No olvidaba la promesa que le habia hecho a los tres caballeros -Shively, Yost, Brunner-en el reservado del bar de la Linterna del All-American Bowling Emporium.
Les habia dicho -recordaba casi al pie de la letra sus palabras-, les habia dicho: 'Si alguno de ustedes cambiara de opinion, y quisiera averiguar como podemos hacerlo efectivamente; estare aqui manana, en el mismo sitio y a la misma hora'.
Era peligroso incluir en su plan a unos desconocidos, pero siempre habia sabido, desde que se le habia ocurrido la idea de llevarse a Sharon Fields, que no podria conseguirlo solo.
Le hacia falta un colaborador y, a ser posible, varios.
En una empresa tan complicada como esa, cuantos mas fueran mas seguros estarian.
Y, sin embargo, jamas le habia hablado a nadie de su plan.
Jamas habia confiado en nadie.
Si confiaba en una persona inadecuada y se producia un malentendido, la policia le causaria muchos quebraderos de cabeza.
?Que le habia inducido, pues, a confiar su atrevido proyecto a tres perfectos desconocidos? Acudieron a su mente dos motivos gemelos.
Uno de ellos era de caracter intimo y personal.
Estaba harto de sonar solo y de vivir y volver a vivir mentalmente su deseo de Sharon Fields.
Habia llegado a un punto en que experimentaba la necesidad de poner en practica el deseo sabiendo que podria hacerlo.
El motivo externo habia sido accidental.
Al ver a Sharon Fields en la pantalla de television, tres hombres sentados junto a la barra de un bar habian manifestado espontanea y unanimemente un deseo hacia ella, y dos de ellos habian llegado al extremo de reconocer publicamente que lo darian todo y arriesgarian cualquier cosa a cambio de poseerla.
Aquellos extranos habian expresado con palabras lo mismo que el llevaba guardado celosamente en su cabeza desde hacia tanto tiempo.
Inmediatamente les habia considerado hermanos mosqueteros y se habia visto a si mismo como D'Artagnan - todos para uno y uno para todos-. Y todos para Sharon Fields.
Aprovechando la ocasion, se habia adelantado, habia quebrantado su silencio habia revelado a otras personas su mas intimo sueno.
Era comprensible que le hubieran rechazado a la primera.
Se trataba de unos hombres que, al igual que la inmensa mayoria de hombres, no estaban acostumbrados a creer que un sueno imposible pudiera convertirse en una realidad posible por medio de una accion directa.
Por otra parte, si sus deseos de cambiar de vida fueran lo suficientemente intensos, si sus crecientes decepciones estuvieran a punto de estallar, era muy posible que se mostraran dispuestos a reconsiderarlo, a visitarle aquella noche en el bar, apuntarse a la causa y emprender la arriesgada mision codo con codo y junto a el.
En caso contrario, se decia Malone, no habria perdido nada. Seguiria conservando su sueno. Esperaria, observaria y algun dia, en algun lugar, encontraria a otro Byron lo suficientemente romantico como para acompanarle en su busqueda de Sharon Fields. Giro a la avenida Fairfax y corrio velozmente hacia el paseo Hollywood.
Habia aparcado en una pequena travesia a tres manzanas del Teatro Chino de Grauman y, medio caminando y medio saltando, se habia dirigido hacia la gran masa de gente.
Los focos lanzaban sus luminosos haces hacia el cielo y Malone siguio avanzando ciegamente como una polilla en direccion a la fuente de aquellas luces.
Llego a la congestionada zona casi sin resuello.
Habia llegado con cinco minutos de retraso, y las limousines conducidas por choferes y cargadas de astros estaban empezando a vomitar a sus personajes famosos.
A ambos lados de la entrada del local habia unas gradas abarrotadas de vociferantes y ruidosos admiradores.
Habia tambien un inmenso gentio en las aceras y los mirones, que formaban cinco o seis filas, eran mantenidos a distancia por medio de cordones de policia.
