asignado su mitad de la centuria. A unos quinientos pasos de distancia a lo largo de la colina se hallaba el fuerte vigilado por Macro y los otros cuarenta soldados. La linea de puestos de avanzada formaba un perimetro alrededor del campamento principal del rio, a eso de un kilometro y medio rio abajo, y desde las lineas se obtenia una buena vista de la campina al norte del Tamesis. Durante el dia no podia aproximarse ninguna fuerza britana sin ser detectada y las pequenas guarniciones dispondrian de tiempo suficiente para recurrir al ejercito principal si fuera necesario.
Sin embargo, por la noche la situacion era muy distinta. los centinelas aguzaban la vista y el oido para identificar cualquier ruido sospechoso o movimiento en las sombras al lado de las paredes de turba. Con la llegada del emperador, los guardias estaban mas nerviosos de lo habitual y Cato habia ordenado que las rondas nocturnas se relevaran cada vez que las trompetas del campamento principal senalaran la hora.
Era mejor eso que no tener a los soldados exhaustos al siguiente turno, o que creyeran descubrir al enemigo por culpa › de una imaginacion demasiado estimulada.
Cato subio las toscas escaleras de madera que llevaban a la pasarela del centinela y recorrio los cuatro lados del fuerte asegurandose de que todos los soldados estaban alerta y no habian olvidado el alto ni la contrasena. Se intercambiaron palabras en voz baja cada vez que uno de los soldados dio su informe y, como siempre, no habia indicios de actividad del enemigo. Por ultimo Cato trepo a la torre de vigilancia con sus laterales de mimbre y sus defensas frontales. A doce metros del suelo, atraveso la abertura de la parte posterior y saludo al soldado que vigilaba los accesos del norte.
– ?Todo tranquilo? -Sin novedad, optio. Cato asintio con la cabeza, se apoyo en el ancho poste de madera en la parte de atras de la torre y deslizo la mirada por la pendiente hacia el campamento principal, delineado por un cumulo de brillantes puntitos anaranjados de teas y hogueras. Mas alla se extendian las estrechas lineas de antorchas que delimitaban el puente sobre el gris plateado del imponente Tamesis y que, formando una ancha curva, desaparecian en la noche. En la otra orilla relucia el contorno del campamento donde en aquellos momentos dormian el emperador, sus seguidores y los refuerzos. Y en algun lugar entre ellos dormia Lavinia. El corazon le dio un vuelco al pensar en ella.
– Apuesto a que esos cabrones de ahi se estan dando la gran vida.
– Supongo que si -contesto Cato, que compartia la sospecha innata en todo centinela de que la diversion solo empezaba cuando uno iniciaba su guardia. La idea de Lavinia disfrutando de la buena vida de la corte imperial a apenas un kilometro y medio de distancia lo lleno de inquietud y celos. Mientras que sus obligaciones lo mantenian alejado de ella en aquel puesto de avanzada sumido en la oscuridad, otros podrian estar cortejandola. Una imagen de los extravagantes jovenes aristocratas de la corte lo lleno de terror y, al tiempo que daba un punetazo contra las defensas laterales de mimbre alejo a Lavinia de su mente y se obligo a pensar en asuntos mas inmediatos. Habian pasado algunas horas desde la ultima vez que habia abandonado el fuerte para ir a comprobar la linea de piquetes. Eso lo mantendria ocupado y le evitaria ocuparse por Lavinia. -Continua -le susurro al centinela, y se dirigio de nuevo a las escaleras para descender a la penumbra del fuerte. No se habia perdido el tiempo en construir alojamientos permanentes y los soldados que estaban fuera de servicio dormian y roncaban en el suelo, dado que preferian exponerse a las enojosas picaduras de los insectos a tener que sufrir la sofocante atmosfera del interior de sus tiendas de cuero. Cato fue andando con cuidado a lo largo de la parte interior del muro de turba hasta que llego al unico porton del fuerte. Una rapida orden dirigida al encargado de la seccion responsable de los ocho soldados de guardia basto para que retiraran la barra y uno de los paneles girara hacia adentro. Se adentro en la noche sin separarse de la oscura mole del fuerte. Detras de el la puerta traqueteo al volver a su sitio.
Fuera de las tranquilizadoras paredes de turba, la noche rebosaba de una sensacion de peligro inminente y Cato sintio que el cosquilleo de un escalofrio le recorria la espalda a causa de la tension. Al mirar atras vio el oscuro contorno de la alta empalizada que ya estaba demasiado lejos para servir de consuelo y su mano se deslizo hasta el pomo de su espada mientras avanzaba a grandes zancadas y sin hacer ruido por la crecida hierba. Unos cien pasos mas adelante Cato aminoro la marcha al prever el primer alto y, en efecto, una voz surgio de la oscuridad desde muy cerca y una negra figura se alzo entre la hierba.
– ?Alto ahi! ?Identifiquese!
– Azules triunfadores -replico Cato en voz baja. Utilizar su equipo de cuadrigas favorito como contrasena quiza no fuera muy original, pero era facil de recordar.
