Cato sacudio la cabeza, estupefacto. Todo el valle estaba cubierto de soldados caidos y desangrados, entre ellos cientos de romanos, y aun asi aquellos endurecidos veteranos que habia en torno a el estaban perversamente fascinados por la suerte que habian corrido unos pocos animales. Dio un punetazo en el borde de su escudo con amarga frustracion.

Mientras los lanceros britanos huian, sus companeros en lo alto de las colinas comprendieron que la trampa habia fallado. La incertidumbre y el miedo recorrieron sus filas y empezaron a ceder terreno a las legiones, lentamente al principio y luego a un ritmo mas constante, hasta que desaparecieron en grandes cantidades. Solo el grupo de guerreros de elite de Carataco permanecio firme hasta que el ejercito se hubo retirado sin problemas.

Desde la cresta de la colina, el emperador se dio una palmada en el muslo con alegria al ver que el enemigo se batia en completa retirada.

– Ja! ?Mirad como co-corre con el rabo entre las piernas! El general Plautio tosio. -?Doy la orden para que empiece la persecucion, Cesar? -?Pe-persecucion? -Claudio arqueo las cejas-. ?Ni hablar! Me gustaria mu-mucho, companeros del ejercito, que dejarais a unos cua-cuantos de esos salvajes con vida para que yo los gobierne.

– ?Pero, Cesar! -?Pero, pero, pero! ?Ya es suficiente, general! Yo doy las ordenes. ?Faltaria mas! Mi pri-primera campana en el mando y consigo una victoria rotunda. ?No es prueba suficiente de mi ge-ge-genialidad militar? ?Y bien?

Plautio imploro a Narciso con la mirada, pero el primer secretario se encogio de hombros y sacudio ligeramente la cabeza. El general fruncio los labios e hizo un gesto hacia los britanos que se retiraban.

– Si, Cesar. Es prueba suficiente.

CAPITULO XLIX

Dos dias despues, el ejercito romano llego ante las fortificaciones de Camuloduno. Cuando la noticia de la derrota de Carataco llego a oidos de los ancianos de la ciudad de los trinovantes, estos, sabiamente, se negaron a admitir en su capital a los desalinados restos del ejercito de su cacique y observaron con alivio como las hoscas columnas desaparecian hacia el norte a traves de las ricas tierras de labranza. La mayor parte de los guerreros trinovantes que habian servido con Carataco se mantuvieron leales a el y, no sin tristeza, volvieron la espalda a sus parientes y se marcharon. Unas horas mas tarde, una avanzada de exploradores de la caballeria romana se acerco con cautela y estuvieron a punto de darse la vuelta y salir huyendo cuando las puertas de la ciudad se abrieron bruscamente y una delegacion salio a toda prisa para darles la bienvenida. Los trinovantes fueron efusivos tanto en su recibimiento de los romanos como en su repulsa de aquellos miembros de su tribu que se habian unido a Carataco en su vano intento de resistirse al poder del emperador Claudio.

Los exploradores transmitieron los saludos al ejercito que marchaba por detras a varios kilometros de distancia y, a ultima hora de la tarde, las exhaustas legiones romanas levantaron el campamento en las cercanias de la capital de los trinovantes. La cautela profesional del general Plautio le llevo a ordenar hacer la profunda zanja y el alto terraplen de un campamento situado frente al enemigo antes de que al ejercito se le permitiera descansar.

A primera hora del dia siguiente, al emperador y a su Estado Mayor los acompanaron en una visita informal de la capital tribal, -una dura tarea segun los criterios imperiales-, que en su mayor parte estaba formada por edificios de adobe y canas con armazon de madera y un punado de estructuras de piedra mas imponentes en el centro. La capital daba a un profundo rio junto al cual se extendia un solido muelle y unas largas cabanas utilizadas como almacen donde los mercaderes galos ejercian su oficio, transportando vinos y ceramica de calidad del continente y cargando sus barcos para el viaje de vuelta con pieles, oro, plata y exoticas joyas barbaras para los voraces consumidores del Imperio.

– Un excelente lugar para fundar nuestra primera colonia, Cesar -anuncio Narciso-. Fuertes lazos comerciales con el mundo civilizado y una ubicacion ideal para la explotacion de los mercados interiores.

– Bueno, si. Bien -dijo el emperador entre dientes, aunque en realidad no estaba escuchando a su primer secretario-. Pero mas bien creo que un bo-bo-bonito templo en mi honor tendria que ser una de las principales pri- pri-prioridades. ~?Un templo, Cesar?