Malone se encontro situado detras de un segmento de muchedumbre que no le permitia ver nada, ni las limousines que iban llegando ni las ceremonias que tenian lugar a la entrada del local.
Entonces, recordando una estratagema que le habia dado muy buen resultado en otra ocasion, se saco de la cartera la tarjeta de socio de la Sociedad de Autores de America, la sostuvo en alto por encima de su cabeza y empezo a avanzar entre la inquieta muchedumbre al tiempo que gritaba: -?Prensa! ?Dejenme pasar, soy de la prensa! El reflejo condicionado se produjo de inmediato. Al igual que los perros de Pavlov, los plebeyos respondieron, y los espectadores se hicieron respetuosamente a un lado para dejar paso libre al Cuarto Poder.
Fue un trayecto agotador que le llevo, sin embargo, a la primera fila detras de las cuerdas, un punto bastante ventajoso desde el que podia contemplar a los astros descendiendo de sus limousines.
Los vio avanzar hacia la plaza profusamente iluminada de la entrada del local, en la que dos camaras de television y Sky Hubbard entrevistaban a los celebres personajes antes de que estos penetraran en el edificio.
Esforzandose por verlo mejor, Malone empujo al hombre que tenia al lado y a punto estuvo de hacerle perder el equilibrio.
El hombre se irguio y se dirigio a Malone muy enojado.
– No empuje, haga el favor. ?Quien se ha creido que es?
Malone reconocio inmediatamente el enfurecido miron.
– !Shively! -exclamo-. Que sorpresa.
Shively le escudrino, le recordo y entonces se desvanecio su enfado.
– Conque es usted.
Hola, que casualidad.
Sobre el trasfondo del ruido, Malone se esforzo por hacerse entender:
– A quien menos me esperaba encontrar es a usted. ?Como es posible?
Shively se inclino y le murmuro asperamente al oido: -Estoy aqui por el mismo motivo que usted, muchacho.
Para echarle un vistazo de primera mano al trasero mas extraordinario que existe. Me aguijoneo usted la curiosidad.
– Estupendo, no se arrepentira.
– Malone aparto la mirada preocupado-. ?Ya ha llegado?
– No, pero esta al llegar.
Ambos contemplaron la prolongada serie de alargados y lustrosos automoviles que iban llegando -una limousine Cadillac, un Lincoln Continental, conducido por un chofer-, todos ellos descargando a atractivas mujeres con sus acompanantes vestidos de etiqueta, la flor y nata de la industria cinematografica.
Una recien llegada, que lucia el pecoso rostro sin maquillar y producto la impresion de acabar de levantarse de la cama, fue objeto de grandes aplausos.
Malone escucho que la identificaban como a Joan Dever, y recordo vagamente que era una de las exponentes del nuevo estilo natural, famosa por haber tenido hijos fuera del matrimonio.
De repente, entre el acompanamiento de un creciente murmullo de anticipacion procedente de las gradas, se acerco al bordillo de la acera un suntuoso Rolls Royce Corniche descapotable de color marron.
Malone tiro muy excitado del brazo de Shively.
– Ya esta aqui. Es su coche.
El conserje del teatro abrio la portezuela trasera del Rolls Royce y descendio del mismo un rechoncho y elegante sujeto con gafas, de cerca de cincuenta anos.
Miro parpadeando la masa de rostros y las cegadoras luces.
– Su representante personal -anuncio Malone con profundo respeto-. Felix Zigman. Se encarga de todos sus asuntos personales.
Zigman se habia inclinado hacia el interior del vehiculo para ayudar a alguien, y poco a poco, casi a camara lenta, emergio primero la mano enjoyada, despues el brazo desnudo, el leve pie y la clasica pierna, la larga melena rubia, el celebre y extraordinario perfil, la temblorosa prominencia del famoso busto y, finalmente, la sensual