Cuando llego a su casa de la colina abrio el buzon, comprobo si tenia mensajes en el telefono y se cambio el traje que se habia comprado para su vuelta al trabajo. Lo colgo cuidadosamente en el armario, pensando que podria ponerselo al menos otra vez antes de llevarlo a la tintoreria. Se puso tejanos, zapatillas de deporte negras y un polo tambien negro. Se enfundo una cazadora que se estaba deshilachando en el hombro derecho; no gastaba demasiado dinero en ropa. Guardo en ella su pistola, placa y cartera y volvio a coger el coche para dirigirse al Toy District.

Decidio aparcar en Japantown, en el aparcamiento del museo, para no tener que preocuparse por que le desvalijaran o rompieran el coche. Desde alli camino hasta la calle Cinco, encontrandose con una densidad creciente de vagabundos a medida que avanzaba. Los principales campamentos para la poblacion sin techo de la ciudad, asi como las misiones que se encargaban de alimentarlos, se alineaban en una extension de cinco manzanas de la calle Cinco, al sur de Los Angeles Street. En el exterior de las misiones y los hostales baratos, las aceras estaban llenas de cajas de carton y carros de la compra que contenian las exiguas y sucias pertenencias de la gente perdida. Era como si algun tipo de bomba de desintegracion social hubiera estallado y la metralla de vidas heridas y despojadas se hubiera extendido por doquier. En la acera habia hombres y mujeres que gritaban palabras ininteligibles o inquietantes incongruencias. Era una ciudad con sus propias reglas y razon de ser, una ciudad dolorida, con una herida tan profunda que las vendas que aplicaban las misiones no podian contener la hemorragia.

Mientras caminaba, Bosch se fijo en que no le pidieron ni una vez dinero o cigarrillos ni ninguna otra clase de dadiva. La ironia no se le escapo. Parecia que el lugar con la concentracion mas alta de gente sin hogar de la ciudad era tambien el lugar donde un ciudadano estaba mas a salvo de sus suplicas.

La Mision de Los Angeles y el Ejercito de Salvacion tenian alli grandes centros de ayuda. Bosch decidio empezar con ellos. Llevaba una foto de carne de conducir de hacia doce anos de Robert Verloren y una fotografia incluso mas vieja de el en el funeral de su hija. Las mostro a la gente que dirigia los centros de ayuda y a los trabajadores de la cocina que cada dia servian centenares de platos de comida gratuita. Obtuvo escasa respuesta hasta que un trabajador de la cocina recordo a Verloren como un «cliente» que unos anos antes se ponia en la cola del comedor popular con cierta regularidad.

– Hace bastante tiempo que no lo veo -dijo el hombre.

Despues de pasar casi una hora en cada centro, Bosch empezo a recorrer la calle, entrando en las misiones mas pequenas y en albergues para vagabundos y mostrando las fotos. Varias personas reconocieron a Verloren, pero no consiguio nada nuevo, nada que lo acercara al hombre que habia desaparecido completamente del radar social hacia tantos anos. Continuo hasta las diez y media y decidio que volveria al dia siguiente para terminar de peinar la calle. Al caminar de regreso a Japantown estaba deprimido por el mundo en el que se habia sumergido y por la esperanza menguante de encontrar a Robert Verloren. Caminaba con la cabeza baja y las manos en los bolsillos, y por consiguiente no vio a los dos hombres hasta que estos ya le habian visto a el. Salieron de los huecos de dos jugueterias situadas una a cada lado de la calle. Uno le cerro el paso. El otro se coloco a su espalda. Bosch se detuvo.

– Eh, misionero -dijo el que tenia delante.

Al brillo tenue de una farola situada a media manzana de distancia, Bosch vio el destello de un cuchillo en la mano del hombre. Se volvio ligeramente hacia el companero que tenia detras. Era mas pequeno. Bosch no estaba seguro, pero le parecio que simplemente sostenia un trozo de hormigon. Un trozo de acera rota. Ambos hombres iban vestidos con capas de ropa, una vision comun en esta parte de la ciudad. Uno era negro y el otro, blanco.

– Todas las cocinas estan cerradas y aun tenemos hambre -dijo el que empunaba el cuchillo-. ?Tienes unos pavos para nosotros? Un prestamo.

Bosch nego con la cabeza.

– No, la verdad es que no.

– ?La verdad es que no? ?Estas seguro de eso, chico? Parece que tienes una buena cartera. No nos enganes.

