Una serie de fuertes chasquidos sonaron entre la niebla y una descarga de proyectiles incendiarios paso zumbando sobre las defensas enemigas describiendo unos arcos llameantes antes de estrellarse contra la empalizada. Chispas, fragmentos de madera y trozos de persona salieron volando en todas direcciones cuando los pesados proyectiles dieron en el blanco. Los gritos de guerra de los britanos cesaron bruscamente, pero habia alguien en el otro lado que conocia el peligro de quedarse alli quieto y recibir un castigo como aquel en silencio. Uno a uno los cuernos de guerra retornaron su bramido de guerra una vez mas, a los que se unieron rapidamente los gritos de los guerreros situados tras las defensas.

Desde su posicion junto a la zanja del campamento romano, los hombres de la segunda legion estaban bien situados para ver el castigo aereo. Las catapultas lanzaban proyectiles constantemente y, por encima de las defensas britanas, las bolas en llamas y las estelas de humo oscuro surcaban continuamente el aire. Ya se habia iniciado una serie de pequenos incendios y unas espesas manchas de humo se elevaban sobre las lejanas colinas. -Pobres diablos. -Macro sacudio la cabeza-. No me gustaria estar alli ahora mismo.

Cato miro de soslayo a su centurion, sorprendido ante aquella muestra de empatia por el enemigo.

– Tu nunca has visto lo que puede hacer un proyectil de catapulta, ?verdad, muchacho?

– He visto las consecuencias, senor. -No es lo mismo. Tienes que estar en el lado donde caen esas cosas para apreciar del todo el efecto.

Cato miro las llamas y el denso humo negro que habia en la loma de enfrente y espero que los britanos tuvieran el sentido comun de darse la vuelta y echar a correr. Durante las ultimas semanas, las batallas que habia llegado a valorar mas eran las que a su termino dejaban un menor numero de muertos y heridos. Pero aquel dia ya no le importaba. Tras haber visto a Lavinia la noche anterior, su corazon estaba atrapado en una fria desesperacion que hacia que la vida le pareciera totalmente carente de sentido.

Los britanos eran una gente dispuesta a todo y levantaron sus estandartes de cola de serpiente sobre sus defensas. La ausencia de brisa hacia que los portaestandartes tuvieran que agitar los estandartes de un lado a otro para que se vieran completamente sus colas que, en la distancia, parecian frenos retorciendose sobre un plato caliente.-?Ahi van los pretorianos! -Macro senalo hacia el pie de la colina., Alli donde la niebla empezaba a disiparse aparecio una irregular linea de soldados que marchaban con sus yelmos de cresta blanca. Luego se vieron sus albas tunicas que salian de entre la niebla. Cuando la primera oleada de soldados quedo a la vista se les dio el alto y los oficiales alinearon las tropas; entonces, con una perfecta precision militar, los pretorianos avanzaron hasta la primera linea de defensas;: una serie de zanjas. La segunda linea ya emergia de la niebla. Los disparos de las catapultas disminuyeron y finalmente cesaron cuando a los encargados de las maquinas les llego el aviso de que los pretorianos se aproximaban al enemigo.

En cuanto los britanos se dieron cuenta de que habia pasado el peligro de las catapultas, volvieron a apinarse en su empalizada y empezaron a lanzar una lluvia de flechas y proyectiles de honda sobre los romanos mientras estos subian, no sin dificultad, por la empinada pared de la primera zanja. Se abrieron pequenas brechas en las lineas de las cohortes que iban en cabeza, pero la implacable disciplina del ejercito romano demostro su valia cuando se volvio a formar la linea al instante y se llenaron los huecos. Pero los terraplenes de las zanjas ya estaban salpicados con los cuerpos de uniforme blanco de los que habian sido abatidos. Los soldados de la primera linea treparon para salir de la ultima zanja, volvieron a formar bajo un fuego intenso e iniciaron el ascenso de la ultima pendiente hacia la empalizada. De pronto, a lo largo de todo el palenque, empezo a salir humo que se elevaba en el aire y, momentos despues, unos bultos ardiendo se alzaron con la ayuda de largas horcas y fueron lanzados al otro lado. Rebotaron por la empinada cuesta hacia abajo al tiempo que arrojaban chispas en todas direcciones antes de chocar contra las lineas romanas y hacer que los pretorianos se dispersaran.

– ?Ay! -dijo Cato entre dientes-. Eso es una canallada. -Pero es efectivo. De momento. No obstante, no me gustaria ser un britano cuando esos pretorianos lleguen hasta ellos.

– Con tal de que nos dejen bastantes para vender como esclavos…

Macro solto una carcajada y le dio una palmada en el hombro.

– ?Ahora piensas como un soldado!

– No, senor. Solo pienso como alguien que necesita dinero -replico Cato laconicamente.

– ?Donde se han metido esos elefantes? -Macro forzo la vista para intentar percibir algun movimiento en el distante flanco derecho de las lineas romanas-. Tu vista es mejor que la mia.

