cuando ella, tambien, vio al joven que habia conocido en el palacio imperial anos antes. Mientras fue una figura menor en la corte,

Flavia se habia interesado en aquel timido muchacho y se habia encargado de que tuviera libre acceso a la biblioteca de palacio y lo protegio cuanto pudo de la bravuconeria endemica que existia entre los esclavos imperiales. A cambio, Cato le habia sido completamente leal desde entonces.

– ?Eh! -protesto el senador-. ?A ver si miras por donde vas, muchacho!

Cato no le hizo caso y corrio los ultimos pasos con los brazos extendidos en tanto que la expresion de Lavinia se transformaba en una sonrisa de alegria bajo unos ojos abiertos de par en par. Ella dejo escapar un chillido de bienvenida, levanto los brazos y, un instante despues, quedo fundida en su abrazo. Cato se echo hacia atras, llevo las manos a sus mejillas y le acaricio la suave piel al tiempo que se maravillaba, una vez mas, de la oscura y penetrante belleza de sus ojos. Ella sonrio y no pudo evitar reirse ante la pura dicha del momento, y el se rio con ella.

– ?Oh, Cato! ?Tenia tantas esperanzas de verte aqui! -Bueno, ?pues aqui estoy! -Se inclino y la beso en la boca antes de que su maldita timidez volviera y le hiciera tomar conciencia de la multitud que los rodeaba. Se echo atras y miro a su alrededor. Habia varias personas mirandolos fijamente, algunos con divertida sorpresa, otros con el ceno fruncido ante lo indecoroso de aquel comportamiento en publico. El senador aun miraba enojado. Cato le dedico una sonrisa de disculpa y volvio sus ojos a Lavinia.

– ?Que… que estais haciendo aqui? Creia que estabais de camino a Roma.

– Lo estabamos -dijo Flavia al tiempo que se acercaba a un lado de la pareja--. Acababamos de llegar a Lutecia cuando recibi instrucciones de Narciso de volver a Gesoriaco y esperar alli al emperador.

– ?Y aqui estamos! -concluyo Lavinia alegremente. Entonces bajo la mirada y vio la palida cicatriz que Cato tenia en el brazo-. ?Oh, no! ?Que te ha ocurrido? ?Estas bien?

– Por supuesto que estoy bien. Es tan solo una quemadura.

– Pobrecito mio -susurro Lavinia, y le beso la mano.

– ?Te la han curado como es debido? -pregunto Flavia al tiempo que examinaba la cicatriz-. Se como son estos matasanos del ejercito. No confiaria ni en que supieran tratar un resfriado.

Aquellas atenciones estaban avergonzando a Cato y rapidamente insistio en que todo iba bien… si, tenia mala pinta, pero se estaba curando; no, no tenia ninguna otra herida; si, se aseguraria de tener mas cuidado en el futuro; no, no fue culpa de Macro.

– ?Y me echaste mucho de menos? -concluyo Lavinia en voz baja mientras observaba atentamente su expresion.

– ?Viven los peces en el mar? -replico Cato con una sonrisa.

_?Oh, como eres! -Lavinia le dio un golpe en el pecho-. Podias limitarte a decir que si.

– Bueno, pues si. Si que lo hice. Muchisimo. -Cato volvio a besarla y automaticamente deslizo la mano por su espalda hacia la suave curva de sus nalgas.

Lavinia solto una risita. ~?Por Jupiter! No puedes esperar, ?verdad? Cato dijo que no con la cabeza. -Pues en ese caso -Lavinia se inclino y le susurro al oido-, tendremos que organizar algo un poco mas tarde…

– ?Escuchad un momento! -se inmiscuyo Flavia-. Odio interrumpir este desagradable reencuentro amoroso, pero creo que seria apropiado un lugar mas solitario, ?no os parece?

Las tiendas dispuestas para el sequito del emperador tenian lujosos detalles y, para Cato, privado de aquel estilo de vida desde hacia casi un ano, constituian un grato paliativo frente a los toscos y funcionales alojamientos de las legiones. Flavia, Lavinia y el estaban sentados en pesadas sillas de bronce colocadas alrededor de una mesa baja sobre la cual habia pastelitos dulces y galletas saladas ingeniosamente dispuestos sobre bandejas de oro. Cato estaba junto a Lavinia, mientras que el ama de esta se hallaba al otro lado de la mesa, donde la luz de la lampara de aceite era debil.

– ?Que bonito! -Cato senalo con la cabeza el ornamentado refrigerio, consciente del abollado plato de campana que le esperaba cuando volviera a su tienda.

– No es mio -dijo Flavia--. Mi marido no aprueba las fruslerias. Es parte del servicio que Narciso ha preparado para los acompanantes del emperador. Por si acaso nos entra anoranza.