Bosch sintio que una oscura rabia crecia en su interior. En un momento de concentracion supo lo que podia e iba a hacer. Sacaria el arma y dispararia a cada uno de esos hombres. En ese mismo instante supo que saldria airoso despues de una investigacion departamental superficial. El brillo de la hoja del cuchillo era el seguro de Bosch, y lo sabia. Los hombres que lo rodeaban no tenian ni idea de con que se habian encontrado. Era como estar en los tuneles muchos anos antes. Todo se reducia a una unica opcion. Nada mas que matar o morir. Habia algo absolutamente puro en ello, sin Zonas grises ni espacio para nada mas.

De repente, el momento cambio. Bosch vio que quien empunaba el cuchillo lo miraba intensamente, interpretando algo en sus ojos, un depredador tomando la medida del otro. El hombre del cuchillo parecia menguar en una medida casi imperceptible. Retrocedia sin retroceder fisicamente.

Bosch sabia que habia personas a las que consideraba interpretes de la mente.

La verdad es que eran lectores de rostros. Su habilidad consistia en interpretar el sinfin de musculos, las expresiones de los ojos, la boca, las cejas. A partir de esa informacion deducian la intencion. Bosch tenia un buen nivel en esa habilidad. Su ex mujer se ganaba la vida jugando al poquer porque tenia una destreza incluso mayor. El hombre del cuchillo tenia tambien cierta dosis de esa capacidad y seguramente le habia salvado la vida en esta ocasion.

– Bah, no importa -dijo el hombre. Dio un paso atras hacia el hueco de la tienda-. Buenas noches, misionero - anadio al retroceder en la oscuridad.

Bosch se volvio por completo y miro al otro hombre. Sin decir ni una palabra, el tambien retrocedio para ocultarse y esperar la siguiente victima.

Bosch paseo la mirada calle arriba y calle abajo. Ahora parecia desierta. Se volvio y se dirigio a su vehiculo. Mientras caminaba, saco el movil y llamo a la patrulla de la Division Central. Le hablo al sargento de guardia de los dos hombres que se habia encontrado y le pidio que enviara un coche patrulla.

– Esa clase de cosas pasan en cada manzana de ese agujero infernal -dijo el sargento-. ?Que quiere que haga?

– Quiero que envie un coche y que los asuste. Se lo pensaran dos veces antes de hacer algo a alguien.

– Bueno, ?por que no lo ha hecho usted?

– Porque estoy investigando en un caso, sargento, Y no puedo dejarlo para hacer su trabajo.

– Mire, colega, no me diga como he de hacer mi trabajo. Todos los detectives son iguales. Creen…

– Oiga, sargento, vaya mirar los informes de delitos por la manana. Si leo que alguien resulto herido alli y los sospechosos son un equipo de un blanco y un negro, entonces va a tener mas detectives a su alrededor que los que haya visto nunca. Se lo garantizo.

Bosch cerro el telefono, cortando una ultima protesta del sargento de guardia. Acelero el paso, llego a su coche y volvio hacia la autovia 101 para enfilar de nuevo hacia el valle de San Fernando.

18

Era dificil permanecer a cubierto y disponer de una linea de visibilidad de Tampa Towing. Las dos galerias comerciales situadas en las otras esquinas estaban cerradas y sus estacionamientos desiertos. Bosch resultaria obvio si aparcaba en cualquiera de ellos. La estacion de servicio de otra empresa en la tercera esquina continuaba abierta y, por consiguiente, no resultaba util para la vigilancia. Despues de considerar la situacion, Bosch aparco en Roscoe, a una manzana, y camino hasta la interseccion. Tomando prestada la idea de quienes habian intentado robarle hacia menos de una hora, encontro un rincon oscuro en una de las galerias comerciales desde donde podia vigilar la estacion de servicio. Sabia que el problema de su posicion seria regresar al coche lo bastante deprisa para no perder a Mackey cuando este terminara el turno.

El anuncio que habia visto antes en el listin telefonico decia que Tampa Towing ofrecia un servicio de veinticuatro horas. Pero ya casi era medianoche, y Bosch contaba con que Mackey, que habia entrado a trabajar a las cuatro de la tarde, terminaria pronto. O bien lo sustituiria un empleado nocturno o bien estaria disponible telefonicamente por la noche.

Era en ocasiones como esa cuando Bosch pensaba en volver a fumar. Siempre le parecia que con, un cigarrillo el tiempo pasaba mas deprisa y el filo de la angustia que acompanaba a una operacion de vigilancia se suavizaba.

Вы читаете Ultimo Recurso
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×