No, eso no lo podemos hacer. Nosotros tenemos nuestra propia fuerza policiaca, asi que voy a poner a Heldering sobre el asunto. Todo el mundo dentro de Resurreccion Dos (y esto tendra que ser una labor interna) sera interrogado severamente. Cada oficina y cada escritorio seran completamente registrados. Aun las habitaciones donde vive nuestro personal, todas seran escudrinadas, hasta que recuperemos ese papiro faltante. Groat, usted quedese aqui en la boveda, y no se aleje. El guardia de seguridad tambien. Yo, yo voy a subir directamente a hacer sonar la alarma. Y usted… usted, Steven, notifiquele a Petropoulos que no lo podemos recibir, cuando menos no por ahora.

Diez minutos despues, cuando Randall regreso a su oficina, todavia profundamente preocupado, habia encontrado un sobre apoyado contra el calendario de su escritorio.

Era un cablegrama enviado desde Atenas.

Estaba firmado por el abad Mitros Petropoulos.

El abad se hallaba, en verdad, camino de Amsterdam, y con ansiosos deseos de examinar el fragmento. Llegaria manana por la manana, a las 10,50.

Randall gruno para sus adentros. El experto entre los expertos, el restaurador de la fe, ya estaba en camino. Ya no podria detenerlo. Y ya no estaba el error hallado por Bogardus para mostrarselo. No habia nada que mostrarle, nada.

Randall se sintio enfermo. No de frustracion… sino de desconfianza.

A la manana siguiente, habiendo llegado al Aeropuerto Schiphol con media hora de anticipacion, Steven Randall se hallaba sentado a la barra de la cafeteria, aguardando la llegada del abad Mitros Petropoulos en el vuelo de Air France al cual habia transbordado en Paris.

Sorbiendo su cafe caliente (la tercera taza de la manana), Randall contemplaba tristemente el quinteto de alegres lamparas globulares que se elevaba sobre la barra.

Se sentia mas deprimido que nunca. No tenia idea de que le podria decir al abad, salvo la verdad, acerca de la desaparicion del Papiro numero 9; verdad que los editores no querian que se supiera. A Randall no se le ocurria una sola mentira, asi que habia decidido decir la verdad y ofrecer infinitas disculpas por haber desviado al anciano sacerdote. Se podia imaginar la consternacion de Petropoulos al enterarse del extravio. Y se preguntaba, ademas, si el abad abrigaria sospechas… las mismas sospechas que a el le carcomian el cerebro desde el dia anterior.

Porque la larga busqueda de ayer no revelo ningun indicio acerca del paradero del papiro extraviado.

Heldering y sus agentes de seguridad habian interrogado a todas las personas que trabajaban para Resurreccion Dos en ambos pisos del «Gran Hotel Krasnapolsky». Ademas, habian hurgado por todos los rincones de cada oficina y sala de conferencias. Habian hecho una lista de todos los miembros del proyecto que no se encontraban en el hotel y los habian ido a buscar, comenzando con el doctor Knight, que estaba trabajando en el «San Luchesio», y terminando con Angela Monti, que se encontraba en el «Hotel Victoria», despues de haber regresado de su tarea de investigacion. Incluso habian registrado el apartamento del senor Groat y, segun Randall habia oido, se habian colado a las habitaciones de Hans Bogardus mientras el ex bibliotecario se encontraba ausente.

El inspector Heldering y sus agentes no habian averiguado nada ni descubierto rastro alguno del Papiro numero 9.

Los editores, que habian evitado el panico y que no estaban dispuestos a rendirse, se habian encerrado en una oficina con Heldering hasta la medianoche. Para todos los involucrados, el misterio se habia profundizado. Para Randall, solo sus sospechas habian aumentado.

La noche anterior se habia retirado, solo, a su suite del «Hotel Amstel» para cavilar. Habia contestado solo una llamada, la de Angela, evadiendo sus preguntas acerca de que era lo que estaba sucediendo y por que la habian interrogado tan bruscamente. Randall le mintio diciendo que iba a tener una junta con los miembros de su personal en la habitacion contigua, y le habia prometido que la veria la noche siguiente, o sea esta noche. El encuentro con Angela seria otro evento que le resultaria miserable, pero sabia que ya no lo podria posponer.