– Nada demasiado recargado, solo lo suficiente para inspsp-spirar un poco de respeto.

– Como desee, Cesar. -Narciso hizo una reverencia y, con soltura, desvio la conversacion hacia otros planes mas pertinentes para el desarrollo de la colonia. Al escucharlos, Vespasiano no pudo evitar maravillarse ante la facilidad con la que se decidia erigir un monumento asi. Un simple antojo del emperador y se llevaria a cabo, sin mas. Un enorme santuario con columnatas dedicado a un hombre que gobernaba desde una lejana gran ciudad se alzaria por encima de las precarias casuchas de aquella poblacion barbara con tanta certeza como si lo hubiese ordenado Jupiter. Y sin embargo, ese emperador, que aspiraba a ser un dios, era igual de vulnerable a la estocada de un cuchillo asesino que cualquier otro mortal. La amenaza contra Claudio le seguia rondando por la cabeza a Vespasiano, al igual que el temor de que Flavia pudiera estar involucrada en el complot.

– ?Como van los planes para la ce-ceremonia de manana? -preguntaba Claudio.

– Muy bien, Cesar -respondio Narciso-. Una procesion solemne hacia la capital al mediodia, la dedicacion de un altar a la paz y luego, por la noche, un banquete en el centro de Camuloduno. Me han llegado noticias de nuestros nuevos aliados.

Parece ser que se han enterado de la derrota de Carataco y estan deseosos de ofrecernos su lealtad en cuanto tengan ocasion. Seria un buen eje central para el banquete. Ya sabe, ese tipo de cosas: los salvajes conducidos ante la presencia del poderoso emperador, ante cuya majestad imperial caen sobre sus rodillas y juran obediencia eterna. Seria genial y contribuiria a una mayor lectura de la gaceta de Roma. A la plebe le encantara.

– Bien. Entonces encargate de los preparativos necesarios, por favor. -Claudio se detuvo de pronto y sus oficiales tuvieron que pararse bruscamente para no chocar con el-.

?Has oido la ultima frase? ?No he tartamudeado ni una vez!

?Por todos los dioses!

De repente Vespasiano se sintio agotado de la presencia del emperador. La natural e infinita arrogancia de los miembros de la familia imperial era fruto del rastrero homenaje que le tributaban todos los de su entorno. Vespasiano estaba orgulloso de los genuinos logros de su familia. Desde su abuelo, que habia servido como centurion en el ejercito de Pompeyo, hasta su padre, que gano una fortuna suficiente para ascender a la clase ecuestre, y luego su propia generacion, en la que tanto el mismo como Sabino podian aspirar a unas brillantes carreras senatoriales. Nada de eso habia sido una mera casualidad de nacimiento. Todo era resultado de una gran cantidad de esfuerzo y probadas aptitudes. Al pasar la mirada de Claudio a Narciso y viceversa, Vespasiano experimento la primera punzada de deseo de ser tan venerado como le correspondia. En un mundo mas justo seria el y no Claudio quien tuviera el destino de Roma en sus manos.

Mas mortificante todavia era el recibimiento que le habia hecho Claudio despues de la derrota aplastante del ejercito de Carataco. Cuando Vespasiano subio al galope para cerciorarse de que su emperador habia salido ileso de la batalla, se sorprendio al ver los aires de petulante satisfaccion de Claudio.

– ?Ah! Ahi esta, legado. Debo darle las gracias por el papel que usted y sus hombres han desarrollado en mi trampa.

– ?Trampa? ?Que trampa, Cesar? -Pues atraer al enemigo hasta una po-posicion en la que re-re-revelara todas sus fuerzas y llevarlas asi a su destruccion.

Tuviste el ingenio necesario para llevar a cabo la importante fu-funcion que te habia asignado.

Vespasiano se quedo boquiabierto al oir aquella asombrosa version de los acontecimientos matutinos. Entonces apreto la mandibula con fuerza para contenerse y no hacer ningun comentario que supusiera una amenaza para su carrera, por no hablar de su vida. Inclino la cabeza gentilmente y mascullo su agradecimiento, y trato de no pensar en los cientos de rigidos cadaveres romanos que se hallaban desparramados por el campo de batalla como silencioso tributo a la genialidad tactica del emperador.

Vespasiano se pregunto si, despues de todo, seria tan terrible que Claudio cayera bajo el cuchillo de un asesino.

La visita a la capital de los trinovantes termino y el emperador y sus oficiales regresaron al campamento para encontrarse con que habian llegado los representantes de doce tribus que estaban esperando en el cuartel general

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