pusieron de acuerdo acerca de ese segundo encuentro… Lebrun fijo la fecha, la hora y el lugar, un cafe oscuro y apartado que ocasionalmente frecuentaba. Alli, Plummer podria examinar la prueba de la falsificacion, y por esa evidencia y un informe del fraude, por escrito, Plummer le entregaria una suma de dinero relativamente modesta.

– ?Cuanto?

El dominee De Vroome, de pie con su gran estatura, echo bocanadas de humo.

– Lebrun queria cincuenta mil dolares en moneda norteamericana o su equivalente en moneda suiza o britanica. Plummer regateo con el, hasta que Lebrun acepto la suma de veinte mil dolares.

– Y la reunion, ?se llevo a cabo?

– Por asi decirlo, si. Pero antes dejeme hablarle de un cambio en los planes. Cuando Plummer regreso a Amsterdam y me relato lo que habia ocurrido entre ellos, yo me senti… digamoslo asi… me senti extremadamente regocijado y esperanzado. De inmediato decidi que la transaccion era vital para nuestra causa y que, por lo tanto, no debia ser manejada solo por Cedric Plummer. El es un periodista entusiasta, pero no es experto en papirologia, arameo y critica de textos. Yo si soy experto en las tres materias, y tenia la certeza de que la prueba de la falsificacion de Lebrun estaria en el otro fragmento del Papiro numero 3 que habia recortado y mantenido intacto; o algo similar. Yo esperaba que ademas contendria alguna evidencia innegable de que no era genuino sino falso. Yo estaba mucho mejor capacitado que Plummer para emitir un juicio acerca de semejante prueba, asi que lo acompane a Roma.

– ?Cuando fue eso?

– Hace tres dias. Fuimos en automovil al punto de reunion aqui en la ciudad…

– ?En que parte de la ciudad?

Pacientemente, De Vroome complacio a Randall.

– En un pequeno y barato cafe o bar para estudiantes que hay al otro lado de la angosta carretera que llega a la Piazza Navona. El cafe en si esta en la esquina de la Piazza delle Cinque Lune (la Plaza de las Cinco Lunas) y la Piazza di S. Apollinare. De ninguna manera es tan pintoresco como suena. El cafe se llama Bar Fratelli Fabbri… el Bar de los Hermanos Fabbri. Es poco atrayente. En el exterior tiene cuatro mesas con sillas de mimbre frente al establecimiento y un verde toldo raido para proteger del ardiente sol a los clientes habituales. Tiene dos entradas encortinadas con tiras azules de plastico para mantener fuera a las moscas… el tipo de cintas que uno encontraria en la entrada de una casa de mala nota en Argel. Plummer y yo ibamos a encontrarnos alli con Robert Lebrun a la una de la tarde. Nosotros llegamos con quince minutos de antelacion y nuestros veinte mil dolares, tomamos una de las mesas exteriores y ordenamos Carpanos, aguardando con una tension considerable, como usted bien podra imaginar.

– ?Aparecio Lebrun? -pregunto Randall ansiosamente.

– A la una y cinco, cuando ya comenzabamos a preocuparnos, un taxi aparecio repentinamente sobre la Piazza delle Cinque Lune y freno patinando sobre la ancha calle frente al cafe. La puerta trasera se abrio y un anciano bastante encorvado bajo y camino cojeando hasta la ventanilla delantera para pagarle al chofer. Recuerdo que Plummer me tiro del brazo. «?Es Robert Lebrun, es el!» Plummer se puso en pie de un salto y grito: «?Lebrun! ?Aqui estoy!» Lebrun se volvio, casi cayendose sobre su pierna artificial, miro hacia nuestra mesa con ojos entrecerrados e inmediatamente se transformo. Parecio haberse disgustado mucho. Con una mano se estrujo el puno de la otra y, sacudiendolas en direccion a nosotros, grito alocadamente a Plummer: «?Rompio usted su palabra! ?No pretende publicarlo! ?Me va a vender a ellos!» Me senalo con el dedo y, mientras lo hacia, por primera vez me di cuenta de que traia puesto mi traje clerical, mi sotana. Un desatino idiota. La habia usado para un servicio religioso y no me habia molestado en quitarmela. El viejo estaba seguro de que Plummer habia estado actuando en nombre de la Iglesia y que estaba tratando de apoderarse de la prueba de la falsificacion para que la propia Iglesia se deshiciera de ella. Plummer trato de gritarle para que se acercara, e intento cruzar el trafico y alcanzarlo para explicarle mi presencia. Pero fue demasiado tarde. Tropezando, Lebrun habia vuelto a subir al taxi; y se habia alejado, dejandonos sin esperanza de alcanzarlo, sin ninguna esperanza. Nunca mas lo volvimos a ver, ni pudimos localizarlo. No existe ningun Lebrun en el listin telefonico de Roma, ni en ningun otro directorio o registro municipal. Desaparecio por completo.

