Cato se puso de pie. -?Vas a alguna parte? -A las letrinas. Y tal vez de un paseo rapido antes de volver, senor.
– ?Un paseo rapido? -Macro volvio la cabeza a un lado y susurro a Cato-. ?No has tenido suficiente con las caminatas de los ultimos dias?
– Solo necesito despejarme la cabeza, senor. -De acuerdo entonces. Pero te hace falta una buena noche de descanso de cara a manana.
– Si, senor. Cato se fue paseando hacia el centro del campamento. Si el convoy de bagaje hubiera alcanzado ya al ejercito, tal vez pudiera ver a Lavinia. En esa ocasion no habria cerca que lo detuviera. Unos cuantos guardias, quiza, pero podia confundirlos facilmente en la oscuridad. Y entonces podria estrechar de nuevo en sus brazos a Lavinia y oler el aroma de su cabello. Esa posibilidad lo llenaba de ansiosa expectativa y acelero el paso al subir por la via Pretoria en direccion a las tiendas del legado. El brio con el que caminaba lo hizo avanzar con tal impetu que casi tiro al suelo a una figura que salio de pronto por debajo del faldon de una tienda y se puso directamente en su camino. Asi que chocaron, y Cato se dio un fuerte golpe en la barbilla contra la cabeza de la otra persona.
– ?Ay! ?Maldito estupido… Lavinia! Al tiempo que se frotaba la cabeza, Lavinia lo miro con ojos de par en par.
– ?Cato! -Pero… que… -farfullo mientras la sorpresa superaba SU locuacidad-,. ?Que estas haciendo aqui? ?Como has llegado? -anadio al recordar los caminos embarrados que habian hecho que los carros de bagaje encallaran.
– Con el convoy de los proyectiles. En cuanto pudieron avanzar, mi senora Flavia dejo su carro para seguir adelante con el resto y los soldados de una catapulta nos llevaron. ?Que te ha pasado en la cara?
– Alguien tropezo conmigo, unas cuantas veces. Pero ahora no importa. -Cato queria estrecharla en sus brazos, pero la expresion distante y extrana que habia en su mirada lo disuadio-. ?Lavinia? ?Que ocurre?
– Nada. ?Por que? -Pareces distinta. -?Distinta! -Solto una risa nerviosa-. ?Tonterias! Solo estoy ocupada. Tengo que hacer un recado para mi senora.
– ?Cuando podre verte? -Cato se arriesgo a cogerle la mano.
– No lo se. Ya te encontrare. ?Donde estan vuestras tiendas?
– Alli -senalo Cato-. Solo tienes que preguntar por la sexta centuria de la cuarta cohorte. -La repentina imagen de Lavinia deambulando entre las ensombrecidas tiendas y rodeada por miles de hombres hizo que se preocupara por su seguridad-. Seria mejor que te esperara aqui.
– ?No! Ya vendre yo a buscarte, si tengo tiempo. Pero ahora debes marcharte. -Lavinia se inclino hacia delante y le dio un rapido beso en la mejilla antes de apretarle la mano con firmeza contra el pecho-. ?Vamos!
Confundido, Cato retrocedio lentamente. Lavinia esbozo una sonrisa nerviosa y le hizo un gesto para que se alejara, como si estuviera bromeando, pero habia una intensidad en su mirada que hizo que Cato se sintiera frio y atemorizado. Asintio con la cabeza, se dio la vuelta y se alejo, torcio por la esquina de una hilera de tiendas y desaparecio.
En cuanto las tiendas lo ocultaron a sus ojos, Lavinia se dio la vuelta y se apresuro a bajar por la via Pretoria, a lo largo de la linea de antorchas que se alejaban de las tiendas del legado.
Si hubiera esperado un momento tal vez hubiese visto que Cato echaba un cauteloso vistazo desde la linea de tiendas. Vio que ella casi corria en direccion opuesta y, cuando estuvo seguro de que podia mantenerse oculto entre las sombras a ese lado de la via Pretoria, la siguio, caminando sin hacer ruido entre tienda y tienda, sin perderla de vista. No fue muy lejos. justo a la primera de las seis grandes tiendas de los tribunos de la segunda legion. La fria preocupacion que habia sentido hacia tan solo un momento se convirtio en un escalofriante y gelido horror cuando vio que Lavinia levantaba con atrevimiento el faldon de la tienda de Vitelio y entraba en ella.