– Son muy bonitos, ?verdad? -Lavinia sonrio, mostrando sus perfectos dientes blancos a Cato. Tomo un pastelito relleno y le hinco el diente. Se le cayeron encima unas cuantas migas y pedacitos y Cato los siguio con la mirada hasta llegar a sus pechos. Entonces parpadeo y volvio los ojos a su rostro al tiempo que se ruborizaba.

– Muy bonitos, querida. -Flavia alargo la mano y habilmente sacudio las migas de la estola de su sirvienta--. Pero no son mas que un refrigerio al fin y al cabo. Uno no deberia preocuparse demasiado por las apariencias. Es la esencia de las cosas lo que importa. ?No es cierto, Cato?

– Si, mi senora -asintio Cato preguntandose por que Flavia intentaba prevenirlo sobre Lavinia-. Pero, puesto que la esencia de las cosas es una conjetura, ?no seria mejor que simplemente juzgaramos por las apariencias, mi senora?

– Piensa eso si lo prefieres. -Flavia se encogio de hombros, nada convencida por la sofisteria simplista de Cato-. Pero la vida sera una dura maestra si insistes en verlo asi.

Cato asintio con la cabeza. No estaba de acuerdo con ella pero no tenia ningun interes en arriesgarse a perturbar la alegre atmosfera de la reunion.

– ?Puedo tomar un poco mas de vino, mi senora? Flavia senalo la copa de Cato con un gesto y un esclavo con una licorera se apresuro a salir de entre las sombras de la parte posterior de la tienda. Cato le tendio la copa y el esclavo la lleno con rapidez y se retiro discretamente, igual de silencioso y tranquilo que antes.

– Yo no beberia mucho de eso -dijo Lavinia con una sonrisa picara al tiempo que le daba un suave codazo en las costillas a Cato.

– Por usted, mi senora. -Cato alzo su copa-. Por usted y por su marido.

Flavia hizo un gentil gesto con la cabeza y se reclino en su asiento con la mirada clavada en el joven optio.

– ?Y el legado disfruta de una campana satisfactoria? Cato no respondio enseguida. Sin duda la campana estaba siendo un exito tal y como iban las cosas, pero la experiencia de como habian vencido las tropas de las legiones todavia era demasiado reciente como para tener una gran sensacion de triunfo. Cualquier exito al que pudieran aludir los futuros historiadores cuando escribieran sobre la invasion de aquella isla nunca reflejaria el dolor, la sangre, la inmundicia y el desmoralizador agotamiento que habia causado. A Cato le paso por la cabeza la imagen de Pirax, asesinado mientras intentaba salir del barro. Sabia que los historiadores considerarian la muerte de Pirax como un lamentable detalle sin importancia que no merecia ocupar un lugar en la historia.

– Si, mi senora -respondio Cato con cautela-. El legado se ha ganado la gloria que le corresponde. La segunda ha desempenado muy bien su papel.

– Tal vez. Pero me temo que la plebe quiere heroismo y no eficiencia.

Cato sonrio con amargura. Su recien adquirida categoria de ciudadano romano tecnicamente lo clasificaba como uno de los plebeyos de los que Flavia hablaba con tanto desprecio. No obstante, la acusacion era muy valida.

– La segunda ha demostrado su valia en todas las batallas que ha llevado a cabo. Puede estar orgullosa de su marido. Ademas, no es lo mismo que si nadie ayudara a los britanos.

– ?No? -No, mi senora. Una y otra vez nos hemos encontrado con que los britanos estan utilizando espadas y proyectiles de honda romanos.

– ?Se los quitan a nuestros soldados? -Eso es muy improbable. Hasta ahora hemos ganado todos los combates, ellos no han recogido nada del campo de batalla. Alguien debe de abastecerlos.

– ?Alguien? ?A quien te refieres? -No tengo ni idea, mi senora. Todo lo que se es que el legado esta investigando el asunto y dijo que informaria al general.

– Ya veo. -Flavia movio la cabeza en actitud pensativa al tiempo que retorcia el dobladillo de su manto. Sin levantar la mirada, siguio hablando-. Y bien, supongo que vosotros dos querreis poneros al dia de unos cuantos asuntos. Hace una noche preciosa para dar un paseo. Un largo paseo, diria yo.

Lavinia tomo de la mano a Cato mientras se ponia rapidamente en pie y le dio un fuerte tiron. Cato se levanto y bajo la cabeza para inclinarse ante Flavia.

– Me alegro de verla de nuevo, mi senora. -Yo tambien de verte a ti, Cato. Lavinia lo condujo hacia el faldon de la tienda. Antes de que salieran, Flavia les dijo a sus espaldas:

– Divertios, mientras podais.

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