que dar el visto bueno final a las patentes.

Hasta la fecha, las patentes que Pierce y Amedeo Technologies habian solicitado y obtenido durante los ultimos seis anos giraban en torno a proteger legalmente disenos de arquitectura de complejos biologicos. La clave para el futuro de la nanotecnologia estaba en crear nanoestructuras capaces de contenerlos y transportarlos. Hacia mucho tiempo que Pierce habia decidido cimentar en este sector su posicion en el campo de la informatica molecular.

En el laboratorio, Pierce y los otros miembros de su equipo disenaban y construian una amplia variedad de interruptores que se enlazaban delicadamente en cadena para crear puertas logicas, el umbral basico de la computacion. La mayoria de las patentes de Pierce y Amedeo pertenecian a este ambito o al area complementaria de la RAM molecular. Un numero reducido de otras patentes se centraban en el desarrollo de puentes moleculares, el entramado de robustos tubos de carbono que algun dia conectarian los cientos de miles de nanointerruptores que juntos formarian un ordenador tan pequeno como una moneda de diez centavos y tan poderosa como un camion Mack digital.

Antes de iniciar su revision del nuevo conjunto de patentes, Pierce se reclino en la silla y miro a la pared que tenia detras del monitor, donde habia una caricatura suya levantando un microscopio, con la cola de caballo levantada y los ojos tan abiertos como si acabara de hacer un descubrimiento fantastico. El pie decia: «?Henry escucha a Quien!»

Se lo habia regalado Nicole. Le habia pedido a un caricaturista del muelle que lo dibujara despues de que Pierce le contara la historia de su recuerdo infantil preferido: su padre leyendo y explicando cuentos a su hermana y a el. Antes de que sus padres se separaran. Antes de que su madre se trasladara a Portland y fundara una nueva familia. Antes de que las cosas empezaran a torcerse para Isabelle.

Su libro favorito de entonces era uno del doctor Seuss ?Horton escucha a Quien! Era la historia de un elefante que descubre la existencia de todo un mundo en una mota de polvo. Un nanomundo mucho antes de que nadie pensara en los nanomundos. Pierce todavia se sabia de memoria muchas de las frases del libro. Y pensaba en ellas con frecuencia mientras trabajaba.

En el cuento, Horton es marginado por una sociedad selvatica que no cree en su descubrimiento. Sobre todo lo persiguen los monos -conocidos como la banda de Wickersham-, pero en ultima instancia Horton salva de los monos el minusculo mundo de la mota de polvo y demuestra su existencia al resto de la sociedad.

Pierce abrio las Oreo y se comio dos galletas enteras, con la esperanza de que la dosis de azucar le ayudara a centrarse.

Empezo a revisar las solicitudes con nerviosismo y expectativa. Esa tanda de patentes pondria a Amedeo en una nueva situacion y a la ciencia en un nivel superior. Pierce sabia que sacudiria el mundo de la nanotecnologia. Y sonrio al pensar en la reaccion que tendrian sus competidores cuando sus agentes de espionaje industrial les copiaran las paginas no propietarias de los formularios o cuando leyeran la formula de Proteus en las revistas cientificas.

El paquete de solicitudes pretendia proteger una formula de conversion de energia celular, segun se decia en los terminos profanos utilizados en el resumen de la primera solicitud del paquete. Amedeo estaba buscando proteccion de patente para un «sistema de suministro energetico» que proporcionaria energia a los robots biologicos que un dia patrullarian los torrentes sanguineos de los seres humanos y destruirian los patogenos que amenazaban a sus huespedes.

Llamaron a la formula Proteus en un guino a la pelicula Viaje alucinante. En la pelicula de 1966 se coloca un equipo medico en un submarino llamado Proteus, que luego se miniaturiza con un rayo y se inyecta en un cuerpo humano para buscar y destruir un coagulo inoperable en el cerebro.

La pelicula era ciencia ficcion y probablemente los rayos miniaturizadores siempre formarian parte del ambito de la imaginacion. Sin embargo, la idea de atacar patogenos en el organismo con robots celulares o biologicos, algo no muy distante del Proteus en la imaginacion, estaba en el horizonte de la investigacion cientifica.

Desde los albores de la nanotecnologia, las aplicaciones medicas potenciales siempre habian sido la cara mas atractiva de la ciencia. La posibilidad de curar el cancer, el sida o cualquier otra enfermedad era mas fascinante que un salto cuantico en la potencia de los ordenadores. La posibilidad de crear dispositivos que patrullaran en el organismo para encontrar, identificar y eliminar patogenos a traves de una reaccion quimica era el Santo Grial de la ciencia.