CAPITULO XLVII
Con ademan grandilocuente, Claudio retiro la sabana de seda que cubria la mesa. Debajo, iluminada por el brillo de docenas de lamparas de aceite colgantes, habia una modelada reproduccion del paisaje que los rodeaba, tan detallada como pudieron hacerla los oficiales del Estado Mayor en el tiempo que tuvieron disponible, basandose en los informes de los exploradores. Los oficiales de la legion se apinaron alrededor de la mesa y examinaron el paisaje con detenimiento. Para aquellos que habian llegado tras la puesta de sol era la primera oportunidad de ver lo que tendrian ante ellos al dia siguiente. El emperador dejo un breve momento a sus oficiales para que se familiarizaran con el modelo antes de empezar con el resumen de las instrucciones.
– Caballeros, manana por la ma-manana iniciaremos el final de la conquista de estas tierras. Una vez hayamos vencido a Carataco y acabado con su ejercito ya no habra na-nada entre nosotros y la capital de los catuvelanios. Con la ca-caida de Camuloduno, las demas tribus britanas se resignaran ante lo inevitable. Dentro de un ano, cre- creo que puedo decirlo sin equivocarme, esta isla sera una p-p-provincia tan pacifica como cualquier otra del Imperio.
Vespasiano escuchaba con silencioso desprecio y, a juzgar por las maliciosas miradas que intercambiaban, los demas oficiales compartian sus dudas. ?Como iba a realizarse una conquista completa en tan solo un ano? Ni siquiera conocian la extension de la isla; algunos exploradores afirmaban que solo era la punta de una vasta masa de tierra. Si ese era el caso, las historias de las tribus salvajes del lejano norte eran ciertas. tardarian muchos anos mas en pacificar la provincia. Pero para entonces Claudio habria tenido su triunfo en Roma y la Plebe, entretenida por una interminable orgia de luchas de gladiadores, cacerias de bestias y carreras de cuadrigas en el circo Maximo, ya haria tiempo que se habria olvidado de la distante Britania. La ultima pagina de la historia oficial de conquista de Britania por Claudio se habria escrito y seria copiada en pergaminos para colocarse en las principales bibliotecas publicas de todo el Imperio.
Mientras tanto, Plautio y sus legiones seguirian ocupadas en sojuzgar las plazas fuertes secundarias que se empenarian en mantenerse firmes contra el invasor. Y mientras quedara algun druida con vida, siempre habria una resistencia armada constante y brillante que a menudo terminaria en una rebelion armada. Ya desde su sangrienta persecucion por parte de Julio Cesar, los druidas sentian por Roma y por todo lo Romano un odio inextinguible y ferviente.
– Dentro de dos dias -continuo diciendo Claudio- estaremos festejandolo en Ca-Camuloduno. ?Pensad en eso y en los anos venideros po-podreis contar a vuestros nietos la re-recia batalla en la que participasteis y que ganasteis al lado del emperador Claudio! -Con los ojos brillantes y una sonrisa torcida en la boca, miro los rostros de sus oficiales de estado Mayor. Rapidamente, el general Plautio junto las manos e inicio un aplauso que fue mas automatico que entusiasta.
– Gracias, gracias. -Claudio levanto las manos y el palmoteo se fue apagando obedientemente-. Y ahora dejare que Narciso os hable de los detalles de mi p-plan de ataque. ?Narciso?
– Gracias, Cesar. El emperador se aparto de la mesa y su liberto de confianza ocupo su lugar con un largo y delgado baston de mando en la mano. Claudio se acerco renqueando hasta una mesa lateral y empezo a comer algunos de los elaborados pastelitos y tartaletas que su equipo de jefes de cocina habia conseguido hacer como por arte de magia. No presto mucha atencion a la presentacion de Narciso y por lo tanto le paso por alto el hosco resentimiento de los oficiales superiores del ejercito ante el hecho de que las ordenes les fueran dadas por un burocrata civil que, ademas, no era mas que un simple liberto.
Narciso saboreaba aquel momento y observo la maqueta en actitud pensativa antes de alzar el baston de mando y empezar su alocucion.
– El emperador ha decidido que se requieren tacticas atrevidas para un hueso tan duro de roer como este. -Dio unos golpecitos a las ramitas que representaban la empalizada britana sobre las colinas--. No podemos valernos del terreno situado al sur debido al pantano y no podemos atravesar el bosque. Los exploradores han informado de que unos tupidos brezales crecen justo hasta el limite de la linea de los arboles.
– ?Lograron penetrar en el bosque? -pregunto Vespasiano.
– Me temo que no. Los britanos enviaron carros de guerra para ahuyentar a los exploradores antes de que estos pudieran echar un buen vistazo. Pero informan de que, por lo que pudieron ver, el bosque es impenetrable y no habia senales de caminos abiertos.
Vespasiano no se quedo satisfecho.
– ?No te parece sospechoso que los britanos no quisieran que los exploradores se acercaran demasiado al