aguardaba con furiosa impaciencia. Cuando alcanzaron terreno llano aceleraron el paso y rapidamente dejaron la litera en el suelo junto al emperador.

– ?Ya era hora! -Claudio estaba empapado, tenia el ralo cabello cano pegado a la cabeza en desordenados mechones ,su capa, que antes era de un intenso color purpura, se habia oscurecido y colgaba en humedos pliegues por encima de sus hombros. Con una ultima e iracunda mirada hacia los cielos se metio en la litera. A traves de las cortinas llamo al general Plautio.

– ?Si, Cesar? -?Pongamonos en marcha! Este ejercito se-seguira con la ofensiva tanto si llueve como si hace sol. ?E-e-encarguese de ello! -?Cesar!

Con un rapido movimiento de la mano Plautio hizo una senal a sus oficiales alli congregados, los cuales dieron la vuelta a sus caballos y, formando una tosca columna, se dirigieron a sus unidades para prepararse para el avance. Sabino siguio cabalgando junto a su hermano menor con la cabeza metida entre los pliegues de su capa. La cimera de ceremonia de su yelmo estaba empapada y colgaba de manera lamentable de su soporte. A su alrededor arreciaba la lluvia, acompanada de frecuentes destellos brillantes seguidos de oscuridad y de truenos ensordecedores que hacian temblar a la mismisima tierra. No era dificil darse cuenta de que la tormenta habia estallado justo cuando el ejercito abandonaba el campamento, como una senal de que los dioses no aprobaban el avance sobre Camuloduno. Sin embargo, los sacerdotes del ejercito habian leido las entranas al alba y el suelo habia dejado ir libremente los estandartes cuando los abanderados de la legion habian ido a recogerlos de su santuario. A pesar de estos contradictorios indicios de favor divino, Claudio habia ordenado de todas formas que el ejercito avanzara segun la estrategia que les habia resumido a sus oficiales superiores. Sabino estaba preocupado.

– Lo que quiero decir es que incluso yo se que deberiamos reconocer el terreno por delante de la linea de avance.

Estamos en territorio enemigo y quien sabe las trampas que Carataco puede habernos preparado. El emperador no es un soldado. Lo unico que sabe sobre la guerra es lo que ha aprendido en los libros, no de su experiencia en el campo de batalla. Si nos limitamos a seguir adelante a ciegas hacia el enemigo, nos estamos buscando problemas.

– Si.

– Alguien tiene que intentar razonar con el, sacarlo del error. Plautio es demasiado debil para poner objeciones y el emperador considera que Hosidio Geta es un idiota. Tiene que ser otra persona.

– Por ejemplo yo, supongo.

– ?Por que no? Parece que le caes bastante bien y gozas del respeto de Narciso. Podrias tratar de que adoptara una estrategia mas segura.

– No -respondio Vespasiano con firmeza--. No voy a hacerlo.

– ?Por que, hermano? -Si el emperador no quiere escuchar a Plautio, dificilmente va a escucharme a mi. Plautio esta al mando del ejercito. Abordar al emperador es cosa suya. Y no hablemos mas del asunto.

Sabino abrio la boca con la intencion de hacer otro intento para persuadir a su hermano, pero la expresion petrificada del rostro de Vespasiano, que conocia desde la ninez, lo desalento. Cuando Vespasiano decidia que un asunto estaba zanjado, no habia manera de hacerle cambiar de opinion, e intentarlo seria perder el tiempo. A lo largo de los anos Sabino se habia acostumbrado a verse frustrado por su hermano menor; ademas, habia llegado a darse cuenta de que Vespaciano era una persona mas capaz que el. Eso no queria decir que Sabino hubiera llegado a admitirlo, y siguio haciendo su papel de hermano mayor y mas sabio lo mejor que pudo. Aquellos que llegaban a conocer bien a los dos hermanos no podian evitar establecer una contundente comparacion entre la calmada competencia y ferrea determinacion del joven Flavio y la nerviosa y tensa superficialidad de Sabino, demasiado dispuesta a complacer a los demas.

Vespasiano guio a su caballo para que siguiera a los otros oficiales colina arriba hacia la puerta principal. Se alegro de que su hermano se hubiera callado. Era cierto que Plautio y:Vas legados se habian preocupado muchisimo por la excesivamente atrevida estrategia que les habia resumido un excitado emperador. Claudio habia hablado y hablado, y su tartamudeo fue empeorando mientras daba una larga conferencia en la que divago sobre historia militar y la genialidad de la audaz y directa ofensiva. Al cabo de un rato Vespasiano habia dejado de escuchar y empezo a pensar en asuntos mas personales. Tal como siguio haciendo ahora.

