– Buenas noches, Harry.

Ella colgo y Bosch se quedo un buen rato sentado en el coche antes de girar la llave.

19

Bosch arranco el motor, hizo lentamente un giro de ciento ochenta grados en Mariano y paso Junto al sendero de entrada que conducia a la casa de Mackey. Todo parecia en calma. No vio luces detras de las ventanas.

Enfilo hacia la autovia y tomo hacia el este para atravesar el valle de San Fernando hasta el paso de Cahuenga. Por el camino llamo desde el movil a la central para comprobar el numero de la matricula de la furgoneta Ford junto a la que Mackey habia aparcado. Resulto que estaba registrada a nombre de William Burkhart, que tenia treinta y siete anos y un historial delictivo que se remontaba a finales de los anos ochenta, pero nada en los ultimos quince anos. La agente le dio a Bosch los codigos penales de California de sus detenciones porque era asi como aparecian en el ordenador.

Bosch reconocio de inmediato el asalto con agravante y la recepcion de mercancia robada, pero habia un cargo en 1988 con un codigo que no reconocio.

– ?Hay alguien ahi con un libro de codigos que me pueda decir cual es este? pregunto, esperando que la noche fuera lo bastante tranquila para que la agente lo hiciera por si misma.

Sabia que en la central siempre habia ejemplares del codigo penal porque los agentes llamaban con frecuencia para conseguir las citas adecuadas cuando estaban en las calles.

– Espere.

Bosch espero. Entretanto, salio por Barham y doblo por Woodrow Wilson para subir la colina que llevaba a su casa.

– ?Detective?

– Sigo aqui.

– Es un delito de odio.

– De acuerdo. Gracias por buscarlo.

– De nada.

Bosch aparco en su garaje y paro el motor. El companero de piso de Mackey, o casero, habia sido acusado de un delito de racismo en 1988, el mismo ano del asesinato de Rebecca Verloren. William Burkhart era probablemente el mismo Billy Burkhart a quien Sam Weiss habia identificado como uno de sus atormentadores. Bosch no sabia como encajaba la nueva informacion, pero sabia que era parte de la misma imagen. Lamento no haberse llevado a casa el archivo del Departamento Correccional sobre Mackey. Estaba demasiado cansado para volver al centro a buscarlo. Decidio que lo dejaria por esa noche y lo leeria de punta a punta cuando volviera a la oficina al dia siguiente. Tambien cogeria el archivo sobre la detencion de delito de odio de William Burkhart.

La casa estaba en silencio cuando llego. Cogio el telefono y una cerveza de la nevera y se dirigio a la terraza para ver la ciudad. Por el camino encendio el reproductor de cedes. Ya habia un disco en la maquina y enseguida oyo a Boz Scaggs en los altavoces exteriores. Estaba cantando For All We Know.

La cancion competia con el sonido ahogado procedente de la autovia. Bosch se fijo en que no habia reflectores cortando el cielo desde Universal Studios. Era demasiado tarde para eso. Aun asi, la vista era cautivadora de una manera que solo podia serlo de noche. La ciudad titilaba como un millon de suenos, no todos ellos buenos.

Bosch penso en llamar a Kiz Rider otra vez y hablarle de la conexion con WiIliam Burkhart, pero decidio dejarlo estar hasta la manana. Miro la ciudad y se sintio satisfecho con las acciones y los logros del dia, pero el high jingo le causaba desazon.

El hombre con el cuchillo no habia estado muy desencaminado al llamarlo misionero. Casi tenia razon. Bosch sabia que tenia una mision en la vida, y despues de tres anos estaba de nuevo en la brecha. Aun asi, no podia permitirse creer que todo era bueno. Sabia que, mas alla de las luces titilantes y los suenos, habia algo que no podia ver. Estaba esperandole.