– Pasa, amigo -respondio agriamente el centinela al tiempo que volvia a ponerse a cubierto. Seguro que era partidario del equipo rival, penso Cato mientras seguia avanzando con sigilo. Al menos el hombre estaba alerta. Aquel puesto era el mas peligroso de los turnos de vigilancia, y cualquier soldado que se quedara dormido alli estaba pidiendo que un explorador britano le cortara el cuello. Y sin duda los exploradores estaban ahi fuera. Tal vez Carataco hubiera retirado la fuerza principal de su ejercito, pero el comandante britano sabia valorar un buen servicio de inteligencia y continuaba investigando las lineas romanas al amparo de la oscuridad. Durante las ultimas semanas habia tenido lugar mas de una feroz refriega a altas horas de la noche.
Unos cien pasos mas adelante, Cato empezo a buscar al proximo centinela. Se agacho, aminoro el paso y avanzo con mucho sigilo hacia el lugar donde debia encontrarse el soldado. Nadie le dio el alto y Cato levanto la mirada enseguida para comprobar que todavia se hallaba en linea con los terraplenes de su fuerte y los de Macro. Si que lo estaba, y bastante cerca, y alli estaba la hierba pisoteada donde el centinela habia permanecido en cuclillas. Pero no habia rastro de el.
Cato se pregunto si debia llamarlo en voz alta. Cuando estaba a punto de hacerlo, le asalto la terrible idea de que hubiera podido pasarle algo al centinela. ?Y si un explorador britano lo habia descubierto y lo habia matado? ?Y si el explorador todavia estaba alli cerca? Cato llevo la mano a la empunadura de su espada y la desenvaino lentamente a la vez que crispaba el rostro ante el roce metalico de la hoja.
– No te muevas, optio -susurro una voz en un tono tan bajo que podria haberla confundido con el murmullo de la brisa al agitar la hierba de no ser porque casi no corria el aire. Al oirla, a Cato se le helo la sangre en las venas y luego sintio que la furia surgia en su interior. Aquella no era manera de dar el alto. ?A que demonios jugaba ese soldado?
– Por aqui, optio. Agachate. -?Que es lo que ocurre? -le pregunto Cato tambien con un susurro.
– Tenemos compania. Cato se agacho y, a gatas, se deslizo por la hierba en direccion a la voz del centinela. El centinela, Escaro, era uno de los reemplazos y Cato recordo que era un hombre con una buena hoja de servicios. Alli estaba, una forma oscura en cuclillas, con la jabalina sujeta de forma que no se viera. No llevaba un escudo que pudiera representarle una carga si tenia necesidad de echar a correr de vuelta al fuerte. Cato se arrastro hasta llegar a su lado.
– ?Que pasa? Escaro no respondio enseguida y por un momento permanecio completamente inmovil, con la cabeza vuelta en una direccion, cuesta abajo hacia territorio enemigo. Levanto el brazo y senalo hacia las sombras de unos altos arbustos que crecian a medio camino en la pendiente.
– ?Alli! Cato siguio la direccion de su dedo pero no vio otra cosa que quietud. Sacudio la cabeza en senal de negacion.
– No veo nada. -No mires, escucha. El optio ladeo la cabeza y dirigio el oido hacia los arbustos, tratando de distinguir cualquier ruido extrano. Un unico pajaro cuyo canto no reconocio repetia una y otra vez un melancolico reclamo al que un buho que andaba de caza sumo laconicamente su suave ululato antes de quedarse bruscamente en silencio. Cato lo dejo correr. Fuera lo que fuera lo que alli hubiese, o se habia marchado o lo mas probable era que se tratara sencillamente de un producto de la imaginacion de Escaro. Tomo nota mentalmente para asegurarse de que a partir de entonces a Escaro le asignaran unicamente servicio de guardia en la torre. En aquel preciso momento se oyo un resoplido proveniente de los arbustos. Un caballo.
– ?Lo has oido? -Si.
– ?Quieres que baje a echar un vistazo?
– No. Esperaremos aqui A ver quien es.
Podria tratarse de un explorador romano que se hubiera perdido durante la patrulla y no fuera consciente de lo mucho que se habia acercado a sus propias lineas. Asi que esperaron, agazapados con rigidez y con los tensos sentidos aguzados por si captaban alguna otra senal del intruso. El buho volvio a ulular, esa vez mas fuerte, y Cato estuvo a punto de maldecirlo cuando se oyo un alboroto debajo de ellos y una figura oscura se distancio de los matorrales: un hombre que llevaba un caballo Guio al animal cuesta arriba hasta que casi llego a la altura de donde se encontraban Cato y Escaro, por lo que debio de pasar a unos tres metros de ellos. El jinete siguio avanzando con mucho cuidado por si el terreno tenia algun obstaculo que pudiera hacerle tropezar y llamar la atencion, cosa que no queria. Las pisadas del caballo eran mucho mas inconfundibles, pues seguia a su jinete con un amortiguado roce