bosque?
Narciso sonrio. -Mi querido Vespasiano, que una vez a ti te tendieran una emboscada no es motivo suficiente para juzgar a otros solo porque tu no reconociste el terreno de forma adecuada.
Se oyo una inhalacion brusca por toda la tienda y los demas oficiales superiores esperaron la reaccion de Vespasiano ante aquel indignante ataque a su profesionalidad. El legado apreto la mandibula para reprimir el arrebato que le subia por la garganta. La acusacion era extremadamente injusta; el habia actuado segun las ordenes directas de Plautio, pero seria de lo mas indecoroso decirlo en esos momentos.
– Entonces seria prudente reconocer el terreno de forma adecuada en esta ocasion -respondio Vespasiano sin alterar la voz. -Ya se han encargado de ello. -Narciso agito la mano con displicencia. Detras de el, el emperador abandono la tienda con una bandeja atiborrada de exquisiteces-. Y ahora, sigamos con los detalles. El convoy de los proyectiles se desplegara al amparo de la noche hasta tener las defensas enemigas a tiro. El ejercito de tierra se alineara detras de la guardia pretoriana, con los elefantes en nuestro flanco derecho. Las catapultas dispararan sobre la empalizada hasta que los pretorianos y los elefantes empiecen a avanzar por la pendiente. Yo diria que solo con ver a los elefantes los britanos se pondran nerviosos y se distraeran el tiempo suficiente para permitir que los pretorianos escalen las defensas. Tomaran y ocuparan la empalizada. La vigesima, decimocuarta y novena legiones atacaran por la brecha abierta por los pretorianos y se desplegaran en abanico al otro lado de las colinas. La segunda permanecera en reserva tras dejar cuatro cohortes que, junto con las tropas auxiliares, vigilaran el campamento y el convoy de bagaje. En cuanto nos hayamos encargado de Carataco sera solo cuestion de seguir el camino hasta Camuloduno. Esto es todo, caballeros. -Narciso dejo que el baston de mando se deslizara entre sus dedos hasta que golpeo contra el suelo de madera.
Aulo Plautio se dirigio rapidamente a la cabecera de la mesa de mapas.
– Gracias, una exposicion de lo mas sucinta. -Trato de no decir ni una palabra mas de lo que es completa y estrictamente necesario -replico Narciso.
– Perfecto. Y ahora, ?hay alguna pregunta? -Si hubiera alguna pregunta -interrumpio Narciso- solo seria indicio de que no han escuchado como es debido. Y estoy seguro de que tus hombres son tan profesionales como parecen. Hay un ultimo punto en el orden del dia. Me ha llegado la noticia de que alguien podria atentar contra la vida del emperador durante los proximos dias. Continuamente tengo que ocuparme de rumores como este y estoy convencido de que resultara ser otra falsa alarma. -Dirigio un leve gesto de la cabeza a Vespasiano y siguio hablando-. Pero nunca podemos estar seguros del todo. Les estaria de lo mas agradecido si ustedes, caballeros, pudieran tener los ojos y oidos bien abiertos ante cualquier cosa que resulte remotamente sospechosa. General Plautio, ya puedes ordenarles que se retiren.
Por un instante Vespasiano estuvo seguro de que su general iba a explotar ante la insolencia del liberto y deseo que Plautio asi lo hiciera. Pero en el ultimo momento Plautio levanto la mirada, por detras del hombro de Narciso, y vio a Claudio que los observaba detenidamente a traves de una rendija de los faldones de entrada a la tienda mientras masticaba un pastelito, ajeno a las migas que le ensuciaban sus magnificas galas imperiales. De manera cortante, el general hizo una senal con la cabeza a sus oficiales y estos desfilaron rapidamente fuera de la tienda, deseosos de evitar verse envueltos en un enfrentamiento entre Plautio y el primer secretario.
Vespasiano espero junto a la mesa de los mapas, resuelto a dar su opinion, y no hizo caso de la mirada de advertencia y las senas que le dirigio Sabino, el cual se habia detenido brevemente en el umbral. Al final solo quedaron Vespasiano, Plautio, el emperador y su liberto.
– Me imagino que desaprueba mi plan, legado. -Cesar -empezo a decir Vespasiano con cautela-, el plan es excelente. Quiere llevar a cabo esta guerra como un relampago y abatir al enemigo con una deslumbrante ofensiva que lo aplastara antes de que pueda reaccionar. ?Quien no querria luchar una guerra de este modo? Pero… -Miro a su alrededor para calibrar las expresiones de los rostros vueltos hacia el.
– Continua, por favor -dijo Narciso con frialdad-. Tu silencio es atronador, ?pero?