?Ves algo? Cato miro pero no vio nada que perturbara el niveo banco de niebla que se cernia sobre el pantano y sacudio la cabeza en senal de negacion.

– Eso de usar elefantes es una maldita tonteria. -Macro escupio al suelo-. Me pregunto quien fue el imbecil al que se le ocurrio la idea.

– Tiene la pinta de ser cosa de Narciso, senor. -Cierto. ?Mira! ?Ya entra la guardia! Los pretorianos habian llegado a la empalizada y logrado echar abajo unos cuantos tramos. Mientras Cato y Macro observaban, sus delgadas jabalinas cayeron sobre los defensores antes de que estos pudieran desenvainar las espadas y se abrieron camino a traves de las brechas.

– ?Animo, pretorianos, a por ellos! -grito Macro, como si sus palabras fueran a llegar al otro lado del valle-. -?A por ellos!

El entusiasmo del centurion era compartido por aquellos que estaban en el monticulo cubierto de hierba. Los oficiales estiraban el cuello para intentar ver mejor el lejano asalto. El emperador daba brincos sobre su montura con jubilo desenfrenado mientras las cohortes pretorianas cargaban contra el objetivo. Tanto era asi que se le habia olvidado la siguiente fase de su propio plan de batalla.

– ?Cesar? -interrumpio Plautio. -?Vaya! ?Y ahora que pasa? -?Doy la orden para que avancen las legiones? - ?Que? -Claudio fruncio el ceno antes de recordar los detalles necesarios-. ?Por supuesto! ?Por que no se ha-ha dado ya? ?Adelante, hombre! ?Adelante!

Se hizo sonar la orden de avance, pero la niebla ocultaba cualquier senal de que se estuviera llevando a cabo hasta que, por fin, las primeras filas de la novena legion aparecieron como formas espectrales y surgieron gradualmente a la vista en la distante loma. Una tras otra, las cohortes sortearon las zanjas con exasperante lentitud, o al menos eso parecia visto desde el monticulo. Algunos de los oficiales intercambiaban nerviosamente algunas palabras en voz baja mientras contemplaban el avance. Algo iba mal. Las filas de retaguardia de las cohortes pretorianas todavia eran visibles en lo alto de la empalizada. A esas alturas deberian haber avanzado mas, pero parecia que se hubiesen parado en seco a causa de algo que no era visible desde aquel lado de las colinas. Los primeros legionarios de la novena ya se encontraban entre las ultimas filas de pretorianos y las oleadas de cohortes que venian detras seguian emergiendo de entre la niebla y avanzaban cuesta arriba.

– ;No se armara un poco de li-lio si esto sigue asi? -pregunto el emperador.

– Me temo que si, Cesar.

– ?Y por que no hay nadie que haga nada? -Claudio miro a sus oficiales de Estado Mayor alli reunidos. Le dirigio una mirada perpleja a uno de ellos-. ?Y bien?

– Mandare a alguien que averigue el motivo del retrazo, Cesar. ~?No te molestes! -replico Claudio con vehemencia--. Si quieres que algo se haga como es de-de-debido tienes que hacerlo tu mismo. -Agarro las riendas con fuerza, clavo los talones en los flancos de su caballo y descendio por el monticulo hacia la niebla.

– ?Cesar! -grito Narciso con desesperacion-. ?Cesar! ?detengase!

Cuando Claudio salio a caballo de esa forma inconsciente, Narciso solto una maldicion y se volvio rapidamente a los otros oficiales que observaban asombrados los acontecimientos.

– ?Y bien? ?A que esperais? Alli va el emperador y a donde el va, le sigue su Estado Mayor. ?Vamos!

Mientras el emperador desaparecia entre la niebla, sus oficiales salieron tras el en tropel y trataron desesperadamente de no perder de vista al gobernante del Imperio romano, que se precipitaba hacia el peligro.

– ?Que demonios esta ocurriendo? -pregunto Vespasiano. Estaba de pie junto a su caballo a la cabeza de las seis cohortes de su legion. Sin ninguna advertencia, el emperador y todo su Estado Mayor habian abandonado el monticulo precipitadamente y algo que parecia la cola de una carrera de caballos se perdio en la niebla. Vespasiano se volvio hacia su tribuno superior, con las cejas arqueadas.

– Cuando tienes que ir, tienes que ir -sugirio Vitelio. -Muy acertado por tu parte, tribuno. -?Cree que deberiamos seguirles? -No. Nuestras ordenes son quedarnos aqui. -Esta bien, senor. -Vitelio se encogio de hombros-. En cualquier caso, aqui la vista es mejor.

Vespasiano se quedo mirando la ladera de enfrente donde las sucesivas oleadas de atacantes se habian mezclado completamente antes de que ninguno de los oficiales tuviera oportunidad de detener el avance y

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