Si, habia cavilado la noche anterior, y todavia estaba cavilando, sentado en la cafeteria del Aeropuerto Schiphol. Era demasiada coincidencia… la repentina desaparicion de un papiro que estaba en duda… la vispera de la prueba final de autenticidad. Apenas se atrevia a hacer conjeturas acerca de como habia ocurrido la desaparicion. Constantemente tenia que recordarse a si mismo que la perdida del papiro era tan danina para los cinco editores como para su propia fe. Sin ese fragmento, ellos eran vulnerables y el ya no podia tener fe. La desaparicion simplemente no podia ser obra interna. Y sin embargo, tampoco podia ser obra externa, de ninguna manera.

Desafiando toda logica, la sombra de la desconfianza, de la sospecha, permanecia en la mente de Randall.

Una voz se escucho de nuevo por el altavoz del aeropuerto, pero esta vez llamandolo a el.

– Senor Steven Randall… Se solicita la presencia del senor Steven Randall en la inlichtingen… . en la mesa de informacion.

?Que podria ser?

Apresuradamente, Randall pago su cuenta y salio de la cafeteria, dirigiendose a la mesa principal de informacion en la Sala de Llegadas de Schiphol.

Dio su nombre a una bella jovencita holandesa que estaba detras del mostrador.

La joven busco el mensaje y lo entrego a Randall.

Decia: «Senor Steven Randall. Comuniquese inmediatamente con el senor George L. Wheeler al 'Gran Hotel Krasnapolsky'. Urgentisimo.»

En pocos segundos, Randall se hallaba al telefono, esperando que la secretaria de Wheeler lo comunicara con el editor norteamericano.

Randall afianzo fuertemente el auricular al oido, sin saber que esperar, consciente solo de una cosa: que el vuelo 912 de Air France, procedente de Paris y en el cual viajaba el abad Petropoulos, aterrizaria dentro de exactamente cuatro minutos.

La voz de Wheeler llego al auricular… No era una voz ronca, ni rasposa, sino jubilosa como una campana…

– ?Es usted, Steven? Le tengo buenas noticias. Las mejores. ?Lo encontramos!… ?Hemos localizado el papiro!

El corazon de Randall estaba agitado.

– ?Lo encontraron?

– ?Creeria usted que no fue robado… que no fue sacado de la boveda? Ahi estuvo todo el tiempo. ?Que le parece? Lo recobramos en un acto de desesperacion. Ya no sabiamos que hacer. Hace una hora, yo sugeri que buscaramos en la boveda una vez mas. Pero esta vez queria que todas esas gavetas de metal y vidrio fueran desmanteladas; que las sacaran y las desarmaran. Asi que pusimos a trabajar a dos carpinteros, y cuando sacaron la gaveta 9 y la pusieron en el suelo, ?lo encontramos, encontramos el papiro faltante! Lo que sucedio es que la parte de atras de la gaveta se habia aflojado y zafado, y el papiro, con sus flexibles hojas protectoras de acetato de celulosa, de alguna manera se habia deslizado hacia atras y habia caido a traves de la apertura que habia en la parte posterior de la gaveta, quedando prensado y oculto contra la pared de la boveda. Lo encontramos ahi colgado, y gracias a Dios que no habia pasado nada; estaba intacto. ?Que le parece todo esto, Steven?

– Me parece muy bien -jadeo Randall-. Me parece estupendamente bien.

– Asi que traiga al abad Petropoulos. El papiro esta aqui, esperandolo. Estamos listos para recibirlo.

Randall colgo el auricular y recargo el brazo y la cabeza contra el telefono, debilitado por el alivio.

Luego oyo la voz que venia del altavoz.

– Air France anuncia la llegada de su vuelo 912, procedente de Paris.

Se dirigio a la sala de espera donde los pasajeros salian de la aduana.

Estaba listo para recibir al abad, para enfrentarse a la verdad y… una vez mas… a la fe.

Era una escena rara, penso Randall.

Todo el grupo se encontraba dentro de la boveda, en el sotano del «Hotel Krasnapolsky», habiendo estado alli, prestando atencion en silencio, durante cuando menos veinte minutos. Todos estaban concentrados en la unica figura que estaba sentada en la camara, la de Mitros Petropoulos, abad del monasterio de Simopetra, en el Monte Atos.

El abad, con su gorro negro como de turco, enfundado en su tunica negra y con su blanca barba rozando la

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