– El problema radica en el enemigo. Estamos dando por supuesto que se limitara a quedarse sentado en esas colinas para defenderlas. ?Y si tienen tropas ocultas en el bosque? ?Y si…
– Ya hemos hablado de esto, Vespasiano -respondio Narciso, como si le explicara algo una vez mas a un colegial particularmente burro-. Los exploradores dicen que el bosque es infranqueable.
– Pero, ?y si se equivocan? -?Y si se equivocan? -lo imito Narciso-. ?Y si hay cuadrigas ocultas en zanjas esperando a saltar sobre nosotros en cuanto nos acerquemos? ?Y si tienen a miles de soldados escondidos en los pantanos? ?Y si se han aliado en secreto con una tribu de amazonas que alejen las ideas de invasion y conquista del pensamiento de nuestros hombres?
Su tono socarron enfurecio a Vespasiano. ?Como se atrevia ese idiota a mostrar tanto desden!
– Se ha reconocido el terreno a conciencia -siguio diciendo Narciso-. Conocemos las posiciones del enemigo, sabemos como aprovecharnos de nuestros puntos fuertes y de sus debilidades, hemos vencido a Carataco anteriormente y volveremos a hacerlo. En cualquier caso, ya se han dictado todas las ordenes, por lo que ahora es demasiado tarde para cambiar las cosas.
Plautio cruzo la mirada con Vespasiano y sacudio la cabeza para impedir cualquier otra polemica. La palabra del emperador era la ley, para los soldados aun mas que para la mayoria, y no se podia discutir eso. Si Claudio deseaba librar esa guerra relampago no habia nadie que pudiera detenerle… excepto los britanos.
CAPITULO XLVIII
La humedad de los ultimos dias y la proximidad del pantano y el rio se combinaban para producir una neblina especialmente espesa que era mas densa en el valle poco profundo que se extendia entre los dos ejercitos. Mucho antes de que el sol saliera y tinera de naranja las lechosas espirales de nieve, los legionarios ya se habian vestido y habian comido y marchaban a ocupar sus posiciones para la batalla que se preparaba. De cada uno de los flancos de las cohortes pretorianas llegaba el ruido metalico de las catapultas cuando los soldados tiraban de las palancas de torsion y los trinquetes caian sobre las ruedas dentadas. Unos pequenos braseros refulgian mientras se preparaban los proyectiles incendiarios. Mucho mas a la derecha se hallaban los elefantes, todos juntos, realmente nerviosos a causa de las palidas volutas de niebla que los rodeaban por los cuatro costados.
Sobre un pequeno monticulo cubierto de hierba situado justo en el exterior del campamento romano, el emperador y su Estado Mayor aguardaban las noticias sobre los preparativos de la batalla. Por debajo de ellos la niebla cubria la mayor parte del ejercito romano y solo unos vagos fragmentos de ordenes dadas a gritos, el chacoloteo de los cascos de los caballos y el traqueteo del equipo indicaban la presencia de miles de hombres. Un continuo torrente de mensajeros iba y venia mientras Plautio trataba de coordinar su ejercito invisible. Afortunadamente, habia previsto que aquella manana habria niebla y durante la noche habia ordenado a los zapadores que colocaran estacas para marcar la posicion inicial de cada unidad. Aun asi, el alba llego y se fue y el sol ya estaba bastante alto en el horizonte antes de que se convenciera de que el ejercito estaba en posicion y listo para el ataque.
– Cesar, las aguilas aguardan sus ordenes -anuncio por fin. -Bueno, pues sigamos adelante con ello, ?no? - replico Claudio, irritado por el retraso; no formaba parte de su plan de batalla.
– Si, Cesar. -Plautio le hizo un gesto con la cabeza al tribuno encargado de las senales para que indicara el inicio del ataque. Todo el conjunto de trompetas del cuartel general atrono a la vez por el valle con un sonido ligeramente amortiguado por la pegajosa atmosfera. Casi al instante los cuernos de guerra britanos empezaron a retumbar su desafiante respuesta y entre el ruido, y cada vez mas fuertes, llegaron los gritos de entusiasmo y los abucheos de los guerreros britanos que habia en las colinas. Abajo, entre la niebla, un agudo y ritmico repiqueteo llego a oidos de los oficiales del Estado Mayor romano. El ruido aumento de volumen y se extendio a lo largo de todo el frente romano.
– ?Que es este barullo? -pregunto Claudio con brusquedad.
– Son nuestros soldados que se anuncian, Cesar. Golpean los escudos con sus jabalinas. Eso hace que se sientan bien y asusta al enemigo.
– A mi no-no me parece que esten demasiado asustados. -Claudio senalo hacia el otro lado del valle con un gesto de la cabeza.
– Bueno, entonces sera solo en beneficio de nuestros hombres, Cesar.
– ?Es un maldito fastidio!