No obstante, el cuello de botella -aquello que mantenia este lado de la ciencia en la teoria mientras que un sinfin de investigadores trabajaba en el desarrollo de RAM y circuitos integrados moleculares- era la cuestion del abastecimiento de energia: como mover estos submarinos moleculares a traves de la sangre mediante una fuente de energia que fuera natural y compatible con el sistema inmunitario humano.

Pierce habia descubierto junto con Larraby, su investigador experto en inmunologia, una formula rudimentaria aunque de gran fiabilidad. Utilizando las propias celulas del huesped -en este caso, las de Pierce eran cultivadas y clonadas para investigacion en una incubadora- los dos investigadores desarrollaron una combinacion de proteinas que envolverian a la celula y obtendrian de ella un estimulo electrico. Este hecho significaba que la energia para conducir el nanodispositivo podia surgir de dentro y por tanto ser compatible con el sistema inmunitario humano.

La formula Proteus era simple y en esa simplicidad radicaba su belleza y valor. Pierce imaginaba que toda la posterior nanoinvestigacion en ese campo estaria basada en ese unico descubrimiento. La experimentacion y otros descubrimientos e invenciones que llevarian a un uso practico -que antes se veian en un horizonte de dos o mas decadas- podrian situarse mucho mas proximas a la realidad.

El descubrimiento, que Pierce habia hecho solo tres meses antes, cuando estaba en lo peor de sus dificultades con Nicole, habia sido el momento mas excitante de su vida.

– Nuestros edificios os pareceran sumamente pequenos -susurro Pierce mientras terminaba de revisar las patentes-, pero para nosotros, que no somos grandes, son maravillosamente amplios.

Las palabras del doctor Seuss.

Pierce estaba satisfecho con el paquete. Kaz, como de costumbre, habia hecho un trabajo excelente mezclando jerga cientifica y legal en las primeras paginas de presentacion de cada patente. No obstante, la sustancia de cada formulario lo constituia la informacion cientifica y la formula. Estas paginas las habian escrito Pierce y Larraby y ambos investigadores las habian revisado repetidamente.

El paquete de solicitudes estaba listo para seguir su curso, a juicio de Pierce. Estaba entusiasmado. Sabia que botar ese paquete de solicitudes al nanomundo traeria consigo una riada de publicidad y el consecuente aumento en el interes de los inversores. El plan consistia en mostrar el descubrimiento en primer lugar a Maurice Goddard y cerrar su inversion, y despues presentar las solicitudes. Si todo iba bien, Goddard comprenderia que contaba con una corta ventaja -una pequena ventana de oportunidad- y llevaria a cabo un ataque preventivo, firmando un contrato que lo convertiria en el principal inversor de la empresa.

Pierce y Charlie Condon lo habian coreografiado cuidadosamente. Le mostrarian el descubrimiento a Goddard. Le permitirian comprobarlo por si mismo en el microscopio de efecto tunel. Entonces el inversor neoyorquino dispondria de veinticuatro horas para tomar una decision. Pierce queria un minimo de 18 millones de dolares para un periodo de tres anos, lo suficiente para seguir adelante mas deprisa y con mas fuerza que ningun competidor. Y a cambio ofrecia un diez por ciento de la compania.

Pierce escribio una nota de felicitacion a Jacob Kaz en un Post-it amarillo y lo pego en la cubierta del paquete de solicitudes de Proteus. Luego volvio a guardar todo en la caja fuerte. Por la manana, un furgon de seguridad lo llevaria a la oficina de Kaz en Century City. Sin faxes ni mensajes de correo electronico. Pierce incluso podria llevarlo el mismo.

Se echo hacia atras en la silla, se metio otra Oreo en la boca y miro el reloj. Eran las dos en punto. Habia pasado una hora desde que habia llegado a la oficina, pero parecia que solo hubieran transcurrido diez minutos. Le sento bien tener otra vez esa sensacion, la buena vibracion. Decidio capitalizarla e ir al laboratorio a trabajar de verdad. Cogio el resto de las galletas y se levanto.

– Luces.

Pierce estaba en el pasillo, cerrando la puerta en la oficina ya a oscuras cuando sono el telefono. Era el caracteristico bitono de su linea privada. Pierce volvio a abrir la puerta.

– Luces.

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