– Asi que usted no tiene nada -dijo Randall.

– Excepto lo que le he relatado en esta habitacion. Sin embargo, le he revelado todo lo que ha sucedido, exactamente como sucedio, todos nuestros secretos, porque sabia que usted ha tenido las mismas sospechas que yo acerca de la nueva Biblia, y porque usted fue capaz de lograr lo que yo no pude. Usted, senor Randall, logro ver al profesor Augusto Monti el dia de hoy. Y es Monti (el unico que queda) quien sabe el verdadero nombre del falsificador, y su domicilio. Monti, y solo Monti, nos podria conducir a Lebrun y a la prueba definitiva de la falsificacion. ?Cree usted que el profesor Monti lo ayudaria?

Randall puso a un lado su pipa, tomo su portafolio y se levanto.

– Usted sabe que Monti sufrio un colapso nervioso. Usted sabe que esta en un manicomio. ?Como podria el ayudar?

– Pero sus colegas de la universidad nos han informado que solo padece de un desorden mental temporal.

– Eso es lo que han hecho creer. No es verdad. Yo estuve con Monti. Trate de sostener con el una conversacion racional y fracase. El profesor Monti esta irremediablemente loco.

El dominee De Vroome parecio doblegarse.

– Entonces estamos perdidos y sin esperanza. -Su mirada afronto a la de Randall-. A menos que haya algo mas que usted sepa y que pudiera ayudarnos. De ser asi, ?lo haria usted?

– No -dijo Randall. Cruzando la sala se dirigio hacia la puerta, deteniendose frente al dominee De Vroome-. No, no puedo ayudarlos, y si pudiera, no estoy seguro de que querria hacerlo. Ni siquiera estoy seguro de que Robert Lebrun exista. Y si existe, no estoy seguro de que pudiera creerse en el. Gracias por sus atenciones y por su confianza, dominee, pero yo me voy de regreso a Amsterdam. Mi busqueda de la verdad ha terminado aqui, en Roma. No tengo fe en su Robert Lebrun… ni en su existencia. Buenas noches.

Pero al salir de la suite de De Vroome y caminar por el pasillo del cuarto piso, dirigiendose por la escalera a su propia habitacion que estaba en el quinto, Randall supo que no habia sido honesto con el clerigo holandes.

Randall sabia que habia mentido deliberadamente.

No tenia duda alguna de que un hombre llamado Robert Lebrun existia en algun lugar de la ciudad, y que ese Lebrun debia tener algun tipo de prueba de la falsificacion. Era logico; encajaba perfectamente en la secuencia de acontecimientos que Randall acababa de escuchar.

Lo que quedaba era localizar a Lebrun y obtener la prueba. Randall no iba a volver a Amsterdam; aun no. Iba a hacer un ultimo esfuerzo por descubrir la verdad. Por ahora tenia una pista, una pista que lo podria conducir a Robert Lebrun.

Todo dependeria de una cosa. Dependeria del resultado de una llamada telefonica que estaba a punto de hacerle a Angela Monti.

X

Ya bien entrada la manana siguiente, otro deslumbrante, sofocante dia romano, Steven Randall esperaba en la fresca sala de la casa de los Monti a que el ama de llaves le trajera lo que tan ansiosamente buscaba.

Todo lo que pudiera seguir habia dependido de su llamada telefonica a Angela Monti la noche anterior. Ella habia salido de casa con su hermana, y no respondio a su llamada sino hasta despues de la medianoche.

Habia decidido abstenerse de explicarle su inesperado encuentro con el dominee De Vroome en el «Excelsior», y de la revelacion que le habia hecho el clerigo en el sentido de que el historico descubrimiento de su padre pudiera ser una falsificacion. Sentia que no habia razon para inquietar a Angela con la escandalosa declaracion de De Vroome, sobre todo cuando ni siquiera habia sido comprobada todavia.

– ?Asi que sales para Amsterdam por la manana? -le habia preguntado Angela.

– Probablemente por la tarde, temprano -habia replicado el-. Hay una cosa mas que quiero hacer por la manana. Sin embargo, necesitare tu colaboracion -titubeo, y continuo como pudo-. Angela, el dia en que tu padre

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