro trirremes que a su lado empequenecian de forma considerable. Era una 'norme embarcacion de gran eslora y ancha manga con dos mastiles altisimos que se alzaban entre la proa y la popa, ambas almenadas de manera elaborada. Dos enormes velas de color purpura colgaban de sus palos, extendidas y bien sujetas en su sitio de manera que las aguilas doradas que llevaban estampadas causaran la mejor impresion. Cato habia visto ese barco en otra ocasion, en Ostia, y se habia maravillado ante sus enormes dimensiones. Unos inmensos remos se alzaban por encima del agua, se movian hacia adelante a un reluciente unisono y volvian a sumergirse suavemente

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