A pesar de las protestas de Flavia, todavia no podia librarse de la sospecha de que ella estaba relacionada con los Libertadores. Se habian dado demasiadas coincidencias y oportunidades para la conspiracion en los ultimos meses para que el se limitara a desestimarlas basandose en la palabra de su esposa. Y eso hacia que se sintiera peor aun por todo el asunto. Habian intercambiado un voto privado de fidelidad en todas las cosas cuando se habian casado, y su palabra debia bastarle. La confianza era la raiz de cualquier relacion y debia crecer con fuerza para que la relacion se desarrollara y madurara. Pero sus dudas roian aquella raiz y, mientras la iban carcomiendo insidiosamente, se abrian paso a traves de los lazos entre marido y mujer. No tardo mucho en comprender que debia enfrentarse a ella y hablarle sobre la amenaza al emperador que habia llegado a oidos de Adminio. Por lo tanto, aquel asunto no dejaria de ser, una y otra vez, un asunto que se interpondria entre el y Flavia, hasta que hubiera logrado apartar de si el mas minimo apice de duda e incertidumbre… o hasta que descubriera las pruebas de su culpabilidad.

– Debo regresar a mi legion -anuncio Vespasiano-. Cuidate.

– Que los dioses nos protejan, hermano. -Preferiria que no tuviesemos que contar con ellos -dijo Vespasiano, y le dedico una sonrisa-. Ahora estamos en manos de mortales, Sabino. El destino no es mas que un espectador.

Clavo los talones en su montura y la puso al trote, y paso junto a las apinadas lineas de legionarios que iban chapoteando hacia Camuloduno. En algun lugar por delante de ellos Carataco estaria esperando con un nuevo ejercito que habria reunido durante el mes y medio de gracia que Claudio le habia dado. En aquella ocasion el jefe de los guerreros Britanicos iba a combatir frente a su capital tribal y los dos ejercitos se enzarzarian en la mas amarga y terrible batalla de campana.

CAPITULO XLVI

La tormenta continuo durante el resto del dia. Los caminos y senderos por los que el ejercito avanzaba pronto se convirtieron en grasientas cienagas que succionaban las botas de los legionarios mientras estos seguian adelante a duras penas bajo sus extenuantes cargas. Detras, el convoy de bagaje no tardo en quedar empantanado y lo dejaron atras bajo la vigilancia de una cohorte auxiliar. Al llegar la tarde el ejercito tan solo habia cubierto unos dieciseis kilometros y todavia se estaban cavando los parapetos defensivos cuando la exhausta retaguardia llego penosamente a las lineas de tiendas.

Poco antes de que el sol se pusiera la tormenta amaino y, a traves de un hueco entre las nubes, un brillante haz de luz naranja ilumino al empapado ejercito, que se reflejaba en su equipo mojado y refulgia sobre el barro revuelto y los charcos. La calida tension de la atmosfera tormentosa habia desaparecido y ahora el ambiente era fresco y limpio. Los legionarios montaron rapidamente las tiendas y se quitaron toda la ropa empapada. Las capas y las tunicas se arrojaron sobre los caballetes de las tiendas de cada seccion y los hombres empezaron a preparar su cena, quejandose por la falta de lena seca. Los soldados se comieron las raciones de galleta y tiras de carne de ternera seca que llevaban en sus mochilas, maldiciendo al tiempo que arrancaban nervudos pedazos de carne y los picaban una y otra vez antes de poderselos tragar.

El sol se puso con un ultimo despliegue relumbrante de luz a lo largo del horizonte y entonces las nubes volvieron a aproximarse, mas densas y sombrias, llevadas a gran velocidad por la brisa que se habia presentado de nuevo y que se intensificaba gradualmente. Mientras la noche avanzaba, el viento emitia unos agudos silbidos al pasar a traves de las cuerdas tensoras y la lona de las tiendas retumbaba y se agitaba con las rafagas mas fuertes. En el interior de las tiendas, los legionarios tiritaban bien envueltos en las capas mojadas mientras intentaban calentar sus cuerpos lo suficiente como para poder dormir.

Bajo el clima de resentida depresion que se cernia sobre las tiendas de la sexta centuria, Cato estaba mas abatido que la mayoria. Las costillas le seguian doliendo de forma punzante a causa de las patadas que habia recibido del centurion de la guardia pretoriana cuando este lo sorprendio espiando en el campamento del sequito imperial. Tenia los ojos hinchados y morados por las contusiones. Podia haber sido mucho peor, porque el castigo

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