Hizo clic en el telefono y escucho un sonido de dial ininterrumpido. Significaba que no tenia mensajes. Llamo al buzon de voz de todos modos y reprodujo un mensaje que habia guardado la semana anterior. Era la voz debil de su hija, que habia dejado el mensaje la noche que ella y su madre partieron de viaje, muy lejos de el.

«Hola, papi -dijo-. Buenas noches, papi.»

Era todo lo que habia dicho, pero era suficiente. Bosch guardo el mensaje para la siguiente vez que lo necesitara y despues colgo el telefono.

SEGUNDA PARTE. HIGH JINGO

20

A las 7.50 de la manana siguiente Bosch volvia a estar en el Nickel. Estaba observando la cola para desayunar en el albergue Metropolitano y tenia la mirada fija en Robert Verloren, que se hallaba en la cocina, detras de las mesas de vapor. Bosch habia tenido suerte. A primera hora de la manana daba la sensacion de que se habia producido un cambio de turno entre los sin techo. La gente que patrullaba las calles en la oscuridad estaba durmiendo la borrachera de sus fracasos nocturnos y habia sido sustituida por los sin techo del primer turno, aquellos que eran lo bastante listos para ocultarse de la calle durante la noche. La intencion de Bosch habia sido empezar otra vez por los centros grandes, pero ya antes de llegar, y tras aparcar otra vez en Japantown, empezo a mostrar la foto de Verloren a la gente de la calle mas lucida que encontro y casi de inmediato empezo a obtener respuestas. La poblacion diurna reconocia a Verloren. Algunos dijeron que habian visto al tipo de la foto, pero que era mucho mas viejo. Finalmente, Bosch se encontro con un hombre que de manera natural dijo «Si, es Chef», y le senalo a Bosch hacia el albergue Metropolitano.

El Metropolitano era uno de los albergues satelite mas pequenos que se agolpaban en torno al Ejercito de Salvacion y a La Mision de Los Angeles y su funcion era aliviar el flujo excesivo de gente de la calle, particularmente en los meses de invierno, cuando, el clima mas benigno de Los Angeles atraia hacia la ciudad una migracion desde lugares mas frios del norte. Estos centros mas pequenos carecian de medios para proporcionar tres comidas al dia y por acuerdo se especializaban en un servicio. En el Metropolitano, el servicio era un desayuno que empezaba todos los dias a las siete de la manana. Cuando Bosch llego alli, la fila de hombres y mujeres temblorosos y mal arreglados se extendia hasta mas alla de la puerta del centro de comidas, y las largas filas de mesas estilo picnic del interior estaban repletas. En la calle habia corrido la voz de que el Metropolitano servia el mejor desayuno del Nickel.

Bosch se habia abierto camino mostrando la placa y muy pronto localizo a Verloren en la cocina, detras de las mesas de servir. No parecia que Verloren estuviera haciendo una labor en particular, sino que daba la sensacion de estar supervisando la preparacion de varias cosas, de estar al mando. Iba pulcramente vestido con una camisa cruzada blanca encima de pantalones oscuros, un delantal blanco inmaculado que le llegaba por debajo de las rodillas y un sombrero alto de chef.

El desayuno consistia en huevos revueltos con pimientos rojos y verdes, patatas y cebollas doradas en la sarten, semola de maiz y salchichas. Tenia buen aspecto y olia apetecible para Bosch, que habia salido de casa sin comer nada porque queria ponerse en marcha deprisa. A la derecha de la cola habia una mesa con dos grandes termos de cafe para autoservicio y estantes con tazas hechas de porcelana gruesa que se habian astillado y se habian tornado amarillentas con el tiempo. Bosch cogio una taza y la lleno de cafe muy caliente. Dio un traguito y espero. Cuando Verloren camino hacia la mesa de servir utilizando la camisa de su delantal para sostener una pesada bandeja caliente de huevos, Bosch hizo su movimiento.

– Eh, Chef -llamo por encima del tintineo de cucharas de servir y voces.

Verloren miro, y Bosch noto que su interlocutor inmediatamente determino que Bosch no era un «cliente».

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